Una visión fresca de Dios
Débora: Cuando los escritores bíblicos se encontraron con la santidad de Dios, lo único que pudieron hacer fue caer de rodillas delante de Él. Nancy DeMoss Wolgemuth nos dice que esta respuesta sirve de ejemplo para nosotras.
Nancy DeMoss Wolgemuth: No puedes entrar a la presencia de Dios aferrada a los trapos sucios de tu propia justicia o de tu propia pecaminosidad. No puedes aferrarte a tus hábitos pecaminosos y decir: «Oh Dios, te amo. Esta mañana voy a adorarte». No puedes hacer eso. Él es un Dios santo, y ¡oh que nos postráramos más sobre nuestros rostros delante de Él!
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy es 5 de mayo de 2023.
Antes de que Juan escribiera el libro de Apocalipsis, vio maravillas increíbles, cósmicas, pero la visión más importante fue la de Cristo mismo. Las cartas …
Débora: Cuando los escritores bíblicos se encontraron con la santidad de Dios, lo único que pudieron hacer fue caer de rodillas delante de Él. Nancy DeMoss Wolgemuth nos dice que esta respuesta sirve de ejemplo para nosotras.
Nancy DeMoss Wolgemuth: No puedes entrar a la presencia de Dios aferrada a los trapos sucios de tu propia justicia o de tu propia pecaminosidad. No puedes aferrarte a tus hábitos pecaminosos y decir: «Oh Dios, te amo. Esta mañana voy a adorarte». No puedes hacer eso. Él es un Dios santo, y ¡oh que nos postráramos más sobre nuestros rostros delante de Él!
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy es 5 de mayo de 2023.
Antes de que Juan escribiera el libro de Apocalipsis, vio maravillas increíbles, cósmicas, pero la visión más importante fue la de Cristo mismo. Las cartas a las iglesias, que se encuentran en los primeros capítulos del libro de Apocalipsis, te mostrarán a Jesús bajo una nueva luz. Eso es lo que estamos explorando en la primera de varias series sobre estas cartas. Aquí está Nancy con nosotras.
Nancy: G. Campbell Morgan fue un gran maestro de la Biblia durante los años 1900. Una de sus citas que es una de mis favoritas dice: «La necesidad suprema en cada hora de dificultad y angustia es una visión fresca de Dios». Y sé que algunas de las que nos escuchan en el día de hoy tienen alguna dificultad o angustia en su vida, por eso «La necesidad suprema en cada hora de dificultad y angustia es una visión fresca de Dios».
«Al verlo, al contemplarlo», continúa él diciendo, «todo lo demás adquiere una perspectiva y una proporción adecuadas». Bueno, lo que Juan nos muestra en el primer capítulo de Apocalipsis, y de lo que estaré hablando hoy de la Palabra de Dios, es una visión fresca, una nueva visión de Cristo. Eso es justo lo que necesitamos. Tenemos que verlo. Tenemos que creer que Él es quien es, y por lo tanto permíteme retroceder un poquito aquí al versículo 9 del capítulo 1.
Juan dice: «Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino» (v.9). Por cierto, esos son dos extremos. La tribulación es la parte difícil. El reino es la parte grande y gloriosa; y ¿qué tenemos en el medio? Tenemos la perseverancia, el sufrimiento paciente.
¿Qué es lo que te lleva de la tribulación al reino? Es la perseverancia, el sufrimiento paciente. No perseveras si no has pasado y atravesado por mucho tiempo por cosas difíciles. Juan dice: «Yo soy su hermano, soy su compañero en la tribulación, en el reino y en todo lo que ocurre en el medio». La perseverancia, el sufrimiento paciente que hay en Jesús. Él estaba en la isla de Patmos por causa de «la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo»; y luego dice, «no estaba solo en la isla de Patmos, sino que también estaba en el Espíritu» (v. 9).
