Día 73 | Deuteronomio 8-10
Dios probó a Israel y esto no fue porque Él no conociera sus corazones, sino porque eran ellos quienes no conocían sus propios corazones, como tantas veces pasa con nosotras. Por eso, veamos estos capítulos sabiendo que la historia de Israel es la nuestra. El corazón del hombre es el mismo, solo cambian las circunstancias, pero nuestro Dios permanece siendo el mismo ayer, hoy y siempre (Heb. 13:8).
En estos capítulos Moisés continúa con su discurso advirtiendo a Israel del orgullo. Este pecado está ligado al corazón humano desde el huerto. Recuerda que fue con el orgullo que la serpiente tentó a nuestros padres para que, por encima de la bondad de Dios, ellos quisieran ser como Él, y este es un pecado con el que debemos luchar siempre. Por eso les recuerda que como nación necesitaban conocer a Dios de forma personal.
En Deuteronomio 8:2 …
Dios probó a Israel y esto no fue porque Él no conociera sus corazones, sino porque eran ellos quienes no conocían sus propios corazones, como tantas veces pasa con nosotras. Por eso, veamos estos capítulos sabiendo que la historia de Israel es la nuestra. El corazón del hombre es el mismo, solo cambian las circunstancias, pero nuestro Dios permanece siendo el mismo ayer, hoy y siempre (Heb. 13:8).
En estos capítulos Moisés continúa con su discurso advirtiendo a Israel del orgullo. Este pecado está ligado al corazón humano desde el huerto. Recuerda que fue con el orgullo que la serpiente tentó a nuestros padres para que, por encima de la bondad de Dios, ellos quisieran ser como Él, y este es un pecado con el que debemos luchar siempre. Por eso les recuerda que como nación necesitaban conocer a Dios de forma personal.
En Deuteronomio 8:2 vemos cómo Dios fue fiel a pesar de la infidelidad de sus padres y suplió todo lo que necesitaron en medio del desierto abrasador. Detente y considera a dos millones de personas atravesando miles de kilómetros por cuarenta años , sin supermercados, sin tener agua potable, sin baños o servicios, sin nada de lo que es básico e imprescindible para la vida de un pueblo.
Ahora piensa como Dios se encargó de que estuvieran calzados, vestidos y que nada les faltara, comenzado desde el alimento en el desierto, hasta el tierno cuidado de que el sol no los quemara. Detengámonos un momento para meditar en esta realidad y aplicarla a nuestras vidas. Al atravesar por pruebas, podemos mirar atrás y decir que Dios no desampara a Sus hijos.
De manera personal puedo recordar tiempos en los que este pasaje era mi sostén. Podría describir perfectamente cómo Dios nos hizo cruzar a mi familia y a mí un desierto económico y espiritual por años para llevarnos al final a un oasis y hacernos bien, aprendiendo en el camino sobre Su amor y Su poder. Nos dimos cuenta de que, en medio de todo esto, Dios buscaba revelar y traer a la luz el orgullo de nuestros corazones, para dejar de pensar que era por nuestra mano que podíamos suplir lo necesario para nosotros. Por eso, Sus poderosos hechos siempre serán recordados por nuestra familia. Es lo que Dios buscaba en Israel y lo que busca en nosotros al pasar por esas arenas de las pruebas.
Recordemos también, que así como los padres del pueblo de Israel, la primera generación, fueron disciplinados, el Señor trata con nosotras corrigiéndonos e instruyéndonos en amor como nuestro Padre (Heb, 12:6). Cristo ya pagó por todo mi pecado si estoy en Él, por eso soy instruida y no castigada por Dios. No para muerte, sino para vida, por amor.
Continuamos con la lectura y nos damos cuenta que Moisés le advierte a los israelitas de otro tipo de orgullo, el creer que eran especiales como pueblo, el orgullo nacional. Les dice que no hay algo especial o diferente; Dios los escogió entre los demás pueblos por Su amor. A nosotros nos enseña lo mismo, pues nada de lo que hagamos puede llevarnos a tener el favor o perdón de Dios. Efesios 2:8 nos dice: «Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios».
Dios escoge lo que no tiene valor, pero al hacerlo le da el valor más grande que puede haber, ser llamados hijos de Dios, vestidos con la justicia de Jesús. Y solo en eso podemos gloriarnos, amada hermana.
Recuerda que tanto el temor como el orgullo nos apartan de Dios y ambas son batallas ocultas. Generalmente no mostramos temor, y a la vez nos preocupamos por nuestra reputación, lo que otros piensen de nosotras. Pero estas no son las expectativas que Dios ha puesto sobre nosotras. Nuestra identidad está en Cristo si hemos nacido de nuevo en Él. Y si nos hemos de gloriar en algo, debe ser solo en pertenecerle y conocerlo, como dice Jeremías 9:23-24.
Por tanto, cada vez más este es un libro muy práctico y actual para nosotras. Un llamado a nuestra alma, un llamado por igual a tener una relación de amor y pertenencia en Dios, de tal manera que solo Él llene y satisfaga todos nuestros anhelos. Un llamado a vivir una vida de obediencia y confianza en que Dios va delante y nos guía como a Israel, siendo columna de fuego y nube contra el calor cada día. Un llamado a no apartarnos y dejarnos deslumbrar por lo que los ídolos de esta cultura nos ofrecen y que nunca saciarán la necesidad de nuestra alma de pertenencia y adoración.
Para meditar:
- ¿Por qué no analizas tu corazón y vienes a Dios en rendición con un espíritu de alabanza y adoración por Sus misericordias para contigo?
- Lee y ora Salmos 105:42-45.
Se acordó Dios de su santa promesa,
la que hizo a su siervo Abraham.
Sacó a su pueblo, a sus escogidos,
en medio de gran alegría y de gritos jubilosos.
Les entregó las tierras que poseían las naciones;
heredaron el fruto del trabajo de otros pueblos
para que ellos observaran sus preceptos
y pusieran en práctica sus leyes.
¡Aleluya!
«Él te humilló, y te dejó tener hambre, y te alimentó con el maná que tú no conocías, ni tus padres habían conocido, para hacerte entender que el hombre no solo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor». -Deuteronomio 8:3
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