No caigas en la trampa de la comparación

«Y entonces, ¿cómo están las cosas en tu iglesia?».

Yo sabía que esa pregunta era hecha con amor y compasión, porque ella sabía cuán difíciles habían estado las cosas últimamente; sin embargo, yo me sentía abatida en mi interior. Las cosas no andaban bien y, bueno, yo sabía que su iglesia estaba floreciendo. Las mujeres se estaban inscribiendo por montones al nuevo ministerio de mentoría, emocionadas por ser discipuladas y discipular a otras; eran constantes en las reuniones de oración; en los estudios bíblicos muchas se quedaban de pie y tenían más de 200 mujeres inscritas para su retiro de fin de año. En cambio, en mi iglesia, había solo un puñado de mujeres que parecían interesadas en los asuntos espirituales y, cuando trabajé por meses para reunirlas en un día de conferencia, solo asistieron cinco.

«Señor, ¿por qué no obras aquí de la misma forma en que lo haces allá? O, ¿por qué no me permites cambiarme a una iglesia como esa?» ¿Te suena familiar ese escenario? La tentación de caer en el juego de la comparación es muy fuerte cuando servimos en el ministerio. En lo profundo, todas sabemos que solo el Espíritu Santo puede cambiar los corazones y las vidas y, que cualquier transformación o fruto visible de nuestro servicio, depende solo de Él. No obstante, cuando se trata del día a día en las trincheras, comenzamos a sentir que merecemos ver algunos resultados de nuestro arduo trabajo. Cuando vemos a Dios obrando en otra iglesia o ministerio en formas que anhelamos verlo obrar en los nuestros, es fácil caer en la trampa de la comparación. Comparando uno con el otro y refunfuñando sobre las diferencias.

Desarrollar el hábito de la comparación es una trampa sin lugar a dudas, porque los resultados son generalmente perjudiciales y dolorosos. De hecho, creo que hay varias trampas en el camino de la comparación y, al igual que un hoyo negro en una carretera oscura, pueden lanzarnos fuera del camino seguro hacia el peligro antes de que nos demos cuenta de lo que sucedió. Veamos algunos de ellos y pongamos carteles que digan: «Precaución: ¡Peligro adelante!», para que podamos recorrer con firmeza el camino del ministerio.

La comparación puede llevarme a pensar mal de mí mismo

Comparar mi ministerio con otros usualmente se resume en compararme a mí misma con otros. Y esto puede llevarme a dos extremos: pensar más alto de mí misma o pensar que soy un fracaso. La comparación inevitablemente me conduce a una escala de valoración mental; por ejemplo, cuando estamos en la escuela primaria aprendemos en matemáticas que los términos de comparación son «menos que» y «mayor que». De la misma forma, cuando nos comparamos con los demás, estamos clasificando como menos que o mayor que, y ambos son peligrosos. 

Si decido que soy menos que tú, debido a que tu ministerio es más exitoso que el mío, estoy creyendo una mentira. He equiparado mi éxito con mi identidad. Por otro lado, si me felicito a mí mismo porque mi ministerio está en el primer lugar de mi propia calificación pensando que, obviamente, yo estoy por encima que los demás, me encuentro en graves problemas de orgullo y auto justicia. Una vez más, estoy actuando como si mi éxito determinara mi valor o mi fracaso.

La comparación puede llevarme a pensar mal de otros líderes

Otra de las trampas es pensar de manera crítica sobre los líderes que están a mi alrededor. Si siento que mi ministerio es más exitoso que otro, puedo empezar a criticar a ese líder o a esa hermana de manera injusta. «Quizá ella no es tan espiritual como yo. O, tan diligente como yo. O, tan talentosa como yo». Incluso, puedo cuestionar su capacidad de estar en el ministerio.

Irónicamente, si encuentro que otro ministerio es más fructífero que el mío, de todas formas puedo responder criticando injustamente: «Ella solo piensa en los números. Ella está disfrutando su éxito de forma exagerada. Quizá está diluyendo el mensaje para atraer más personas. O, solo ha llegado a ese nivel de éxito por sus conexiones, pero yo soy igual de capaz que ella, quizá más». Desafortunadamente, en lugar de gozarme con los que se gozan, el juego de la comparación me lleva a sentirme frustrada cuando otra persona tiene el éxito que yo no tengo. 

La comparación puede llevarme a pensar mal de aquellos a quienes ministramos

Puede ser difícil ministrar en situaciones donde no se ve ningún progreso. Por eso, comparar mi ministerio con aquellos que están creciendo y prosperando solo hará las cosas más difíciles. Al igual que un animal atrapado y herido, puedo sentir la tentación de comenzar a arremeter contra cualquier cosa a mí alrededor; esto es, las mujeres a quienes sirvo. 

«Si mostraran más interés. Si fueran más fieles con su asistencia. Si oraran más. Si se esforzaran más. Si fueran más persistentes para invitar a otros. O, incluso, si me apreciaran más, este ministerio sería diferente». A pesar de ser mujeres piadosas y fieles, puedo sentir la tentación de pensar que simplemente no son dignas de todos mis esfuerzos. «¿No debería ir a servir a otro lugar donde lo que haga tenga más impacto, en lugar de estar pasando el tiempo con tan pocas personas? ¿No deberíamos enfocarnos más en impactar esta cultura tan impía? Sin lugar a dudas, estoy perdiendo mi tiempo con estas tres o cuatro mujeres».