«Yo estaba en el Espíritu el día del Señor», y entonces dice: «y oí…detrás de mí una gran voz, como sonido de trompeta… “Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias”» (hasta el versículo 11). Luego el versículo 12, dice: «Y me volví para ver de quién era la voz que hablaba conmigo. Y al volverme, vi siete candelabros de oro; y en medio de los candelabros, vi a uno semejante al Hijo del Hombre». Estaba vestido con una túnica que «le llegaba hasta los pies y ceñido por el pecho con un cinto de oro» (hasta el versículo 13).
Este es Cristo, nuestro Sumo Sacerdote. «Su cabeza y Sus cabellos eran blancos como la blanca lana, como la nieve; Sus ojos eran como llama de fuego» (v.14). Y hablamos de cómo con Sus ojos, Él lo ve todo. Lo sabe todo, son ojos penetrantes.
«Sus pies semejantes al bronce bruñido cuando se le ha hecho refulgir en el horno, y Su voz como el estruendo de muchas aguas» (v.15). La voz del Señor es poderosa, y Dios dice: «Este es mi Hijo, escúchenlo».
Ahora, él continúa en el versículo 16 ampliando esta visión de Cristo, y mientras leemos esto quiero recordarles la singularidad de Jesús. Él no es un dios entre otros dioses. Él no es solo un líder religioso. Él es Dios. Él está por encima de todos los dioses –con «d» minúscula– del universo.
Él no es solo alguien a quien podemos añadir a nuestro arsenal de dioses. Él es único. No hay nadie como Él. No hay otro Dios como Él, y dice en el versículo 16: «En su mano derecha tenía siete estrellas, y de su boca salía una aguda espada de dos filos; su rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza».
Ahora, a medida que vives en un pasaje como este, tienes la impresión de que a Juan le faltaron palabras para describir lo que estaba viendo. Era una visión del Cristo glorificado tan brillante, tan enceguecedora. Juan conoció a Jesús. Juan había vivido con Él durante tres años. Él lo conoció en esta tierra.
Incluso Juan había visto un destello de Su gloria en el monte de la transfiguración, pero ahora Juan estaba viendo a este Cristo con una profundidad y de una manera que nunca había tenido el privilegio de ver antes, de la manera en que algún día nosotras también vamos a ver a Cristo. Cuando lo veamos, seremos transformadas a Su semejanza. Vamos a ser como Él es. Nosotras le veremos tal como Él es…
Pero ahora, echemos un vistazo a través de estos diferentes símbolos que aparecen aquí. Dice que: «En su mano derecha tenía siete estrellas». La mano derecha, en las Escrituras, y en otras aplicaciones, es un símbolo de poder –la diestra de la majestad de Dios. Es también un símbolo de control.
El versículo 20, que veremos más adelante en esta serie, nos dice que las siete estrellas que Jesús tiene en la mano derecha, son los ángeles de las siete iglesias. Hablaremos de lo que son, pero son una especie de mensajeros, cierto tipo de líderes espirituales.
Las Escrituras dicen que Jesús sostiene a esos líderes, los líderes de las iglesias. Él los sostiene en Su mano derecha. Existe control. Hay autoridad. Hay poder sobre ellos. Y dice:
«De su boca salía una aguda espada de dos filos». Lo que Jesús les va a decir a las iglesias, lo que vamos a examinar a fondo a lo largo de esta serie, en los capítulos 2 y 3, las cartas a las siete iglesias –lo que Jesús va a decirles a estas iglesias es penetrante, es incisivo, es profundo.
Lo que Él dice es como una espada aguda de dos filos. El veredicto que Él pronuncia sobre estas iglesias es preciso. Aquí no hay punto de argumentación. Y entonces esa espada sale de Su boca… Creo que también es una imagen, de cómo Él defiende a Su iglesia en contra de aquellos que la atacan. A lo largo del libro de Apocalipsis verás cómo Él usa la espada que sale de Su boca como Su Palabra para vencer a Sus enemigos.
En Apocalipsis capítulo 19, una de mis partes favoritas de todo el libro, de hecho, de toda la Biblia, vemos a Jesús que viene cabalgando victoriosamente sobre un caballo blanco, y dice: «De Su boca sale una espada afilada, aguda para herir con ella a las naciones» (v.15).
