Día 237 | Lamentaciones 1 - 2
El libro de Lamentaciones está compuesto por una serie de poemas de lamento que expresan el dolor y la desesperación del pueblo de Judá tras la destrucción de Jerusalén en 586 a.C. por las fuerzas babilónicas lideradas por el rey Nabucodonosor II. Tradicionalmente, se atribuye el libro de Lamentaciones al profeta Jeremías debido a su estilo y contenido, aunque el texto mismo no menciona explícitamente a su autor. Jeremías fue testigo de la destrucción de Jerusalén y compartió el dolor de su pueblo.
Lamentaciones no es el título de un libro que naturalmente despierte nuestro interés y ánimo para leerlo. Sin embargo, se ha convertido en uno de mis libros favoritos, pues a través de sus poemas puedo reconocer el lamento del corazón del profeta y de la misma Jerusalén, que se parece tanto al mío cuando algún pecado me hace sentir cautiva y alejada de mi Dios.
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El libro de Lamentaciones está compuesto por una serie de poemas de lamento que expresan el dolor y la desesperación del pueblo de Judá tras la destrucción de Jerusalén en 586 a.C. por las fuerzas babilónicas lideradas por el rey Nabucodonosor II. Tradicionalmente, se atribuye el libro de Lamentaciones al profeta Jeremías debido a su estilo y contenido, aunque el texto mismo no menciona explícitamente a su autor. Jeremías fue testigo de la destrucción de Jerusalén y compartió el dolor de su pueblo.
Lamentaciones no es el título de un libro que naturalmente despierte nuestro interés y ánimo para leerlo. Sin embargo, se ha convertido en uno de mis libros favoritos, pues a través de sus poemas puedo reconocer el lamento del corazón del profeta y de la misma Jerusalén, que se parece tanto al mío cuando algún pecado me hace sentir cautiva y alejada de mi Dios.
En el libro del profeta Jeremías se narra la caída de Jerusalén, cuando Babilonia finalmente irrumpió en la ciudad después de un largo asedio que dieron paso al dolor y lamento por el pecado de idolatría y rechazo de obedecer la Palabra de Dios. En Lamentaciones, leeremos a detalle el resultado del juicio de Dios sobre Judá y las trágicas consecuencias de pecar contra Dios. El pueblo de Dios se lamenta por su situación, ellos anhelan que Dios los escuche una vez más apelando a Su misericordia, lo que nos anticipa la necesidad de redención que Cristo ofrece. Aún en medio del lamento, el autor los llama a poner toda su esperanza y confianza en el Señor, que recuerden Su misericordia y se vuelvan de todo corazón a Dios.
El templo de Jerusalén, orgullo del pueblo de Judá no solo perdió su esplendor y fue destruido, sino que Su pueblo fue traicionado, derrotado y, como Su Dios había prometido, fue llevado cautivo. Después de ser como una princesa, esta ciudad fue afligida y hecha tributaria de sus enemigos.
Por la ira de Dios que este pueblo despertó, fue llevada al cautiverio. ¡Cuánto sufrió Su pueblo por su rebelión, y cuánto se lamentó al llegar el juicio! Jerusalén perdió su valor, su riqueza, su esplendor y la magnificencia de su gran templo desapareció. La ciudad designada para adorar al temible Dios de Judá, fue destruida: el pueblo a través del que Dios mostró Su gran poder, le ignoró y por consecuencia, vino el juicio que ya Dios conocía.
Ese pueblo elegido para ser distinto a los demás dejó de brillar, no por lo que eran sino porque se alejaron de Su Dios. Pese a las misericordiosas advertencias, le despreciaron y se olvidaron de Él; ya no encontraron regocijo ni consuelo en sus ídolos y experimentaron la soledad del luto que viene de la pérdida, como la viuda que está en gran angustia porque el esposo se ha ido.
Fue entonces que, a pesar de su estado de sufrimiento, tristeza y aflicción, Su pueblo se percató lo lejos que estaban de Su consolador, del único que podía animar su alma. En Su justicia y misericordia, Dios permitió la inmundicia de Su pueblo para que clamaran regresar a Él y recibieran la consolación que necesitaban, pues Su consuelo solo podría venir de Dios, y así reconocer que la fidelidad del Señor es constante, aun en el juicio.
De la misma manera, nosotras, aun en tiempos de aflicción, angustia, desolación, frustración, donde la amargura se arraiga en nuestro corazón, podemos reconocer que no hay otro a quien podamos acudir por consuelo y perdón. Aun cuando nuestro sufrimiento sea consecuencia de nuestro pecado, podemos reconocer que el único de quien puede venir verdadero consuelo es de nuestro Dios.
