La obra redentora de Cristo
Débora: ¿Has experimentado la reconciliación con Dios?
Nancy: «Porque agradó al Padre que en Él habitara toda la plenitud, y por medio de Él reconciliar todas las cosas consigo, habiendo hecho la paz por medio de la sangre de su cruz, por medio de Él, repito, ya sean las que están en la tierra o las que están en los cielos. Y aunque vosotros antes estabais alejados y erais de ánimo hostil, ocupados en malas obras; sin embargo, ahora Él os ha reconciliado en su cuerpo de carne, mediante su muerte, a fin de presentaros santos, sin mancha e irreprensibles delante de Él» (Col. 1:19-22).
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy es 3 de abril de 2023.
Hoy comenzamos un recorrido de dos semanas en el que nos estaremos enfocando en la obra redentora de Jesucristo y Sus …
Débora: ¿Has experimentado la reconciliación con Dios?
Nancy: «Porque agradó al Padre que en Él habitara toda la plenitud, y por medio de Él reconciliar todas las cosas consigo, habiendo hecho la paz por medio de la sangre de su cruz, por medio de Él, repito, ya sean las que están en la tierra o las que están en los cielos. Y aunque vosotros antes estabais alejados y erais de ánimo hostil, ocupados en malas obras; sin embargo, ahora Él os ha reconciliado en su cuerpo de carne, mediante su muerte, a fin de presentaros santos, sin mancha e irreprensibles delante de Él» (Col. 1:19-22).
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy es 3 de abril de 2023.
Hoy comenzamos un recorrido de dos semanas en el que nos estaremos enfocando en la obra redentora de Jesucristo y Sus últimas palabras. A lo largo de nuestro recorrido escucharás narraciones de versículos de la Escritura para ayudarte a meditar en la verdad de la Palabra de Dios en estos días de Semana Santa. Acompáñanos en esta serie titulada, Redención incomparable.
Nancy: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros (porque escrito está: maldito todo el que cuelga de un madero)» (Gál. 3:13).
«Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él» (2 Cor. 5:21).
«El cual no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en Su boca; y quien cuando le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia» (1 Ped. 2:22-23).
«En Él tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia» (Ef. 1:7).
«Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de Él. Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por su vida» (Rom. 5:9-10).
Débora: Estos versículos nos recuerdan grandes verdades bíblicas. Quizás puedes asentir con tu mente pero, ¿sientes como si tuvieras que esforzarte cada vez más para ser una buena persona, para librar tus batallas? Una oyente que se ha sentido de esta manera nos escribió: «He atravesado por numerosas batallas tratando de ser lo suficientemente buena, tratando de merecer la gracia de Dios, caminando cuidadosamente y pensando que Dios me tiraría por la borda si hiciera algo malo».
Aquí está Nancy con nosotras para dar inicio a la enseñanza de hoy.
Nancy: ¿Cuántas de ustedes serían lo suficientemente honestas para decir que han experimentado batallas como estas en sus vidas?
La mayoría de las religiones del mundo intentan hacerle frente a los problemas del pecado, la culpa, el alejamiento de Dios, diciéndonos lo que tenemos que hacer para ganar el favor de Dios. El cristianismo por otro lado –y únicamente el cristianismo– se ocupa de estas cosas, diciéndonos lo que Dios ha hecho por nosotros, para proveernos el perdón de nuestros pecados y para hacer posible la reconciliación de los seres humanos con Él.
La respuesta de Dios, y la única respuesta, no es esforzarnos más como respuesta al fracaso, al pecado y la culpa, sino que la respuesta se halla en la obra expiatoria de Cristo en la cruz. Aquí es donde todo culmina. Este es el punto crucial de Su vida.
¿Sabes lo que significa la palabra «crucial»? Significa «cruz». Esto es lo «crucial» en todo. Por eso fue que Él vino a la tierra. Esta es la única forma en que los seres humanos pecadores pueden tener la esperanza de acercarse a un Dios santo.
