Viviendo en la Verdad
Annamarie Sauter: ¿Ya dejaste ir las palabras hirientes que te han mantenido atada?
Nancy DeMoss Wolgemuth: Algunas de nosotras oímos la Palabra de Dios y luego decimos, «yo sé que la Palabra de Dios dice eso, pero esto es lo que mis padres me dijeron a mí». Preferimos asirnos al dolor, preferimos asirnos a la maldición que dejarlo ir ante la luz de la verdad de la Palabra de Dios.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Las palabras que otras personas te han dicho han podido afectar la manera en que te ves a ti misma. En ocasiones esas palabras pueden contener algo de verdad, pero en otras pueden ser incorrectas. De todos modos, en última instancia, lo que necesitas saber es lo que Dios dice. Nancy nos habla más sobre esto al continuar su serie de enseñanzas titulada, …
Annamarie Sauter: ¿Ya dejaste ir las palabras hirientes que te han mantenido atada?
Nancy DeMoss Wolgemuth: Algunas de nosotras oímos la Palabra de Dios y luego decimos, «yo sé que la Palabra de Dios dice eso, pero esto es lo que mis padres me dijeron a mí». Preferimos asirnos al dolor, preferimos asirnos a la maldición que dejarlo ir ante la luz de la verdad de la Palabra de Dios.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Las palabras que otras personas te han dicho han podido afectar la manera en que te ves a ti misma. En ocasiones esas palabras pueden contener algo de verdad, pero en otras pueden ser incorrectas. De todos modos, en última instancia, lo que necesitas saber es lo que Dios dice. Nancy nos habla más sobre esto al continuar su serie de enseñanzas titulada, Bendice a otros a través de tus palabras.
Nancy: Hemos estado hablando de cómo superar la maldición de las palabras que pudieran haber entrado a tu vida. Pudo haber sido cuando eras niña. Pudo haber sido por padres que tal vez dijeron cosas con la intención de hacerte daño o de herirte. Y es posible que no haya habido esa intención, quizás eran bromas, cosas que las personas pensaron que eran divertidas, pero para ti no lo fueron y se albergaron en tu corazón, se quedaron en tu mente.
Quizás las llevaste contigo durante toda la niñez. Es posible que estés viviendo en un matrimonio en el cual tu esposo no es creyente o no está caminando con el Señor y te está diciendo ese tipo de palabras. Quizás sean los padres de tu esposo quienes no te han recibido en la familia. Hay cosas que se han dicho que son una maldición para ti.
Estamos hablando de cómo podemos superar la maldición de las palabras en tu vida, cómo puedes romper con ellas y ser libre de su poder.
Hemos dicho que la bendición de Dios en tu vida, si eres hija de Dios, es más poderosa que cualquier maldición que cualquiera pueda poner sobre ti. ¿Crees eso?
Si tú lo crees, no vas a estar complacida o contenta con vivir un momento más bajo la maldición o el dominio de cosas que las personas te han dicho. De lo que tienes que darte cuenta es de que tú puedes romper con eso y ser libre a través de Cristo y de Su cruz. En la cruz encuentras la provisión para superar cualquier maldición que pueda suceder en tu vida estando en este planeta.
Dijimos que necesitas revisar las palabras que te han dicho a la luz de la Palabra de Dios y preguntarte a ti misma: ¿Está de acuerdo esto con la Palabra de Dios, llena Su medida? ¿Es eso verdad? «Tú nunca llegarás a nada. Serás como esos padres que están viviendo una vida sin Dios».
Y puedes haber caminado toda tu vida pensando, voy a ser así, voy a ser de esa manera. Sin embargo el Espíritu Santo, la verdad de Dios, la Palabra de Dios te dice que en Cristo eres una nueva criatura. Hay poder a través del Espíritu de Dios para que puedas caminar una vida de obediencia, de pureza y santidad; no tienes que llevar la maldición. Esa es la palabra para referirse a maldición o juicio, vivir los patrones del pasado de tu familia o de tu pasado.
Puede haber palabras con las que tú misma te has maldecido: «No mereces estar viva. No debiste nacer. Revisa algunas de esas palabras a la luz de la Palabra de Dios y pregúntate, ¿son verdaderas?
