Día 349 | Colosenses y Filemón
La carta a los Colosenses fue escrita por el apóstol Pablo durante su encarcelamiento, probablemente en Roma, entre los años 60-62 d.C. Esta epístola responde a una creciente herejía que amenazaba a la iglesia en la pequeña ciudad de Colosas, donde falsos maestros minimizaron la supremacía de Cristo y confundieron a los creyentes sobre su identidad en Él. Carson y Moo destacan que esta falsa enseñanza parece haber sido una mezcla de prácticas religiosas judías, místicas y filosofías paganas, que promovieron una espiritualidad que buscaba disminuir la centralidad y suficiencia de Cristo para la salvación y la vida cristiana.
En respuesta, Pablo ofrece en esta breve carta una visión exaltada y gloriosa de la autoridad de Cristo. Presenta a Jesús como la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación, y aquel en quien «habita toda la plenitud de Dios» (Colosenses 1:15, 19). Con estas afirmaciones, Pablo reafirma …
La carta a los Colosenses fue escrita por el apóstol Pablo durante su encarcelamiento, probablemente en Roma, entre los años 60-62 d.C. Esta epístola responde a una creciente herejía que amenazaba a la iglesia en la pequeña ciudad de Colosas, donde falsos maestros minimizaron la supremacía de Cristo y confundieron a los creyentes sobre su identidad en Él. Carson y Moo destacan que esta falsa enseñanza parece haber sido una mezcla de prácticas religiosas judías, místicas y filosofías paganas, que promovieron una espiritualidad que buscaba disminuir la centralidad y suficiencia de Cristo para la salvación y la vida cristiana.
En respuesta, Pablo ofrece en esta breve carta una visión exaltada y gloriosa de la autoridad de Cristo. Presenta a Jesús como la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación, y aquel en quien «habita toda la plenitud de Dios» (Colosenses 1:15, 19). Con estas afirmaciones, Pablo reafirma la preeminencia de Cristo en todas las cosas, no solo como creador y sustentador del universo, sino también como la única fuente de salvación. La carta subraya que Cristo es suficiente para todas las necesidades espirituales del creyente y que en Él los cristianos son completos.
Pablo también exhorta a los colosenses a crecer en la madurez de la fe y a vivir a la luz de su unión con Cristo, una unión que describe con la frase «Cristo en ustedes, la esperanza de la gloria» (1:27b). Esta esperanza de gloria es el fundamento de su identidad como creyentes y los capacita para resistir enseñanzas engañosas y vivir vidas transformadas. Pablo presenta un contraste entre la antigua manera de vivir y la nueva vida que los colosenses han recibido en Cristo, exhortándolos a despojarse de los viejos hábitos y vestirse con las virtudes de la nueva creación.
La carta también contiene aplicaciones prácticas que abordan el centro de la sociedad: el hogar. Pablo describe cómo la fe en Cristo transforma las relaciones familiares y sociales, desde las dinámicas entre esposos y esposas hasta las responsabilidades entre padres e hijos y entre amos y siervos. Esta conexión entre la vida pública y privada subraya que la vida en Cristo afecta cada aspecto del ser, reflejando la nueva creación en las relaciones cotidianas.
Esta carta es relevante no solo para los colosenses, sino también para nosotros hoy. Los ataques que sufría la audiencia original de esta carta no son muy diferentes de los desafíos que enfrentamos en nuestra generación. Como señala Carson, las filosofías y enseñanzas sutiles que buscan desplazar a Cristo y presentar «nuevas» formas de espiritualidad son constantes en cada era. Hoy más que nunca, los creyentes necesitamos afirmarnos en la suficiencia de Cristo, sumergirnos en Su Palabra y fortalecer nuestra fe para resistir las influencias ideológicas de nuestro tiempo.
Esta carta es un recordatorio poderoso de que en Cristo estamos completas y de que nuestra verdadera identidad y esperanza descansan solo en Él.
La carta a los Colosenses y la carta a Filemón están estrechamente relacionadas cronológicamente, ya que ambas fueron escritas por el apóstol Pablo durante su encarcelamiento, probablemente en Roma. De hecho, se cree que estas cartas fueron enviadas al mismo tiempo, puesto que Tíquico, el portador de la carta a los Colosenses (Colosenses 4:7-9), también iba acompañado de Onésimo, el esclavo fugitivo que es el tema central de la carta a Filemón (Filemón 1:10-12).
La conexión entre ambas cartas no es solo cronológica, sino también personal y pastoral. Onésimo, quien era esclavo de Filemón, había escapado y posteriormente conocido a Pablo, quien le predicó el Evangelio, y Onésimo llegó a la fe en Cristo. Pablo escribe a Filemón, quien era miembro de la iglesia en Colosas, para pedirle que reciba a Onésimo no solo como esclavo, sino como un «hermano amado» en Cristo (Filemón 1:16).
Filemón
La carta a Filemón es una breve, pero profundamente personal epístola, escrita por el apóstol Pablo desde la prisión en Roma, como ya mencionamos. Filemón, quien vivía en Colosas, era un amigo cercano y hermano en la fe, alguien que había llegado al evangelio a través del ministerio de Pablo.
