Día 246 | Ezequiel 22 - 23
Varias veces leemos estas palabras de parte de Dios: ¡Yo, el Señor he hablado! … Y sabrás que Yo soy el Señor! Él continúa hablando al pueblo a través de Ezequiel, recordándoles que Él es un Dios justo y santo; por lo tanto el pecado debía ser castigado. Las personas no debían continuar pecando, adorando ídolos abominables, y creyendo que sus actos no tendrían consecuencias o que Dios pasaría por alto las ofensas. Dios los esparciría por todas las naciones y los limpiaría de su maldad. Él los purificaría como la plata.
De igual forma hoy el Señor nos purifica y santifica por medio de Sus disciplinas. Como pecadores redimidos, aún tendemos a desviarnos y Él tiene que corregirnos como un buen padre. El autor de Hebreos nos recuerda:
«“Hijo Mío, no tengas en poco la disciplina del Señor, ni te desanimes al ser reprendido por Él. Porque el Señor …
Varias veces leemos estas palabras de parte de Dios: ¡Yo, el Señor he hablado! … Y sabrás que Yo soy el Señor! Él continúa hablando al pueblo a través de Ezequiel, recordándoles que Él es un Dios justo y santo; por lo tanto el pecado debía ser castigado. Las personas no debían continuar pecando, adorando ídolos abominables, y creyendo que sus actos no tendrían consecuencias o que Dios pasaría por alto las ofensas. Dios los esparciría por todas las naciones y los limpiaría de su maldad. Él los purificaría como la plata.
De igual forma hoy el Señor nos purifica y santifica por medio de Sus disciplinas. Como pecadores redimidos, aún tendemos a desviarnos y Él tiene que corregirnos como un buen padre. El autor de Hebreos nos recuerda:
«“Hijo Mío, no tengas en poco la disciplina del Señor, ni te desanimes al ser reprendido por Él. Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo”. Es para su corrección que sufren. Dios los trata como a hijos; porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline? Pero si están sin disciplina, de la cual todos han sido hechos participantes, entonces son hijos ilegítimos y no hijos verdaderos. Además, tuvimos padres terrenales para disciplinarnos, y los respetábamos, ¿con cuánta más razón no estaremos sujetos al Padre de nuestros espíritus, y viviremos? Porque ellos nos disciplinaban por pocos días como les parecía, pero Él nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de Su santidad» (Hebreos 12:5b-10).
Por otro lado, Su Palabra nos recuerda una vez más que la justicia y la misericordia hacia los vulnerables son importantes para Dios.
El pueblo había olvidado los mandamientos y el llamado a cuidar de los vulnerables. Aun los sacerdotes desobedecieron. Rendían culto a ídolos, cometían inmoralidades, cometían adulterio, deshonraban a sus padres, cometían incesto, cometían usura, avaricia, oprimían a los pobres, a las viudas, a los inocentes, necesitados y extranjeros.
Si hay algo que debe caracterizar a un hijo o hija de Dios, debe ser la misericordia. Su Palabra nos advierte:
«Y cualquiera que como discípulo dé a beber aunque solamente sea un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, en verdad les digo que no perderá su recompensa» (Mt. 10:42).
«Porque el juicio será sin misericordia para el que no ha mostrado misericordia» (Stg. 2:13).
En la narrativa del Antiguo Testamento vimos algunos hombres que se pusieron en la brecha por el pueblo: Moisés, Josué, Samuel. En esta ocasión el Señor trataba de conseguir alguien que se pusiera en la brecha por el pueblo; buscaba «uno bueno», alguien que pudiera abogar por ellos. En este caso, el Señor no pudo encontrar ni aun uno; todos se habían desviado; por tanto, Su ira recaería sobre ellos.
La Palabra de Dios dice que no hay ni uno bueno, dice que todos se han desviado y no hay quien haga lo bueno. Nadie busca a Dios por motivación propia (ver Romanos 3:12). El hombre está en necesidad de ser reconciliado con Dios y, en Su inmensa bondad, Él envió a Su único hijo, no para juzgar el mundo, sino para que el mundo fuese salvo por medio de Él (ver Juan 3:17).
