«Necesitas aprender a confiar de nuevo en los hombres.»
Cuando ella me dijo estas palabras justo después de yo haber admitido que de niña había sido víctima de abuso sexual por un hombre en quien confiaba, me enojé… ¡realmente me hizo enojar! Ella no entendía la profundidad de mi temor, repulsión, enojo e impotencia. Ni siquiera reconocía mis cicatrices emocionales.
Como ocurre con la mayoría de las mujeres, mis cicatrices por el abuso me parecían únicas. Estaba confundida sobre qué era lo normal y acudía a una variedad de mecanismos de defensa para continuar con mi vida.
Si has sido víctima de abuso sexual, puedes ser que estés lidiando con eso, en una o más de las siguientes maneras. Te escondes o mantienes a las personas a distancias extremas, con miedo de ser herida de nuevo. Mantienes tus emociones adormecidas durante tu vida adulta. Si eres casada, responder sexualmente te resulta difícil. Le temes a la sumisión bíblica –por el miedo de perder el control.
Puedes sentirte irreparablemente dañada, verte como un objeto sexual, alardear de tu sexualidad, y adoptar un estilo de vida promiscuo y otros pecados sexuales. O, como ocurrió conmigo, quizás te entregas por completo para demostrar que eres «buena» o abrazas el ministerio. Puede ser que no entiendas el poder del Evangelio, y te enfocas en agradar a Dios tratando de ganar Su favor.
Quizás respondas al abuso con ansiedad, depresión, odio por ti misma, autodestrucción, problemas de intimidad, homosexualidad, temor, indecisión, perfeccionismo, una necesidad de control, desórdenes en la alimentación o adicciones.
A Satanás no le importa cómo reaccionamos a la pecaminosidad del abuso sexual…siempre y cuando no nos volvamos a Jesús. El enemigo sabe que cuando encontramos nuestra identidad, seguridad y dignidad en Cristo, podemos vivir en victoria.
Sin embargo, me tomó un buen tiempo llegar ahí. Durante años, sentí la necesidad de proteger a mi abusador para no herir a quienes lo amaban. Era una forma incorrecta de pensar, pero el enemigo se deleita en que tengamos pensamientos distorsionados. Durante la escuela secundaria, mis habilidades relacionales eran muy pobres. Cuando llegué a la universidad, me sentía sola y con tendencias suicidas. El abuso distorsionó mi imagen de Dios y afectó mi habilidad de buscarlo y confiar en Él. Mi confianza estaba destrozada.
Después de la Universidad, me uní a los Ministerios Life Action y comencé un viaje con Dios que ha cambiado mi corazón y mi vida. Un día en que estaba al frente, cantando con el equipo, «¿Conoces a mi Jesús?» me di cuenta que sabía todo acerca de Jesús, pero no lo conocía a Él. Dejé el micrófono, fui al cuarto de oración, y dejé mi vida en Sus manos.
En la medida en que aprendía a confiarle a Él, mis heridas del pasado, ocurrieron cambios asombrosos. Algunas de las lecciones básicas que aprendí las comparto a continuación:
- Dios me ama. Profunda y completamente (Jer. 31:3, Ro. 5:6-10).
- Dios no aprueba el abuso; Él odia toda maldad (Sal. 11:5).
- Puedo encomendar mi causa al corazón justo de Dios (Sal. 103:6; 146:7; Jer. 17:10).
- Puedo perdonar a otros porque he sido profundamente perdonada (Mt. 5:23-24; 6:14-15, 21-22; Juan 8:7).
- Puedo orar para que Dios cambie el corazón de mi abusador y le conceda arrepentimiento (Lucas 6:28; Pr. 28:13).
- Tendré paz y victoria en la medida en que estudio y descanso en quién soy en Cristo. (Ef. 1:3-8; 2:10; Col. 2:9-10; 3:1-4; Ro. 8:31-39; Flp. 4:13).
- Aquello que el enemigo tramó para mal puedo usarlo para glorificar y alabar a Dios (La respuesta de José: Gn. 50:20).
- Puedo aprender a fijar límites puros y claros en todas mis relaciones, y a hablar la verdad en amor (Pr. 4:23; Ro. 13:14; Ef. 4:15).
- Debo estar alerta a las maquinaciones del enemigo que desea controlar mis respuestas para vencerme. Debo saturar mi vida con las Escrituras (2ª Co. 2:11; 1ª P. 5:8; Tito 2:11-12; Sal. 119:11).
- Mis pensamientos controlarán mis acciones y respuestas, por lo que debo permitir que Dios transforme mi entendimiento (Ro. 12:2; Flp. 4:8).
- Creceré y sanaré al rodearme de mujeres piadosas que modelan cómo responder con el puro amor de Cristo (1ª P. 3:3-5).
- Como miembro del cuerpo de Cristo, puedo ser parte de que los abusadores rindan cuentas, especialmente en el contexto de la iglesia (Stg. 5:19-20; Jer. 22:3a; Mt. 18:15-17).
- También puedo estimular a jóvenes y mujeres que luchan para ser libres del dolor provocado por el abuso sexual (Gl. 6:2; Ro. 14:19).
He crecido en Cristo, pero no siempre ha sido fácil. Aunque Jesús dijo que Él vino para darme vida abundante (Juan 10:10), en ocasiones recurro al modo de sobrevivencia cuando me permito sentirme avergonzada. En esos momentos, olvido quién soy –o más bien, de quién soy. Jesús llevó mi vergüenza en la cruz; no necesito llevarla ni un momento más. Aunque quedan cicatrices, Dios da gracia que sana.
*Si estás en esa lucha, quizás quieras escuchar este podcast acerca del testimonio de una joven que fue abusada sexualmente.
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