Es necesario que primeramente se haga una ofrenda por la culpa, una reparación por nuestros pecados contra Él.
En el lenguaje hebreo, la palabra que se traduce como «expiación», es la palabra kaphar, el primer significado de la raíz de esa palabra es «cubrir». Puede que estés más familiarizada con la forma verbal de la palabra kippur–Yom Kippur, cubrir, el día de la expiación. Este grupo de palabras es usado aproximadamente 150 veces en el Antiguo Testamento, y se relaciona con dos cosas: la primera es el perdón de los pecados, y la segunda es la reconciliación con Dios.
La expiación es la historia de cómo Dios ha provisto un camino para que una humanidad distanciada sea perdonada de sus pecados y reconciliada con Él. Algunas de ustedes han escuchado esto un millón de veces y tal vez han perdido la capacidad de asombrarse. Les confieso que a menudo esto me ocurre a mí también. Pero quiero sugerirte que le pidas a Dios que te ayude a escuchar este tema con frescura, como si nunca antes hubieras escuchado esta historia.
Para ti, quizás hablar sobre la expiación es un concepto teológico que nunca has asimilado o que nunca has entendido. Quiero decirte que hoy podría ser el día en que te reconcilies con Dios, al darte cuenta de que Cristo expió tus pecados por medio de Su muerte en la cruz.
Permíteme resumir esa vieja antigua historia de Jesús y de Su amor, que me encanta contar. Aquí está el resumen:
- Dios nos creó para disfrutar una relación íntima con Él.
- Nosotros lo desobedecimos. Escogimos seguir nuestro propio camino de manera independiente y rebelarnos contra Su Palabra, contra Su voluntad y contra Sus caminos.
- «La paga del pecado es muerte», una separación eterna de Dios quien nos creó para tener una relación íntima y eterna con Él. Ahora estamos separados, el acceso a Él se interrumpió. Él es demasiado santo para ver el pecado. Esto lo vemos descrito en el templo del Antiguo Testamento donde cualquiera que entraba al Lugar Santísimo, donde estaba la gloria, la Shekina, donde moraba la presencia de Dios, ¿qué le sucedía a esa persona? ¡Moría fulminado! «La paga del pecado es muerte», sin comunión, sin relación con Dios (Rom. 6:23). Hay una barrera, una pared. Si sientes que no puedes acercarte a Dios, ¡es porque no puedes!, y no puedes porque eres una pecadora; eres una rebelde, igual que yo. Pero ese no es el final de la historia, ¡y gracias a Dios!
- Dios nos ama. Él quiere que nos reconciliemos con Él; que tengamos una relación con Él. Pero Su santidad y Su justicia demandan la paga del pecado. Y Él no puede violar Su carácter santo. Así que, en la eternidad pasada, incluso antes de que el hombre pecara, (¡entiendan esto!), Dios tenía un plan para restaurarnos para Él, mientras que al mismo tiempo Su justa ira contra el pecado fuera satisfecha, ese plan requería el derramamiento de sangre.
Hay cuatro palabras importantes que intervienen en el concepto de la expiación. Les quiero mostrar estas palabras, y espero que las recuerden. No las olviden. Apúntenlas, medítenlas. Aquí están las cuatro palabras: pecado, sacrificio, sustituto y satisfacción. Pecado, sacrificio, sustituto y satisfacción. En caso de que no las retengas son: pecado, sacrificio, sustituto y satisfacción.
Regresando al Antiguo Testamento, al antiguo pacto, Dios instituyó la ofrenda de sacrificios por los pecados. Cuando la gente pecaba, ellos traían un animal –un cordero, un toro o un macho cabrío– traían el animal al sacerdote. Ese animal inocente era sacrificado, no por su propio pecado. Él no había pecado, las personas habían pecado. Cuando pecaban, traían este animal inocente el cual mataban y sacrificaban como sustituto en lugar del pecador que ofrecía el cordero, el pecador que merecía la muerte. El pecador no moría, el cordero moría. Así, la ira y la justicia de Dios eran satisfechas…pecado, sacrificio, sustituto y satisfacción. El pecador era perdonado y reconciliado con Dios y con la comunidad del pacto, por una expiación.