Si no lo son, si no están de acuerdo con la Palabra de Dios, entonces recházalas. Di, «no voy a creer esas cosas porque no son verdad». Y recuerda que ellas solo pueden tener poder sobre ti si tú crees que son verdad. Ellas solo ejercerán poder sobre ti si tú crees que lo que dicen es verdad.
Ahora, además de rechazar las palabras que no son verdad, hay algo más que necesitas hacer al mismo tiempo. Y es renovar tu mente con la Palabra de Dios.
En la medida en que vas borrando esos patrones, esas maldiciones, sea que hayan sido dichas a ti por otros o dichas por ti misma, en la medida en que las borras –y por borrar no quiero decir que nunca las vas a recordar. Por borrar quiero decir que digas, «no voy a permitir que esto tenga control sobre mi vida nunca más. Lo rechazo porque no es verdad». Y quizás tú me digas, «bueno, sería agradable si yo pudiera borrarlo y nunca más recordarlo».
He llegado a creer que Dios ciertamente tiene el poder de borrar esos recuerdos de nuestras mentes. Y a veces Él lo hace. Pero a veces no lo hace.
Si no recordáramos lo que se nos ha dicho que fue doloroso, probablemente nunca seríamos capaces de mostrar misericordia y gracia, y entender a otros que están viviendo bajo la maldición de las palabras.
Ese recuerdo puede llegar a ser un regalo de Dios. Puede ser algo que se convierta en una bendición para otros. Así que cuando hablamos del proceso de borrar esto, no estamos diciendo que nunca más vas a recordar cuando tus padres te dijeron, «muérete», o «me gustaría que nunca hubieras nacido».
Estamos diciendo que estás borrando el poder de esas palabras para controlarte, esa grabación que escuchas en tu mente diciéndote, «eso es verdad, eso es verdad, eso es verdad». Esa es la grabación que estás borrando.
Mientras borras esa grabación necesitas reemplazar esas palabras con una nueva grabación, con nuevas palabras. Y ¿cómo haces eso? Tomas este libro, la Palabra de Dios, la verdad en tu corazón, en tu mente, en todo tu ser. Llenas tu mente con la verdad de la Palabra de Dios. Renuevas tu mente como dice Romanos capítulo 12, con la Palabra de Dios.
Ahora, he estado pensando en el hecho de que a los niños algunas veces les dicen cosas y a algunas de ustedes les pasó siendo niñas. Cuando tienes seis años y tus padres te dicen, «nunca lograrás nada» o «tú siempre…» o «tú nunca…», el niño puede no tener la capacidad en ese momento de discernir o darse cuenta de que lo que ese padre le está diciendo no es verdad.
Esto es de lo que me he dado cuenta. En la medida en que nos volvemos adultas, tenemos la responsabilidad de crecer. Parte de crecer significa que necesitamos descubrir lo que es verdad.
En vez de quedarnos siendo niñas y de seguir asumiendo…se entiende que una niña de seis años no entiende que esa cosa fea que un hermano, un padre o un profesor le dijo no es verdad. Pero no es entendible que teniendo treinta y seis años, todavía estés repitiendo una y otra vez esas grabaciones de los seis años y todavía creyendo lo que una niña de seis años quizás no tenía otra opción más que creer.
¿Puedes entender lo que estoy diciendo?
Como adultas, parte de convertirnos en adultas es buscar la verdad. ¿Y cómo haces eso? Si eres hija de Dios, te metes en la Palabra de Dios. Y dices, «tengo la responsabilidad de encontrar lo que es verdad y no simplemente dejar que esas cosas que fueron dichas y que no eran ciertas continúen dominándome, controlándome y persiguiéndome. Yo no tengo que vivir bajo el poder de esas palabras».
Es por eso que el apóstol Pablo dice en 1 Corintios capítulo 13: «Conviértete en adulto en tu forma de pensar, cuando creces piensas como adulto. Pon a un lado las cosas de niño y renueva tu mente con la Palabra de Dios».
Creo que es por eso que en Filipenses capítulo 4 Pablo dice, «todo lo que es verdadero» esto es lo que pone de primero, luego viene lo puro, lo amable, lo que merece elogio…
Pero lo primero es lo verdadero, lo que es verdad. Piensa en lo que es verdadero. Y si lo haces, la paz de Dios y el Dios de paz, guardarán tu corazón y tu mente, pondrán una protección alrededor de tu mente y te librarán del ataque y del asalto de esas cosas que pudieron haberte dicho de pequeña (ver Filipenses 4:8-9).
