Ve en paz
Nancy DeMoss Wolgemuth: Las Escrituras no te piden que te perdones. No te dicen que te perdones. No encontrarás eso en ninguna parte de las Escrituras.
Débora: Con nosotras Nancy DeMoss Wolgemuth.
Nancy: Lo que dice es: «Tus pecados, que son muchos, han sido perdonados». Tú no puedes perdonar tus propios pecados, pero Dios sí puede. Jesús puede. Él pagó el precio por tus pecados.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 29 de diciembre de 2023.
Hoy Nancy concluye la serie de enseñanzas basada en Lucas capítulo 7, titulada, ¿Quién ama más?
Si te perdiste alguno de los episodios anteriores, escúchalo, descárgalo o léelo en avivanuestroscorazones.com.
Nancy: Hester Prynne es el personaje principal en una historia escrita por Nathaniel Hawthorne, un escritor norteamericano, y la historia se sitúa en el Massachusetts puritano del siglo XVII. En la historia, …
Nancy DeMoss Wolgemuth: Las Escrituras no te piden que te perdones. No te dicen que te perdones. No encontrarás eso en ninguna parte de las Escrituras.
Débora: Con nosotras Nancy DeMoss Wolgemuth.
Nancy: Lo que dice es: «Tus pecados, que son muchos, han sido perdonados». Tú no puedes perdonar tus propios pecados, pero Dios sí puede. Jesús puede. Él pagó el precio por tus pecados.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 29 de diciembre de 2023.
Hoy Nancy concluye la serie de enseñanzas basada en Lucas capítulo 7, titulada, ¿Quién ama más?
Si te perdiste alguno de los episodios anteriores, escúchalo, descárgalo o léelo en avivanuestroscorazones.com.
Nancy: Hester Prynne es el personaje principal en una historia escrita por Nathaniel Hawthorne, un escritor norteamericano, y la historia se sitúa en el Massachusetts puritano del siglo XVII. En la historia, Hester tiene un romance. Ella queda embarazada y da a luz a una niña. Y luego, escandaloso como fue esto, la llevan ante una multitud para recibir el castigo por su pecado. El castigo es, que siempre que ella esté en público, debe usar en su vestido una letra escarlata «A». Nunca se dice lo que significa la «A», pero se asume que significa adulterio. Y así Hester vive durante años, mientras su pequeña niña crece, con humillación pública y vergüenza.
Ahora, el padre de la niña, como resulta ser, es el ministro de la iglesia de Hester. Su nombre es Arthur Dimmesdale. Hester se niega a exponerlo o a revelar su identidad, pero Dimmesdale está atormentado por una conciencia culpable. Vive con una profunda vergüenza, por temor a que lo descubran, hasta justo antes del final de su vida.
Este tema de la vergüenza, ya sea pública… ¿Sientes que estás usando la letra «A» todo el tiempo? ¿«A» de adicta? ¿«A» de adúltera? ¿«A» de alcohólica? ¿U otra letra para otra cosa? La vergüenza pública, para algunos, como Dimmesdale o vergüenza privada es un enorme problema para muchas mujeres, a veces debido a su propio pecado, a veces es el fruto de los pecados que otras personas han cometido en su contra, por los que todavía se sienten avergonzadas, y a veces, tal vez a menudo, una combinación de ambas cosas.
He estado pensando en este asunto de la vergüenza mientras meditaba sobre el pasaje que hemos estado viendo en el capítulo 7 de Lucas, sobre la mujer pecadora. Cuando pensé en esta serie por primera vez, pensé que serían solo cuatro programas y que terminaríamos con el último, que era sobre el perdón. Pero cuánto más me metía en esto, más pensaba: Necesitamos hacer una sesión sobre la culpa, la vergüenza, porque creo que hay instrucciones aquí en la última parte de este pasaje que nos dan una idea de cómo lidiar con la vergüenza.
Así que permítanme leer comenzando en el versículo 36 de Lucas 7. Para aquellas que no nos han acompañado, pueden ir a avivanuestroscorazones.com y escuchar o leer los primeros cuatro episodios de esta serie. Voy a leer el pasaje completo para que tengamos el contexto de la última parte que veremos hoy.
