Tengo una hija a la cual le encantan los regalos, sobre todo si involucran instrumentos musicales, material de arte, muñecos de peluche y libros. Me da mucha ternura ver el entusiasmo que irradia cuando se aproxima su cumpleaños, pues sabe que le obsequiaremos algo. La he visto casi estallar de la emoción al abrir un regalo especial y también he visto su decepción cuando no ha recibido lo que quería.
Hay muchos regalos que pedimos, anhelamos y que jamás llegarán; también hay muchos otros que no pedimos ni deseamos y aún así, para nuestra sorpresa, han llegado...
¿Puedes recordar algún regalo que de niña hayas deseado mucho y que no hayas recibido? ¿Querías algún juguete que todas las niñas tenían pero tú no? ¿Recuerdas la expectativa y la desilusión al no recibirlo? Imagina que hoy nos sentamos juntas y hablamos sobre esos regalos que anhelabas tanto de niña y también sobre las actuales peticiones de tu corazón; esas que no has obtenido y que parecen inalcanzables, pues no se pueden comprar con dinero. Y luego comparemos todos esos sueños con la realidad… ¡Oh, la realidad!... Quizá nos parezca mejor o peor, pero segura estoy que es justo esa «realidad» es la que Dios sabe que necesitamos.
«… vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes que vosotros le pidáis» Mateo 6:8 LBLA.
Una mamá puede ver y escuchar lo evidente, lo que su hija quiere, pero no puede ver más allá de lo que sabe en el corto plazo, no sabe lo que sucederá dentro de su pequeña cuando le de lo que tanto pide. Me pregunto cómo nos ve Dios en esos tiempos de añoranza, de espera, de oraciones llenas de solicitudes y requerimientos. Hay peticiones «sencillas», hay otras que involucran muchas lágrimas, clamor y lamento. Él es un Padre perfecto y el único que conoce a profundidad lo que nuestro corazón anhela y lo que en realidad necesita. Él puede ver más allá y en su gran bondad, nos dará lo que necesitamos.
Muchas veces Dios me ha enviado regalos inesperados, dolorosos, agobiantes, situaciones que me llevan al límite; situaciones o cosas pues jamás pedí, anhelé o imaginé. Hay etapas en la vida donde recibes una sorpresa tras otra. Y quizá como yo, también has dicho: «Es suficiente, creo que así está bien, ¡no necesito más!». Pero en la vida las «sorpresas» y ese tipo de «regalos» siguen llegando.
No conozco personas que disfruten o pidan enfermedad, luchas, pruebas, desilusiones, traición, carencias, desaliento. Nadie le desea a otra persona un valle de lágrimas, un desierto de soledad, pérdidas o fracaso. Sin embargo, a veces Dios nos pone justo ahí, porque sabe que es el mejor regalo que nos puede dar. Él sabe que lo necesitamos para hacer crecer nuestra fe, transformar nuestro corazón, mostrarnos compasión e imprimir lecciones inolvidables que nos hagan buscarle sólo a Él y no sólo ir tras sus bendiciones.
«Y te acordarás de todo el camino por donde el SEÑOR tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no sus mandamientos» Deuteronomio 8:2
¿Le seguiremos? ¿Confiaremos? ¿Esperaremos? ¿Obedeceremos? Si estamos en un lugar o situación de vida donde no deseábamos estar, recordemos quién nos ha traído ahí. Si creemos que «es demasiado el tiempo y que ya no podemos más», recordemos que Él nos acompaña en cada proceso con un propósito eterno, en todo momento y en cada dolorosa bendición. No olvides que detrás de cada «regalo inesperado» hay amor. Abraza las lecciones y bendiciones que a veces vienen envueltas en dolor y aflicción.
Es mi oración que entre la espera de nuestras peticiones y la entrega de «situaciones inesperadas», procuremos que Dios nos encuentre fieles, con corazones flexibles y agradecidos ante su voluntad.
Hazlo personal:
Ora y dile en tus palabras a Dios: «Por favor, dame justo lo que necesito, no lo que tanto pido o quiero. Ayúdame a tener un corazón agradecido y fiel, en medio de todo, dirige mi voluntad conforme a la tuya y ayudame a agradecer en medio de todo».
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