¡Cristo se colocó en la brecha para salvarnos de la ira de Dios! A este apuntaban aquellos del Antiguo Testamento; a Uno mejor que se pondría en la brecha entre el hombre y Dios. ¡Alabado sea Su nombre!
«En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Jn. 4:10).
En el capítulo 23 vemos que Dios abomina el adulterio espiritual, o la idolatría. Una y otra vez en las Escrituras vemos que el abandonar a Dios por ir tras ídolos es abominable para Dios, es adulterio contra el Dios que hizo un pacto eterno con nosotros de amor y fidelidad. Este capítulo está lleno de ilustraciones sexuales crudas que simbolizan cómo luce el apartarse de la voluntad de Dios para satisfacer la lujuria insaciable por los placeres del mundo.
Bien nos recuerda Santiago: «¡Oh almas adúlteras! ¿No saben ustedes que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O piensan que la Escritura dice en vano: «Dios celosamente anhela el Espíritu que ha hecho morar en nosotros?» (Stg. 4:4-5).
Dios abomina la inmoralidad sexual. Aunque esta porción usa ilustraciones sexuales para referirse al adulterio espiritual del pueblo, no es menos cierto que nos da una idea de las consecuencias que tiene la inmoralidad en nuestras vidas.
Hoy en día muchas personas (¡hombres y mujeres!) son adictas a la pornografía, cautivos a satisfacer los apetitos de su carne. La inmoralidad no solo es aceptada, es promovida. Muchas jóvenes, en su búsqueda de satisfacer la sed de ser amadas, codiciadas, aprobadas, inician relaciones sexuales en su adolescencia, entregándose físicamente a hombre tras hombre, sin darse cuenta de que cada una de esas relaciones deja una huella en ellas. Muchas terminan heridas, desechadas, abandonadas, abusadas y cautivas de sus placeres, y aun practicándose abortos.
Quiera Dios abrir los ojos a muchas que se encuentran esclavas de sus lascivias e idolatrías. Somos esclavas de todo lo que nos domina, y la inmoralidad tiene consecuencias funestas en nuestra alma.
- Recuerda: Si estás en Cristo, el pecado no tiene que tener poder sobre ti. Si estás involucrada en prácticas inmorales, ponte de acuerdo con Dios, arrepiéntete, confiesa tu pecado. Él es fiel y justo para perdonarte y limpiarte de toda maldad. Él puede hacerte blanca como la nieve.
- Bebe del agua viva de Dios, de Su Palabra, deja que Él satisfaga tu alma profundamente, y no volverás a tener sed jamás.
Para meditar:
- ¿Te ha hablado el Señor a través de Su Palabra? ¿Le obedeces?
- ¿De qué forma(s) te ha purificado el Señor?
- ¿Te caracterizas por ayudar a los más vulnerables?
- ¿Te interesas por sus necesidades?
- ¿Muestras a otros la misericordia que has recibido de Dios?
- ¿Cuáles son esos ídolos que persigues hoy y que te alejan de los caminos de Dios, o que te impiden cultivar una íntima comunión con Él?
Medita en los siguientes versículos:
«Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad...». –Gálatas 5:19
«Pero que la inmoralidad, y toda impureza o avaricia, ni siquiera se mencionen entre ustedes, como corresponde a los santos». –Efesios 5:3
«Porque esta es la voluntad de Dios: su santificación; es decir, que se abstengan de inmoralidad sexual». –1 Tesalonicenses 4:3
«Huye, pues, de las pasiones juveniles y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que invocan al Señor con un corazón puro». -2 Timoteo 2:22
«Busqué entre ellos alguien que levantara un muro y se pusiera en pie en la brecha delante de Mí a favor de la tierra, para que Yo no la destruyera, pero no lo hallé. He derramado, pues, Mi indignación sobre ellos; con el fuego de Mi furor los he consumido; he hecho recaer su conducta sobre sus cabezas», declara el Señor Dios». -Ezequiel 22:30-31
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