Escuchemos la Palabra de Dios.
«Uno de los fariseos le pidió que comiera con él, (a Jesús) y él entró en la casa del fariseo y se reclinó en la mesa. Y he aquí, una mujer de la ciudad, que era pecadora…»
¿Ves el contraste entre los dos? Simón el fariseo tiene esta casa, tiene esta linda cena. Y esta mujer, la mujer pecadora de la ciudad, entra a esta casa sin invitación y veamos qué hace. Y sigue diciendo en el versículo 37:
«Y cuando se enteró de que Jesús estaba sentado a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y poniéndose detrás de Él a sus pies, llorando, comenzó a regar sus pies con lágrimas y los secaba con los cabellos de su cabeza, besaba sus pies y los ungía con el perfume. Pero al ver esto el fariseo que le había invitado, dijo para sí: Si este fuera un profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, que es una pecadora. Y respondiendo Jesús, le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”: Y él dijo: “Di, Maestro”. “Cierto prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios (alrededor de un año y medio de salario) y el otro cincuenta (alrededor de dos meses de salario); y no teniendo ellos con qué pagar (ninguno de los dos), perdonó generosamente a los dos (por gracia, perdonados gratuitamente). ¿Cuál de ellos, entonces, le amará más?” Simón respondió, y dijo: “Supongo que aquel a quien le perdonó más”. Y Jesús le dijo: “Has juzgado correctamente”. Y volviéndose hacia la mujer, le dijo a Simón: “¿Ves esta mujer? Yo entré a tu casa y no me diste agua para los pies, pero ella ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste beso, pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite, pero ella ungió mis pies con perfume. Por lo cual te digo que sus pecados, que son muchos, han sido perdonados…», (cancelados por gracia, perdonados gratuitamente. ¿Cuántos denarios le debía? No importa, 50 o 500, ella fue perdonada) «“…porque amó mucho. Pero al que poco se le perdona, Simón, ama poco”». (Es a ti que te estoy hablando, Simón. Puedes sentir la tensión en la habitación. Simón se retuerce).
«Y Jesús se vuelve hacia la mujer y le dice…» (Oh, qué dulce es escuchar a Jesús, diciéndote: no importa dónde hayas estado, qué hayas hecho, no importa cuán adicta hayas sido, no importa cuántos pecados secretos que nunca le has contado a nadie, no importa cuán orgullosa, arrogante, santurrona, autosuficiente hayas sido, escuchar a Jesús el Salvador decirte) «…“Tus pecados han sido perdonados”» (¡Uf! ¡Es enorme!)
«Entonces los que estaban sentados a la mesa con Él comenzaron a decir entre sí: “¿Quién es este que hasta perdona pecados?” (Sabían que era algo enorme). Pero Jesús dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”» (vv. 36–50).
Ahora, quiero asegurarme de que entendamos un par de cosas que este pasaje no dice, antes de hablar sobre lo que sí dice.
Esta mujer no fue salvada por sus lágrimas, ni por su devoción, ni por el regalo que trajo –ese frasco de alabastro. Ella fue salvada de la misma manera que cualquier persona es salva, cualquier pecador, por gracia a través de la fe.
No hay buenas obras que sean suficientes. Simón no tuvo suficientes buenas obras. Ella no tenía suficientes buenas obras. El jefe de Simón no tenía suficientes buenas obras para salvarlos. Sus obras, su amor, su adoración, su ofrenda eran la evidencia de que su fe la había salvado.
Warren Wiersbe lo expresa así al hablar sobre este pasaje. Él dijo: «No somos salvos por fe más obras; somos salvos por una fe que conduce a las obras».
O esto que dijo John MacArthur: «Su amor y las buenas obras que ella había hecho con Él fueron el resultado de su salvación, no la causa. La salvación es solo por fe y produce paz eterna».
Entonces Jesús le dice a esta mujer: «Tus pecados han sido perdonados. Ve en paz». O también podría traducirse como, «ve en paz, sigue tu camino en paz, ten paz».