En la medida en que he estado estudiando este material y pensando sobre mi propia vida, una de las cosas de las cuales estoy tan agradecida es la bendición y el beneficio de más de cuarenta años de tener mi mente saturada con la Palabra de Dios y años de leer las Escrituras. Aun antes de poder leer, me leían las Escrituras y la depositaban en mi vida…la ventaja de crecer bajo la predicación de la Biblia en iglesias y de tener una educación cristiana.
Luego en la medida en que crecía y leía la Palabra a través de los años, realmente no puedo expresarte la influencia tan poderosa, tan limpiadora (purificadora) y protectora que la Palabra de Dios ha tenido en mi vida.
Ahora, eso no quiere decir que nunca digo palabras que maldicen a otros en el sentido de que los menosprecie o los degrade. No quiere decir que otros no me digan esas cosas a mí.
Pero hay una fuerza más poderosa trabajando en mi vida que esas palabras de maldición: la Palabra de Dios. Me doy cuenta ahora que soy una mujer adulta, madura, que la Palabra de Dios desde hace tiempo ha traído mucha gracia y paz a mi mente. Ha protegido mi mente. No ha permitido que esas palabras encuentren un hogar, que hagan un nido, que se alojen en mi mente.
Ahora, de nuevo, no quiero sonar como si yo nunca hubiera luchado con las palabras. Soy sensible. Soy muy sensible a las palabras. Puedo ser fácilmente bendecida o fácilmente herida por las palabras.
Pero me he dado cuenta de que la fuente más grande de lo que entra a mi vida es estar día tras día en la Palabra de Dios, renovando mi mente con la Palabra de Dios, saturándome de ella, y esta es una poderosa manera de mantener tu mente y tu corazón limpios de las heridas del pasado.
En la sesión anterior compartí con ustedes la historia de mi amiga que había crecido en una familia adoptiva. Ella había estado experimentando abuso físico y verbal, y compartió con su pastor lo que le estaba sucediendo. Regresó a la casa y sus padres la amonestaron fuertemente por haber hablado con alguien y le dijeron algunas cosas muy hirientes y dañinas, «desearíamos nunca haberte adoptado», etc.
Mi amiga me dijo que cuando dejó la perorata que sus padres le habían dado, se fue a su habitación. Estaba tan sobrecogida que ella quería morir, no veía razón para seguir viviendo.
Mientras ella gemía, empezó a clamar al Señor. Tomó un pequeño devocional que estaba leyendo en ese momento, pero nada parecía ser lo que ella necesitaba o parecía tocar su corazón herido.
Entonces ella dijo, «finalmente abrí mi Biblia y leí en el Salmo 27 versículo 10: “Porque aunque mi padre y mi madre me hayan abandonado, el Señor me recogerá”». Y ella dijo, «ese fue el aliento que mi Padre celestial me dio cuando yo lo necesitaba más».
Sus padres en ese momento la habían rechazado. Ellos lo habían dejado claro con palabras que eran palabras de maldición. Pero ahora conozco a esta mujer como esposa, madre y como una amiga muy cercana, y sé que por la gracia de Dios a través de todos estos años, ella ha podido extender el perdón a sus padres.
Ella ha podido regresar y bendecirlos. Ha estado en un proceso de proactivamente buscar estar en paz con esa relación. Realmente creo que eso es lo que ha traído libertad a su corazón… De hecho, ella es un instrumento de bendición en muchas, muchas vidas al día de hoy, y al involucrarse en un ministerio para mujeres, está hablando palabras de bendición a las vidas de otras.
Creo que eso comenzó ahí renovando su mente con la verdad de la Palabra de Dios y su disposición de recibir la Palabra de Dios como la verdad.
Sabemos que algunas de nosotras oímos la Palabra de Dios y luego decimos «pero…yo sé que la Palabra de Dios dice eso pero esto es lo que mis padres me dijeron a mí». Preferimos asirnos al dolor, preferimos asirnos a la maldición que dejarlo ir ante la luz de la verdad de la Palabra de Dios.
