Tengo pelea con mi cocina. Después de ocho años, ya no es la misma reluciente y bella que me enamoró, pues los materiales han pasado factura al uso y servicio diario. Así, de repente, se levanta un pedacito de cubierta; otro día, se cae una bisagra interior; después, se infla la cubierta y se pasa el agua del lavabo… Mejor dicho, le urge una restauración completa. Cambio total. El problema es que el resultado a esa diaria decadencia es una mujer (yo) bastante frustrada y enojada.
¿Y por qué el enojo? Porque de momento no puedo hacer nada más que tapar aquí, atenuar allá y aguantar. No podemos embarcarnos en la aventura de una nueva cocina porque… es costoso. Y de momento, no es posible. Mi lógica lo razona, pero mi corazón no lo entiende. Y ahí estoy yo, mientras limpio lo mejor posible, pensando en qué escoger, que si una cubierta de granito o mármol, que si gavetas de PVC o de madera, que si piso nuevo. Ah, y cortinas también, ja, ja, ja.
Pero la verdad es que mi querida cocina una vez más me ha dado una lección (pues muchos de los textos que escribo se me ocurren mientras estoy en la cocina). Y es que hoy por todas partes me ha saltado la palabrilla:
Contentamiento
«Para el abatido, cada día acarrea dificultades; para el de corazón feliz, la vida es un banquete continuo». Proverbios 15:15
Mientras caminemos por esta tierra, siempre habrá un pelo en la sopa. Siempre habrá alguna dificultad por enfrentar. Algunas graves, otras menores. Pero si nos fijamos demasiado en ellas, nos llenaremos de angustia, tristeza y preocupación (como yo mirando los estragos domésticos). Y ciertamente esto que te cuento es una bobada. ¿Pero qué hay de esas situaciones donde tenemos un anhelo legítimo, un deseo sin satisfacer, una oración que Dios ha decidido no contestar? Quizá el regreso de un hijo pródigo, la sanidad de un familiar, un techo propio para vivir. Estas son pruebas importantes que, si las afrontamos sin Dios y de forma equivocada, nos dejarán llenas de amargura.
¿Y cuál es la forma correcta de vivir los problemas? ¿Cómo se sostiene nuestra alma en medio de situaciones donde no hay salida aparente, donde el caos se avecina de manera inevitable y donde el panorama no mejora, sino todo lo contrario?
Bueno, muy sencillo. Vivirlo para la gloria de Dios.
Sí, escribirlo es sencillo, pero vivirlo no es fácil. Sin embargo, el propósito de nuestra aflicción es que el nombre de Dios sea alabado y glorificado. Esto es lo que encontramos en Gálatas 2:20: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí».
Si tengo fe en Jesús, sé que Él es mi Buen Pastor; que Él está a cargo; que en su preciosa voluntad, a veces, desea llevarme mar adentro y fortalecer mi fe; que en su amorosa disciplina, no me dará una tentación que no pueda soportar; y que Cristo es siempre la salida y el refugio para tiempos de prueba.
Él es el mejor ejemplo. Jesús entregándose por nosotros, en amor al Padre.
¿Cómo vivo yo? ¿Cómo vives tú tus desiertos? ¿Entregadas a conmiseraciones? ¿Renegando la prueba? ¿Rechazando los tiempos y la voluntad perfecta de Dios?
Entreguemos nuestras frustraciones y desilusiones. Nuestros dolores y miedos. Nuestros últimos bastiones al que es Rey y Señor, porque Él sabe cómo consolarnos, cómo fortalecernos, cómo sostenernos cuando no hay en quién, ni en dónde confiar.
Esta vida no es la definitiva. No. En la casa del Padre, Cristo ha ido a preparar morada para quienes en Él creen. Para los que aceptan el oprobio sabiendo que en su presencia hay plenitud y gozo. Contentas.
Así que tú decides cómo pasar la prueba: ¿decepcionada o agradecida en Jesús?
El Señor es fiel.
Una versión de este artículo fue publicado primero en: https://vestidadesugracia.wordpress.com/2016/08/23/frustrada-o-esperanzada/
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