Todavía recuerdo ese día como ayer. Durante una sesión de trabajo para las esposas de pastores dentro del marco de una de las Conferencias de Mujer Verdadera, las mujeres hicieron fila durante más de una hora para contar su dolor a las líderes del taller: Kim Wagner y Holly Elliff. Al mismo tiempo, Dannah Gresh y yo aconsejamos a las hijas de pastores en la sesión para adolescentes. Una chica se puso delante de todo el grupo y lloró por la soledad que sentía como hija de pastor. Al igual que muchas hijas de pastores, esto se había convertido en una etiqueta que simultáneamente la definía y creaba confusión en su corazón sobre su verdadera identidad.
Yo he llorado esas mismas lágrimas. MI esposo fue pastor de jóvenes por más de diez años. Lo sé todo sobre las expectativas poco realistas, el exceso de críticas y la crisis de que puede causar ser una familia en el ministerio.
Sé que muchas de ustedes que están leyendo este blog hoy no son esposas de pastores o hijas de pastores. Tendré una palabra de aliento para ustedes el jueves. Pero hoy quiero escribirles específicamente a las que tienen esposos o padres en el ministerio.
Justo después de la universidad, me casé con mi novio de la escuela secundaria. Inmediatamente nos lanzamos juntos al ministerio estudiantil de tiempo completo en la iglesia donde mi esposo servía como pastor de jóvenes. La iglesia se convirtió en una parte importante de nuestras vidas. De hecho, la iglesia se convirtió en la mayor parte de nuestras vidas. Suena bien, ¿verdad? Pero no lo era.
De hecho, fue muy, muy doloroso.
El ministerio es complicado, las relaciones aún más. Los conflictos con otros miembros de la iglesia me hicieron sentir profundamente herida y desilusionada. Además, mi marido trabajaba mucho en la iglesia. Parecía que siempre estaba fuera en nombre del ministerio. Lo echaba de menos. Era una esposa recién casada que quería pasar más tiempo con su marido. Y culpaba a la iglesia de que no pudiéramos pasar todas las noches y fines de semana juntos en nuestro nuevo nido.
No pasó mucho tiempo antes de que una raíz amarga empezara a hacerse profunda en mi corazón. Empecé a estar resentida con la iglesia. Estaba resentida con nuestro pastor. Estaba resentida con el ministerio que sabía que estábamos llamados a hacer. Esa amargura y resentimiento pronto se convirtieron en un espíritu crítico. En poco tiempo, me disgustaba todo lo relacionado con nuestra iglesia. La adoración me ponía intranquila. Los sermones sonaban todos iguales. Los miembros de la iglesia se sentían más como enemigos que como mis hermanos y hermanas en Cristo.
Pero nuestra iglesia no era el problema. El problema era yo. Necesitaba que Dios hiciera algo nuevo en mi corazón. Necesitaba que Él me diera Su visión para la iglesia. Necesitaba amarla como Él la ama. Necesitaba que Dios cambiara mi corazón.
Eso es exactamente lo que Él hizo.
Creo que algunas de ustedes están donde yo estuve una vez. Entiendo el dolor que pueden sentir. Las expectativas que otros han puesto en ustedes se han convertido en una carga que se siente demasiado pesada de llevar.
Queridas, sé que se han enfrentado a expectativas poco realistas, a normas injustas y a duras críticas. ¿Por qué? Porque están adorando junto a personas imperfectas.
Durante mucho tiempo, solamente quería que los miembros de mi iglesia me vieran como un ser humano; no como una mujer super espiritual y sobrehumana capaz de vivir la vida cristiana sin errores. Mi corazón empezó a cambiar cuando me di cuenta de que las personas de mi iglesia que me causaban dolor merecían la misma medida de gracia. Ellos también son humanos. Dios todavía está trabajando en sus corazones. Necesitan Su obra redentora en sus palabras y relaciones tanto como yo. Pablo le dijo a Tito cómo es que esta gracia de Dios lleva a sus hijos a crecer y vivir de una manera piadosa: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente» (Tito 2:11-12).
Por otra parte, tengo que recordar que no son mi responsabilidad. Dios me ha llamado a someter mi propia lengua, mis propias acciones y mi propio corazón a Su señorío. Para mí, eso incluye dejar que Él me muestre cómo enamorarme de Su novia (incluso cuando ella no se comporta perfectamente). Así como Pedro animaba a los creyentes: «Puesto que en obediencia a la verdad ustedes han purificado sus almas para un amor sincero de hermanos, ámense unos a otros entrañablemente, de corazón puro» 1 Pedro 1:22.
¿Dejarás que Dios haga una obra en ti? ¿Dejarás que te presente a la iglesia -su novia- tal y como Él la ve, pura e irreprochable? ¿Dejarás de odiar a la iglesia y empezarás a amarla porque Él lo hace?
Ayúdanos a llegar a otras
Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Maestra Verdadera?
Donar $3
Únete a la conversación