¿Mis cargas o Su ancla?

Me sorprende la cantidad de veces que mi espíritu retrocede y mi fe se siente débil ante los sucesos de la vida diaria. Y no me refiero a grandes tragedias o situaciones muy complicadas, sino en esa cotidianidad donde mi voz deja salir palabras ásperas o mis ojos se tornan altivos e impacientes con los pecados ajenos. 

Se supondría que 16 años en la fe podrían avalar mi buen comportamiento. ¿No?

Pues no. Porque bien dice la Palabra que la salvación en Cristo nos es dada por puro deseo de Dios y no hay ningún acto mío que haya producido esa salvación (Efesios 2:8-9), sino para que Dios sea alabado y glorificado por la bondad de Su gracia. 

Pero mi corazón (y quizá el tuyo también) tiende a sentirse satisfecho de lo bien que me conduzco, cómo sirvo en la iglesia, cómo mi vida puede inspirar a otros… Y si lees entre líneas de los párrafos anteriores podrás percibir el tufo del orgullo haciendo heder todo el frasco de perfume (Eclesiastés 10:1).

Mi alma necesita ser recordada de lo absurdo de intentar sostener mi vida y mi salvación con pesos inútiles, como si un excelente currículum espiritual en la mano fuera suficiente para honrar al Único que es digno de honor. 

«Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante» (Hebreos 12:1).

¿Qué peso tengo que dejar atrás? ¿Qué colección de preocupaciones debo abandonar? Las circunstancias son diversas y diferentes para cada una de nosotras y la etapa de la vida en que estamos. Quizá hoy yo voy cargando cosas, lastres, pesos inútiles respecto a mis hijos adultos que aún no creen, pensando que mi perfecto comportamiento los convencerá del amor de Cristo. O que mi pésimo actuar los condenará a separación eterna del Salvador como si la salvación me perteneciera a mí y no al Señor. 

Pero el Espíritu Santo, que todo ve, todo observa, sabe y además, ayuda a mi debilidad e incredulidad, me muestra la verdad en la Palabra.

«Estén alerta, no sea que sus corazones se carguen con disipación, embriaguez y con las preocupaciones de la vida…» (Lucas 21:34a)

Cuando mis ojos están en mí, en los pesos que me agobian y casi ahogan, es muy sencillo distraerme conmigo misma, concentrarme en lo dificilísima que es la vida cristiana, negarme a tomar mi cruz y justificar mi pecado abusando de la gracia, sin tener un corazón arrepentido por confiar más en mí que en la obra perfecta de Cristo. 

Porque esos agobios que arrastro por voluntad propia me hacen también olvidar quién es mi Padre bueno, que, en Su bondad, me da oportunidades nuevas cada mañana, para comprobar Su misericordia aumentada. 

Y tú sabes, hay piedras y pecado que nos hacen tropezar, pero hay una Roca perfecta cuyo peso de santidad y gracia dirige la vida de todo aquel que en Él cree. Roca fuerte es Él, la cabeza del ángulo que, en su sencillez y humildad, fue despreciado y rechazado. 

Pero en Cristo Jesús encuentro que hay paz para mi alma cansada de mí misma. En Cristo Jesús compruebo que Su yugo no es algo que Él echa sobre mí para aplastarme, sino algo que une, sostiene y me ayuda a permanecer en Él. 

Una vida que aun con tropiezos va aprendiendo a renunciar a sí misma, a esas cargas vacías inútiles y aplastantes. Una vida que se rinde en oración al Rey, para que, conforme a Su buena voluntad, produzca en mí un deseo de un cada vez más excelente peso de gloria, por Su gloria y para Su alabanza.

Porque no confío en mí, sino en Él. Porque el Espíritu me muestra que, en las turbulencias de esta vida, no es lo mismo cargar pesos que hunden a estar quietos en el Ancla que nos mantiene en Su rumbo y voluntad. 

«Sean de espíritu sobrio, estén alerta. Su adversario, el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar. Pero resístanlo firmes en la fe, sabiendo que las mismas experiencias de sufrimiento se van cumpliendo en sus hermanos en todo el mundo» (1 Pedro 5:8-9).

¿Qué tengo que hacer entonces? Estar alerta, estar consciente que hay un enemigo que pretende, no tan solo el debilitamiento de nuestra fe, sino la destrucción de nuestra alma. Por eso mi mente debe estar sobria, serena, concentrada en las palabras que no solo he leído, sino comprobado una y otra vez: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?» (Romanos 8:35)

El Señor Dios defiende Su obra y protege a los Suyos. Es Él quien me anima a resistir firme en el ancla que es Jesús, en la total certeza de Su salvación y santidad, en el precioso e inamovible amor con que ama a los que en Él confían. 

Esa es mi certeza, ese mi ánimo cuando hay debilidad: «El que es y que era y que ha de venir» (Ap. 1:8), es a donde mi vida lleva toda ansiedad y peso distractor, confiando en Su perfecta santidad y en Su victoria, porque la salvación consumada es. No necesito nada más. 

¡Alabado sea!

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Sobre el autor

Claudia Sosa

Claudia Sosa es mexicana, de la ciudad de Mérida, para ser más especifica. Nacida de nuevo, por gracia de Dios, en Enero de 2009. Casada con Rubén, su novio de toda la vida, desde hace casi 28 años. ¡Matrimonio rescatado … leer más …


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