Día 299 | Lucas 12-13
Continuamos con nuestra lectura en los evangelios, hoy nos detendremos en Lucas 12 y 13 para aprender sobre las advertencias que Cristo hizo a todo tipo de persona, advertencias de las que aprendemos sobre el carácter fiel, justo y santo de nuestro Dios.
Llamados de advertencia
Te cuento una historia. Un indio buscaba la selfie perfecta. El joven, de 25 años, se detuvo en un carril del tren y se acercó lo máximo que creía posible. Terminó por ser atropellado por el tren. Su selfie perfecta quedó registrada, pero él terminó en una cama de hospital. En el video se puede ver que en muchas ocasiones el maquinista toca la bocina como señal de advertencia, pero a pesar de haber tocado la bocina incesantemente, fue completamente ignorado por el decidido joven.
En los versículos de hoy, Cristo nos hace varios llamados de advertencia con el fin de alertarnos, para evitar …
Continuamos con nuestra lectura en los evangelios, hoy nos detendremos en Lucas 12 y 13 para aprender sobre las advertencias que Cristo hizo a todo tipo de persona, advertencias de las que aprendemos sobre el carácter fiel, justo y santo de nuestro Dios.
Llamados de advertencia
Te cuento una historia. Un indio buscaba la selfie perfecta. El joven, de 25 años, se detuvo en un carril del tren y se acercó lo máximo que creía posible. Terminó por ser atropellado por el tren. Su selfie perfecta quedó registrada, pero él terminó en una cama de hospital. En el video se puede ver que en muchas ocasiones el maquinista toca la bocina como señal de advertencia, pero a pesar de haber tocado la bocina incesantemente, fue completamente ignorado por el decidido joven.
En los versículos de hoy, Cristo nos hace varios llamados de advertencia con el fin de alertarnos, para evitar que caigamos en prácticas pecaminosas que dañan y lastiman nuestra alma y cuerpo.
Cristo inicia hablando sobre la hipocresía, la doble vida y la relaciona con el temor al hombre, pues ciertamente los fariseos perseveraban en mostrar una imagen de ser justos y santos ante los demás, pero en su corazón realmente no temían a Dios. Los hombres son criaturas creadas del polvo de la tierra, pero nuestro Dios es el Creador, el Dador de la vida y solo a Él debemos reverenciar y agradar.
Cristo nos advierte contra la avaricia, la cual se manifiesta con un deseo incontrolable y desordenado de acumular bienes y riquezas más allá de las necesidades básicas. El peligro está en creer que la vida consiste en la acumulación de bienes; en consecuencia, no vivimos sabiamente y olvidamos que el propósito de nuestra vida es conocer, amar y servir a Dios.
En cambio, Cristo nos llama a contemplar cómo Dios viste a los lirios, cómo alimenta a los pajarillos, con el objetivo de que confiemos en el fiel cuidado y provisión de Dios para cada una de nuestras necesidades recordando que Él es nuestro buen Padre, de manera que vivamos con paz y gozo, en vez de ansiedad y afán.
Cristo también nos advierte contra la apatía y/o frialdad en nuestra vida espiritual, nos llama a que estemos siempre preparadas y con nuestras lámparas encendidas al no descuidar lo siguiente:
- Nuestra comunión con Dios, a través de la lectura de la Palabra y la oración, siempre examinando nuestros corazones y confesando nuestros pecados.
- Nuestro llamado de esposa, madre y hermana, alimentando y cuidando de las almas de nuestro esposo, hijos y comunidad.
- Los límites sabios: vivir vidas sobrias, sin excesos; vidas coherentes con nuestro llamado.
En cada una de estas advertencias, Cristo está cuidando de nuestros corazones. Él nos quiere apercibidas, alertas, para que no seamos engañadas ni perdamos el enfoque. Ciertamente, Él es la luz, la verdad y como tal, vino a traer a este mundo separación y división, porque el príncipe de este mundo es el padre de la mentira y de la oscuridad. Por lo tanto, todo aquel que permanece siendo aliado del enemigo de nuestras almas, se alejará de nosotras.
Constantemente estamos siendo llamadas a discernir, a ver más allá de nuestros ojos físicos y entender que el reino de Dios ha venido a este mundo para que la luz de la verdad resplandezca poderosamente contra la mentira, el pecado y la muerte.
En el capítulo 13, Cristo inicia con una enfática aclaración de que todos somos igualmente pecadores, independientemente de la clase, tipo o cantidad de pecados todos hemos nacido con una naturaleza pecadora, y, por lo tanto, todos por igual necesitamos arrepentirnos y necesitamos perdón.
Por eso, Cristo enseña sobre la parábola de la higuera estéril donde se muestra que nuestro Dios es grande en misericordia, gracia, paciencia y amor, siempre deseando que todos vengamos al arrepentimiento, rindamos nuestra vida y dispongamos nuestros corazones para que Su Espíritu produzca sus frutos. Valoremos Su paciencia siendo intencionales y proactivas en nuestra vida espiritual.
Cristo sanó a una enferma en la sinagoga en el día de reposo al liberarla de una enfermedad que la había aquejado durante muchos años. Si verdaderamente somos discípulos de Cristo, siempre debemos estar dispuestas a llevar las buenas nuevas de salvación, libertad y restauración, ya sea en palabra o en acciones, pues esto es lo que Cristo modeló y ciertamente refleja el corazón de nuestro Buen Padre.
Dios no nos llama a poner «peros», sino a hacer el bien en todo momento. Sacrifiquemos nuestra comodidad y seamos compasivas con las necesidades de los demás.
En las parábolas sobre el reino de Dios, Cristo utilizó ilustraciones para mostrar que algo pequeño se volvería grande. El objetivo de la enseñanza a través de estas parábolas es el comienzo pequeño de ese reino: Cristo, un hombre, un carpintero «común y corriente», es el comienzo de un gran reino que impactaría y cambiaría a la humanidad como nuncas antes, mostrando así el gran poder sobrenatural de nuestro Dios.
Como ya hemos leído previamente, para seguir a Jesús tenemos que negarnos a nosotras mismas. Seamos intencionales en no alimentar los deseos de nuestra carne caída y fortalezcamos nuestro espíritu con Su Palabra, esforzándonos en fe por Su poder y gracia, para que, tomados de Su mano, podamos entrar por la puerta estrecha que lleva a la verdadera vida.
Al leer estos últimos versículos sobre el lamento de nuestro Señor por Jerusalén solo puedo cantar con el salmista: «¡Tu misericordia, oh Señor, se extiende hasta los cielos, Tu fidelidad, hasta el firmamento!», pues a pesar del pecado de Su pueblo, Su obra y propósito no se detienen hasta cumplirse.
Para meditar:
- ¿Dónde está tu tesoro, en la tierra o en los cielos?
- ¿Estamos valorando Su paciencia y gracia?
- ¿Estamos buscando excusas para no servir a aquel hermano, hermana o prójimo que necesita de Jesús?
«Estén siempre preparados y mantengan las lámparas encendidas, y sean semejantes a hombres que esperan a su señor que regresa de las bodas, para abrirle tan pronto como llegue y llame. Dichosos aquellos siervos a quienes el señor, al venir, halle velando; en verdad les digo que se ceñirá para servir, y los sentará a la mesa, y acercándose, les servirá». - Lucas 12:35-37
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