Una respuesta humilde
Carmen Espaillat: Cuando Dios intercepta tu vida, nada permanece igual. Aquí está Nancy DeMoss de Wolgemuth.
Nancy DeMoss de Wolgemuth: Tú dices, «Hay discordia en mi familia. Hay actitudes negativas. Hay amargura en mi hogar. Hay ira en mi casa. ¿Y me estás diciendo que ésa es tierra santa?»
Dios dice, «Sí, porque Yo estoy ahí, y Yo soy santo, y eso hace ese lugar santo.»
Carmen: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss de Wolgemuth en la voz de Patricia de Saladín.
Cuando sé que tengo un día importante por delante, soy tentada a saltar directo a las tareas pendientes sin pasar tiempo en oración ni en la Palabra de Dios. Josué nos da un ejemplo importante.
Nancy nos hablará más acerca de esto en esta serie «Lecciones de la vida de Josué (Parte 9): Derrotando tu Jericó.»
Nancy: Algunas de ustedes conocen el nombre, Hudson Taylor. …
Carmen Espaillat: Cuando Dios intercepta tu vida, nada permanece igual. Aquí está Nancy DeMoss de Wolgemuth.
Nancy DeMoss de Wolgemuth: Tú dices, «Hay discordia en mi familia. Hay actitudes negativas. Hay amargura en mi hogar. Hay ira en mi casa. ¿Y me estás diciendo que ésa es tierra santa?»
Dios dice, «Sí, porque Yo estoy ahí, y Yo soy santo, y eso hace ese lugar santo.»
Carmen: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss de Wolgemuth en la voz de Patricia de Saladín.
Cuando sé que tengo un día importante por delante, soy tentada a saltar directo a las tareas pendientes sin pasar tiempo en oración ni en la Palabra de Dios. Josué nos da un ejemplo importante.
Nancy nos hablará más acerca de esto en esta serie «Lecciones de la vida de Josué (Parte 9): Derrotando tu Jericó.»
Nancy: Algunas de ustedes conocen el nombre, Hudson Taylor. Él fue un misionero en China y es uno de mis héroes de la fe. Él fue el fundador de lo que en ese entonces se llamaba China Mission Inland (Misión de la China Continental, ahora OMF), y él les recordó a las personas que trabajaban con él (eso fue por los 1800’s) que había tres enfoques que podrían tomar para hacer la obra de Dios.
Número uno: Pueden hacer los mejores planes que puedan y llevarlos a cabo de la mejor manera dentro de sus habilidades.
Número dos: Después de haber establecido cuidadosamente nuestros planes y determinado llevarlos a cabo, podemos pedir a Dios que nos ayude y nos prospere en conexión con Él.
Número tres (y, claro, este es el enfoque que él recomendaba): Comenzar con Dios. Preguntarle cuáles son Sus planes, y ofrecernos nosotros mismos a Él para llevar a cabo Sus propósitos.
¿Cuál de estos tres enfoques te encuentras haciendo en la etapa de la vida en que estás, en el lugar en la vida en que te encuentras; en tu trabajo, como mujer soltera, como mujer casada, como mamá, en cualquier temporada de la vida en que estés ahora? ¿Haces tus propios planes y los llevas a cabo como mejor puedes?
¿O haces cuidadosamente tus propios planes, determinas que vas a llevarlos a cabo, y luego dices, «Oh, Dios, por favor, ¿Tú me podrías ayudar? ¿Bendecirías Tú estos planes que hice? ¿Necesito que Tú me ayudes a llevarlos a cabo.»
O comienzas con Dios, preguntándole, «Señor:
- ¿Cuáles son Tus planes?
- ¿Cuáles son Tus planes para nuestro matrimonio?
- ¿Cuáles son Tus planes para estos niños que Tú nos has dado?
- ¿Cuáles son Tus planes para mí en este trabajo?
- ¿Cómo quieres usar mi vida? Estoy disponible para ser un instrumento usado por Ti para llevar a cabo Tus propósitos y Tus planes.»
Estamos en el libro de Josué, en el capítulo 5. En la sesión anterior comenzamos con un encuentro que Josué tuvo con el comandante del ejército del Señor, y vemos que Josué entendió la importancia de dejar que Dios fuera su comandante.
Déjame leer el pasaje para aquellas que quizás no estuvieron con nosotras en la última sesión. Quiero continuar donde nos detuvimos en este pasaje.
