Día 284 | Mateo 8:1–13, Lucas 7
Empecemos orando: Señor, glorifícate a través de Tu Palabra en nuestras vidas, que seamos tierra fértil, tu Espíritu Santo sea obrando en nuestros corazones para que podamos conocer la verdad y andar en ella. Abre nuestro entendimiento y danos sabiduría. Amén.
Curación de un leproso en Mateo 8:1–4
Después de que Cristo terminó de enseñar el Sermón del Monte, mucha gente comenzó a seguirlo; Mateo nos dice que eran «grandes multitudes». Entre ellos, vino un leproso que, seguramente habiendo escuchado y creído en Cristo como el Hijo de Dios, vino a Él, y postrándose declaró su petición: «Señor…», reconociendo así, quién Él era, «… si quieres, puedes limpiarme», afirmando que era Cristo quien tenía el poder y libertad de sanarlo o no.
Mateo, al relatar la respuesta de Jesús ante la petición del leproso, se asegura de no pasar por alto la acción de Jesús, la cual fue que extendió …
Empecemos orando: Señor, glorifícate a través de Tu Palabra en nuestras vidas, que seamos tierra fértil, tu Espíritu Santo sea obrando en nuestros corazones para que podamos conocer la verdad y andar en ella. Abre nuestro entendimiento y danos sabiduría. Amén.
Curación de un leproso en Mateo 8:1–4
Después de que Cristo terminó de enseñar el Sermón del Monte, mucha gente comenzó a seguirlo; Mateo nos dice que eran «grandes multitudes». Entre ellos, vino un leproso que, seguramente habiendo escuchado y creído en Cristo como el Hijo de Dios, vino a Él, y postrándose declaró su petición: «Señor…», reconociendo así, quién Él era, «… si quieres, puedes limpiarme», afirmando que era Cristo quien tenía el poder y libertad de sanarlo o no.
Mateo, al relatar la respuesta de Jesús ante la petición del leproso, se asegura de no pasar por alto la acción de Jesús, la cual fue que extendió la mano y lo tocó. ¿Por qué esto era trascendente? Recordemos lo que decía la ley de Moisés:
Levítico 13:45–46 nos dice:
«En cuanto al leproso que tenga la infección, sus vestidos estarán rasgados, el cabello de su cabeza estará descubierto, se cubrirá el bozo y gritará: “¡Inmundo, inmundo!”. Permanecerá inmundo todos los días que tenga la infección; es inmundo. Vivirá solo; su morada estará fuera del campamento».
Y Números 5:2–3 dice:
«Manda a los israelitas que echen del campamento a todo leproso, a todo el que padece de flujo y a todo el que es inmundo por causa de un muerto. Ustedes echarán tanto a hombres como a mujeres. Los echarán fuera del campamento para que no contaminen su campamento, donde Yo habito en medio de ellos».
Cristo nuevamente nos enseña que Él vino a cumplir la ley para que los leprosos lo tocaran; es decir, que los pecadores se acerquen a Él y encuentren salvación y sanidad de sus corazones.
El hecho de que un leproso tocara a alguien «limpio» hacía inmundo al limpio. El leproso sabía esto, por ello, al encontrarse con Cristo no lo tocó, solo se postró delante de Él y expresó su petición. En cambio, Cristo, el santo y limpio unigénito Hijo de Dios, sabía que tenía autoridad sobre toda enfermedad, y que Él no podía ser manchado por la impureza del leproso, antes bien podía hacerlo tan limpio como Él. Entonces, «Extendiendo Jesús la mano, lo tocó, diciendo: “Quiero; sé limpio”».
¡Qué cuadro tan maravilloso, qué gracia tan grande! Hermana, nuestra impureza no debe ser un obstáculo para venir y postrarnos delante del Dios todopoderoso. Ciertamente el enemigo que acecha nuestras almas querrá apuntar a tu pecado y poner en tu corazón la idea de que no eres digna ni siquiera de acercarte ante el trono de la gracia. Pero recuerda, Dios ha dispuesto camino hacia Él a través del sacrificio de Su Hijo Jesucristo en la cruz. No esperes más, ven a Cristo cualquiera que sea tu condición. El Ungido de Dios tiene poder y autoridad para sanar y redimir tu vida.