En ese pasaje del capítulo 19, dice que los reyes de la tierra y sus ejércitos se han reunido contra el Señor, y viene este hombre sobre el caballo blanco con una espada aguda que sale de Su boca, la Palabra de Dios.
De hecho, ese es el nombre dado al hombre sobre el caballo blanco. «Su nombre es: El Verbo de Dios» (19:13); y con esa espada Él golpea a Sus enemigos. Dice que todos los que hicieron guerra contra Él «fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo» (19:21).
Amigas, la Palabra de Dios es poderosa. Es poderosa en tu vida. Habla a tu vida. Habla a tu corazón. Penetra. Te atraviesa.
Te dice lo que necesitas saber, pero también es poderosa para que la puedas utilizar contra los enemigos de Dios. Úsala contra Satanás cuando eres tentada, como lo hizo Jesús cuando fue tentado. Los enemigos son derrotados por la Palabra de Dios.
Cuando te encuentres razonando con ese adolescente irracional, o con tu hijo de tres años de edad, o algún otro, sea quien sea, usa la Palabra de Dios. Tus propias palabras no son lo suficientemente poderosas como para derrotar a los enemigos de Dios.
Cuando entras en discusiones acerca de la legitimidad y de la validez del cristianismo, no confíes en tus propias palabras. La Palabra de Dios es poderosa. «La fe viene por el oír, y el oír por la palabra de Dios» (Rom. 10:17) –como espada que sale de Su boca.
La Palabra de Dios es cortante. Es efectiva. Es eficaz, y luego dice, «Su rostro», y en algunas traducciones dice, «su rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza» (v.16).
Imagínate eso. Juan está contemplando esta visión. Se dice que es como mirar al sol. Es mediodía. No es al amanecer o al atardecer.
Todo lo que podemos ver ahora de Cristo es el amanecer o el atardecer, pero un día lo veremos en toda Su plenitud, en todo Su resplandor, en toda Su gloria, y en toda Su belleza. Esto es como la gloria de Dios que se ve en el rostro de Jesucristo.
¿Sabes?, el sol puede ser una bendición o una maldición, dependiendo de cómo te esté afectando. El sol puede calentar. Te puede bendecir. Puede hacer que las cosas crezcan, pero también te puede cegar. Te puede quemar. Puede destruirnos, vemos a Cristo y Su presencia haciendo ambas cosas en el libro de Apocalipsis.
Por un lado vemos la destrucción de Sus enemigos quienes se niegan a arrepentirse. Él les brinda todas las oportunidades para arrepentirse, pero se niegan a hacerlo, incluso cuando Él envía los primeros juicios para provocar arrepentimiento. Ellos todavía se niegan a arrepentirse, y en última instancia, la gloria deslumbrante de Dios es lo que los destruye.
Sin embargo, tenemos también a aquellos que sí creen, que se arrepienten. En ellos Él hace resplandecer la belleza de Su rostro y somos transformados. Hemos sido bendecidas, hemos sido acogidas. Nos alienta la presencia y la gloria del Cristo vivo.
Segunda a los Corintios capítulo 4, en el versículo 6 dice: «Pues Dios, que dijo que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios», ¿dónde? «En la faz de Jesucristo». En Su rostro –es donde vemos la gloria de Dios.
Ahora, las iglesias están representadas por estos candelabros. Jesús está en pie en medio de los candelabros, y los candelabros son las iglesias. Las estrellas en Su mano son los ángeles o los líderes de esas iglesias.
Las iglesias se supone que hagan brillar la luz en las tinieblas de este mundo, pero las iglesias no tienen luz propia. Cristo es nuestra fuente de luz. Sin Él no tenemos luz. Él hace brillar la luz de Su rostro sobre nosotros, como Su pueblo y Su iglesia, eso es lo que se supone que debemos reflejar, como candelabros en el mundo.
