Día 142 | Salmos 95, 97, 98, 99
Según el predicador Charles Spurgeon, los seis salmos que van del 95 al 100, forman un mismo poema profético que el autor de Hebreos cita en el capítulo uno versículo 6 mencionando la introducción del Primogénito en el mundo. Aunque cada uno de estos salmos tiene un tema central, todos de una manera u otra apuntan a un tema fundamental entre ellos: el establecimiento del reinado del Mesías.
El día de hoy nos enfocaremos solo en 4 de estos salmos.
El Salmo 95 afirma la divinidad del Señor y Su poder sobre la naturaleza. Lo que el salmista hacía era alentar al pueblo a servir a Dios con acción de gracias. La nación de Israel conocía y había sido testigo de los hechos maravillosos y portentosos de Dios, no solamente entre las demás naciones, sino en Su misma creación.
Ante tal majestad, los hijos de Dios solo pueden postrarse delante …
Según el predicador Charles Spurgeon, los seis salmos que van del 95 al 100, forman un mismo poema profético que el autor de Hebreos cita en el capítulo uno versículo 6 mencionando la introducción del Primogénito en el mundo. Aunque cada uno de estos salmos tiene un tema central, todos de una manera u otra apuntan a un tema fundamental entre ellos: el establecimiento del reinado del Mesías.
El día de hoy nos enfocaremos solo en 4 de estos salmos.
El Salmo 95 afirma la divinidad del Señor y Su poder sobre la naturaleza. Lo que el salmista hacía era alentar al pueblo a servir a Dios con acción de gracias. La nación de Israel conocía y había sido testigo de los hechos maravillosos y portentosos de Dios, no solamente entre las demás naciones, sino en Su misma creación.
Ante tal majestad, los hijos de Dios solo pueden postrarse delante de Su creador y adorar. Pero el corazón del hombre es perverso y busca enorgullecerse y tentar a Dios y ponerlo a prueba como si tuviera la misma posición del Dios Todopoderoso.
El Salmo 97 es una continuación de estos hechos poderosos; hablan de la supremacía y soberanía del Señor, trayendo a memoria muy probablemente la aparición del Señor en el monte Sinaí (Ex. 19:16-20), donde el Señor proclamó Su justicia, revelándola delante de todos los pueblos.
El Salmo 98 nos invita a cantar a Jehová un cántico nuevo porque ha hecho maravillas y ha traído liberación. Sin duda, la nación de Israel conocía la gran liberación que habían experimentado una y otra vez al salir de Egipto, y no solamente de esa nación pagana y opresora, sino de la propia rebeldía de su corazón. El Señor había buscado pastorearlos hasta llevarlos a la Tierra Prometida a través del liderazgo de Josué y había usado a los jueces para conducirlos en Sus caminos. El versículo 3 dice: «Se ha acordado de su misericordia y de su verdad para con la casa de Israel», y viene para juzgar a toda la tierra.
En el Salmo 99 se nos dice que Jehová, sentado entre querubines, en completa majestuosidad y soberanía, hace temblar la tierra y debe ser alabado por la justicia de Su gobierno. Un gobierno justo y vengador por amor de Su nombre y honra a Su santidad, pero lleno de misericordia pues había mostrado ser un Dios perdonador.
Estos salmos resaltan el carácter de Dios de tal manera que dejan a la audiencia sin alternativa en cuanto a la respuesta que deberían tener ante el Señor, su Dios y Hacedor. Dado que: «¡el Señor reina!», Su justicia prevalece y Él es santo, Israel debería responder en aclamaciones de alabanza y gratitud. Pero ¿qué nos muestra la historia de Israel? La idolatría y rebeldía marcaron sus vidas, aun cuando habían sido testigos de la obra de Dios. El salmista describe cómo estos se rebelaron contra el Señor por la incredulidad de sus corazones y advierte a los lectores acerca de tal rebelión contra el Señor, la cual impidió que esa generación entrara en la Tierra Prometida.
A pesar de que este Dios tan inmenso y maravilloso era su Dios y ellos estaban bajo Su tierno cuidado, ellos ponían a prueba al Señor demostrando su incredulidad y rebelándose contra Él (Num. 14:22-23, 28-32). Más adelante, el autor de Hebreos menciona esta seria advertencia en contra de la incredulidad tres veces (Heb. 3:7, 15, 17). El corazón que conoce y confía en el Señor rebosa de adoración y asombro ante el entendimiento de quién es Dios. Por ese hecho, el salmista escoge un lenguaje muy específico, demandando una respuesta drástica de la audiencia: «aclamen, prorrumpan, estremézcanse».
La grandeza y majestuosidad del Señor demanda tanto la adoración completa de nuestro corazón como la total obediencia de nuestro actuar. De igual manera, cuando consideramos quién es Dios y todo lo que Él ha hecho, debemos responder en alabanza y gratitud. El ver y no alabar la belleza de Dios es rechazar a Dios mismo y rebelarse contra Él; este es el resultado de la incredulidad.
Estos salmos nos llevan a contemplar: ¡cuán grande es Dios! ¡Nuestro Dios! El Dios que reina, que «guarda la vida de sus santos», que es justo, misericordioso y fiel, que escucha la oración de sus hijos y que es perdonador y vengador de las malas obras.
Para meditar:
- ¿La idolatría y rebeldía marcan tu vida a pesar de ser testigo de la obra de Dios en ti?
- ¿La grandeza y majestuosidad del Señor te lleva a la adoración y obediencia completa de tu corazón?
- Amadas, cantemos al Señor por Su grandeza, alabémoslo por Su belleza y doblemos la rodilla ante su majestuosidad en temor y temblor, pues nuestro «Dios es fuego consumidor».
«Vengan, adoremos y postrémonos; doblemos la rodilla ante el Señor nuestro Hacedor. Porque Él es nuestro Dios, y nosotros el pueblo de Su prado y las ovejas de Su mano». -Salmos 95:6-7a
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