Josué 5:13, «Y sucedió que cuando Josué estaba cerca de Jericó, levantó los ojos y miró, y he aquí, un hombre estaba frente a él con una espada desenvainada en la mano, y Josué fue hacia él y le dijo: "¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos?" Y él respondió: “No; más bien yo vengo ahora como comandante del ejército del Señor."» (Jos. 5:13-14).
Vimos en la última sesión que este hombre que al principio le pareció a Josué que era sólo un guerrero humano, resultó ser un mensajero divino. Fue probablemente una aparición real de la pre-encarnación del Señor Jesús, que es el comandante no sólo de los ejércitos de Israel, en última instancia, sino también de la huestes angélicas de Dios en el cielo.
Este hombre había llegado a hacerse cargo antes de que los israelitas tuvieran que entrar y batallar contra Jericó. Así que Dios ha llegado a Josué, asegurándole que la batalla no es de él; que la batalla es del Señor.
Ahora, conocemos la historia de Jericó. Sabemos todo sobre las murallas derrumbándose. Pero Josué aún no había vivido esa historia. No sabía cómo iba a suceder.
Él está parado afuera de Jericó, y está mirando estas enormes murallas , un doble juego de ellas formando un círculo alrededor de la ciudad. Una de ellas tenía seis pies de ancho, la otra doce pies de ancho. Eran tan anchas que de hecho las casas eran construidas sobre la muralla de la ciudad. Recuerda, ahí fue donde ellos encontraron la casa de Rahab.
Así que Josué se está dando cuenta de que sus tropas no quieren hacer esto. Él no tiene idea de cómo va a suceder esto, pero Dios ha dicho que va a suceder. Y ahora Dios le envía Su comandante del ejército del Señor a fortalecer su fe y a asegurarle que no está solo, que esta batalla no va a ser librada por el esfuerzo humano sino por la intervención divina.
Hoy quiero que veamos la respuesta de Josué. Este hombre le ha dicho, «Yo soy el comandante del ejército del Señor. He venido ahora.» ¿Qué hace Josué? Mira el versículo 14: «Y Josué se postró en tierra, le hizo reverencia.» Josué se postró en tierra. Ese es un retrato de humildad.
Él sabe que está en la presencia de la Deidad, que éste no es un hombre común. Este no es simplemente otro hombre, su igual, su compañero o su subordinado. Se trata de un hombre que es infinitamente su superior. Él se postró en tierra. Es una expresión de humildad.
Mientras pensaba en este pasaje anoche, vinieron a mi memoria una serie de otros versículos en donde las personas que se han encontrado con el Cristo vivo, se postraron sobre sus rostros en humildad delante de Él.
En Ezequiel 1:28, Ezequiel dice: «Cuando lo vi (la gloria de Dios), caí rostro en tierra»
En Daniel 10:9, Daniel dice, «al oír el sonido de sus palabras, caí en un sueño profundo sobre mi rostro, con mi rostro en tierra.»
Y quizás te acuerdas de ese incidente en Lucas 5:1-11 donde Jesús encontró a los discípulos después de que habían estado pescando toda la noche. No habían pescado nada, y Jesús les dijo, «Vamos a la parte más profunda y echen sus redes para pescar.» Así lo hicieron y recogieron una gran cantidad de peces.
Luego dice en el versículo 8, «Al ver esto (esta demostración del poder de Dios), Simón Pedro, sabía que era un milagro, cayó a los pies de Jesús, diciendo, ¡Apártate de mí, Señor, pues soy hombre pecador!» Hay esta respuesta de humildad.
Vemos lo mismo en Apocalipsis 1:17, cuando el apóstol Juan tiene esta visión del Cristo resucitado, ascendido, reinando en el cielo. Él tiene esta visión, y dice, «Cuando le vi, caí como muerto a Sus pies.»
Escucha, cuando las personas en las Escrituras se encontraron con el Dios vivo, respondieron de diferentes maneras, pero algo que nunca hicieron fue aburrirse. Nunca se quedaron solo ahí parados. Cuando ellos se encontraron con Cristo, tuvieron que humillarse a sí mismos, y a menudo físicamente cayeron sobre sus rostros delante de Él como una expresión de humildad. Así que nuestro pasaje dice, «Josué se postró en tierra, le hizo reverencia» (Jos. 5:14). Él adoró.
La adoración es una respuesta humana ante la revelación divina. Josué se ha encontrado con esta revelación de Cristo mismo, y su respuesta natural es la adoración. Es nuestra respuesta adecuada a la revelación de quién es Dios y lo que Él ha hecho.
El comandante recibe la adoración de Josué, que es otra evidencia de que este mensajero era Dios mismo. Un ángel creado no hubiera recibido la adoración.
