Día 249 | Ezequiel 32 - 34
Hoy seguimos viendo las profecías contra Egipto y faraón. Sin embargo, también veremos que aparte de predicar al pueblo, Dios asignó a Ezequiel el cargo de centinela. Él debía llevar el mensaje de advertencia a estas naciones.
Veamos algunos conceptos a resaltar de la lectura de hoy:
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El ser humano, las estrellas, la naturaleza, toda la creación está bajo el control soberano de Dios. Él es Rey sobre todo.
Esto lo vemos una y otra vez en las Escrituras. Sobre Egipto vemos que Dios dice que «borrará la existencia de ellos». ¡El que les dio aliento de vida, puede quitarlo! (ver Job 12:9-10).
Dios anunció que oscurecería las estrellas, taparía el sol con una nube, la luna no daría luz, traería tinieblas; Él enturbia o aquieta las aguas, destruye la tierra… Él es Dios y tiene poder sobre toda la creación.
«El que da el sol para luz del día, …
Hoy seguimos viendo las profecías contra Egipto y faraón. Sin embargo, también veremos que aparte de predicar al pueblo, Dios asignó a Ezequiel el cargo de centinela. Él debía llevar el mensaje de advertencia a estas naciones.
Veamos algunos conceptos a resaltar de la lectura de hoy:
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El ser humano, las estrellas, la naturaleza, toda la creación está bajo el control soberano de Dios. Él es Rey sobre todo.
Esto lo vemos una y otra vez en las Escrituras. Sobre Egipto vemos que Dios dice que «borrará la existencia de ellos». ¡El que les dio aliento de vida, puede quitarlo! (ver Job 12:9-10).
Dios anunció que oscurecería las estrellas, taparía el sol con una nube, la luna no daría luz, traería tinieblas; Él enturbia o aquieta las aguas, destruye la tierra… Él es Dios y tiene poder sobre toda la creación.
«El que da el sol para luz del día, y las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, el que agita el mar para que bramen sus olas; el Señor de los ejércitos es Su nombre» (Jer. 31:35).
«Dios es el que remueve los montes, y estos no saben cómo, cuando los vuelca en Su furor;Él es el que sacude la tierra de su lugar, Y sus columnas tiemblan. El que manda al sol que no brille, y pone sello a las estrellas; el que solo extiende los cielos, y anda sobre las olas del mar;Él es el que hace la Osa, el Orión y las Pléyades, y las cámaras del sur» (Job 9:5-9).
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Dios edifica y Dios derriba.
Si estas naciones habían prosperado, era porque Dios lo había permitido. Sin embargo, cuando se exaltaron se sintieron indestructibles, invencibles, e infundieron terror a otras. Por tanto, Dios las juzgó. No solo las derribó, sino que las mandó al fondo del Seol.
Él hace caer todo lo que se exalta; todo lo que niega o se olvida de Su existencia.
«Engrandece las naciones, y las destruye; ensancha las naciones, y las dispersa» (Job. 12:23).
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Dios no se complace con la muerte de los perversos
El anhelo de Dios es que las personas se arrepientan y se vuelvan a Él. Por eso enviaba profetas para advertir al pueblo de su destino si no se arrepentían.
«El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Pd. 3:9).
Dios desea escoger y santificar un pueblo para sí en medio del cual Él pueda morar. El problema es que muchos lo rechazan y los que dicen seguirlo no viven vidas santas. Dice la Biblia que «nadie busca de Dios» (Ro. 3:10-11), y la ley no es capaz de salvar; nadie es capaz de cumplirla a la perfección. Es necesario que Dios nos dé un nuevo corazón.
Los «buenos» no se salvan por sus buenas obras o su buena conducta, ni los «malos» se van al infierno por sus «malas obras». Ambos se salvan si se arrepienten de sus pecados y confían en el sacrificio de Cristo. A través de Cristo, la misma esperanza de vida eterna está disponible para los que se enorgullecen de su justicia como para el peor de los pecadores. La justicia perfecta de Dios se cumple en Cristo.
En Su gran amor, el Padre envió a Su hijo Jesucristo para morir por los pecadores.
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Jn. 3:16).
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Debemos predicar las buenas nuevas del evangelio.
