Día 70 | Deuteronomio 1-2
Iniciamos la lectura de Deuteronomio, el quinto libro del Pentateuco o la enseñanza dada por Dios a través de Moisés antes de entrar en la Tierra Prometida.
Después de 40 años de permanecer dando vueltas en el desierto, Dios les da la instrucción de pasar a tomar la tan anhelada tierra que le había prometido a Abraham y a sus descendientes. Deuteronomio 1:8 nos menciona que Dios les indica que terminó el tiempo de espera y nos habla del porqué Moisés debió enseñar al pueblo la ley de Dios:
«Miren, he puesto la tierra delante de ustedes. Entren y tomen posesión de la tierra que el Señor juró dar a sus padres Abraham, Isaac y Jacob, a ellos y a su descendencia después de ellos» (énfasis añadido).
Este libro es un recordatorio de la importancia suprema que tiene la obediencia a Dios en nuestra vida. Meditemos en que la …
Iniciamos la lectura de Deuteronomio, el quinto libro del Pentateuco o la enseñanza dada por Dios a través de Moisés antes de entrar en la Tierra Prometida.
Después de 40 años de permanecer dando vueltas en el desierto, Dios les da la instrucción de pasar a tomar la tan anhelada tierra que le había prometido a Abraham y a sus descendientes. Deuteronomio 1:8 nos menciona que Dios les indica que terminó el tiempo de espera y nos habla del porqué Moisés debió enseñar al pueblo la ley de Dios:
«Miren, he puesto la tierra delante de ustedes. Entren y tomen posesión de la tierra que el Señor juró dar a sus padres Abraham, Isaac y Jacob, a ellos y a su descendencia después de ellos» (énfasis añadido).
Este libro es un recordatorio de la importancia suprema que tiene la obediencia a Dios en nuestra vida. Meditemos en que la primera vez que Dios habló al pueblo a través de Moisés fue al llamarlos a salir desde Egipto para entrar al desierto y encontrarse con Él como ya vimos antes. Los llamó a dejar lo conocido, lo seguro, para entrar en una tierra inhóspita, pero a Su lado, con Su cuidado paternal, sacándolos de Egipto con señales y prodigios portentosos.
El Dios que cumplía Su pacto con Abraham haciendo de este pueblo Su nación, que mostraba Su amor escuchando sus gemidos ante el dolor que padecían (Dt. 4:7), el Dios que era su proveedor y que suplía cada necesidad (Ex. 16:15), que protegía del calor abrasador y los guiaba (Ex. 13:21).
Ese Dios que hizo todo esto con ellos es el mismo Dios que es nuestro Padre. Él nos cuida, provee, escucha y guarda de igual manera cada día. No se trata de que lo sintamos, sino de creer que Él lo hace y se ha comprometido por amor a Su nombre a cuidar así a Sus hijos. Meditemos que muchas veces podemos sentirnos tentadas a no «ver a Dios» en medio de nuestras circunstancias, de las pruebas en nuestra vida, y desconfiar y desobedecer como lo hizo Israel. Al final esto solo se debe a la incredulidad.
Dios nos recuerda «que todo lo que fue escrito en tiempos pasados, para nuestra enseñanza se escribió, a fin de que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza» (Ro. 15:4). Por eso debemos hacer caso al espíritu de la ley presente aún en aquellas ordenanzas ceremoniales que hoy no están vigentes, porque Cristo ya ha sido revelado a nosotros y sabemos que muchas de ellas apuntaban a Su venida y muerte sustitutoria.
Dios nos anhela, Él nos ha creado para Sí, y Su Palabra lo muestra: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (Ef. 2:10). Y nos predestinó o escogió para ser Sus hijos mediante Jesús (Ef 1:5). Esto significa que nuestro amor está vinculado de forma inevitable a nuestra obediencia, porque dice Juan 14:21: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él».
Dios sacó a Israel de Egipto, pero Egipto no salió del corazón de Israel. La desobediencia, la idolatría y el tentar a Dios fue la marca del pueblo. Esta es la segunda vez que Moisés enseña la ley de Dios a Israel, a esta nueva generación, los hijos de los que murieron en el desierto como consecuencia de provocar constantemente a Dios. Ellos no instruyeron a sus pequeños en el camino del Señor que veían obrar en medio de ellos en cada paso.
Para meditar:
- ¿Qué tan cercano sé que Dios está para mí?
- ¿Ocupa algo más el lugar que solo Dios debe ocupar en mis pensamientos, afectos, planes? ¿Qué me puede estar alejando de Él en mi día a día?
- ¿Están mis caminos sujetos a su instrucción, a obedecer Su voz o busco hacer mi voluntad cada día?
- ¿Estoy cosechando tal vez en mi vida las consecuencias de hacer mi voluntad y no la de Dios?
Acompáñame en la siguiente oración:
Padre bueno, me acerco a ti una vez más pidiendo que los ojos de mi entendimiento y mi corazón sean abiertos por Ti, siempre para poder ver que mi corazón no es diferente del de tu pueblo en el desierto. Mi corazón tiende a buscar lo que entiende que es su bien y desviarse y desobedecer. Gracias te doy por Cristo, porque en Él me has escogido para ser tu hija, y me ves vestida de su santidad y su justicia. Y en su justicia y por tu gracia puedo andar en tus sendas. Te pido ayuda para obedecer Tu ley, anhelarte en todos mis caminos, saber que Tú no me pides que te entienda sino que te obedezca, y en esa obediencia estará siempre mi gozo. Anhelo poder honrarte y deleitarme en Tu presencia cada día, porque para eso he sido creada, para Ti.
«Miren, he puesto la tierra delante de ustedes. Entren y tomen posesión de la tierra que el Señor juró dar a sus padres Abraham, Isaac y Jacob, a ellos y a su descendencia después de ellos». -Deuteronomio 1:8
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