Sí, esta mujer era una pecadora. Jesús lo reconoció. Sus pecados, que eran muchos, habían sido perdonados». Sí, ella era una pecadora. Sí, sus pecados fueron muchos. Pero ahora ella había sido perdonada. Ella no era la misma persona que había sido antes. Y Jesús quería que ella experimentara libertad de la culpa y la vergüenza.
Las dos cosas, entre otras, que el pecado pone como un peso enorme sobre los pecadores:
Culpa –porque sabemos que somos pecadoras. Sabemos que estamos mal. Sabemos que hemos violado la ley de Dios. Culpa –está bien experimentarla hasta que somos perdonadas. Y el punto del perdón es liberarnos de la culpa.
Pero entonces, a veces hay una vergüenza persistente que se envuelve alrededor de tu corazón, tus emociones, tus pensamientos y se aferra a ti como una prenda mojada que no puedes quitarte.
Esta mujer había vivido mucho tiempo, presumiblemente… Era conocida como una «mujer en la ciudad, que era pecadora». Esa era su identidad. Había vivido mucho tiempo en su estilo de vida pecaminoso, y no era de extrañar que se preguntara si alguna vez podría ser realmente diferente.
Pecadora era su identidad. Los patrones del pecado eran sus patrones. Entonces, ¿qué haría ella ahora para ganarse la vida? Tenía esta terrible reputación en la ciudad, especialmente entre la gente religiosa. Ella había experimentado el rechazo. Simón la habría echado de ese lugar si hubiera podido. Si Él (el Señor) supiera quién era esta mujer, no la dejaría tocarlo; eso pensaba Simón.
Fue rechazada, en esos días, solo por ser mujer. Eso ya es un golpe. Y luego ser una mujer pecadora, contaminada. Aquí está esta mujer que tiene en su corazón ese deseo de aceptación que todos tenemos, pero que había experimentado el rechazo.
Quiero decir, no conozco los detalles de su historia, pero creo que si tratamos de ponernos sus sandalias por un momento, podemos sentir lo difícil que podría haber sido para ella preguntarse qué pasaría en el futuro. Ella sabía cuál era su pasado. Ella sabía lo que acababa de pasar con el perdón que Jesús le había otorgado. Ella sabía que lo amaba, lo adoraba, pero ¿qué pasaría con todo el futuro que tenía por delante?
«Y Jesús le dijo: “Tus pecados han sido perdonados. Vete en paz”». El verbo ahí es «sigue tu camino. No te quedes aquí, amándome, adorándome. Sigue amándome y adorándome, pero tienes una vida por vivir. No puedes quedarte en esta cena el resto de tu vida. Sigue tu camino en paz”». Esta mujer había experimentado cualquier cosa menos eso. Su pasado habría dicho: «¿Cómo podría seguir su camino en paz después de todo lo que ha hecho, quién era ella?»
Tus pecados pueden haber sido muchos. Todos nuestros pecados han sido muchos. Pero Jesús te dice: «Tus pecados han sido perdonados. Ve en paz. Entra en paz. Sigue tu camino en paz. Sigue adelante en paz».
- Ve en paz. Avanza desde este lugar sabiendo que tienes paz con Dios. Ya no eres Su enemiga. Ya no estás en guerra con Él. Y puedes entrar y ser llena de la paz de Dios. Ve en paz.
- Ve en paz sabiendo que ahora tienes una nueva identidad, nuevas relaciones, un nuevo llamado.
- Ve en paz sabiendo que Jesús ha pagado el precio por tu pecado.
- Ve en paz sabiendo y creyendo estas maravillosas promesas, estas increíbles promesas que Él te ha dado en Su Palabra.
Déjame darte algunas de esas promesas. Si sientes vergüenza y culpa, los recuerdos, el dolor, la sensación de que no puedes librarte de esto; sabes que has sido perdonada, pero no te sientes perdonada; entonces es difícil ir en paz. Así que permíteme darte algunas promesas a las que aferrarte, para renovar tu mente con la verdad.
Romanos 5, versículo 1 –probablemente quieras escribir estas referencias: «Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo». Necesitas decirle a tu corazón que esa es la verdad para ti en las Escrituras, si has sido justificada por la fe en Cristo.
Romanos 8, versículo 1: «Por consiguiente, no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús». Ve en paz.
