Día 255 | Ezequiel 46 - 48
Hoy terminamos el libro de Ezequiel. Terminó justo como inició, con una visión maravillosa de la gloria del Señor. Su gloria se había retirado del templo, ya que el pueblo y los sacerdotes habían olvidado que el templo era del Señor y no podían hacer y vivir como les viniera en gana, pero ahora Su gloria volvería a llenarlo. Varias veces en estos últimos capítulos el Señor les recuerda esto en la forma como se refiere a Mi santuario, Mi comida, Mi pacto, Mis cosas sagradas...
La Biblia inicia con el Edén y la caída del hombre, y Ezequiel anticipa algo similar a lo que veremos en Apocalipsis: un Edén futuro donde Dios restaura todas las cosas y mora en medio de los hombres, en santidad y gloria.
Algunas cosas que quisiera resaltar de la lectura de hoy:
1. Cada día se debía ofrecer una ofrenda (46:13-15):
Según las instrucciones …
Hoy terminamos el libro de Ezequiel. Terminó justo como inició, con una visión maravillosa de la gloria del Señor. Su gloria se había retirado del templo, ya que el pueblo y los sacerdotes habían olvidado que el templo era del Señor y no podían hacer y vivir como les viniera en gana, pero ahora Su gloria volvería a llenarlo. Varias veces en estos últimos capítulos el Señor les recuerda esto en la forma como se refiere a Mi santuario, Mi comida, Mi pacto, Mis cosas sagradas...
La Biblia inicia con el Edén y la caída del hombre, y Ezequiel anticipa algo similar a lo que veremos en Apocalipsis: un Edén futuro donde Dios restaura todas las cosas y mora en medio de los hombres, en santidad y gloria.
Algunas cosas que quisiera resaltar de la lectura de hoy:
1. Cada día se debía ofrecer una ofrenda (46:13-15):
Según las instrucciones del Señor para el pueblo, mañana tras mañana debía ofrecerse un cordero, una ofrenda de cereal y de aceite. Dos aplicaciones vienen a mi mente:
- Cada día debemos venir ante el Señor para buscarlo en Su Palabra, para presentarnos delante de Él y presentar nuestra alabanza y peticiones. Esto no es algo que solo hacemos cuando necesitamos algo de Dios o cuando estamos en apuros, sino que es una entrega diaria y continua a Él, para recibir de Él nuestra porción del día, para ser dirigidos, alentados y recordados de Su misericordia, fidelidad y amor.
- Aunque este tipo de ofrendas que leemos hoy ya no se hacen, ahora el llamado es aún mayor. Dice la Palabra en Romanos 12 que nuestro culto racional es «presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios». Cada día debemos consagrar nuestra vida a Su Señorío y a Su servicio.
2. Profundicemos en los caminos de Dios (47:1-12).
Me encanta cómo Ezequiel se adentraba en el río e iba profundizando poco a poco. Esto me recuerda que Dios quiere que entremos en las profundidades de Su conocimiento a través de Su Palabra. ¡No nos quedemos en las orillas, amadas! No nos conformemos con los principios básicos de la Palabra de Dios, pero desarrollemos hambre por el alimento sólido (Heb 5:12). No nos perdamos de los preciosos tesoros que encontramos en la medida que profundizamos en Su Palabra.
Por esto, en medio de este reto como ministerio…no hemos cesado de orar por ustedes, pidiendo que sean llenos del conocimiento de Su voluntad en toda sabiduría y comprensión espiritual, para que anden como es digno del Señor, haciendo en todo, lo que le agrada, dando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios (Col. 1:9-10).
3. Dios cuida y provee para Sus hijos.
Dios es quien nos asigna nuestra heredad, y hoy vimos cómo Dios distribuye las tierras para garantizar que Su pueblo no volviese a ser echado de su posesión. Él les asigna territorio y lotes por tribu. Ezequiel da las medidas exactas de cada porción, y es interesante ver cómo en la porción central de la tierra estaba reservada para el Señor (designada para el templo y los sacerdotes).
¡Él «asigna tu heredad», amada! Que tu corazón diga como el salmista: «Las cuerdas me cayeron en lugares agradables; en verdad es hermosa la herencia que me ha tocado» (Sal. 16:6).
Hoy vimos que el Señor les traería de vuelta del exilio, les daría un nuevo espíritu y un nuevo corazón, un nuevo templo y una nueva ciudad, y viviría en medio de ellos. El nombre de la ciudad sería: «El Señor está allí».
Esta tierra sería nutrida por un río que daría vida, endulzaría las aguas saladas del mar Muerto, florecería y fructificaría sus riberas, purificaría los pantanos, habría abundante cosecha de frutos que darían alimento y sanidad. ¡Un verdadero Edén!
Como lo dice el salmista: «Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios, las moradas santas del Altísimo. Dios está en medio de ella, no será sacudida» (Sal. 46:4-5).
Para la iglesia esta profecía se cumple en Cristo: «Dios con nosotros». En Él encontramos vida nueva, abundante fruto, sanidad; Él endulza las aguas y refresca los desiertos, Él nos da vida nueva.
Hoy nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo (ver 1 Cor. 6:19) y desde allí corren ríos de agua viva que bendicen y vivifican a otros que encontremos en el camino (ver Juan 7:38).
¡Consagremos nuestras vidas al Señor!
Como hijas de Dios estamos llamadas a ser parte de la «nación santa», de ese «pueblo escogido por Dios» para vivir en santidad y ser luz en medio de la generación que nos ha tocado vivir. Ya seas soltera, casada, joven o mayor, todas debemos perseguir al Señor y su santidad con afán.
Al igual que el pueblo de Israel, estamos exiliadas en este mundo, lejos de nuestra patria celestial, donde está nuestra ciudadanía (ver Hebreos 11:13-16). Tenemos el Espíritu de Dios que nos capacita y Su Palabra que nos guía, y nuestro anhelo debe ser apuntar a Cristo y mostrar Su gloria en este mundo, mientras juntas nos dirigimos a nuestro hogar celestial.
«Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo. Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: «El tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado». El que está sentado en el trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Y añadió: “Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas”. También me dijo: “Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tiene sed, Yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El vencedor heredará estas cosas, y Yo seré su Dios y él será Mi hijo”». (Apo 21:1-7)
Para meditar:
- ¿Tienes hambre creciente por Su Palabra y por escudriñarla?
- ¿Añoras esta ciudad celestial o estás aferrada a la vida en este mundo?
- ¿Estás llena del Espíritu Santo? Este es un mandato en Su Palabra (ver Efesios 5:18), pero debemos alimentarnos continuamente de Su Palabra para que eso sea una realidad en nuestra vida.
- ¿Qué te enseñó este libro acerca del pecado, la gracia, la fidelidad de Dios y el juicio de Dios? ¿Cómo puedes aplicarlo hoy?
- Te invito a disfrutar de esta alabanza esta mañana a la luz de la porción que leímos juntas hoy:
«Y sucederá que dondequiera que pase el río, todo ser viviente que en él se mueve, vivirá. Y habrá muchísimos peces, porque estas aguas van allá, y las otras son purificadas; así vivirá todo por donde pase el río». -Ezequiel 47:9
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