Onésimo, esclavo de Filemón, huyó de su amo y, en un acto de aparente rebeldía, terminó encontrándose con una gracia inesperada. Su huida lo llevó hasta Roma, donde, en un encuentro providencial, escuchó la predicación de Pablo y fue alcanzado por el evangelio. Según Matthew Henry, esta conversión de Onésimo es un hermoso ejemplo de la obra de Dios en transformar incluso a aquellos considerados inútiles o sin valor por el mundo. Ahora, Onésimo no solo era un esclavo, sino un «hermano amado» en la fe, comprado con la sangre de Cristo.
Pablo, conmovido por la conversión de Onésimo, comenzó a discipularlo, invirtiendo tiempo y cuidado en su crecimiento espiritual. Entre ellos surgió una profunda relación de amor fraternal, y Pablo llegó a considerarlo como «su propio corazón» (Filemón 1:12). Sin embargo, durante su discipulado, Pablo descubrió que Onésimo era el esclavo fugitivo de su querido amigo Filemón, lo que planteó un delicado dilema.
En la cultura romana, el castigo para un esclavo fugitivo podía ser severo, pero Pablo, movido por su amor por ambos hermanos en la fe, decide intervenir. Así, escribe a Filemón con la esperanza de reconciliarlos y de que Filemón reciba a Onésimo no solo como esclavo, sino ahora como hermano en Cristo.
Matthew Henry comenta que, aunque Onésimo había sido inútil para Filemón, en Cristo se había convertido en un hombre valioso, tanto para su amo como para el cuerpo de Cristo. En lugar de animarlo a seguir huyendo, Pablo lo envió de regreso a Colosas, ya no como un esclavo cualquiera, sino como un hermano en la fe, confiando en que Filemón lo recibiría con amor y perdón.
Para Pablo, la reconciliación entre Filemón y Onésimo sería una muestra viviente del poder del evangelio para sanar y restaurar relaciones rotas. En su carta, Pablo apela al amor cristiano de Filemón, rogándole que vea en Onésimo a un hermano en Cristo, cuyo valor ya no se define por su condición de esclavo, sino por su identidad como hijo de Dios. Así, Pablo modela el amor y la intercesión de Cristo, mediando en favor de un hermano caído para que sea aceptado, restaurado y amado.
La historia de Onésimo nos recuerda que, en Cristo, las barreras sociales y personales pueden ser superadas, y aquellos que una vez fueron considerados sin valor pueden ser restaurados y transformados. La súplica de Pablo a Filemón nos enseña sobre el perdón, la reconciliación y la nueva identidad que cada creyente encuentra en el amor redentor de Cristo.
En esta carta, vemos la sensibilidad de Pablo al tratar temas de conflicto y reconciliación en el contexto cristiano. Los conflictos, ofensas y confrontaciones son difíciles, especialmente dentro del pueblo de Dios. La Palabra de Dios reconoce que en este mundo existirán conflictos; sin embargo, Dios desea que vivamos en armonía y paz, siempre que sea posible. Pablo refleja el carácter de Cristo al pedir a Filemón que reciba a Onésimo con un espíritu de perdón y reconciliación, trascendiendo las divisiones y barreras sociales.
La carta resuena con la enseñanza de Pablo en 1 Corintios 1:10: «Amados hermanos, les ruego por la autoridad de nuestro Señor Jesucristo que vivan en armonía los unos con los otros. Que no haya divisiones en la iglesia. Por el contrario, sean todos de un mismo parecer, unidos en pensamiento y propósito». Este llamado a la unidad y al perdón cobra vida en la petición de Pablo a Filemón, invitando a la comunidad cristiana a ser testigos del poder del evangelio para sanar y transformar relaciones.
Este mensaje trasciende la relación entre Pablo, Filemón y Onésimo, y nos enseña mucho tanto a nivel individual como a nivel de iglesia. En el cuerpo de Cristo, las relaciones son restauradas y transformadas mediante el amor y el perdón. Al ver a Onésimo ya no como esclavo, sino como hermano, la carta a Filemón desafía nuestras propias barreras y nos recuerda el llamado a vivir en comunión y armonía, reflejando la gracia que hemos recibido en Cristo.
Para meditar
- ¿Estoy afirmando la supremacía y suficiencia de Cristo en todas las áreas de mi vida? La carta a los Colosenses enfatiza que en Cristo estamos completos y que Él es suficiente para nuestra salvación. ¿Hay aspectos de mi vida en los que estoy buscando fuera de Él lo que ya tengo en Cristo?
- ¿Cómo respondo a las situaciones de conflicto y a la necesidad de reconciliación con otros creyentes? La carta a Filemón nos muestra el llamado a perdonar y restaurar relaciones rotas. ¿Estoy dispuesto a perdonar y ver a los demás desde la perspectiva de nuestra identidad compartida en Cristo, incluso cuando las ofensas son profundas?
- ¿Cómo puedo vivir de manera que refleje la nueva vida en Cristo, tanto en mi vida pública como en mis relaciones personales? Colosenses y Filemón nos enseñan que la fe en Cristo transforma todas nuestras relaciones, incluyendo las familiares, laborales y sociales. ¿Estoy viviendo esta transformación en mi trato con los demás, demostrando el amor y la compasión de Cristo?
«Si ustedes pues, han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la diestra de Dios». -Colosenses 3:1
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