Aún recuerdo como si fuera ayer la primera vez que alguien me llamó «primera dama de la iglesia». Fue hace trece años, cuando era esposa de un nuevo plantador de iglesia y veníamos a ministrar en un país con un contexto cultural diferente al nuestro, que escuché que se referían a la esposa del pastor de esta manera y, a decir verdad, no sabía si era un honor otorgado o una carga que llevar, pero me hizo sentir incómoda.
Muchas de nosotras nos sentimos presionadas a cumplir con este nebuloso papel de «esposa del pastor». Sin embargo para las esposas de los plantadores de iglesias, las líneas entre «esposa» y «personal de apoyo» pueden ser borrosas.
En la plantación de iglesias puede ser difícil discernir dónde terminan las preocupaciones personales de nuestros esposos y dónde comienzan los asuntos de la iglesia. A veces las cargas de mi esposo se vuelven mías, pero he aprendido a detenerme antes de saltar. No he sido llamada al ministerio pastoral como él, y no estoy equipada sobrenaturalmente para ese papel de la misma manera que él lo está. Dios me ha diseñado para un papel diferente en Su reino, y saber la diferencia entre las responsabilidades de mi esposo y las mías es esencial para mi salud mental, la salud de la iglesia y la armonía en nuestro matrimonio.
No es mi responsabilidad
En mis primeros años como esposa de pastor estaba confundida acerca de mi tarea como apoyo conyugal. La plantación de iglesias puede ser un trabajo solitario, y sentí que si no estaba constantemente «informada» y soportaba cada carga con mi esposo, estaba descuidando el papel que Dios me había encomendado para ayudarlo. Esto fue un error.
Cuando Dios creó a Eva como ayuda idónea para Adán había una unidad implícita. Tenían el objetivo común de «ser fructíferos y multiplicarse y llenar la tierra y dominarla» (Gn. 1:28), pero Eva no era el clon de Adán. Ella tenía su propio papel que cumplir en el reino de Dios. Esta unidad y diversidad también es verdad dentro de la Iglesia: un solo cuerpo, muchos miembros. Cada uno de nosotros tiene diferentes dones «de acuerdo con la gracia que nos ha sido dada» (Ro. 12: 4–6). La esposa de un pastor tiene diferentes dones (¡y un rol diferente!) al de su esposo.
Quizás muchas de nosotras luchamos en un escenario de plantación de iglesias porque estamos corriendo demasiado en el carril de nuestros maridos. Incluso si nadie nos presiona, es fácil asumir muchas responsabilidades. Imaginamos que si hacemos A, B y C correctamente, haremos que el ministerio de nuestro esposo sea un éxito, pero eso no es una carga que Dios quiere que llevemos.
Bíblicamente hablando, hay solo dos oficios en la iglesia y, ser la esposa del pastor, no es uno de ellos. Debido a esto, desconfío de cualquier expectativa especial que se le otorga a la esposa de un pastor. Estamos llamadas a ser las amorosas ayudas y compañeras de nuestros esposos (Tit. 2:4) y, al mismo tiempo, somos libres de cumplir nuestros roles únicos en el cuerpo. Mantener esta distinción en mente es útil porque nos protege de la falsa culpa por un lado y el extralimitarse por el otro lado.
Cuando su carga se convierte en mía
El ministerio pastoral no es un trabajo de 9 a 5, tampoco es el tipo de trabajo en el que puedes dejar los pendientes en la oficina. Las emergencias, la administración del personal y las sesiones difíciles de consejería pueden agotar a un hombre en su capacidad de resistencia espiritual, emocional y física. En ocasiones, el trabajo afecta profundamente a mi esposo y, cuando eso sucede, sus cargas necesariamente se vuelven mías.
Durante las temporadas difíciles, tu cónyuge probablemente te necesita más a ti de lo que necesitaría a un equipo para llenar los vacíos en el ministerio. Como tú estás llamada únicamente a ser su esposa, tu ministerio para con él es invaluable. Alguien más puede hacer los boletines o manualidades de los niños en la iglesia, pero solo tú puedes ser su esposa.
Por otro lado, saber cuándo compartir las cargas es más importante que cuánto compartir. Por ejemplo, a las diez de la noche ¡no es un buen momento! Además, cuando él habla de sus cargas conmigo, casi siempre es mejor decir menos y orar más, aunque se trate de situaciones complicadas de la iglesia. Mi primera reacción impulsiva es querer que mi esposo sea reivindicado, pero rara vez lo expreso de una manera sabia, afortunadamente, el evangelio pone todo en perspectiva y es solo a través de la luz del amor de Dios que puedo disipar mi mentalidad de mártir y decir algo que sea realmente útil.
El apóstol Pedro nos presenta a Sara como un ejemplo de feminidad madura, precisamente porque ella era «una mujer santa que esperaba en Dios», y dice que somos hijas de Sara si «hacéis el bien y no estáis amedrentadas por ningún temor» (1 P. 3:5-6). Es decir, cuando respondemos a las dinámicas difíciles de la iglesia con una firme esperanza en las promesas de Dios, ayudamos a nuestros esposos. Esto no significa que no podamos ser empáticas o lamentar las pérdidas del ministerio con ellos, pero sí significa que no debemos ceder ante la tentación de amargura y sospecha. No nos airamos, no despotricamos, ni especulamos sobre las personas, y no provocamos respuestas pecaminosas en nuestros esposos. En lugar de eso, dejamos que nuestro discurso y comportamiento testifique de la esperanza que tenemos en Cristo. Nuestro ministerio se levantará junto con el ministerio de nuestros esposos debido a la unión que tenemos (Mc.10: 8).
Hermana, es importante que comprendamos la diferencia entre nuestro papel y el de nuestro esposo. Las esposas de algunos pastores asumen un papel más público en algún ministerio de la iglesia, otras están tras bambalinas siendo guerreras de oración. Cualquiera sea tu don y disposición, no trates de llevar el peso del ministerio pastoral. En cambio, ama a tu esposo y sirve en la iglesia de la manera en que Dios te haya guiado a servir.
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