Así que, tenemos a Cristo, la Luz, brillando en estas iglesias, que son los candelabros; y la Luz, Cristo, en los candelabros, se supone que brilló en la oscuridad de este mundo. Entonces, ¿cómo Juan responde a esta impresionante visión? Versículo 17: «Cuando le vi, caí como muerto a sus pies». La visión de la gloria y de la santidad de Cristo es más de lo que puede soportar su humanidad pecadora, y si pudiéramos verlo tal como Él es, también sería más de lo que podríamos resistir en nuestra humanidad pecadora.
Este fue también el caso de otros en las Escrituras. Hay una serie de relatos que son similares. Permíteme leerte un pasaje del libro de Daniel, que tuvo una visión muy similar. Voy a leer Daniel capítulo 10, donde él dice:
«Alcé los ojos y miré, y he aquí, había un hombre vestido de lino, cuya cintura estaba ceñida con un cinturón…de oro puro de Ufaz».
«Su cuerpo era como de berilo, su rostro tenía la apariencia de un relámpago, sus ojos eran como antorchas de fuego (¿no te suena esto como algo que hemos estado leyendo?) sus brazos y pies como el brillo del bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud» (vv.5-6).
Creo que esta fue una aparición de Cristo en el Antiguo Testamento, lo que los teólogos llaman una cristofanía. Y sigue diciendo:
«Y solo yo, Daniel, vi la visión; los hombres que estaban conmigo no vieron la visión, pero un gran terror cayó sobre ellos y huyeron a esconderse. Me quedé solo viendo esta gran visión; no me quedaron fuerzas, y mi rostro se demudó, desfigurándose, sin retener yo fuerza alguna. Pero oí el sonido de sus palabras, y al oír el sonido de sus palabras, caí en un sueño profundo sobre mi rostro, con mi rostro en tierra.
Entonces, he aquí, una mano me tocó, y me hizo temblar sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos. Y me dijo: Daniel, hombre muy estimado, entiende las palabras que te voy a decir y ponte en pie, porque ahora he sido enviado a ti. Cuando él me dijo estas palabras, me puse en pie temblando» (vv. 7-11).
Él tembló en la presencia del Señor. En nuestra generación hemos hecho énfasis en lo que los teólogos llaman la inmanencia de Dios. Eso significa Su cercanía. Su proximidad, Él es un Dios personal. Eso es verdad de Dios. Pero hemos puesto tanto énfasis en la inmanencia de Dios, en Su cercanía, que en muchos casos, hemos perdido nuestro enfoque de la trascendencia de Dios, de la grandeza, la gloria, la majestad y lo asombroso que es Dios.
Como resultado, hoy en día en los círculos cristianos, en algunas de nuestras iglesias y en muchas de nuestras reuniones cristianas, hay una ligereza, una trivialidad acerca de Dios. Incluso puedes oír que se utiliza el humor de una forma, que aun a veces creo que es inapropiado.
Ahora, no hay nada de malo en el humor adecuado, pero hay algunas cosas que no siempre son asunto de risa. La gloria de Dios es una de ellas, y creo que hoy en día hemos perdido en gran parte el sentido de la grandeza de Dios, el temblor que debe haber en la presencia de ese Dios.
Tenemos muy a menudo una respuesta impenitente a los asuntos espirituales, y lo escuchamos en los medios, cuando la gente habla acerca de Dios y acerca de las cosas espirituales. ¡Tienes que ser cuidadosa de lo que te ríes! Hoy hay falta de seriedad, tratamos a Dios como si Él fuera igual que nuestro vecino. Pero Él no es nuestro vecino.
Él vive, Él mora en nosotras, pero es la gloria de Dios que es la gloria del Cristo resucitado. Si tuviéramos algún concepto de lo santo, poderoso e impresionante que Él es, temblaríamos en Su presencia. Estaríamos postradas sobre nuestros rostros.
Creo que en los tiempos de avivamiento, esta es una de las características señaladas de los verdaderos avivamientos. Hay una impresionante conciencia de la presencia de Dios que hace que los hombres y las mujeres se postren sobre sus rostros, en el suelo delante de Dios con convicción de pecado, convencidos de Su santidad. Hoy en día, rara vez se ve ese tipo de temblor en nuestros círculos cristianos, pero cuando Dios viene y se mueve en avivamiento, cuando vemos a Cristo como Él es, tenemos ese tipo de temor y reverencia.