Salmos 103, versículos 8-12: «Compasivo y clemente es el Señor, lento para la ira y grande en misericordia… No nos ha tratado según nuestros pecados, ni nos ha pagado conforme a nuestras iniquidades. (¿Quién podría sobrevivir a eso?) Porque como están de altos los cielos sobre la tierra, así es de grande su misericordia para los que le temen. Como está de lejos el oriente del occidente, así alejó de nosotros (¿qué?) nuestras transgresiones».
Estos son versículos que tal vez quieras memorizar, versículos en los que deberías concentrarte, renovar tu mente cuando la vergüenza y la culpa amenacen con hundirte.
Miqueas 7, versículos 18-19: Me encanta este pasaje: «¿Qué Dios hay como tú, que perdona la iniquidad y pasa por alto la rebeldía del remanente de su heredad? No persistirá en su ira para siempre, porque se complace en la misericordia.
Volverá a compadecerse de nosotros, hollará nuestras iniquidades. Sí, arrojarás a las profundidades del mar todos nuestros pecados».
¿Cuántos de nuestros pecados? ¡Todos! Todos ellos.
Dices: «Bueno, sé todo eso, pero… ¿Cuál de ellos no arrojará a las profundidades del mar? Y si Él se ha deleitado en Su gran misericordia, si ha perdonado la iniquidad, si ha pasado por alto tus transgresiones, si dice que hollará tus iniquidades, ¿qué derecho tienes tú de permitir que esos pecados te asfixien en tu vida?
Muchas mujeres viven con vergüenza, con culpa. Se aferran a ellas. Se cuelgan de ellas. Mujeres que dicen: «Pero me he arrepentido. Sé en mi cabeza que he sido perdonada, pero simplemente no lo siento». Eso es lo que muchas dicen, aunque no encontramos este término en las Escrituras, lo que dicen es: «No puedo perdonarme a mí misma por lo que hice». Y eso es probablemente, en la mayoría de los casos, rendirme ante la presencia de la vergüenza.
Las Escrituras no te piden que te perdones. No te dicen que te perdones a ti misma. No lo encontrarás en ninguna parte de las Escrituras. Lo que dice es: «Tus pecados, que son muchos, han sido perdonados». Tú no puedes perdonar tus propios pecados, pero Dios sí. Jesús puede; Él pagó el precio por tus pecados.
Y así, cuando la Palabra de Dios dice que Él hollará tus iniquidades, que Él perdonará la iniquidad, que Él pasará por alto la transgresión, que arrojará todos tus pecados a las profundidades del mar, ¿qué pecado podrías haber cometido que no esté incluido?
Ahora, aún podrías decir: «No me siento perdonada». Te diré que con frecuencia se necesita tiempo para renovar la mente con las promesas de la Palabra de Dios, promesas como las que te estoy dando aquí. Has llevado una rutina en tu pensamiento de vergüenza y culpa. Y a veces solo necesitas seguir aconsejando tu mente y tu corazón con la verdad. «Sí, siento esto, pero…esto es lo que dice la Palabra de Dios».
Esta mujer no tenía nada a que aferrarse excepto la palabra de Cristo: «Tus pecados, que son muchos, han sido perdonados. Ve en paz».
¿Necesitas algunos versículos más?
Proverbios 28, versículo 13: «El que encubre sus pecados no prosperará, (creo que esto podría ser para Simón, el fariseo), mas el que los confiesa y los abandona hallará misericordia». ¿Has confesado tu pecado? ¿Lo has abandonado?
Gracias Jesús por la misericordia. Agradécele por ello ya sea que sientas que la tienes o no. Nuestra alabanza demuestra nuestra fe.
Primera de Corintios 6, versículos 9 al 11: «¿O no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se dejen engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores (y sientes que puedes decir, “ni ningún otro pecador) heredarán el reino de Dios. Y esto eran algunos de ustedes; (tal como esta mujer) pero fueron lavados, pero fueron santificados, pero fueron justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios».
Tus pecados, que son muchos, han sido perdonados. Ve en paz. Continúa en Su paz. Ya tus antecedentes no te definen, esa identidad que fue tuya en esa vida pasada quedó atrás.
