A la deriva en un mar de influencias

Habrás escuchado historias sobre algún bote o velero que se quedó a la deriva en una bahía o cerca de un río y terminó siendo destrozado por un barco más grande o al encallar en la costa en un área pedregosa. ¿Por qué suceden accidentes así? La causa más común tiene que ver con el anclado.
En muchos casos, el dueño novato del velero o lancha simplemente olvidó anclarlo, o no supo hacer bien el proceso. En otros casos, el ancla no se engancha bien por descuido o por factores relacionados al fondo del cuerpo de agua donde se ubica. Cualquiera que sea la causa, al dueño le toma por sorpresa y el resultado es desastroso: la pérdida total del navío o un proceso de reparación y restauración arduo. 

Habrás escuchado historias de personas que profesan el nombre de Cristo, que se quedaron a la deriva en un mundo de creencias y valores antibíblicos, y terminaron siendo destrozadas o gravemente dañadas lejos de la fe y la piedad. ¿Por qué suceden situaciones así? La causa más común tiene que ver con el anclado

En muchos casos, el que profesa a Cristo olvida su necesidad constante de estar conectado a la fuente de vida y sabiduría, y simplemente no baja su ancla mental y espiritual a la Palabra de Dios y la comunidad de la fe. Tiene otras cosas más importantes que hacer. En otros casos, permite influencias que aflojan su ancla o comprometen la fuerza de la soga, o simplemente intenta meter su ancla en otra fuente de seguridad que no sea la Palabra de Dios. 

Cualquiera que sea el proceso que suceda, el resultado desastroso le toma por sorpresa a ella y a las personas que le rodean. Cuando una persona nunca tuvo su ancla de fe puesta en el Señor, el resultado es destrucción y pérdida. Si es una verdadera creyente, el proceso de rescate y restauración es arduo. 

¿Estás a la deriva?

Mientras avanza este año, si sigues el blog de Mujer Verdadera, te darás cuenta del enfoque sobre estar ancladas en Cristo y su Palabra. El énfasis principal de este concepto es positivo, sobre la gran provisión que Dios ha hecho en nuestras vidas por medio de Su Hijo, la Palabra de Dios y la comunidad de la fe. 

Pero quiero animarte a evaluar también los factores en tu vida que pudieran provocar que estés expuesta a andar a la deriva, que olvides bajar el ancla, que la bajes donde no te va a guardar a salvo, o que debilite tu habilidad de aferrarte a la verdadera ancla. 

¿Cómo nos podría suceder que nos encontremos a la deriva a punto del naufragio?

  • Subestimamos el peligro que corremos.

Muchos creyentes nos negamos a contemplar el gran peligro que los hijos de Dios corremos cuando navegamos entre las olas de nuestro mundo y sus filosofías, creencias y actividades. Queremos la positividad que tanto se promueve y que levanta temporalmente nuestro ánimo. Buscamos esa frase en Instagram, esa amiga alegre, esa serie entretenida, esas vacaciones que distraen de la realidad. ¡Estamos en una tormenta peligrosa! No nos podemos tomar una siesta mientras abaten los vientos y las olas contra nuestra nave. No cerremos los ojos al gran peligro que corremos al estar como hijas de Dios en un mundo de maldad. 

«Sean de espíritu sobrio, estén alerta. Su adversario, el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar» (1 Pedro 5:8).

  • Subestimamos el pecado que atesoramos.

Nuestro mundo afirma que «no hay niño malo» y «todo lo bueno que puedes conocer sale de ti misma». Estas son anclas falsas que hacen que rechacemos realidades bíblicas como: «No hay justo, ni aun uno» (Rom. 3:10). En nuestro día a día, mientras suponemos que estamos bien ancladas en Dios, podemos estar comprometiendo la fuerza de la soga al dejar de reconocer lo pecaminosos que son nuestros corazones. Subestimamos la tendencia que el corazón humano tiene hacia los ídolos y dejamos de anclarnos en la Palabra de Dios y la realidad de nuestra necesidad. 

«Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida». -Proverbios 4:23

  • Subestimamos el poder disponible para nosotras.

En una sociedad de «supérate, tú puedes», fácilmente olvidamos que dentro de nosotras no hay poder para protegernos del naufragio. En nosotras mismas no hay ancla ni hay dónde engancharla bien. Dios mismo tiene todo poder para salvarnos y para sostenernos. Ese poder está disponible para el humilde que deja de intentar salvarse en sus propias fuerzas y busca que se le derrame la gracia disponible en Cristo todos los días. No hay poder en la disciplina propia, el conocimiento mundano, ni el dinero. Hay recursos divinos disponibles cuando tú te reconoces débil y necesitada. 

«Él me ha dicho: “Te basta Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad”» (2 Corintios 12:9a).

«Él da mayor gracia. Por eso dice: “Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes”» (Santiago 4:6).

Mi hermana, ¡estemos alertas a nuestra tendencia de subestimar el peligro y el pecado, y corramos a la fuente de gracia y poder para no quedar a la deriva en un mar de influencias!

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Sobre el autor

Susi Bixby

Susi Bixby

Tiene 21 años de casada con Mateo, y ama a sus tres regalos de Dios: Aaron, Ana y David. Deseando vivir el diseño de Dios para su vida, dedica la mayor parte de su energía a su familia. Es esposa … leer más …


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