Como dice el Salmo 2: «Sirvan al Señor con temor; con temblor ríndanle alabanza. Bésenle los pies, no sea que se enoje y sean ustedes destruidos en el camino» (vv. 11-12, NVI). Aquí puedes ver la inmanencia, pero también puedes ver la trascendencia.
Sirve al Señor con temor; con temblor ríndele alabanza. Ese es el Dios trascendente, y luego por Su misericordia y por Su gracia, bésalo. Acércate. Acércate al propiciatorio, a ese trono de misericordia, porque Él ha derramado Su sangre para que podamos acercarnos a ese lugar sagrado.
Es increíble que podamos llegar a ese lugar santísimo, donde antes de la cruz nadie más que el sumo sacerdote una vez al año se atrevía a entrar, y no puedes entrar a la presencia de Dios aferrada a los trapos sucios de tu propia justicia o de tu propia pecaminosidad. No puedes aferrarte a tus hábitos pecaminosos y decir: «Oh Dios, te amo. Voy a adorarte esta mañana». No puedes hacer eso. Porque Él es un Dios santo, y ¡oh, que esto haga que nos postremos más sobre nuestros rostros delante de Él!
Sin embargo, ese Dios trascendente es también un Dios inmanente. Él es un Dios personal de gracia y misericordia. Lo vemos aquí en Apocalipsis, en el capítulo 1, como cuando Juan cae sobre su rostro delante del glorioso Cristo resucitado, y ese Cristo se extiende hacia Su siervo, para afirmarlo, así como Él hizo con Daniel años antes.
Así dice en el versículo 17: «Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y Él puso su mano derecha sobre mí, diciendo: “No temas”».
Una vez más, esta es una experiencia similar a la que tuvieron Juan, Pedro y Santiago con Jesús en el monte de la transfiguración años antes. En Mateo capítulo 17 dice que: «Cuando los discípulos oyeron esto», cuando oyeron la voz del cielo que habló, cuando vieron a Cristo glorificado «ellos cayeron sobre sus rostros y tuvieron gran temor». Al igual que Juan ahora en la isla de Patmos.
Pero volviendo al monte de la transfiguración dice que: «Entonces se les acercó Jesús, y tocándolos les dijo: “Levantaos y no temáis”» (v. 7). ¿No crees que Juan debió recordar de nuevo ese momento? Había sucedido 60 años antes, pero ¿cómo podía olvidar una experiencia como esa?
Ahora, él está recordando eso cuando Jesús vino y puso Su mano derecha sobre él y le dijo: «No temas». Que este es un Dios impresionantemente santo, deslumbrantemente enceguecedor, majestuoso y trascendente, pero que Él es también un Dios que se acerca a través de la sangre derramada de Jesucristo.
Cristo pone Su mano sobre nosotras con misericordia y gracia y nos dice: «No temas». Sí, hay una manera apropiada de temer al Señor, de tener reverencia por Él, pero ese temor apropiado del Señor nos libra de tener que escondernos, retroceder en miedo delante de Él.
¿Sabes la diferencia que quiero establecer entre estas dos cosas? No tenemos que temer Su castigo, porque estamos reverenciando y admirando Su santidad y porque Él ha extendido Su mano, en misericordia y gracia a través de Cristo.
Así que Cristo dice: «No temas, yo soy el primero y el último, y el que vive, y estuve muerto; y he aquí, estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del Hades» (Apoc. 1:17-18).
Yo soy –ese es un nombre del Antiguo Testamento para Dios– el primero y el último. Encontrarás numerosas veces en el libro de Isaías, donde Jesús dice: «Yo soy Dios. Yo soy Jehová».
Estos son nombres de Dios, y Cristo está reclamando la deidad. Él es anterior a todos los demás dioses. «Yo soy el primero y el último. Yo soy el que vive. Sí, he muerto, pero vivo para siempre». Lleva a Juan de nuevo a lo que Juan recordaba tan bien. Él había estado allí en la cruz, y Él le recordó a Juan, «Yo morí».