He aquí una mujer joven que durante su último año de bachillerato tuvo que tomar la decisión de aceptar la verdad de la Palabra de Dios. ¿Qué dice la Palabra? «Aunque mi padre y mi madre me hayan abandonado, el Señor me recogerá».
A través de sus emociones heridas, y no estoy diciendo que la transformación se dio allí mismo en un momento, pero una semilla fue plantada por la Palabra de Dios. Y esta mujer inició un proceso de permitirle a Dios recibirla y recibir las bendiciones de Dios en los lugares donde sus padres la habían rechazado y maldecido.
Renueva tu mente con la Palabra de Dios y luego recibe esa bendición del Señor, la bendición que Él quiere darte a través de Su Palabra.
Recientemente tuve una conversación telefónica con un amigo cuyo padre acababa de morir. Y hasta donde mi amigo sabía, su padre no conocía al Señor. Su papá había estado enfermo por un largo tiempo.
Mi amigo dijo que él visitaba periódicamente a su papá en los últimos meses y sabía que no sería por mucho tiempo. Él me dijo: «Una de las cosas más duras para mí con relación a ver a mi papá morir, era el hecho de que yo nunca recibí una bendición de parte de él».
Mi amigo tiene aproximadamente cincuenta años. Él conoció al Señor cuando se encontraba en sus cuarenta y no creció en un hogar cristiano. Él me dijo, «mientras veía morir a mi padre, me di cuenta que siempre esperé por esa bendición de mi papá y ahora iba a morir y no podía dármela».
Él dijo, «los últimos tiempos que estuvimos juntos él ni siquiera reconocía quién era yo». Y me dijo: «Realmente estaba luchando con esto porque me di cuenta que quería desesperadamente algo que probablemente ya nunca tendría».
Luego él compartió que fue como si el Señor impregnara su corazón con este pensamiento: Vas a estar bien. ¿Está bien contigo si yo, Dios, te doy esa bendición en lugar de tu papá?
Y mi amigo dijo que cuando esa pregunta se posó por primera vez en su corazón, él no estaba seguro de poder decir, «sí», pero sí pudo entender de qué se trataba.
Él necesitaba recibir de Dios la bendición que Dios le iba a dar y que Dios ya le había dado en Cristo y le estaba dando y siempre le iba a dar. En Cristo ya él es bendecido y esa bendición necesitaba ser suficiente para él. Y no solo que estuviera bien porque eso era el ideal de Dios, sino bien en el sentido de que vivimos como redimidas en un mundo caído y bajo maldición.
Es como que Dios está diciendo, «¿está bien si Yo te doy mi bendición? ¿Recibirías esa bendición de Mi parte como suficiente para ti, aun si nunca la recibes de las personas que aquí en la tierra debieron habértela dado y de las que habrías estado feliz de recibirla?»
Él dijo que a partir de ese punto en el que tuvo ese tipo de intercambio con el Señor, todo estuvo bien. Me dijo que por los próximos días sintió que esa carga le era quitada de su corazón –una carga que había llevado de una u otra forma por más de cincuenta años.
Aún como un no creyente existe ese anhelo de recibir la bendición de un padre quien nunca ha recibido una bendición de Dios él mismo, y no tiene un entendimiento de cuán importante es, no tiene la capacidad de dar una bendición que él mismo nunca ha experimentado.
Mi amigo aprovechó algo muy importante aquí, en la medida en que estamos hablando de cómo superar la maldición de las palabras en nuestras vidas. Este hombre, al igual que muchas, muchas otras personas en nuestra fragmentada sociedad, creció en un hogar donde hubo mucha maldición, no solo de malas palabras sino de conversaciones humillantes que menosprecian.
Sé que mi amigo ha luchado mucho con su propio sentido de aceptación en su propio matrimonio, saber cómo dar esa bendición a su esposa y a sus hijos. Él ha tenido que trabajar en lo que significa recibir la bendición del Señor. Y tú tienes que trabajar con esto si quieres superar la maldición de las palabras en tu pasado o en tu presente.
A medida que vas renovando tu mente con la Palabra de Dios, entonces necesitas querer recibir por fe la bendición que Dios quiere darte y decir, «Señor, Tu bendición es todo lo que realmente tengo que tener, es todo lo que necesito».
