Día 293 | Mateo 16; Marcos 8; Lucas 9:18-27
Nuestro Dios es el único que puede transformar y cambiar nuestros corazones. Solo en Él está nuestra esperanza para vencer la duda, la incredulidad, los temores y el orgullo, pero tenemos que ser sinceras, honestas y transparentes al exponer delante de Su presencia todo lo que hay en nuestro corazón con una actitud de rendición y no con una actitud altanera e inquisitiva.
Los saduceos y los fariseos habían presenciado suficientes obras y milagros realizados por Cristo que eran señales contundentes de Su misión y Su identidad. Sin embargo, el orgullo y autosuficiencia de aquellos hombres era su dios, un obstáculo que les impedía ver.
Nuestro «yo», es decir, nuestra carne, es nuestra piedra de tropiezo porque siempre piensa en las cosas de los hombres y no en las de Dios. Es por eso que Cristo nos llama a cuidarnos del orgullo y autosuficiencia que tuvieron los fariseos y de …
Nuestro Dios es el único que puede transformar y cambiar nuestros corazones. Solo en Él está nuestra esperanza para vencer la duda, la incredulidad, los temores y el orgullo, pero tenemos que ser sinceras, honestas y transparentes al exponer delante de Su presencia todo lo que hay en nuestro corazón con una actitud de rendición y no con una actitud altanera e inquisitiva.
Los saduceos y los fariseos habían presenciado suficientes obras y milagros realizados por Cristo que eran señales contundentes de Su misión y Su identidad. Sin embargo, el orgullo y autosuficiencia de aquellos hombres era su dios, un obstáculo que les impedía ver.
Nuestro «yo», es decir, nuestra carne, es nuestra piedra de tropiezo porque siempre piensa en las cosas de los hombres y no en las de Dios. Es por eso que Cristo nos llama a cuidarnos del orgullo y autosuficiencia que tuvieron los fariseos y de nuestros prejuicios para darle ese espacio al Señor.
No hay manera de que Jesús ocupe Su lugar en nuestros corazones si estos están llenos de nosotras mismas. El conocer a Jesús, la salvación de nuestras almas, es incomparablemente más valioso que cualquier otra cosa.
Esto me recuerda aquella frase de Jim Elliot: «No es un tonto el que da lo que no puede conservar para ganar lo que no puede perder».
En estos versículos, Cristo una y otra vez nos hace un llamado a despojarnos del viejo hombre y su manera de pensar y a no adaptarnos a los valores de este mundo, porque una vez salvas, ya no somos del mundo.
Cristo nos exhorta y apremia a que dejemos que Dios nos transforme en nuevas personas y cambie nuestra manera de pensar para que, solo entonces, aprendamos a discernir y conocer la voluntad de Dios.
En nuestros pasajes de hoy observamos como Jesús caminó con los discípulos, enseñándoles y viviendo experiencias juntos, de la misma manera el Espíritu de Dios camina con nosotras, y en cada detalle de nuestras vidas Él está obrando, moldeándonos y enseñándonos nuestra verdadera identidad y los valores del Reino de los cielos.
Estemos apercibidas, alertas, expectantes para que podamos ver Su mano obrando detrás de cada detalle de esta vida temporal.
¿Nos cuesta entender que las pruebas (escasez, enfermedad, etc) también son parte de la providencia de Dios para nuestras vidas y oportunidades para ser testigos de Su suficiencia y fidelidad?
Tenemos que ejercitar nuestros sentidos espirituales, dejando que nuestros pensamientos sean moldeados por la Palabra de tal manera que podamos ver y pensar como hijos de Dios, que somos, tal como dice Efesios 4:22-24:
«. . .en cuanto a la anterior manera de vivir, ustedes se despojen del viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos y que sean renovados en el espíritu de su mente, y se vistan del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad».
Ya no somos más ciudadanos de esta tierra, sino del cielo, nuestra patria es la celestial. Nuestra vista debe ser desde arriba, donde estamos sentados en los lugares celestiales con Cristo.
Ahora bien, nada de esto es posible si la Piedra Angular, si la Roca de nuestra vida no es Cristo, Señor y Salvador. Nuestra piedra angular no debe ser nuestra iglesia, nuestros líderes ni sus creencias. Cristo sabía lo que Sus discípulos creían acerca de Él, pero al preguntarles, les resaltó la importancia, no de lo que los otros creen, sino de lo que ellos personalmente creían acerca de Él. Y Él nos hace la misma pregunta a nosotras hoy, pues de eso dependerá tu vida, tu salvación, tu llamado y tu santificación.
Y para ti, ¿quién es Jesús?
Cristo debía desplazar la religión falsa de los fariseos del corazón de Sus discípulos, esa levadura que era la falsa enseñanza que entra sutilmente para influenciar vidas. Por eso, Cristo sanó al hombre ciego en dos etapas para mostrar que, cuando Dios convierte a pecadores, ellos no ven todo lo que tienen que ver acerca de su propia pecaminosidad y de la gloria de Cristo. Necesitamos orar al Señor para que nos ilumine más Su Palabra para saturar nuestra alma de ella.
Para meditar:
- ¿Estás fundamentando tu vida en lo que otros creen acerca de Cristo o en lo que tú crees de quién es Él?
- ¿Qué están reflejando nuestras vidas sobre lo que creemos acerca de Jesús? ¿Reflejamos a nuestro Señor y Salvador?
- ¿Estás confesando a Cristo delante de los hombres? ¿Estás tomando tu cruz y siguiéndolo?
«“Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?”, les preguntó Jesús. Simón Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”». -Mateo 16:15-16
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