Hay muchos pasajes en el Antiguo Testamento, particularmente en el libro de Levítico, que muestran esta progresión. Permíteme leer uno de los pasajes de Levítico capitulo 4, comenzando desde el versículo 27:
«Y si es alguno del pueblo el que peca inadvertidamente, haciendo cualquiera de las cosas que el Señor ha mandado que no se hagan, y se hace así culpable, y se le hace saber el pecado que ha cometido, traerá como su ofrenda una cabra sin defecto por el pecado que ha cometido. Pondrá su mano sobre la cabeza de la ofrenda por el pecado (el pecador se identifica con el animal) y la degollará en el lugar del holocausto» (el animal es sacrificado en el lugar simbólico donde el pecador merecía morir).
«Entonces el sacerdote tomará con su dedo de la sangre y la pondrá sobre los cuernos del altar del holocausto, y derramará todo el resto de la sangre al pie del altar. Luego quitará toda la grasa, de la manera que se quitó la grasa del sacrificio de las ofrendas de paz, y el sacerdote la quemará sobre el altar como aroma agradable para el Señor. Así hará el sacerdote expiación por él y será perdonado».
En Levítico capítulo 16, vemos que una vez cada año, en el décimo día del séptimo mes, los israelitas celebraban el Yom Kippur. ¿Recuerdas esa palabra kippur–cubrir? Ese era el día de la expiación. En ese día tan especial, el sumo sacerdote llevaba la sangre del animal sacrificado hacia el lugar santísimo y la rociaba para cubrir el Arca del Pacto, el lugar donde moraba la majestuosa y Santa presencia de Dios. Primero tomaba la sangre para cubrir su propio pecado, luego para cubrir y pagar por los pecados del pueblo.
Levítico 16:30 dice:
«Porque en este día (Yom Kippur–el día de cubrir) se hará expiación por vosotros para que seáis limpios; seréis limpios de todos vuestros pecados delante del SEÑOR».
¡Wao!, limpios, reconciliados, restaurados. Pero hay un problema. Todo lo que hemos leído acerca de,Yom Kippur –la sangre, los animales, el altar, el templo, el lugar santísimo– todas estas cosas eran solo tipos, imágenes o símbolos. Eran sombra de una realidad más grande. Representaban una completa expiación que habría de venir.
Permíteme leer del libro de Hebreos el capítulo 10. A propósito, Hebreos (que lo he estado estudiando en mi devocional) tiene mucho más sentido cuando lo lees con ese trasfondo y tomando en cuenta lo que acabamos de leer en Levítico.
Hebreos 10, comenzando con el versículo 1 dice:
«Pues ya que la ley solo tiene la sombra de los bienes futuros y no la forma misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que ellos ofrecen continuamente año tras año, hacer perfectos a los que se acercan» (existe una limitante para esos sacrificios). «De otra manera», versículo 2: «¿no habrían cesado de ofrecerse, ya que los adoradores, una vez purificados, no tendrían ya más conciencia de pecado? Pero en estos sacrificios (estos animales sacrificados, toda esta sangre derramada una y otra y otra vez, año tras año en estos sacrificios), eran un recordatorio del pecado cada año. Porque es imposible que la sangre de toros y machos cabríos quite los pecados» (vv.1-4).
Estos sacrificios del Antiguo Testamento no podían limpiar las conciencias culpables. No podían justificar a la gente delante Dios. Apuntaban a un sacrificio venidero, a un Salvador, a un Mesías que salvaría al pueblo de Dios de sus pecados. Entonces, día tras día, año tras año, al imponer los israelitas las manos sobre esos animales del sacrificio, estaban haciendo dos cosas.