Y quizás no hayas pecado como esta mujer pero te identificas con ella. ¿Alguna vez has tenido que lidiar con la vergüenza y la culpa? ¿Alguna vez has sentido como que se aferraba a ti? Pero has caminado en la verdad. Estás caminando en la verdad. Sigues caminando en la verdad. Y ahora estás ayudando a otras a caminar en la verdad. Estás caminando hacia adelante y en paz. ¡Me encanta! ¡Esto es maravilloso! Y lo hemos visto en las vidas de mujeres que han compartido sus historias con nosotras aquí en Aviva Nuestros Corazones.
Puede que hayas pecado mucho. ¿Quién no? Puede que hayan pecado contra ti en gran manera. ¿Contra quién no? Y puede llevar tiempo lidiar con el sentimiento de culpa y vergüenza, y llegar a experimentar total libertad y restauración para tu mente y tus emociones. Pero aquí está el hecho: si estás en Cristo, tienes una nueva identidad. No necesitas seguir viviendo para siempre como una mujer derrotada.
Encuentro que algunas mujeres, y quiero decir esto con mucho cuidado, desarrollan una nueva identidad como dependientes de consejo. Ahora, no digo que no recibas consejería. El consejo piadoso puede ser una herramienta realmente útil que Dios usa para ayudarte a renovar tu mente. Pero no quieres ser una mujer necesitada que nunca puede avanzar en paz. Esa no es tu identidad. Así que no cambies tu identidad de pecado y vergüenza por una nueva identidad de perdón y vergüenza. Tus pecados, que son muchos, han sido perdonados. Ve en paz.
En la voluntad de Dios, el otro día recibí una llamada de una amiga muy querida que está involucrada en dirigir una especie de albergue para las mujeres que salen de prisión y que han batallado con problemas de sustancias y adicciones, todo tipo de problemas. Es un trabajo duro. Comenzamos a hablar sobre este pasaje. Le dije: «Ojalá pudieras acompañarnos para que las escuches hablar sobre este tema».
Pero estaba tomando notas lo más rápido que pude. Tenía un pequeño Post-it, un block de notas Post-it conmigo. Robert entró cuando yo estaba como en la nota número nueve. Era tarde en la noche y solo estaba tratando de captar lo que ella decía porque las mujeres con las que está tratando entienden esto. Y mi amiga lo entiende porque ha estado ahí.
Ella habló sobre algunas de las residentes que tienen. Una de ellas es una mujer de unos cuarenta años, que cuando tenía cinco o seis años, su padre la ponía sobre una mesa en una habitación llena de hombres, la hacía girar como si fuera una ruleta, y con cualquiera que caía la suerte, ese la tendría por la noche. Décadas después, esto todavía afecta la identidad de esa mujer. Esa mujer no tiene ningún recuerdo –nunca– de pureza sexual.
Había otra mujer más joven allí, una bebé en Cristo. Ella siempre ha sido activa sexualmente –hombres, mujeres– no importaba. No tenía idea de que la homosexualidad estaba mal. Ella siempre había sido «amada» sexualmente. No importaba quién fuera. Y se sentía libre mientras hacía eso. Ahora se ha convertido a Cristo y hay una tentación con la que está lidiando.
De alguna manera ahora es más difícil para ella. No era más difícil antes porque ella solo se rendía ante la tentación y el pecado. Ahora ella está peleando una batalla con quien es hoy en Cristo, pero esa vieja tentación viene. Y a veces, mi amiga me decía: «Solo la tentación en sí misma puede provocar toda la vergüenza».
Y mi amiga dijo: «El mayor desafío para estas mujeres –y creo que es cierto para todas nosotras– es redirigir su pensamiento, para ayudarlas a entender: ya no tienes que pensar así. Ahora tu identidad es quién eres en Cristo: justa, santa, una seguidora de Cristo».
Y ella dijo: «Lo que tengo que hacer es lograr que estas mujeres renueven su mente con la Palabra de Dios, que se pongan la mente de Cristo».
Ella dijo: «Muchas veces, no saben cómo hacer esto. Entonces te sientas con ellas, sacas tu Biblia y dices: Lee esto. ¿Qué dice? ¿Quién eres ahora? No quién eras, sino ¿cuál es tu nueva identidad?»