¿Quieres la bendición de tu mamá? ¿Quieres la bendición de tu papá? Absolutamente. ¿Fue creado tu corazón para desear eso? Sí. Pero, ¿puedes vivir bien sin eso? ¿Puedes ser bendecida sin eso? Absolutamente.
Si no aprendes a recibir la bendición de Dios en tu vida por fe y que eso sea suficiente, entonces te encontrarás a ti misma incapacitada en la medida en que tratas de bendecir a tu pareja, a tus hijos, a tus amigos, a otros porque siempre vas a estar funcionando con esta carencia.
«Yo no lo recibí, así que no puedo darlo». Bueno, si eres hija de Dios, tienes una bendición en tu vida que es más grande que la que cualquier padre terrenal, el mejor padre terrenal te habría podido dar.
Poder bendecir a otros depende realmente, en última instancia, de haber recibido primero, por fe, la bendición de Dios. Ahora, tú dices, «hay todavía una pequeña parte de mí, o una gran parte de mí, que anhela escuchar de mi mamá o de mi papá el decir, «estoy orgulloso de ti. Me agrada en lo que te has convertido y te amo».
Déjame decirte que quizás nunca recibirás eso. Pero la gracia de Dios, Su plan de redención y el propósito de Dios es tal, que Él es más que suficiente para llenar esos espacios vacíos en tu corazón y darte un vasto arroyo del que puedas ministrar gracia y bendición a otros.
Ahora, no dejo de decirte y continúo enfatizando esto: es por fe porque tú no puedes ver a Dios. No lo escuchas decir las palabras que anhelas escuchar, quizás de tus padres o de tu compañero o de un hijo o de una hija. Probablemente, de manera audible no vas a escuchar a Dios decir, «te amo» como la voz del cielo que dice «este es mi hijo amado en quien tengo complacencia».
Pero Dios, no obstante, porque estás en Cristo, te ve así. Eres aceptada, acepta en el amado, y Él dice, «porque estás en Cristo, estoy complacido contigo».
Si quieres superar la maldición de las palabras en tu vida, tienes que recibir la bendición de Dios. Y luego, tienes también que estar dispuesta a liberar a aquellos que te han maldecido, a aquellos de los que anhelabas recibir una bendición.
Debes llegar al punto en el cual liberes a esas personas, liberes a tu madre, esté ella viva o haya muerto; liberes a tu padre, a los suegros, a tus hijos, a tu esposo…a todos aquellos que han herido tu espíritu.
Y los dejas libres porque si insistes en mantenerlos presos, agarrados, si insistes en demandarles algo que ellos no saben cómo darte, no quieren darte o no pueden darte –o quizás ya no estén vivos– pero todavía estás agarrada de esto, vas a encontrarte prisionera toda tu vida. Encontrarás que sigues siendo una niña aunque hayas crecido.
Dios quiere que crezcas en Cristo, que crezcas en fe, que crezcas en Su bendición y que en un acto de fe digas, «libero a esas personas que maldijeron mi vida». Quizás no fue algo que dijeron, sino lo que no dijeron. La ausencia de bendición, un padre que nunca dijo, «te quiero, te amo, estoy orgulloso de ti, estoy complacido contigo».
Tienes que llegar al punto en que, como adulta, dejes a esa persona, dejes esa situación a Dios, dejes a esa persona en las manos de Dios y le extiendas tu perdón. Tienes que hacerlo por el bien de esa persona, tienes que hacerlo por amor al Señor, tienes que hacerlo por tu propio bien, tienes que hacerlo por el bien de los demás –quienes nunca podrán recibir una bendición de parte tuya si no liberas a aquellos que nunca te bendijeron o a aquellos que te maldijeron.
Bendice a aquellos que te maldicen. Vamos a expandir este pensamiento en las próximas sesiones pero quiero plantar esta semilla aquí de la disposición de liberar a aquellos quienes nos han maldecido o no nos han bendecido.
Entonces, mientras buscamos superar el poder de la maldición que ha estado en nuestras vidas, necesitamos venir al lugar donde nos arrepintamos de cualquier maldición que le hayamos hecho a otros.