Al igual que Ezequiel, somos centinelas; debemos velar y orar (Ef. 6:18). Pero también somos testigos; testigos de lo que hemos visto y oído. Debemos compartir la buena noticia del evangelio con las personas que Dios pone en nuestro entorno y orar para que Dios tenga misericordia de ellas y les abra los ojos a la salvación tan grande que tenemos en Cristo. Nos toca dar el «mensaje de alerta» del destino que les espera a los que persisten en ser enemigos de Dios y el costo de no reconciliarse con Él.
La salvación es del Señor. Nuestra responsabilidad es testificar y compartir el evangelio: «¿Cómo, pues, invocarán a Aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en Aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?» (Ro. 10:14).
Mientras lo hacemos, seremos para ellos aroma de vida o aroma de muerte:
«Pero gracias a Dios, que en Cristo siempre nos lleva en triunfo, y que por medio de nosotros se manifiesta la fragancia de Su conocimiento en todo lugar. Porque fragante aroma de Cristo somos para Dios entre los que se salvan y entre los que se pierden. Para unos, olor de muerte para muerte, y para otros, olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién está capacitado?» (2 Cor. 2:14-16).
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No seamos oidores olvidadizos.
El pueblo se gozaba escuchando a Ezequiel. Encontraban sus palabras lindas, como una hermosa voz o el sonido de un buen instrumento. ¡Pero luego se negaban a hacer lo que Ezequiel les decía! Sin embargo, su presencia allí y su mensaje servirá de testimonio contra ellos.
¿No nos ocurre lo mismo hoy? ¡Decimos «qué lindo mensaje» o «que poderoso», pero seguimos nuestra vida como si nada! No tomamos la Palabra en serio. ¡Es como si estuviéramos inoculadas contra el mensaje que nos puede hacer libres! Debemos evaluar nuestros corazones continuamente y hacer lo que nos recomienda Santiago:
«Sean hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos. Porque si alguien es oidor de la palabra, y no hacedor, es semejante a un hombre que mira su rostro natural en un espejo; pues después de mirarse a sí mismo e irse, inmediatamente se olvida de qué clase de persona es». (Stg. 1:22-24)
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Los falsos pastores y el buen Pastor.
Dios acusa a los pastores de Israel de buscar satisfacerse a sí mismos en lugar de preocuparse por el bienestar del pueblo. Usaban su posición para ganancias personales. Esto había conducido a la apostasía y dispersión del pueblo.
Hoy en día estos falsos pastores existen. Es triste ver que el llamado pastoral se ha profesionalizado; se ha convertido en una posición ejecutiva, en lugar de un llamado divino. Tristemente, muchos están en la obra por los beneficios que pueden obtener de las ovejas.
Dios mismo prometió rescatar a Su pueblo de los falsos pastores. Él prometió reunirlos y cuidarlos personalmente. Cristo es ese Gran Pastor (Heb. 13:20-21), el Mesías, que nos ama, nos busca, nos rescata, nos apacienta, nos restaura, nos fortalece, nos guía, y nos alimenta. Él ha hecho con nosotros un pacto eterno; Él es nuestra paz y nuestra seguridad.
Para meditar:
- Si otros ven cómo vives tu vida, ¿pueden ellos constatar que Dios es Rey de tu vida?
- El entender el concepto de que Dios controla toda la creación, ¿cómo te ayuda a confiarle los pequeños detalles de tu vida?
- ¿A quiénes a tu alrededor necesitas alcanzar y advertir? ¿Algún familiar? ¿Compañero de trabajo? Ora y pide a Dios sabiduría y oportunidades para testificar acerca de lo que Dios ha hecho en tu vida y compartirles el evangelio.
- ¿Eres obediente a la Palabra? Recuerda: Amamos a Cristo verdaderamente si obedecemos Sus mandamientos (Juan 14:15).
- ¿Conoces al Gran Pastor? ¿Tienes una íntima comunión con Él a través de Su Palabra?
- Lee Hechos 20:13-38 y observa un ejemplo de un pastor fiel.
- Si tienes pastores fieles, da gracias a Dios por ellos y obedece el mandato de Hebreos 13:17: «Obedezcan a sus pastores y sujétense a ellos, porque ellos velan por sus almas, como quienes han de dar cuenta. Permítanles que lo hagan con alegría y no quejándose, porque eso no sería provechoso para ustedes».
«Vivo Yo, declara el Señor Dios, que no me complazco en la muerte del impío, sino en que el impío se aparte de su camino y viva. Vuélvanse, vuélvanse de sus malos caminos. -Ezequiel 33:11
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