Y dijo: «Primero tienes que lidiar con la culpa, creer que eres perdonada».
Pero ella dijo, y pensé que esto era interesante: «A veces la vergüenza es aún más difícil de tratar que la culpa». También estaba hablando de algo de su propia experiencia. Ella dijo: «La vergüenza puede persistir. Es vergonzosa. Es casi paralizante. Te hace sentir que no puedes seguir adelante. Te hace sentir como si estuvieras en prisión. Te atrapa».
Pero ella dijo: «Tengo que ayudar a estas mujeres a entender (lo que ella misma ha aprendido) que seguir viviendo en la vergüenza, es como decir: «Dios no puede redimir esta fractura».
Él puede. Lo hace. Él lo hará. Y esto es lo que vino a redimir.
Entonces ella me dijo: «Estas mujeres deben tener una visión correcta de Dios. A medida que experimenten Su amor y Su perdón incondicionales y desarrollen una relación íntima con Él, eso cambiará la forma en que se ven a sí mismas. Se darán cuenta de que Dios no está enojado con ellas. No las ve sucias ni rotas. Él envió a Su Hijo para redimir su quebranto, su vida destrozada y rota».
Jesús fue a la casa de Simón para redimir a dos pecadores: Simón el fariseo y «la mujer pecadora».
¿Con cuál te identificas más?
- ¿Con la mujer pecadora? Si es así, puedes sentirte tentada a encontrar tu identidad en los «muchos pecados» que has cometido.
- ¿Te identificas más con el fariseo? Si es así, puedes sentirte tentada a encontrar tu identidad en lo que no has hecho –en tu propia bondad. Y de los dos, este es probablemente el más peligroso.
Es más probable que la mujer pecadora responda al evangelio antes que el fariseo, porque el fariseo piensa: «No necesito esto». Necesitan que se les recuerde, necesitamos que se nos recuerde que «no hay quien haga lo bueno, ni siquiera uno».
En las últimas semanas, mientras he estado trabajando en esta serie, he estado en comunicación con una mujer que ha estado batallando con cosas profundamente dolorosas de su pasado. Tiene que ver con hombres que pecaron contra ella terriblemente, hombres en los que se suponía que ella podía confiar. Esto también la condujo hacia algunas respuestas y patrones pecaminosos de su parte. Ella los ha confesado. Se arrepintió de esos pecados (aunque los hombres involucrados nunca han reconocido su pecado), pero esta mujer ha seguido luchando con una vergüenza persistente.
La he visto elegir el camino del arrepentimiento en el transcurso de un par de años, y he estado deseosa de que ella se libere de la carga de esa vergüenza, para poder caminar en la gracia y la libertad completas que Cristo compró para ella. Y mientras he estado en este pasaje me he comunicado con ella a través de mensajes de texto, la he llevado repetidamente a las palabras de Jesús, hacia la mujer pecadora en Lucas 7: «Tus pecados, que son muchos, han sido perdonados. Ve en paz».
Esta mujer se reunió recientemente con una pareja piadosa para hablar sobre esto, y luego compartió conmigo lo que le dijeron al final de la noche. Dijeron: «De todo lo que has compartido, nos parece que te has arrepentido. Ante Dios todo esto se ha ido. Vives una vida de arrepentimiento continuo; esa ya no es tu vida y ya no es el foco de tu arrepentimiento. Ahora hay libertad y paz de esto (ahora ese es el pasado)».
A lo que respondí en un mensaje: «Tus pecados, que son muchos, han sido perdonados. Ve en paz». (Firma, Jesús).
Y, oh Jesús, oro para que algunas mujeres que caminan, tal vez sumergidas en vergüenza hoy, crean en el evangelio, que sus pecados han sido perdonados, y que ahora pueden ir hacia adelante en paz, para que Tú puedas ser magnificado a través de sus vidas. Oro en el nombre de Jesús, amén.
Débora: Es asombroso el perdón que se nos ha ofrecido en Cristo, y la libertad que trae experimentarlo. ¿Has experimentado la libertad de la vergüenza y del pecado? Hoy Nancy DeMoss Wolgemuth te ha invitado a recibirla en Cristo.
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