Día 80| Deuteronomio 30-31
Nuestro Dios es soberano, tiene conocimiento y control de todas las cosas. Su providencia debe ser siempre una fuente de consuelo y esperanza para nosotras, pues nada le toma por sorpresa.
En estos dos últimos capítulos, Dios le advierte a Su pueblo de otro tipo de esclavitud, no la que ya habían vivido en Egipto, sino que ellos, por Su desobediencia, serían dispersados por la tierra. Pero Dios les promete que de esa cautividad los traería nuevamente, cuando ellos humillaran su corazón volviéndose al Señor.
Dios quiere el amor de Su pueblo, Dios busca una relación íntima con los que ama, y esto es el resultado de escuchar Su voz y guardar Sus palabras en nuestros corazones (6-8).
Debemos detenernos aquí y preguntarnos si esto es una realidad en nuestras vidas. Dios ha venido hablándonos de la obediencia, de la idolatría y del amor por Él por sobre todas las …
Nuestro Dios es soberano, tiene conocimiento y control de todas las cosas. Su providencia debe ser siempre una fuente de consuelo y esperanza para nosotras, pues nada le toma por sorpresa.
En estos dos últimos capítulos, Dios le advierte a Su pueblo de otro tipo de esclavitud, no la que ya habían vivido en Egipto, sino que ellos, por Su desobediencia, serían dispersados por la tierra. Pero Dios les promete que de esa cautividad los traería nuevamente, cuando ellos humillaran su corazón volviéndose al Señor.
Dios quiere el amor de Su pueblo, Dios busca una relación íntima con los que ama, y esto es el resultado de escuchar Su voz y guardar Sus palabras en nuestros corazones (6-8).
Debemos detenernos aquí y preguntarnos si esto es una realidad en nuestras vidas. Dios ha venido hablándonos de la obediencia, de la idolatría y del amor por Él por sobre todas las cosas. Esto es lo que da sentido a nuestras vidas porque fuimos creadas para este fin. Lo que nos recuerda aquí es que la desobediencia a Su voz lleva siempre al cautiverio, mientras que la obediencia trae su bendición. Y no se trata, como escuchamos muchas veces, «de sembrar para cosechar»; Dios nos está hablando de frutos, de vivir en Su comunión, de caminar por las sendas que ya preparó de antemano para que andemos en ellas. Son frutos de una vida que habla a los demás de que somos Sus hijas y esto nos hace diferentes, de la misma manera que Israel era distinto a los demás pueblos de la tierra.
¿Crees que esto es muy difícil para ti? ¿Crees que es imposible vivir de esa manera? Mira lo que dice el Señor, tu Creador y Redentor en los versículos 11-14:
«Este mandamiento que yo te ordeno hoy no es muy difícil para ti, ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas: “¿Quién subirá por nosotros al cielo para traérnoslo y hacérnoslo oír a fin de que lo guardemos?”. Ni está más allá del mar, para que digas: “¿Quién cruzará el mar por nosotros para traérnoslo y para hacérnoslo oír, a fin de que lo guardemos?”. Pues la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la guardes».
Su Palabra es nuestra lámpara, la guía a nuestro camino (Sal 119:105), y aunque la hierba se seca y se marchita la flor, la Palabra de nuestro Dios permanece para siempre (Is. 40:8). Necesitamos vivir por ella, que nuestra mente y pensamientos sean renovados y transformados por ella. Nuestro Dios se complace en hacerlo cuando lo pedimos.
Finalmente, en el capítulo 31, Moisés inicia sus palabras de despedida final a Israel. Ha caminado con ellos, ha llorado con ellos, ha orado, clamado por ellos y los ha guiado a pesar de su corazón duro para Dios. Pero él sabe que no cruzará con ellos. El hombre «más manso de la tierra» (Num. 12:3) pecó por airarse, provocado por ellos. La ira estaba latente en su carácter, lo mostró al golpear la roca por agua y consumido por el celo de Dios al romper las tablas ante el pecado de Israel.
Amada, no se trata de no tener pecados, ¡todos somos pecadores! Se trata de que estos estén sometidos al señorío de Cristo en nuestras vidas. Podemos tener problemas con la ira como Moisés o con la envidia como Acán o con la mentira como Jacob, pero Dios quiere que traigamos todos nuestros pecados a Su cruz, que los confiese y viva bajo el poder de la resurrección. Si hemos puesto nuestra fe en Jesús, Él nos define, tenemos la mente de Cristo como dice la Palabra, y debemos buscar vivir en Su gracia. De este lado del cielo la lucha con el pecado será incesante y no podemos desmayar.
Que las Palabras de Su ley sean atesoradas en nuestro corazón como fueron guardadas en el arca; ellas son un testigo de lo que Dios nos ha enseñado. Que como Moisés podamos elevar un cántico de gratitud a Dios porque nos lleva de Su mano en el camino, y que nuestros hijos puedan ser ese relevo de fe como lo fue Josué para el pueblo al partir Moisés.
Para meditar:
- ¿Tienes conciencia de cuáles son los pecados con los que luchas? ¿Tiendes a justificarte cuando te los señalan o Dios mismo te los muestra? Pide al Señor que te muestre aquellos que te son ocultos; era la oración de David y debe ser nuestra oración de igual manera.
- El pecado no es cosa ligera para Dios. A pesar de Moisés conocerlo íntimamente, de ser su amigo, no pudo entrar en la tierra. Ofendió la santidad de Dios. Esto es una gran advertencia para nosotras como lo fue para Israel.
- ¿Soy pronta para confesar delante de Dios y pedir gracia y misericordia? Demos gracias por Jesucristo que ha muerto por toda nuestra maldad y nos conoce mejor que nosotras mismas y, aun así, nos ha amado de tal manera que fue a la cruz por nosotras.
«Este mandamiento que yo te ordeno hoy no es muy difícil para ti, ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas: “¿Quién subirá por nosotros al cielo para traérnoslo y hacérnoslo oír a fin de que lo guardemos?”. Ni está más allá del mar, para que digas: “¿Quién cruzará el mar por nosotros para traérnoslo y para hacérnoslo oír, a fin de que lo guardemos?”. Pues la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la guardes». -Deuteronomio 30:11-14
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