Somos tan conscientes de aquellos que nos han maldecido o han fallado en bendecirnos. Pero Dios puede usar ese dolor como una señal en nuestro propio corazón de que tenemos asuntos que resolver.
Y tú debes llegar a ese punto, yo debo llegar al lugar donde nos arrepentimos de cualquier maldición que le hayamos hecho a otros. Si no nos arrepentimos de haber maldecido a otros, entonces nunca seremos verdaderamente libres de la maldición que otros nos hayan hecho.
Santiago capítulo 3, habla acerca de esto de una forma que me da convicción y reta mi propio corazón. Él está hablando de todo el tema de la lengua. Fui redargüida de manera particular mientras lo leía recientemente, porque en el contexto está hablando a aquellos que enseñan la Palabra.
Él está diciendo, «sé cuidadoso con tus palabras. Si estás enseñando a otros, examina tu propio corazón, examina tus propias palabras porque será más severo el juicio que recibirás tú que estás enseñando la Palabra a otros, tú que estás criando niños y enseñándoles lo que es bueno o malo, tú serás juzgado por tus palabras». Yo voy a ser juzgada por mis palabras.
Él dice en Santiago capítulo 3 versículo 8: «Pero ningún hombre puede domar la lengua; es un mal turbulento y lleno de veneno mortal».
Y luego este párrafo en el versículo 9 de Santiago capítulo 3: «Con ella (con la lengua) bendecimos a nuestro Señor y Padre». Esa palabra elogio, bendecir, quiere decir, «hablar bien de» con nuestras lenguas.
Vamos a la iglesia, cantamos canciones, oramos, decimos, «bendito sea el Señor». «Con ella bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella (con la misma lengua) maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la imagen de Dios» (v.9).
Esa palabra maldecir, maldecimos, viene de una palabra griega que quiere decir «desearle a alguien lo malo o la ruina». Le deseamos a alguien lo malo o la ruina y lo expresamos con nuestra lengua –sea a esa persona o a otros acerca de esa persona.
Así que por un lado estás usando tu lengua para decir, «bendito seas Señor», y luego te das la vuelta y usas esa misma lengua para hablar mal y desearle la ruina a la persona que ha sido creada a imagen de Dios.
De la misma boca sale bendición y maldición. Y luego Santiago dice: «Hermanos míos, esto no debe ser así». Hay algo equivocado con esta imagen.
«¿Acaso una fuente por la misma abertura echa agua dulce y amarga? ¿Acaso, hermanos míos, puede una higuera producir aceitunas, o una vid higos? Tampoco la fuente de agua salada puede producir agua dulce» (vv.11,12).
Él está diciendo, «el resultado de lo que sale» dice algo acerca de la fuente. Si lo que está saliendo de tu boca son palabras que hablan lo malo, deseando ruina sobre los demás, aun en broma, entonces dice que hay un manantial que tiene una fuente interior que está bajo maldición que está contaminada.
Ahora, quiero retomar este pensamiento en la próxima sesión sobre arrepentirnos cuando somos nosotros los que hemos maldecido a otros. Pero tomemos un momento y pongámonos de acuerdo en cualquier cosa que Dios nos haya dicho en este momento.
Primero, ¿has recibido la bendición de Dios en tu vida? ¿Y es esa bendición suficiente para ti?
Segundo, ¿hay alguien que necesites liberar? ¿Alguien que te haya maldecido? ¿Alguien que nunca te bendijo y debió haberlo hecho? ¿Has liberado a esa persona? ¿La has perdonado? ¿La has entregado al Señor?
Y tercero, ¿hay alguna maldición de la que necesitas arrepentirte? ¿De alguna manera has herido, empequeñecido o has hablado palabras degradantes a un niño, a un padre, a un amigo, a un pastor –y necesitas arrepentirte para que puedas ser libre del poder de la maldición de las palabras?
Annamarie: Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha hablado palabras que traen libertad a nuestras vidas. Y esta libertad –que es la que Cristo nos ofrece– no necesariamente se experimenta a través de circunstancias fáciles o que se sienten bien, pero es lo que necesitamos. Te animo a reflexionar en las últimas tres preguntas que Nancy nos hizo, y a regresar mañana para la continuación de su enseñanza. ¡Te esperamos!
Trayéndote enseñanza práctica de la Palabra de Dios, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de La Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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