La comparación puede llevarme a pensar mal de Dios

Tengo que confesar que en los momentos en que me he comparado con otras mujeres y líderes, he empezado a albergar pensamientos peligrosos acerca de Dios. Pensamientos tales como: «Él debe preocuparse más por esos otros líderes que por mí. Debe haber algo en lo cual no estoy agradándole, para que no bendiga mi ministerio. Si Dios es realmente bueno y me ama, ¿por qué estoy luchando tanto?». Esta es la vieja historia de que cuando las cosas no están saliendo como esperábamos, nos sentimos tentados a dudar de la verdad del carácter de Dios. Cuidado, porque desarrollar el hábito tóxico de la comparación es como poner gasolina en el fuego de la duda, esa que fue plantada en nuestros corazones en el Jardín del Edén.

La esperanza para escapar

Si te encuentras en alguna de estas trampas, es posible que te encuentres en todas a la vez, pero no te desanimes. ¡Hay esperanza! No estás sola en esta lucha y el evangelio tiene la salida para ayudarte a escapar.

La clásica historia de comparación que vemos en las Escrituras es, sin lugar a dudas, la de los discípulos. Estos hombres estaban constantemente compitiendo por una posición alrededor de Jesús. No menos de cuatro veces vemos en el Nuevo Testamento a los discípulos discutiendo y cuestionando quién era el mayor entre ellos.

En una ocasión, los hermanos Jacobo y Juan incluso involucraron a su madre, que tuvo la audacia de pedirle a Jesús que le garantizara los mejores asientos a sus hijos en su reino (Mt. 20:20-21). Luego, en una escena bastante emocional, después de la resurrección, encontramos a Pedro y a Jesús en la playa. Jesús acaba de ofrecerle de nuevo esperanza a Pedro luego de que le negara, y continúa dándole indicios de las pruebas que le esperarían en los próximos años. Pedro está tratando de digerir esta nueva visión de su futuro pero, de pronto, ve a Juan siguiéndoles.

«Pedro, volviéndose, vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el que en la cena se había recostado sobre el pecho de Jesús y había dicho: Señor, ¿quién es el que te va a entregar? Entonces Pedro, al verlo, dijo a Jesús: Señor, ¿y éste, qué? Jesús le dijo: Si yo quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿a ti, qué? Tú, sígueme». Juan 21: 20-22.

Hay tanta esperanza en la respuesta de Jesús a Pedro. Amadas, necesitamos dejar de perder tiempo y energía al preocuparnos de lo que Dios está haciendo en la vida de otras personas y en sus ministerios. Dios nos ha dado una tarea que realizar, y Él no nos pide que agreguemos a nuestro trabajo el agonizante proceso de averiguar si estamos a la altura de quienes nos rodean.

No tenemos que compararnos, ni probar nuestro valor, ni tratar de impresionar a Dios. Somos libres de todo eso en Cristo. Ya estamos a salvo y seguras porque Él nos acepta y nos ama y, si comprendemos plenamente esa realidad, nos daremos cuenta de que no importa dónde nos clasifiquemos en comparación a otros en el ministerio. Solo necesitamos enfocarnos en ser fieles en seguir a Cristo en el camino que Él preparó para nosotras. 

Contrarrestando las mentiras de la comparación con la verdad

A continuación, les comparto algunas maneras en las que podemos contrarrestar las mentiras de la comparación con la Verdad y la esperanza de la Palabra de Dios. 

  • Cuando me siento tentada a pensar que soy un fracaso porque mi ministerio no es «exitoso», puedo encontrar esperanza en la Verdad de que nada puede separarme del amor de Dios en Cristo mi Señor ( Ro. 8:39).
  • Cuando comienzo a tener un alto concepto de mí misma, puedo recordar el ejemplo de humildad de Cristo y encontrar la gracia para considerar a los demás como más importantes que yo (Flp. 2:3-8).
  • Cuando veo que una hermana tiene gran fruto en su ministerio, puedo regocijarme con aquellos que se regocijan (Ro. 12:15).
  • Cuando me siento tentada a renunciar a mi pequeño ministerio, puedo descansar en la promesa de que en el momento oportuno el trabajo fiel traerá una buena cosecha, si permanezco firme y sin desmayar (Gl. 6:9).
  • Cuando me siento tentada a dudar de la bondad de Dios, puedo confiar en la promesa de que Él ve aún la obra más invisible que se hace en su nombre para recompensarla (Mt.6:4). Así, puedo descansar en la promesa de Hebreos 6:10: Porque Dios no es injusto como para olvidarse de vuestra obra y del amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido, y sirviendo aún, a los santos.

La luz de la Palabra de Dios es el mejor salvavidas para mantenernos alejadas de las fosas de la comparación y de las trampas que aparecerán a lo largo de nuestro ministerio. Si tú, al igual que yo, luchas con la comparación, considera memorizar las Escrituras expuestas aquí arriba que mejor apliquen a tus propias trampas. Pídele a Dios que te ayude a fijar tu mirada solamente en Él, sin distraerte con las cosas que puedan estar sucediendo en el trabajo de otra persona. Y recuerda las palabras de nuestro Salvador: «¿a ti, qué? Tú, sígueme».

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Sobre el autor

Mónica Hall

Mónica es esposa de pastor y educa a sus seis hijos en casa. De pequeña, confió en Cristo como su Salvador y cada día aprende más de Su amor y bondad. Sirve en su iglesia dando clases a los pequeños … leer más …


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