Se estaban identificando ellos mismos y su pecado con ese animal, ese cordero, ese toro, ese macho cabrío, que estaba muriendo en su lugar; y estaban expresando su fe en la completa provisión que Dios haría un día a través del sacrificio del Mesías, el Hijo de Dios.
Así que en el contexto de esos sacrificios que no podían perdonar permanentemente a una persona o limpiar su conciencia del peso y de la culpa del pecado, así llegamos a ese increíble día cuando Juan el Bautista vio a Jesús venir a él en el Jordán, y dijo: «He aquí (¡miren!) el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29).
¿Qué acabamos de leer? Era imposible que la sangre de los toros y machos cabríos quitara los pecados. Solo estaban señalando el tiempo, señalando ese sacrificio perfecto y este era el sacrificio del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesús fue ese cordero sin mancha. Él vivió una vida santa y sin pecado. Entonces un día fue arrestado, enjuiciado como un criminal, un pecador. Fue condenado a la pena de muerte y era necesario que esto aconteciera para que Él tomara el lugar del pecador.
Hebreos capítulo 9 nos dice:
«Él entró de una vez por todas al Lugar Santísimo no por la sangre de machos cabríos ni de becerros; sino por Su propia sangre, habiendo obtenido eterna redención… Él ha aparecido de una vez por todas al final de las edades para quitar el pecado por Su sacrificio» (vv. 12, 26).
El Cordero de Dios sin pecado murió como sustituto, en nuestro lugar e hizo expiación por nuestros pecados. Hay muchas referencias en el Antiguo y Nuevo Testamento que mencionan la muerte de Cristo… Él no fue un mártir, no murió para enseñarnos cómo morir…escuché eso en una iglesia un día. Pensé que me iba a desmayar al oír esta lección sobre cómo Jesús murió para enseñarnos cómo morir a todos cuando nos llegara ese momento. Me fui a mi casa, me senté al piano y comencé a tocar y a cantar todas las estrofas de «Exaltada sea la cruz». Es acerca de Su muerte como sustituto, en nuestro lugar.
Escuchen estos versículos:
Isaías 53:4-6:
«Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores; con todo, nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Mas Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por sus heridas hemos sido sanados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino; (por el pecado) pero el SEÑOR hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros».
Gálatas 2, versículo 20, nos dice: «el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí», dos de las más hermosas palabras de toda la Palabra de Dios.
1 Pedro 2:22 y 24:
«EL CUAL NO COMETIÓ PECADO, NI ENGAÑO ALGUNO SE HALLÓ EN SU BOCA… Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por sus heridas fuisteis sanados».
¡Alabado sea Dios! Él obedeció a la perfección la ley de Dios que nosotros quebrantamos. En la cruz Él recibió el castigo que nosotros merecíamos. El justo sufrió por los injustos, en nuestro lugar, por nosotros…por ti…por mí.
John Stott lo dice de esta forma:
La esencia del pecado es el hombre sustituyéndose a sí mismo por Dios, mientras que la esencia de la salvación es Dios mismo poniéndose en el lugar donde el hombre debió estar. El hombre se pone en el lugar donde Dios tiene que estar; Dios se sacrifica por el hombre y se pone donde el hombre merece estar.
Ahora, hasta aquí hemos hablado sobre el día de la expiación. Por otro lado, la Pascua era otra observancia anual importante en el Antiguo Testamento. Ese era el día, como recordarás, cuando los corderos de la ofrenda eran sacrificados y su sangre era derramada para que Dios pasara por alto los pecados de Su pueblo, cuando viera la sangre del cordero del sacrificio rociada sobre los dinteles de las puertas. Durante la semana de Pascua, Jerusalén se llenaba con el balido de cientos de miles de corderos ofrecidos como sacrificio.
El señor Jesús –el Cordero de Dios– fue crucificado en el día de la preparación de la Pascua, a la misma hora que esos corderos eran sacrificados y sus balidos se escuchaban por todo Jerusalén. La sangre de los animales sacrificados era llevada por el agua a través de un barranco o canal profundo en la tierra.
