Día 343 | Romanos 8-10
Capítulo 8
Este capítulo es uno de los más gloriosos de toda la Escritura, y trajo una libertad indescriptible a mi corazón cuando finalmente lo entendí. Junto con Efesios, Romanos 8 es uno de los capítulos más claros y contundentes sobre la salvación. Pablo comienza recordándonos las profundas verdades del evangelio y las bendiciones inagotables que tenemos en Cristo.
A continuación, algunos conceptos clave para profundizar, memorizar y atesorar:
- No hay condenación para los que están en Cristo (v. 1).
- Cristo es quien justifica al hombre (v. 2).
- Lo que la ley no pudo hacer, Dios lo hizo (v. 3).
- El resultado de la libertad es la santificación (v. 4).
- El Espíritu Santo cambia nuestra naturaleza (v. 9).
- Tenemos seguridad por el Espíritu de que somos hijos de Dios (v. 16).
- Somos herederos de la gloria (v. 17).
- El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad y clama con gemidos indecibles …
Capítulo 8
Este capítulo es uno de los más gloriosos de toda la Escritura, y trajo una libertad indescriptible a mi corazón cuando finalmente lo entendí. Junto con Efesios, Romanos 8 es uno de los capítulos más claros y contundentes sobre la salvación. Pablo comienza recordándonos las profundas verdades del evangelio y las bendiciones inagotables que tenemos en Cristo.
A continuación, algunos conceptos clave para profundizar, memorizar y atesorar:
- No hay condenación para los que están en Cristo (v. 1).
- Cristo es quien justifica al hombre (v. 2).
- Lo que la ley no pudo hacer, Dios lo hizo (v. 3).
- El resultado de la libertad es la santificación (v. 4).
- El Espíritu Santo cambia nuestra naturaleza (v. 9).
- Tenemos seguridad por el Espíritu de que somos hijos de Dios (v. 16).
- Somos herederos de la gloria (v. 17).
- El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad y clama con gemidos indecibles (v. 26).
- Todo coopera para bien para los que están en Cristo (v. 28).
- Dios nos conoció de antemano, nos predestinó a ser conformados a la imagen de Su Hijo (v. 29).
- Nos llamó, nos justificó, nos glorificó (v. 30).
- No hay quien pueda acusarnos (v. 33).
- Nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios (vv. 35-38).
Si notas, en esta lista no hay absolutamente nada que hayamos hecho para merecer estas bendiciones. Todo es por el gran amor y la infinita gracia de Dios, quien, antes de la fundación del mundo, nos escogió para ser Suyos. Pablo concluye este capítulo con una afirmación gloriosa de nuestra victoria en Cristo:
«Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Ro. 8:37-39).
¡Qué maravilloso es saber que esta salvación tan inmerecida no depende de nosotros, sino del poder de Dios! Nuestra esperanza descansa en la garantía infalible de Su promesa, sabiendo que Él sostiene todo el universo por el poder de Su palabra.
Capítulo 9
Después de la gloriosa declaración de Romanos 8, Pablo nos lleva nuevamente a hablar de Israel en Romanos 9. Este es uno de los capítulos más fascinantes del Nuevo Testamento, pero también uno de los más complejos y a menudo malinterpretados. En este capítulo, Pablo aborda la incredulidad de Israel y la soberanía de Dios en la salvación, recordándonos que Dios tiene misericordia de quien Él quiere tener misericordia (v. 15).
Uno de los aspectos interesantes de este capítulo es el uso de preguntas retóricas por parte de Pablo. Él anticipa las posibles objeciones de sus lectores y responde con una frase categórica: «De ninguna manera». Esta expresión, que aparece repetidamente en Romanos (unas diez veces), es la negación más enfática en griego. Es como si Pablo estuviera diciendo: «¡No, no, y mil veces no!». Este lenguaje nos transmite la firmeza con la que Pablo defiende la soberanía de Dios y la seguridad de nuestra salvación en Él.
En cuanto a la incredulidad de Israel, Pablo expresa su profundo dolor. Él reconoce que a pesar de los privilegios únicos que Israel recibió: la adopción, la gloria, los pactos, la Ley, el culto, las promesas, y los patriarcas (vv. 4-5), el pueblo rechazó a su Mesías. Sin embargo, Pablo también destaca que este rechazo no es una señal de que las promesas de Dios han fallado. Más bien que Dios, en su soberanía, ha decidido injertar a los gentiles en el plan de salvación.
