Día 357 | Hebreos 11-13
Seguramente has escuchado, o quizá en tu ciudad puede haber, un lugar que se le denomine: «el salón de la fama»; este lugar regularmente es un recinto o un pasillo en el que hay fotografías y a veces trofeos de personas que han sido reconocidas en el mundo por su desempeño en alguna disciplina o área en su vida. Bueno, el capítulo 11 de Hebreos se ha titulado por muchos como «el salón de la fama de los santos» o «los héroes de la fe». Pareciera ser que estamos hablando de unos superhéroes como el mundo considera a aquellos que sobresalen de entre los demás, pero la realidad es que este capítulo podría ser mejor titulado como «el testimonio de los que viven por fe».
Después de todo lo que hemos escuchado en los primeros diez capítulos de Hebreos, no habría necesidad de exaltar a nadie, el único que puede …
Seguramente has escuchado, o quizá en tu ciudad puede haber, un lugar que se le denomine: «el salón de la fama»; este lugar regularmente es un recinto o un pasillo en el que hay fotografías y a veces trofeos de personas que han sido reconocidas en el mundo por su desempeño en alguna disciplina o área en su vida. Bueno, el capítulo 11 de Hebreos se ha titulado por muchos como «el salón de la fama de los santos» o «los héroes de la fe». Pareciera ser que estamos hablando de unos superhéroes como el mundo considera a aquellos que sobresalen de entre los demás, pero la realidad es que este capítulo podría ser mejor titulado como «el testimonio de los que viven por fe».
Después de todo lo que hemos escuchado en los primeros diez capítulos de Hebreos, no habría necesidad de exaltar a nadie, el único que puede y debe ser exaltado es Cristo, ese Sumo Sacerdote en quien el autor abundó en detalles para describir Su obra a favor de todo aquel que cree. El propósito de mencionarlos es porque estos hombres solo fueron personas que eran pecadoras, pero en un punto entendieron que tenían que vivir por fe. Por eso, el autor explica en primer lugar qué es la fe: «la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» a la luz de lo que estos cristianos perseguidos habían pasado (ver Hebreos 10:32-39). Es esa seguridad que uno tiene en el presente sobre una realidad futura que es inconmovible.
Los de fe genuina, no retroceden para perdición, sino que perseveran en fe. Así, entonces, el escritor comienza su lista de personajes del Antiguo Testamento que por la fe, recibieron la aprobación de Dios; no solo porque tenían un conocimiento intelectual de Dios y creían en Él, quien de una y otra forma se les había revelado, sino porque hubo evidencias de obediencia en su vida, que solo podía provenir de una fe genuina. Esa fe en un Dios invisible para ellos, pero tan palpable en sus vidas.
Una fe que te lleva a:
- Dar lo mejor en sacrificio a Dios.
- Agradar a Dios.
- Vivir con temor reverente y hacer frente al mundo que se burla de tu fe en Dios.
- Salir de tu lugar cómodo en obediencia a Dios al llevarte a lugares donde Él cumplirá. Sus propósitos eternos en ti.
- Confiar en la fidelidad de las promesas de Dios.
- Ofrecer las cosas que más amas porque sabes que la bendición se encuentra del otro lado del sacrificio.
- Bendecir a otros según las promesas de Dios.
- Confiar en que Dios te guía más allá de la muerte.
- No temer a los edictos de gobiernos terrenales.
- No identificarte con este mundo y no anhelar sus tesoros terrenales, ni los placeres temporales del pecado.
- Mantenerte firme, como viendo al invisible.
- Celebrar el sacrificio perfecto de Cristo en la comunión con los hermanos.
- No perecer en desobediencia.
- Buscar la justicia y misericordia.
- Confiar en la fuerza de Dios en medio de la debilidad.
- Permanecer en medio de la persecución.
- Confiar en la provisión de Dios.
Como dice el pastor MacArthur: «La fe de los santos del AT miraba con anticipación la salvación prometida, mientras que la fe de aquellos que vinieron después de Cristo hace una mirada retrospectiva al cumplimiento perfecto de esa promesa. Ambos grupos se caracterizan por una fe genuina y son salvos por la obra expiatoria de Cristo en la cruz».