Otras veces encuentras en las Escrituras cuando alguien trata de adorar un ángel, y él dice, «No me adores. Adora a Dios.» Este mensajero era Dios. Él recibió la adoración.
Luego, habiéndose postrado en tierra y adorado al comandante, Josué le dice, «¿Qué dice mi señor a su siervo?»
¿Qué dice mi señor a Su siervo? Cuando nos encontramos con el Cristo vivo en Su Palabra y en nuestro caminar con Él, ¿cuál es la respuesta apropiada?
Humildad, adoración, y luego decirle, «¿Qué quieres Tú que yo haga? ¿Qué dice mi Señor a Su sierva? Habla, Señor, que Tu sierva escucha.»
En esa pregunta, «¿Qué dice mi señor a su siervo?» veo una actitud de un corazón sumiso. Josué reconoce este hombre como su superior. Él dice, «Mi señor.» Él reconoce su propia posición subordinada.
Ahora, Josué era un “personaje importante” cuando se hablaba de los israelitas. Él era el comandante en jefe del ejército israelí.
Pero cuando él entra en la presencia de Dios, se da cuenta, «No soy nada. Soy Tu siervo.» Él se ve a sí mismo como un hombre que está bajo autoridad.
Cuando reconocemos quién es Dios y quiénes somos nosotras en comparación, tomamos esa postura. Decimos, «Oh Dios, Tú eres el comandante. Yo estoy bajo Tu autoridad. Tú eres el Señor. Tú eres mi Señor. Yo soy Tu sierva.» Es una respuesta de sumisión del corazón.
Luego veo que Josué es enseñable. «¿Qué dice mi señor a su siervo?» Él está escuchando. Está listo para recibir instrucciones, las cuales, a propósito, el comandante le va a dar en el siguiente capítulo (capítulo 6), cuando Él le dice a Josué cómo va a entrar y cómo va a tomar Jericó.
Él está diciendo, en efecto, «Tú estás a cargo aquí. Dime qué hacer. ¿Cuál es el plan? Estoy escuchando. Estoy listo para obedecer Tus instrucciones.»
Josué, en efecto le está diciendo, «Yo quiero ser parte de Tu ejército. Tú eres el comandante del ejército del Señor –ese es el ejército en el que quiero estar. Quiero estar bajo Tu liderazgo.»
Josué es un líder, pero él le dice, «Estoy dispuesto a seguirte. Estoy dispuesto a servir. Quiero seguir al verdadero líder (con L mayúscula). No voy a ser independiente en esta batalla. No quiero ni voy a ser autosuficiente. No voy a decir, Oh, tengo cientos de miles de soldados aquí. Podemos tomar a Jericó. Voy a reconocer mi dependencia y mi necesidad de Tus instrucciones y Tu liderazgo y Tu intervención.» Permítanme decirles, damas, que cuando nos involucramos en guerra espiritual y en las luchas que enfrentamos contra el maligno en este mundo—el mal en nuestros propios corazones, el mal en nuestras relaciones, en nuestros hogares, el mal en nuestra cultura –cuando libramos guerras espirituales, tenemos que recibir órdenes de nuestro comandante. Tenemos que averiguar cuál es Su plan de batalla.
¿Cuál es Su dirección? Mira hacia Él en busca de dirección, y siempre pregúntale, «¿Qué dice mi Señor a Su sierva?»
¿De dónde sacas eso? De la Palabra de Dios. Él nos ha dado Su dirección. Amigas, tenemos que ser mujeres de la Palabra si vamos a vencer en esta batalla. «¿Qué dice mi Señor a Su sierva?»
Cuando abres tu Biblia en tu tiempo de quietud por la mañana y entras a la presencia del Señor, eso es lo que necesitas preguntarle: «¿Qué dice mi Señor a Su sierva?» Dilo desde una posición de estar sobre tu rostro en humildad y adoración delante de Él.
«Tú eres Dios. Tú eres Señor. No hay nadie como Tú.» Puede ser que yo tenga una posición aquí. Puede que sea la directora de este ministerio, pero no soy el comandante del ejército del Señor. Él es el único capitán y comandante.
- No le digas a Dios cómo piensas que necesitas criar esos niños.
- No le digas a Dios lo que piensas que debe suceder en tu iglesia.
- No le digas a Dios cómo crees que ese ministerio debe de ser manejado.
- No le digas a Dios lo que piensas que debes hacer en ese trabajo o lo que piensas que tu jefe debe hacer en ese trabajo.
Ve al comandante. Ve al capitán, y dile,
- Señor, soy Tuya.
