El cuarto, pequeño, dejaba aún más en evidencia la grandeza de mi pecado. Llegamos a esa incómoda conversación y ella me miró y me dijo: ¿qué crees entonces que debería pasar con esa persona? ¡Qué le caiga un rayo! -Respondí sin pensarlo un segundo- El cansancio dejó salir toda mi maldad. ¿Un rayo? ¿Qué sería de mi vida si Dios hubiera decidido enviarme un rayo a mi también? Pero en ese momento no me sentía merecedora de castigo alguno, “ella sí” porque ante mis ojos su pecado era mayor que mío. ¿Te idenficas?
Farisea archimegalegalista. Esa soy yo, detrás de todo lo lindo que pueda verse. Cada vez que escucho la parábola de los dos hombres orando, siento rechazo hacia el fariseo y compasión hacia el recaudador de impuestos... Pero la verdad es que estoy mucho más cerca de eso que rechazo de lo que me gustaría admitir, en especial cuando se trata de juzgar a los demás.
El asunto con el legalismo es que niega el poder y la necesidad del Evangelio. Y falla considerablemente en extender gracia hacia los demás y hacia uno mismo. Aunque me duela admitirlo, hay una parte de mí que se cree merecedora de algo. Y no solo eso, lo peor es que se considera más merecedora que otras personas. Hay otro problema con este fariseismo y es que no nos permite apreciar correctamente la maravillosa belleza del precioso sacrificio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, pero si hubiéramos estado ahí ese día, en el monte calvario, ¿de qué lado estaríamos? Posiblemente tú y yo perteneceríamos a aquel grupo que entiende que por alguna razón se merece la salvación sin necesidad de derramar tanta sangre. Quizás eres pronta a decir, como Pablo, que Cristo Jesús vino al mundo a salvar pecadores de las cuales tú eres la primera, pero dentro de ti entiendes que hay personas que se encuentra por debajo de ti en la línea de la piedad.
Quizás esa no seas tú, es posible que seas de las que piensan que le hubieras pedido a Jesús que se baje de la cruz para subirte en Su lugar. Tampoco has entendido, tú arriba de esa cruz solo hubieras caminado hacia la muerte y la condenación, Él clavado allí, te lleva a la vida eterna, Él pagó el precio que JAMÁS hubiéramos podido pagar. Él se entregó como el sacrificio perfecto, el cordero sin mancha que la Ley demandaba. Solo cuando conozcamos nuestra insuficiencia comprenderemos el poder de la Cruz.
Jamás seremos dignas, y eso hace del Evangelio no solo una gran noticia, sino la mejor de todas. ¡Gloria a Dios por Jesucristo! Pero las cosas van más allá, nuestras relaciones también deben ser alteradas por este milagro, estamos llamadas a extender a otros a quienes quizás consideramos “más pecadores” la misma gracia que hemos recibido, una que definitivamente no merecíamos. Dejemos de juzgar a los demás solo porque sus pecados no son los mismos que los nuestros y que la gracia y el poder de la cruz cubra nuestros corazones y nuestras relaciones.
Con relación a este tema, durante la pasada preconferencia Joven Verdadera, Betsy Gómez compartió un mensaje que no puedes perderte. Te confieso que fue una de los instrumentos que Dios utilizó para abrir mis ojos antes mi pecado. Aquí te lo dejo:
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