«Por tanto», así comienza el capítulo 12, y porque tenemos a todos estos testigos como ejemplo de la realidad de que se puede correr bien cuando nos aferramos a la fe, nosotras debemos poner nuestros ojos en Cristo, el autor de nuestra fe. Es por Cristo que podemos dejar atrás toda incredulidad y resistir en nuestra carrera de la fe, viviendo en obediencia. Así como Cristo soportó el dolor y la vergüenza más grande por el gozo que vendría de cumplir la voluntad de Dios y de llevar a muchos hijos a la gloria, nosotros tampoco debemos desmayar, pues jamás, por más pruebas, tentaciones, persecución o sufrimiento, podremos experimentar lo que Cristo estuvo dispuesto a experimentar por nosotros para darnos salvación.
Por eso el autor explica que cualquier cosa que vivamos es parte de la soberanía de Dios para instruirnos y disciplinarnos, porque nos ama como a hijos. Confiando en este amor de Dios, es que podemos buscar la fidelidad a Dios, buscando dar un testimonio de santidad y ayudar a otros a entender la plenitud del evangelio y no desmayar cayendo en las influencias falsas alejadas de la fe.
El escritor les aclara a los hebreos que ahora no era necesario agradar a Dios con base a la ley que se había dado en el Monte Sinaí a través de Moisés, sino que ahora, por Cristo, el mediador del nuevo pacto, podían abrazar la promesa de acercarse a la Jerusalén celestial. Antes, por la ley, había castigos significativos para quienes la incumplían; pero ahora, rechazar la obra de Cristo, implica el peor de los castigos, lejos de Dios, quien es fuego consumidor.
Después de todas estas cosas, y al sabernos salvados, solo podemos demostrar gratitud y el haber entendido el gran sacrificio de Cristo, nos llevará a servir a Dios con temor y reverencia.
Es, entonces, que el escritor de esta carta concluye en el capítulo 13 recordando los deberes de un creyente, estos aspectos que son esenciales para la vida cristiana y que dan una evidencia al mundo del evangelio, y es un aliento y ánimo para que otros crean, que otros se esfuercen, y todo esto traiga gloria a Dios.
¿A qué anima el autor a los hebreos? A buscar el amor fraternal entre ellos y mostrar hospitalidad, esa extensión del amor de Cristo a los extraños. Por otra parte, les exhorta a honrar el matrimonio y vivir en gratitud, alejándose de toda avaricia. Después de toda una extensa explicación del nuevo pacto a través de Cristo, les anima a no dejarse llevar por doctrinas falsas y que sus vidas den evidencia de un sacrificio, no como el del sistema levítico, pero de continua alabanza a Dios y de confesar el nombre de Cristo. Además, en medio de la iglesia, les recuerda hacer el bien y ayudarse mutuamente, así como obedecer a sus pastores y autoridades puestas por Dios.
¡Qué carta tan hermosa y esperanzadora! ¿Qué podemos decir? ¡Gracias Cristo!
El anhelo de mi corazón es que no nos aferremos a este mundo pensando que será una ciudad permanente, sino que busquemos la por venir, que es segura y eterna.
Para meditar:
- ¿Cuál es tu testimonio de fe? ¿Cómo atestigua a otros que confías en Cristo?
- ¿Cómo soportas por fe las pruebas y el sufrimiento?
- La gloria de Cristo que se manifiesta a través de esta epístola no elimina las cosas rutinarias de la vida. Más bien embellece y magnifica las cosas tales como el matrimonio, el respeto hacia los ancianos y la hospitalidad. ¿Por qué? Porque la gloria de Cristo se manifiesta en todo lo que hacemos cuando vivimos para Él. Dios nos ha consagrado para servirle y nos ha salvado para representarlo en este mundo.
- ¿Cómo las enseñanzas de esta epístola te ayudarán a vivir por fe? Escríbelo y luego, ora con acción de gracias.
«Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve». -Hebreos 11:1
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