Día 51 | Levítico 22 - 23
Una y otra vez Dios le recordaba a Su pueblo que Él era santo y que, por tanto, ellos debían acercarse luego de llevar a cabo rituales de purificación. Cada uno de estos ritos y mandamientos constituía una lección práctica para este pueblo que estaba aprendiendo a conocer a Dios. El oficio del sacerdote era crucial; acercarse a un Dios santo no era cosa pequeña ni debía hacerse de manera irreverente y descuidada. Los sacrificios y ofrendas debían ser santos delante de Dios, por tanto, los sacerdotes debían ser santos.
Todo esto apuntaba a Cristo. Él es el sacerdote perfecto que puede mediar entre nosotros y el Padre. Él es también la ofrenda perfecta que se sacrificó de una vez y para siempre.
En el capítulo 23 vemos que Dios instituyó fiestas y convocaciones para el pueblo. Estas tenían la intención de adorar a Dios como comunidad, de renovar la devoción del pueblo y regocijarse en Su bondad y fidelidad. Cada una de estas celebraciones servía para conmemorar la obra del Señor en sus vidas: su liberación de Egipto, su tránsito por el desierto, la institución del día de reposo, entre otras cosas.
Como seres humanos caídos fácilmente olvidamos el obrar de Dios, y esas fechas importantes constituían recordatorios palpables para el pueblo, remembranzas del obrar y la fidelidad de Dios que tenían el propósito de inspirar temor, gratitud y alabanza.
Para meditar:
Lee Hebreos 7:26-28. ¿Cómo cumplió Cristo la asignación de estos sacerdotes?
¿Acostumbras meditar en el obrar de Dios en tu vida? Haz un recuento de tu historia con Dios y alábalo por Su gracia y fidelidad.
«No profanarán Mi santo nombre, sino que seré santificado entre los israelitas. Yo soy el Señor que los santifico, que los saqué de la tierra de Egipto para ser su Dios. Yo soy el Señor». -Levítico 22:32-33
Únete a la conversación