Día 214 | 2 Reyes 20-21
Dios ha fijado un tiempo para cada etapa en nuestras vidas, y una de ellas es la muerte física. Pensar en la muerte puede llenarnos de temor, pero como hijas de Dios, aun al momento de morir, podemos estar confiadas y sostenidas de la mano de nuestro Salvador, Padre y Buen Pastor.
Aunque una enfermedad puede ser diagnosticada por los médicos como terminal, es Dios quien determina el tiempo, la hora y el lugar de nuestra partida, no la enfermedad. Esto podemos apreciarlo claramente en la conversación de Jehová con Ezequías. La muerte es un enemigo que ha sido conquistado y derrotado por nuestro Señor Jesucristo.
Es bueno para nosotras el pasar por aflicciones o enfermedades, porque nos apunta a verdades claves y necesarias para poder vivir una vida con una visión por encima del sol:
- La temporalidad de este mundo.
- Dios es el dueño de nuestras vidas y ha …
Dios ha fijado un tiempo para cada etapa en nuestras vidas, y una de ellas es la muerte física. Pensar en la muerte puede llenarnos de temor, pero como hijas de Dios, aun al momento de morir, podemos estar confiadas y sostenidas de la mano de nuestro Salvador, Padre y Buen Pastor.
Aunque una enfermedad puede ser diagnosticada por los médicos como terminal, es Dios quien determina el tiempo, la hora y el lugar de nuestra partida, no la enfermedad. Esto podemos apreciarlo claramente en la conversación de Jehová con Ezequías. La muerte es un enemigo que ha sido conquistado y derrotado por nuestro Señor Jesucristo.
Es bueno para nosotras el pasar por aflicciones o enfermedades, porque nos apunta a verdades claves y necesarias para poder vivir una vida con una visión por encima del sol:
- La temporalidad de este mundo.
- Dios es el dueño de nuestras vidas y ha fijado nuestros tiempos para nacer, vivir y morir.
- Este mundo no es nuestro hogar.
- Estamos por un tiempo limitado con propósitos específicos.
Dios nos motiva a venir delante de Él en todo momento; Él desea escucharnos; Él ve nuestro dolor, ve nuestras lágrimas y sabe exactamente lo que sentimos y padecemos. Así que, vengamos delante de Su trono con toda confianza, dando gracias; clamemos a Él confiando en Su voluntad y ciertamente recibiremos Su oportuno socorro. Recuerda estas palabras de Jesús: «Para los hombres esto es imposible…pero para Dios todo es posible» (Mt. 19:26).
Nuestro Dios es el único que puede cambiar el curso de todas las cosas, porque Él tiene el poder para hacerlo, pues solo Él es Dios. El Señor puede sanar enfermedades terminales, puede dar vida a una persona muerta, puede detener los desastres naturales, incluso Él fija el límite de cualquier acontecimiento en este mundo. La lista puede continuar. ¡No existen límites para nuestro Dios!
El inmediatismo y activismo que vivimos en nuestros días nos ha llevado a muchas de nosotras a ver la oración como una pérdida de tiempo porque no produce los resultados como los queremos y cuando queremos. Pensar de esa manera implica que no estamos recordando que nuestros tiempos y nuestras vidas están en las manos de Dios, y no en las nuestras.
¿Qué habría pasado si Ezequías hubiera recurrido a cualquier otro lugar o persona en lugar de correr primeramente a Dios?
Orar implica comunicarse, conversar con Aquel que sostiene todo el universo por el poder de Su Palabra. Es por medio de esas conversaciones que conocemos a Dios y es el medio por excelencia que Él usa para revelar Su voluntad y por el que nuestras almas son transformadas y fortalecidas. Es en la calidez de la intimidad con Dios en oración donde nuestros corazones son tallados y moldeados por Su tierna voz.
Reflexionando sobre el versículo 17 de 2 Reyes 20, Dios trae a mi corazón que debemos ser proactivas en cuidarnos del autoengaño al pensar que algo hemos logrado por nuestras fuerzas, o que las riquezas materiales serán para siempre, pues Todo es de Él y para Él. Él es la vid y nosotras las ramas.
«Desnudo salí del vientre de mi madre
Y desnudo volveré allá.
El Señor dio y el Señor quitó;
Bendito sea el nombre del Señor» (Job 1:21).
Dios ha prometido usar absolutamente todo en nuestras vidas, tanto bueno como malo, para la gloria de su nombre y para el bien de aquellos que lo aman. A la luz de esa verdad consoladora, esa enfermedad o dolencia física que Él ha permitido en tu vida es para que le conozcan aún más, y para que puedas experimentar «en vivo», de primera mano, Su poder, Su amor y Su soberanía.
Recuerda: «Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que Él tiene para ellos» (Romanos 8:28).
Muchas veces tendemos a hacer como el rey Ezequiel: dudamos de nuestro Dios buscando confirmación de Sus promesas. Pero recordemos que Él es fiel y verdadero, y podemos tener la plena certeza que Su palabra refleja lo que Él es.
Al meditar sobre los reinados de Ezequías, Manasés y Amón, la edad en que iniciaron su reinado y la duración de estos, puedo ver que lo importante no es cuánto tiempo, cantidad de meses o años servimos en determinada posición, llamado o ministerio, sino cómo servimos en ese tiempo y si en verdad estamos reflejando el carácter de Cristo y cumpliendo con Sus propósitos.
Para meditar:
¿Cómo estamos usando el tiempo que Dios nos da cada día para cumplir con nuestros llamados de esposa, madre, sierva, mentora? ¿Estamos dando prioridad y honrando a Dios, o estamos sirviendo a los falsos dioses de este mundo como el materialismo, el entretenimiento, la comodidad, etc.?
«Vuelve y dile a Ezequías, príncipe de Mi pueblo: “Así dice el Señor, Dios de tu padre David: ‘He escuchado tu oración y he visto tus lágrimas; entonces te sanaré. Al tercer día subirás a la casa del Señor’”». -2 Reyes 20:5
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