Día 324 | Hechos 11 - 12
Hoy continuamos leyendo sobre las obras maravillosas del Espíritu Santo en la iglesia primitiva. En el capítulo 11 vemos que los judíos no podían creer que Pedro había entrado en «casa de incircuncisos» y «lo reprochaban». Es asombroso cómo, cuando Dios hace algo que no podemos entender o que no encaja con nuestro entendimiento o presuposiciones, dudamos que sea de Dios.
Esto me lleva a pensar que nosotras debemos estar alertas y abiertas al obrar del Espíritu de Dios, y a lo que Él está haciendo en medio nuestro. Los judíos pudieron dar gracias y glorificar a Dios cuando creyeron el recuento que Pedro les hizo acerca de lo sucedido. Pudieron entender que Dios le había dado «arrepentimiento que conduce a la vida» también a los gentiles, algo que ellos nunca hubieran considerado.
Bien nos advierte el apóstol Pablo en su primera carta a los tesalonicenses: «No apaguen el Espíritu. …
Hoy continuamos leyendo sobre las obras maravillosas del Espíritu Santo en la iglesia primitiva. En el capítulo 11 vemos que los judíos no podían creer que Pedro había entrado en «casa de incircuncisos» y «lo reprochaban». Es asombroso cómo, cuando Dios hace algo que no podemos entender o que no encaja con nuestro entendimiento o presuposiciones, dudamos que sea de Dios.
Esto me lleva a pensar que nosotras debemos estar alertas y abiertas al obrar del Espíritu de Dios, y a lo que Él está haciendo en medio nuestro. Los judíos pudieron dar gracias y glorificar a Dios cuando creyeron el recuento que Pedro les hizo acerca de lo sucedido. Pudieron entender que Dios le había dado «arrepentimiento que conduce a la vida» también a los gentiles, algo que ellos nunca hubieran considerado.
Bien nos advierte el apóstol Pablo en su primera carta a los tesalonicenses: «No apaguen el Espíritu. No desprecien las profecías. Antes bien, examínenlo todo cuidadosamente, retengan lo bueno» (5:19-21).
Nosotros no debemos obstaculizar o limitar la obra de Dios con nuestras presuposiciones, dudas y temores: «si Dios les dio a ellos el mismo don que también nos dio a nosotros después de creer en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poder impedírselo a Dios?» (11:17).
El mensaje del evangelio se fue propagando llegando tan lejos como Antioquia, una región mucho más al norte de donde todo comenzó, a unas 7400 millas (11,900 km) de Jerusalén. ¿Has visto cuando se lanza una pequeña piedra al agua cómo las ondas se van formando y acelerando alrededor del lugar donde cayó la piedra? El impacto de la pequeña piedra se extiende rápidamente lejos de aquel lugar inicial.
La persecución fue la que llevó a judíos a Fenicia, Chipre y Antioquia. Poco a poco comenzó a formarse allí una iglesia. La iglesia de Jerusalén envió a Bernabé («hijo de consolación») y este buscó a Saulo para asistir en la obra. Y así Dios acelera el movimiento más cataclísmico de la historia de la humanidad.
«La mano del Señor estaba con ellos, y gran número que creyó se convirtió al Señor» (11:21).
Me reta la actitud de Bernabé:
«...cuando vino y vio la gracia de Dios, se regocijó y animaba a todos para que con corazón firme permanecieran fieles al Señor; porque era un hombre bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe» (11:23-24).
Su actitud me invita a regocijarme de lo que Dios hace a mi alrededor y a animar a los demás a correr fielmente la carrera de la fe. Me llamó la atención lo que motivaba esa actitud: estaba lleno del Espíritu Santo y de fe. ¡Oh, cuánto necesitamos esa llenura y esa fe en nuestros días!
«Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es Aquel que prometió. Consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca» (Heb. 10:23-24).
La persecución arrecia
La persecución arrecia al punto de dar muerte a Jacobo, el hermano de Juan. En su intento de continuar agradando a los judíos, Herodes encarcela a Pedro y redobla la custodia. En Su soberanía y sabiduría, Dios permitió la muerte de Jacobo pero libró a Pedro. Él mandó un ángel para liberarlo en respuesta a las oraciones fervientes del pueblo. Nadie puede contra Dios. Lejos de obstaculizar la propagación del evangelio, todos estos acontecimientos contribuyeron a acelerarlo. La palabra del Señor continuaba creciendo y multiplicándose.
Muerte de Herodes
Muchos adoraban a Herodes, y al verlo sentado allí en su trono con sus ropas reales gritaban: «¡Voz de dios y no de hombre es esta!». Pero Dios es un Dios celoso, y Él no comparte Su gloria con nadie. Un ángel del Señor lo hirió y murió comido por gusanos.
Siempre debemos tener claro quiénes somos nosotros y quién es Dios. Somos muy tentadas a hacer ídolos de hombres y por tanto el deber de todos los que están en posición de influencia es apuntar al Único que merece toda gloria. Nuestra naturaleza humana necesita y a veces requiere y hasta exige la honra y la reverencia, pero la llenura del Espíritu y la gracia de Dios nos ayuda a atribuir fielmente a Dios todo honor y gloria.
Ayer leímos que cuando Pedro llegó donde Cornelio, éste salió a recibirlo y se postró a sus pies, y lo adoró. La respuesta de Pedro es digna de imitar: «Ponte de pie; yo también soy hombre».
Ningún hombre o mujer debe cultivar, necesitar o exigir (ni siquiera sutilmente) la aprobación/adoración de los demás. Más bien debe resistir esta tentación y rechazarla, y apuntar Jesucristo.
«No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a Tu nombre da gloria, por Tu misericordia, por Tu fidelidad» (Sal. 115:1).
Su obra continua
Los sucesos alrededor de la vida, muerte y resurrección de Cristo, y la persecución que le siguió, ocurrieron en el área de Judea y Samaria y de allí impactaron a todo el mundo hasta hoy. Los hombres y mujeres estaban llenos del Espíritu Santo y eran testigos fieles de Jesucristo. Es el Espíritu Santo el que nos capacita para tener un testimonio efectivo, el que nos da valentía, sabiduría y poder. Es el Espíritu el que nos equipa para participar en la obra que Dios planeó de antemano para cada una de nosotras.
Señor, derrama Tu Espíritu en cada una de nosotras y en nuestras iglesias y familias. Fortalecernos con Tu poder. Ayúdanos a ser tus testigos dispuestos, fieles y perseverantes en toda circunstancia y donde quiera que Tu providencia nos envíe. ¡En Tu poderoso nombre oramos, Amén!
Para meditar:
- ¿Eres tentada a poner tus ojos en el hombre o buscar tu propia gloria? ¿Cómo te exhorta la lectura de hoy?
- ¿Estás en una situación desesperada? Clama a Él ferviente y desesperadamente. Él escucha nuestras oraciones. Recuerda: nada obstaculiza Sus propósitos ni Sus planes.
«En mi angustia invoqué al Señor, y clamé a mi Dios; desde Su templo oyó mi voz, y mi clamor delante de Él llegó a Sus oídos... Extendió la mano desde lo alto y me tomó; me sacó de las muchas aguas. Me libró de mi poderoso enemigo, y de los que me aborrecían, pues eran más fuertes que yo» (Sal 18:6,16-17).
«La mano del Señor estaba con ellos, y gran número que creyó se convirtió al Señor». -Hechos 11:21
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