Día 231 | 2 Reyes 24-25; 2 Crónicas 36
Nuestro Dios es soberano y justo. Por amor a Su nombre y a Sus hijos nos disciplina porque Dios al que ama disciplina. Como nuestro Señor y buen Padre que es, Él nos enseña que Su Palabra es fiel y verdadera, y que nuestras acciones tienen consecuencias. Aunque Él es lento para la ira y lleno de amor inagotable, de ninguna manera tendrá por inocente al culpable; sino que castiga la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y la cuarta generación, tal como dice Números 14:18.
Al ver las tragedias, pandemias, y todo lo que ha pasado en estos últimos días a nivel mundial, tendemos a reclamar al Señor por tanta aflicción olvidando que el mundo ha decidido vivir de espaldas a Dios; ha decidido ser su propio dios y vivir por sus propias reglas, viviendo así una vida en total oscuridad, pecado, destrucción y muerte. …
Nuestro Dios es soberano y justo. Por amor a Su nombre y a Sus hijos nos disciplina porque Dios al que ama disciplina. Como nuestro Señor y buen Padre que es, Él nos enseña que Su Palabra es fiel y verdadera, y que nuestras acciones tienen consecuencias. Aunque Él es lento para la ira y lleno de amor inagotable, de ninguna manera tendrá por inocente al culpable; sino que castiga la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y la cuarta generación, tal como dice Números 14:18.
Al ver las tragedias, pandemias, y todo lo que ha pasado en estos últimos días a nivel mundial, tendemos a reclamar al Señor por tanta aflicción olvidando que el mundo ha decidido vivir de espaldas a Dios; ha decidido ser su propio dios y vivir por sus propias reglas, viviendo así una vida en total oscuridad, pecado, destrucción y muerte.
A pesar de las múltiples advertencias de parte de Dios, Judá decidió rebelarse y adorar los dioses de los pueblos de otras naciones, cosechando así las siguientes consecuencias, no solo para ellos, sino también para sus esposas, hijos, hijas, y para todo el pueblo:
- «En aquel tiempo los siervos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, subieron a Jerusalén, y la ciudad fue sitiada» (2 Re. 24:10).
- «Nabucodonosor sacó de allí todos los tesoros de la casa del Señor, los tesoros de la casa del rey, y destrozó todos los utensilios de oro que Salomón, rey de Israel, había hecho en el templo del Señor, tal como el Señor había dicho» (2 R. 24:13).
- «Y se llevó en cautiverio a todo Jerusalén: a todos los jefes, a todos los hombres valientes, 10,000 cautivos, y a todos los artesanos y herreros» (2 Re. 24:14).
- «Y degollaron a los hijos de Sedequías en su presencia, y a Sedequías le sacó los ojos, lo ató con cadenas de bronce y lo llevó a Babilonia» (2 Re. Reyes 25:7).
- «Todo el ejército de los caldeos que estaba con el capitán de la guardia derribó las murallas alrededor de Jerusalén» (2 Re. 25:10).
El pecado nos oprime, roba nuestra paz, nuestra salud física y espiritual, afectando nuestro cuerpo que es el templo del Espíritu Santo, debilitando nuestro dominio propio el cual es para nosotros lo que es la muralla para una ciudad.
¿Estamos ignorando las advertencias de Dios? ¿Estamos conscientes de que las consecuencias de nuestros pecados no solamente nos afectan a nosotros, sino también a los que más amamos?
¿Está siendo Dios injusto al permitirnos experimentar las consecuencias de nuestro pecado?
Recordemos que la disciplina es un instrumento de la expresión del amor de Dios, pues aun en medio de esta, Dios está obrando para que veamos la realidad de la desobediencia y el pecado y corramos de vuelta a nuestro Creador, buen Padre y Salvador.
Mis hermanas, el Señor no rechaza para siempre, Él no castiga por gusto, si aflige también se compadece según su misericordia. Ese es el corazón de nuestro Padre y nuestro Dios (Lamentaciones 3:31-33).
Ahora vemos en 2 Reyes capítulo 25 versículos del 27 al 30, que el rey de Babilonia saca de la prisión a Joaquín, rey de Judá, y le muestra benevolencia tanto en su hablar como en sus acciones, hasta el punto de concederle comer siempre en presencia del rey todos los días de su vida.
- «En el año treinta y siete del cautiverio de Joaquín, rey de Judá, Evil Merodac, rey de Babilonia, en el año en que comenzó a reinar, sacó de la prisión a Joaquín, rey de Judá; y le habló con benevolencia y puso su trono por encima de los tronos de los reyes que estaban con él en Babilonia. Le cambió sus vestidos de prisión, y comió siempre en la presencia del rey, todos los días de su vida» (2 Re. 25:27-30).
- «Así dice Ciro, rey de Persia: “El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha designado para que yo le edifique una casa en Jerusalén, que está en Judá. Quién de entre ustedes sea de Su pueblo, suba allá, y el Señor su Dios sea con él”» (2 Cro. 23:36).
Estos versículos son importantes porque Dios usó a un rey pagano para asegurar la vigencia de Su promesa. A pesar de que el trono real de David había sido destruido, la promesa de Dios estaba presente, el verdadero rey vendría cuyo trono jamás será destruido: Jesucristo. Por providencia de Dios, Joaquín fue tratado diferente, como a un rey, uno de sus hijos es Salatiel, que luego engendra a Zorobabel, el cual se convirtió en el gobernador de Judá cuando finalizó el exilio. El linaje del Salvador nunca fue cortado; nosotras hoy disfrutamos de Su reino que no tiene fin.
Aun en medio de nuestra disciplina y de las consecuencias de nuestro pecado, no olvidemos que Él tiene control de toda Su creación, de los tiempos y de nuestras vidas. El Señor nos ama profundamente y desea que volvamos nuestros corazones a Él para rescatarnos, salvarnos, liberarnos y sanarnos.
Como muestra de Su gracia y compasión, nos llama la atención muchas veces, así que no seamos tercas y obstinadas en seguir viviendo según nuestro propio entendimiento. No ignoremos Sus llamadas de alerta, porque Su palabra nunca deja de cumplirse. Si bien no toma en cuenta nuestros pecados, pues Cristo pagó por todos ellos, Dios nos disciplinará tanto como sea necesario para que seamos conformadas a la imagen de Su Hijo.
Para meditar:
- ¿A qué te aferras cuando estás atravesando una prueba consecuencia de tu pecado?
- ¿A dónde llevas tu culpa cuando pecas?
- Dios es justo, y por ello, no dejó nuestro pecado sin justicia, Cristo llevó la pena de tu pecado para que puedas acercarte al trono de la gracia y encontrar el oportuno socorro que necesitas, pero, sobre todo, para que te arrepientas y encuentres perdón en Él. Cultiva una vida de arrepentimiento delante de Dios.
«El Señor, Dios de sus padres, les envió palabra repetidas veces por Sus mensajeros, porque Él tenía compasión de Su pueblo y de Su morada. Pero ellos continuamente se burlaban de los mensajeros de Dios, despreciaban Sus palabras y se burlaban de Sus profetas, hasta que subió el furor del Señor contra Su pueblo, y ya no hubo remedio». -2 Crónicas 36:15-16
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