Día 134 | Salmos 32, 51, 86 y 122
¡Cuánto consuelo podemos hallar en los salmos de este día! Una vez más, vemos a David clamando por misericordia y perdón, y una vez más vemos a Dios respondiendo al clamor de Su siervo. A lo largo de nuestras vidas como cristianas, pecamos una y otra vez, y cada día nos vemos en la necesidad de buscar el perdón de Dios para que nos limpie y nos purifique de toda maldad.
¿Reconoces tu pecado delante del Señor o te justificas? ¿Has creído la mentira del enemigo de que no tienes que pedir perdón por cada vez que peques por ya Cristo pagó por todos tus pecados pasados, presentes y futuros? ¿En tu corazón crees que no necesitas el perdón y la misericordia de Dios? Bueno, David es un vivo ejemplo de cuánto necesitamos que Dios continuamente limpie nuestras vidas para poder vivir vidas que glorifiquen Su nombre.
Mira cómo …
¡Cuánto consuelo podemos hallar en los salmos de este día! Una vez más, vemos a David clamando por misericordia y perdón, y una vez más vemos a Dios respondiendo al clamor de Su siervo. A lo largo de nuestras vidas como cristianas, pecamos una y otra vez, y cada día nos vemos en la necesidad de buscar el perdón de Dios para que nos limpie y nos purifique de toda maldad.
¿Reconoces tu pecado delante del Señor o te justificas? ¿Has creído la mentira del enemigo de que no tienes que pedir perdón por cada vez que peques por ya Cristo pagó por todos tus pecados pasados, presentes y futuros? ¿En tu corazón crees que no necesitas el perdón y la misericordia de Dios? Bueno, David es un vivo ejemplo de cuánto necesitamos que Dios continuamente limpie nuestras vidas para poder vivir vidas que glorifiquen Su nombre.
Mira cómo comienza el Salmo 32: «¡Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión es perdonada, cuyo pecado es cubierto!». La palabra «bienaventurado» significa «dichoso, feliz», pero ¿quién es la persona que puede ser dichoso y feliz? Aquella a la que Dios justifica por pura gracia que puede ser verdaderamente feliz (ver Romanos 4:5-8). Y al transgresor, pecador, inicuo, y el que no trata de ganar su salvación por las cosas que hace, a ese Dios bendice, perdona, cubre, y libra de culpa cuando este cree en la obra completa de Cristo. ¡Eso es verdadera felicidad!
Cuando nosotras, sabiendo que lo que merecemos es el juicio y la ira de Dios, pero que a cambio recibimos tanta misericordia, en nuestro corazón crece mayor confianza en la protección divina y en el perdón de nuestros pecados. Comprender esa verdad hará que las alabanzas al Señor y el gozo broten de nuestras almas.
Cada vez que pecamos, es contra Dios que lo hacemos siempre. Nuestro Dios es santo, santo, santo, y Él mismo dijo que como santo será tratado (ver Levítico 10:3). Amada amiga y hermana, cada segundo de nuestras vidas vivimos en la presencia de Dios. Esa verdad debe llevarnos a vivir vidas íntegras delante de Sus ojos y de los ojos de todos aquellos que nos rodean. Nuestro Dios desea la verdad en lo más íntimo. ¿Vives una doble vida? ¿Delante de las personas eres alguien y en privado eres otra persona? Déjame decirte que, tristemente, esto es algo que a mí me sucede.
Pero qué bueno es nuestro Dios que cuando nos humillamos y venimos ante Él con un corazón contrito y humillado, Él pacientemente nos enseña el camino por el que debemos andar, y nos aconseja. Dios ponga en nosotras un espíritu humilde y enseñable, para que no seamos como el caballo o el mulo que no tienen entendimiento, porque cuando nos hacemos oídos sordos a Su voz y a Sus mandatos, Él como buen Padre nos disciplina para acercarnos a Él.
El Salmo 86 completo es una oración de súplica y confianza a Dios, el único Todopoderoso que pone en nosotras el querer como el hacer para que podamos serle agradables tanto en hechos como en palabras. La vida cristiana está llena de retos y batallas que muchas veces resultan ser muy agotadoras. Pero como hijas del Altísimo podemos correr a ese maravilloso refugio y clamar: «En el día de la angustia te invocaré, porque Tú me responderás». ¡Wow! ¿Cómo está tu confianza en el Señor? La verdad es que mi confianza en el Señor no siempre es sólida y firme, así que me veo en la profunda necesidad de pedirle al Señor que unifique mi corazóny que me purifique y me lave de toda mi maldad.
¡Qué maravilloso consuelo saber que el Rey de reyes no me echa fuera, sino que, con amor sobreabundante y gracia infinita renueva los afectos de mi corazón para que yo pueda amarle como solo Él se merece! Cuando comprendemos la medida, la anchura y la longitud de Su infinito amor por nosotras, podemos extender ese mismo gozo de saber que somos eternamente perdonadas a nuestros hermanos y hermanas en la fe.
Por el sacrificio de Cristo es que, con un corazón limpio, podemos acercarnos a Dios plantados nuestros pies y como ciudad compacta y bien unida. ¿Oras por tu familia en la fe? ¿No olvidas que, así como tú batallas contra el pecado, así mismo tus hermanos y hermanas en Cristo también tienen sus luchas, debilidades y pecados que los asedian?
Que sea siempre nuestra oración que Dios limpie nuestros corazones y renueve nuestras almas, porque solo así seremos fieles testigos de las buenas nuevas de Su evangelio y podremos vivir vidas que honren y testifiquen de Su gracia y perdón inmerecidos.
Para meditar:
- ¿Reconoces tu pecado delante del Señor diariamente o te justificas creyendo la mentira del enemigo de que no tienes que pedir perdón por cada vez que peques por ya Cristo pagó por todos tus pecados pasados, presentes y futuros?
- ¿Oras por un corazón humilde y enseñable que te lleve a amar a Dios como Él solo merece y amar a otros y orar por sus necesidades?
«¡Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión es perdonada, cuyo pecado es cubierto!». -Salmos 32:8
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