Injertados en el pueblo de Dios
Uno de los temas cruciales que Pablo aborda en este capítulo es cómo, en su soberanía, Dios ha decidido injertar a los gentiles en el pueblo de Dios. En Romanos 9:6-8, Pablo aclara que no todos los descendientes físicos de Israel son verdaderos hijos de la promesa. Dios, por Su gracia soberana, ha extendido la salvación a los gentiles, quienes, aunque no eran parte del pueblo original de Dios, han sido incluidos por medio de Cristo.
En el capítulo 11 de Romanos, Pablo desarrollará más a fondo la metáfora del injerto, explicando que nosotros, los gentiles, hemos sido injertados en el olivo (que representa el verdadero Israel). Aunque éramos una «rama silvestre», Dios, en Su misericordia, nos ha hecho partícipes de Su pueblo. Esta imagen muestra cómo Dios siempre tuvo un plan más grande para incluir a todas las naciones en Su pacto de gracia.
Como explica D.A. Carson, la misericordia de Dios no es limitada, sino que Su plan de salvación abarca a todo el mundo. Nosotros, los gentiles, hemos sido llamados a ser parte de este glorioso plan, no por nuestras obras, sino por la gracia soberana de Dios, quien nos ha injertado en Su pueblo escogido.
La soberanía de Dios en la salvación
Pablo deja en claro que Dios es soberano para mostrar Su misericordia y gracia como Él quiera. Esto puede ser difícil de aceptar desde nuestra perspectiva humana limitada, pero es crucial recordar que Dios es omnisciente y nadie puede cuestionar Su justicia (Romanos 9:14-24). Dios, siendo perfectamente justo y sabio, muestra Su misericordia, no porque lo merezcamos, sino por Su propio propósito eterno.
Muchos pueden preguntarse: «¿Es justo que Dios elija a unos y no a otros?» Pablo responde directamente a esta objeción, diciendo que como creación de Dios, no tenemos derecho a cuestionar Su soberanía. MacArthur subraya que esta doctrina es difícil de asimilar, pero es esencial para comprender la profundidad de la gracia de Dios. Todos merecemos el juicio por nuestro pecado, pero Dios, en Su misericordia, elige salvar a algunos para demostrar Su gloria.
Capítulo 10
El capítulo 10 sigue abordando el tema de la incredulidad de Israel, pero introduce un aspecto esperanzador: el llamado universal del evangelio. Pablo declara que su mayor anhelo es que Israel sea salvo, pero también reconoce que la salvación no depende del esfuerzo humano ni de las obras de la Ley, sino de la fe en Cristo. Cristo es el fin de la Ley, y la justificación viene solo por la fe (Romanos 10:4).
La mayoría de los Israelitas, al rechazar la justicia de Dios y tratar de establecer su propia justicia basada en las obras de la Ley, perdieron de vista el propósito de la Ley: apuntar a Cristo como el único Salvador. Sin embargo, la buena noticia es que, aunque Israel falló en reconocer a su Mesías, el evangelio es para todos, tanto judíos como gentiles:
«Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Ro. 10:9).
Pablo deja en claro que no importa si uno es judío o gentil, ya que de dos pueblos hizo uno solo. Esta verdad maravillosa nos recuerda que la gracia de Dios se extiende a todos los pueblos y que el plan de Dios es hacer de Su pueblo uno solo, donde no hay distinción racial o cultural.
Este recorrido por Romanos 8-10 nos muestra la grandeza de la gracia soberana de Dios. Desde la gloriosa libertad que tenemos en Cristo, hasta el llamado universal del evangelio, vemos cómo todo descansa en Su misericordia y sabiduría infinitas.
Dios nos injertó en Su pueblo, no por méritos, sino por pura gracia. Ahora, como parte de Su pueblo, tenemos la responsabilidad de llevar el evangelio a aquellos que aún no lo conocen, tal como Pablo expresa en Romanos 10:15 «¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian la paz!».
Que este conocimiento nos mueva a la compasión por los perdidos, y que estemos dispuestos a apoyar la obra misionera, tanto en oración como con nuestras acciones, para que el evangelio siga extendiéndose a todas las naciones.
Para meditar:
- ¿Cómo vives la verdad de que «no hay condenación para los que están en Cristo»? Reflexiona sobre cómo esta realidad afecta tu vida diaria y tu relación con Dios. ¿Estás descansando plenamente en la seguridad que te ofrece Cristo o permites que la culpa y el temor te alejen de esa paz?
- ¿De qué manera te mueve a la acción el saber que has sido injertado en el pueblo de Dios por pura gracia? Considera cómo esta verdad impacta tu vida de servicio y tu deseo de compartir el evangelio. ¿Estás dispuesto a llevar el mensaje de salvación a otros, sabiendo que fuiste escogido por Su misericordia?
«Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro». -Romanos 8:37-39
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