Fue una muerte sacrificial. No era solo la muerte de un líder bueno, religioso que sufrió por su fe. Fue la muerte del Hijo de Dios que dio Su vida como un cordero sacrificial de Dios para quitar el pecado del mundo. Pero como Juan sabía y Jesús le recuerda ahora, Jesús no se quedó en esa cruz. Tres días más tarde Él resucitó de entre los muertos.
«Yo estoy vivo para siempre». Jesús venció sobre la muerte, y Él le dice: «Yo tengo las llaves de la muerte y del Hades». Él tiene el destino eterno de todos los hombres en Sus manos. Él sostiene mi destino. Él sostiene tu destino, Él tiene las llaves de nuestra victoria sobre la muerte.
Así que sí, temblamos ante Él, pero Él pone Su mano sobre nosotras con misericordia y gracia, y nos dice: «No tengas miedo. Soy Yo. Yo soy el primero y el último. Morí. Pero vivo para siempre. Tengo las llaves de la muerte y del Hades».
Esta mañana mientras meditaba en ese pasaje, pensé en esa canción que probablemente has cantado en tu iglesia, Solo en Jesús. No voy a leer todas las palabras, pero fui ministrada esta mañana de nuevo, al pensar en la forma en que necesitamos una nueva visión, una visión fresca de Cristo y estar apercibidas de Él en medio de todas las circunstancias de la vida, aquí, ahora y para siempre. Cristo es nuestra única esperanza, y eso es lo que dice esta canción.
Solo en Jesús confiada estoy; Él es mi luz, mi fuerza, y canción; la Roca es, piedra angular, firme en angustia y tempestad.
Qué gran amor, profunda paz, Él calma mi alma en la ansiedad. Consolador, mi todo es Él, en Su amor hoy firme estoy.
No existe culpa, ni temor, es el poder de Cristo en mí. Desde el nacer hasta el morir Cristo dirige mi existir.
No hay poder ni infierno que me pueda separar de Él. Hasta que Él vuelva o muera yo. Es el poder de Cristo en mí.
Keith Getty & Stuart Townsend
Amigas, necesitamos a Cristo ahora. Lo necesitamos hoy. Lo necesitamos mañana. Lo necesitaremos el día siguiente. Lo necesitamos más de lo que necesitamos respirar, y lo necesitaremos siempre, para siempre y por toda la eternidad.
Él, el mismo que se le apareció a Juan, es quien nos habla hoy y nos dice: «No temas. Yo soy el primero, y el último y el que vive. Morí por ti, y he aquí, estoy vivo para siempre. Tengo las llaves de la muerte y del infierno». Amén y amén.
Débora: Esa es Nancy en la serie titulada, Una visión del Cristo glorificado. Esta es parte de un conjunto de series sobre el libro de Apocalipsis que Nancy estará enseñando en las próximas semanas.
Cuando pienso en este libro, mi mente a menudo se dirige de inmediato a las extrañas y confusas imágenes de bestias y dragones. Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha estado mostrando que este libro es mucho más que eso. Es la revelación de Cristo en Su gloria.
Nancy: Y debido a la revelación de Cristo que se nos da en el primer capítulo de Apocalipsis, nos damos cuenta de que podemos confiar en Él sin importar lo que ocurra. Debido a que en este último libro de la Biblia, leemos acerca de las plagas, la violencia y la agitación política, no podemos dejar de pensar en los actos de violencia que han conmocionado este mundo a través de los años, pero quiero decirte que no importa lo que esté pasando en nuestro mundo, Jesús es más poderoso. Él está en control.
A través de este estudio espero que te familiarices aún mejor con este Salvador poderoso y maravilloso.
Débora: ¿Es posible amar a Cristo y no amar la iglesia? El libro de Apocalipsis responde esa pregunta, y Nancy tratará ese tema el lunes. Espero que regreses con nosotras para el próximo episodio de Aviva Nuestros Corazones.
Contemplando a Cristo juntas, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de La Nueva Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
*Ofertas disponibles solo durante la emisión de la temporada de podcast.
Únete a la conversación