Una fe como la del centuriónen Mateo 8:5–13 y Lucas 7:1-10
Esta historia nos relata cómo un oficial del ejército romano (un centurión) oyó hablar de Jesús y creyó en Él:
«Al oír hablar de Jesús, el centurión envió a Él unos ancianos de los judíos,
pidiendo que viniera y salvara a su siervo». –Lucas 7:3
- El centurión no conocía a Cristo, solo «oyó» hablar de Él.
- Lo que el centurión «oyó» le resultó suficiente para creer que Cristo podía salvar a su siervo (Lc. 7:3).
- Lo que el centurión «oyó» le hizo entender que él no era digno de presentarse delante de Cristo (Mt. 8:8; Lc. 7:6-7).
- Lo que el centurión «oyó» fue suficiente para reconocer que Cristo era alguien que tenía autoridad, él también era un hombre de autoridad, entonces entendía el poder de Cristo y no solo entendió sino que creyó en Él (Lc. 7:8).
- Al ver la fe que este centurión tenía y como él reconocía quién era, Cristo se maravilló y sanó al siervo del centurión (Mt. 8:10, 13 y Lc. 7:9-10).
El Señor nos ayude a tener una fe genuina, que al oír quién es Él, nazca en nosotros un deseo de no solo saber sino de creer y desear conocerle. Digo esto porque en la actualidad muchos quieren ver pruebas y señales de quién es Dios, más Él ya se ha revelado en Su Palabra. Señor, que tu Espíritu Santo obre en nuestras vidas para que podamos conocerte a través de tu Palabra y creer en ti. Amén.
El hijo de la viuda de Naín en Lucas 7:11–17.
Hay dos cosas que podemos resaltar de este acontecimiento:
- La compasión de Jesús
La historia nos habla de una mujer viuda, la cual había perdido a su único hijo. Esto significaba mucho para ella no solo emocionalmente, sino también económicamente, con la muerte de su esposo e hijo literalmente había quedado desprovista. El pasaje no nos dice cómo se encontraba esta mujer, pero sí nos dice que «un grupo numeroso de la ciudad estaba con ella», la acompañaban en su dolor, podían condolerse con ella. La Palabra nos dice que cuando Cristo la vio tuvo compasión de ella y le dijo: «No llores». Seguido de eso, Cristo resucitó a su hijo y se lo entregó.
Es mi deseo que Dios nos dé el corazón de Cristo y que podamos tener compasión de quienes nos rodean, que podamos gozarnos con los que se gozan y llorar con los que lloran, que tengamos el mismo sentir unos con otros (Ro. 12:15–16).
- Cristo no solo muestra su poder sobre la enfermedad, también sobre la muerte
Al inicio del capítulo vimos el poder que Cristo tiene sobre la enfermedad al sanar al siervo del centurión, ahora Lucas nos relata el poder de Cristo sobre la muerte. Este milagro hizo que el temor se adueñara de muchos de los que lo vieron y a causa de ello glorificaban a Dios y la fama de Cristo comenzaba a divulgarse por toda Judea y sus alrededores.
Para cerrar nuestra porción de lectura de hoy, Lucas nos relata en el capítulo 7:36–50 la historia en la cual Cristo perdona a una mujer pecadora en la casa de un fariseo. En Aviva Nuestros Corazones tenemos una serie titulada «¿Quién ama más?». Si tienes oportunidad, te animaría a que puedas escucharla. En ella, Nancy profundiza en el testimonio de cada personaje descrito en este pasaje y comparte enseñanzas, que sin duda, serán de bendición para ti.
Hermanas, que podamos, ante la gracia de Dios, orar como lo hizo George Matheson:
«¡Oh! Hombre Divino, déjame mirarte cada vez más hasta que, en la visión de tu luminosidad, deteste la visión de mi impureza; hasta que, en el resplandor de esa gloria que el ojo humano no ha visto, caiga postrado, cegado, quebrantado, para resucitar como un hombre nuevo en ti. Amén».
Para meditar:
- Las personas que buscaban a Cristo lo hacían porque para ellos era evidente quién era Él. ¿Reconoces tú quién es Jesús en tu vida? ¿Reconoces quién eres tú delante de Él?
- ¿Reconoces, como el leproso, que cualquier cosa en tu vida sucederá solamente si el Señor quiere? ¿Cómo esta realidad puede traerte consuelo en tus circunstancias actuales?
- Te animo a acercarte a otros creyentes maduros en la fe que puedan acompañarte en esta área.
«Al oír esto, Jesús se maravilló y dijo a los que le seguían: “De cierto os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe”». - Mateo 8:10
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