El autor sufre como un pastor por sus ovejas, se identifica con su dolor, es como si sus lágrimas se mezclara con la del pueblo. Jerusalén ya estaba sin esplendor ni fuerza, cayó en ruinas; pero ahí, en el sufrimiento, fue que reconoció que la fidelidad de Dios permanece. ¡Cuánto dolor trae el pecado! Su dolor era tal al ver la muerte, pobreza, suciedad, soledad y demás, que lo gritaban en las calles frente a sus enemigos.
Yo no sé cuál es tu situación hoy, si estás en aflicción por las circunstancias presentes, por una enfermedad o te sientes sola y abandonada, excluida y perdida como consecuencia de tu pecado. Sin embargo, quiero recordarte que allí donde estás puedes clamar por el consuelo del Señor, Él es fiel por causa de Cristo quien fue desolado en una cruz para que hoy puedas recibir perdón y limpieza del pecado en tu corazón.
Reconoce que los ídolos de tu corazón, que en algún momento te proveyeron satisfacción, son temporales y vacíos. No te dejes seducir por los placeres de este mundo ni permitas que tu oído sea endulzado por las falsas promesas del enemigo.
Por más alejadas que estemos de Su presencia, por más apartadas que estemos de aquella gloria, gozo y alegría que tuvimos al comenzar nuestro caminar con el Señor, recuerda lo que el profeta hizo, y haz lo mismo: «Esto traigo a mi corazón, por esto tengo esperanza: Que las misericordias del Señor jamás terminan, pues nunca fallan sus bondades; Son nuevas cada mañana; ¡Grande es Tu fidelidad!» (Lam. 3:21-23).
Amada hermana, clama, como dice el profeta, derrama como agua tu corazón ante la presencia del Señor. Voltea al único Señor que es fiel.
«Porque el Señor no rechaza para siempre, Antes bien si aflige, también se compadecerá según Su gran misericordia». -Lamentaciones 3:31-32
¡¿Qué esperas?! Ve a la presencia del Altísimo y encuentra el consuelo que necesita tu alma hoy. Su amor ilimitado no depende de ti, Su amor permanece para siempre porque Él lo ha prometido. Las consecuencias dolorosas por tu pecado no son impedimento para que corras a Él, al contrario, son el megáfono de Dios para que en humildad reconozcas tu necesidad de Cristo.
Confía en Su inagotable fidelidad, Dios no dejará a medias lo que Él ha iniciado. Nuestra fe es el medio para que Cristo se manifieste con salvación. A pesar de las preguntas o dudas que tengas en tu corazón, no olvides Sus promesas y Su Palabra porque es por Su misericordia que aún no has sido consumida, más bien, Él Señor es bueno para los que esperan en Él y le buscan. Acércate en humildad y no temas, porque Cristo es el Vindicador de Su pueblo, al cual no dejará ni desamparará.
El autor nos recuerda el lamento de Cristo por Su pueblo, como lo exclama Jesús en Mateo 23:37-39, así como Cristo hoy está intercediendo por Su pueblo ante el Padre para que no desfallezcamos. Él ha pagado un alto precio por nosotras, nos ha comprado para Su Padre y con Su resurrección nos ha dado la vida eterna con nuestro Padre. En Cristo, vemos la fidelidad de Dios a Su pacto y Su llamado constante a regresar a Él.
Si estás lidiando con pecado, no te escondas, no huyas de Dios, más bien, voltea tu rostro a Sus pies, arrepiéntete y pide perdón para que Él te perdone y limpie de toda maldad. No te quejes por el sufrimiento, no te desesperes en el dolor, no te quejes en amargura, sino que recuerda quién es Dios y Su promesa de redención completa en Cristo Jesús por la fe y Su gracia.
Para meditar:
- No somos inmunes al pecado por ser creyentes, el apóstol Juan dice que si decimos que no tenemos pecado en nosotras, mentimos y hacemos a Dios mentiroso. Así que, pidamos al Señor que examine nuestro corazón y nos muestre qué área de nuestra vida estamos renuentes a rendirle por completo.
- ¿Estás de alguna manera buscando satisfacción y deleite en algo o en alguien que no es el Señor? Confiésalo, arrepiéntete y ora clamando al Señor por cordura y sabiduría.
- ¿Existe algo en tu corazón por lo que estarías dispuesta a pecar (desobedecer) al Señor? Rinde ese ídolo al Señor.
- ¿Crees que el pecado de Judá justificaba el sufrimiento que Dios permitió que tuvieran al ser llevados cautivos? ¿Por qué?
- Recuerdas alguna ocasión en la que has sentido tal aflicción que derramas tus lágrimas delante del Señor. ¿Cómo te respondió el Señor?
«El Señor ha hecho lo que se propuso, ha cumplido Su palabra que había ordenado desde tiempos antiguos. Ha derribado sin perdonar, ha hecho que se alegre el enemigo sobre ti, ha exaltado el poder de tus adversarios». -Lamentaciones 2:17
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