Alguien me envió una foto de esto. Se le llamaba el canal de la sangre, y la sangre y el agua drenaban desde el templo hacia el valle de Cedrón. Me acuerdo que:
Hay un precioso manantial de sangre de Emanuel, que purifica a cada cual que se sumerge en él.
Recibí la carta de una mujer que decía:
«Cuando llegué a prisión a los 27 años de edad, yo estaba segura de que Dios nunca perdonaría a una asesina como yo. Solo a través de Su gracia escuché la verdad que me daría la libertad para confiar en la sangre de Jesús como el pago por mi vida de pecado».
Eso, amigas mías, es el evangelio. Es la expiación hecha de una vez y para siempre. Él murió por nosotros.
Mi amigo de 1800, F. W. Krummacher, quien escribió un libro maravilloso titulado «El Salvador Sufriente», dice sobre la expiación:
Nuestro infierno se ha extinguido en las heridas de Jesús; nuestra maldición se consumió en el alma de Jesús; nuestra culpa fue pagada por la sangre de Jesús. La espada de la ira de un Dios santo estaba desenvainada contra nosotros…ni un solo individuo habría escapado de esa espada, si el Hijo de Dios no hubiera sufrido el golpe y tomado sobre Sí el pago de nuestras deudas.
Ni más ni menos de lo que le aconteció a Él, estaba destinado a ser soportado por nosotros a causa de nuestros pecados. ¡Qué don tan inefable poseemos en el Cordero sangrante! ¿Sería demasiado honor para Él si nuestras vidas fueran un continuo acto de adoración a Su nombre?»
Y ves ese espíritu de adoración y gratitud en tantos de nuestros antiguos himnos. Permíteme leer algunas de esas estrofas que creo que te sonarán familiares:
Cuando he caído en tentación y de sentir condenación, mirando al cielo encontraré al inocente que murió. Y por su muerte el Salvador ya mi pecado perdonó, pues Dios el justo aceptó Su sacrificio hecho por mí.
Y otro himno dice:
Oh cuánto me gozo en Su salvación
Fue pleno Su amor y Su perdón
Clavó mi pecar en la cruz lo olvidó
¡Gloria a Dios! ¡Gloria al Hijo de Dios!
Creo que hoy hay algunas de ustedes que me escuchan, probablemente por primera vez, a las que se les han abierto los ojos hacia lo que la obra de expiación de Cristo es. Aprendiste que Él sufrió en tu lugar. Hoy, al arrepentirte de tus pecados, y poner tu fe en Cristo y en Su obra de expiación por ti, puedes ser limpiada. Puedes ser perdonada por completo de todo pecado que hayas cometido en contra del santo Dios. Más que eso, puedes ser reconciliada con el Dios santo por toda la eternidad. Di: «Señor, yo lo creo y lo recibo» y para mis amigas cristianas, mi oración es que hayan obtenido una renovación de la capacidad de maravillarse de la que hablábamos.
Oh maravilla de Su amor, por mí murió el Salvador.
¡Aleluya! ¡Aleluya! Oh que gran Salvador, amén.
Débora: ¡Amén!
Esta es Nancy DeMoss Wolgemuth ayudándonos a contemplar la belleza del evangelio. Oremos para que Dios traiga más personas cada día que abracen el mensaje del evangelio y puedan cantar junto a nosotras, «Mi culpa Él llevó y alegre siempre cantaré».
Los historiadores nos dicen que la crucifixión romana era tan dolorosa que aquellos que eran ejecutados maldecían y gritaban, pero las palabras que salieron de la boca de Jesús fueron sorprendentes. Veremos esto más de cerca mañana, aquí en Aviva Nuestros Corazones.
Conociendo al Redentor juntas, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Hay una fuente, Doulos, Himnos, Vol. 2, ℗ 2021 1880747 Records DK.
*Ofertas disponibles solo durante la emisión de la temporada de podcast.
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