- Mi matrimonio es Tuyo.
- Mi trabajo es Tuyo.
- Mi familia es Tuya.
- Mis circunstancias son Tuyas.
- ¿Qué dice el Señor a Su sierva?
Y luego, escucha. Pregúntale que Él quiere que hagas, y luego espera Su respuesta, tal como lo hizo Josué.
Es interesante, Josué aparentemente le ha pedido dirección al comandante, pero la primera instrucción que el comandante le da no tiene nada que ver directamente con Jericó. Él no le dice, «Aquí está el plan de acción.» Eso viene más adelante, pero Él le dice otra cosa primero.
«El capitán del ejército del Señor le dijo a Josué, "Quítate las sandalias de tus pies, porque el lugar donde estás es santo"» (Jos. 5:15).
Josué dice, «¿Qué dice el Señor a Su siervo?» y el comandante dice, «¿Quieres saber lo que debes hacer a continuación? Quítate las sandalias. El lugar donde estás es santo.»
¿Te suena esa conversación como otra que recuerdas antes del tiempo de Josué, con su predecesor Moisés? En Éxodo capítulo 3, la zarza ardiente en el desierto de Madián—¿recuerdas esto? Dios se le aparece a Moisés mientras él está ahí ocupándose de sus cosas, cuidando sus ovejas, sin tener ni idea de que iba a ser usado como el libertador del pueblo de Dios de la esclavitud de Egipto.
Él mira hacia arriba y ahí está esta zarza ardiente y no se consume. Se da cuenta de que la presencia de Dios está en la zarza. Él escucha. Y Él le dice, «Quítate las sandalias. El lugar donde estás es santo.»
Creo que esa es una expresión de humildad. Está en el corazón de Josué, y Dios le está diciendo, «He aquí cómo se expresa humildad. Aquí está la expresión externa de la actitud interna de tu corazón.» Es una expresión de reverencia, de respeto.
Tú piensas en hombres quitándose sus sombreros cuando entran al edificio de una iglesia, o a orar, y siempre me conmueve ver esto porque es una señal de respeto. Es una señal de reverencia. Lo hacemos en la presencia de Dios (o deberíamos) para mostrar respeto en la presencia de Dios.
Dios está diciendo: «Quítate los zapatos. Retira toda contaminación porque este es un lugar santo.»
Sus zapatos habían tocado el polvo de la tierra, y Dios le está diciendo, «Retira todo aquello que no está limpio. Solo párate descalzo, vulnerable delante de Mí, porque este es un lugar santo.»
Ahora, el quitarse los zapatos estando parado afuera de esta ciudad fortificada de Jericó, hizo a Josué vulnerable. Él es un soldado. Los soldados no andan descalzos.
Él necesitaba esos zapatos. Él necesitaba estar preparado, pero él estaba dispuesto a ser vulnerable porque sabía que Uno mucho más grande, mayor que él lo estaba defendiendo.
El capitán dijo. «El lugar donde estás parado es santo.» ¿Dónde estaba parado Josué? Lemos esto en el versículo 13. Él estaba justo afuera de Jericó. Al lado de Jericó.
¿Era Jericó un lugar santo? Jericó era una ciudad malvada. Es por eso que Dios estaba a punto de destruirla. Era una ciudad rebelde y pagana que por generaciones había agitado sus puños ante el rostro de Dios. Era un lugar malvado, territorio de paganos.
Quiero decirte que, si Dios está contigo, donde quiera que estés se convierte en un lugar santo. Quiero decirte que Dios no sólo está contigo; si eres una hija de Dios, Él está en ti a través de Su Espíritu Santo. Dondequiera que Dios te lleve se convierte en tierra santa.
Quizás tú me digas, «yo trabajo en un lugar pagano. Yo voy a esta escuela donde no hay creyentes. La gente me ridiculiza por mi fe. La gente es vulgar y grosera y violenta y vil y sexualmente inmoral.»
Ese es el mundo en que vivimos, ¿no es así? Pero Dios dice, «Estoy en ti, y el lugar donde estás parada es tierra santa.»
Quizás tú digas, «Hay discordia en mi familia. Hay actitudes negativas. Hay amargura en mi hogar. Hay rabia en mi casa. ¿Y me estás diciendo que esta es tierra santa?» Dios dice, «Sí, porque yo estoy ahí, y yo soy santo, y esto hace santo ese lugar.»
Cuando te sientas tentada a ceder ante los asaltos del mal a tu alrededor, recuerda: Dios en ti es santo, y eso hace santo el lugar donde te encuentres. Cuando entres en ese lugar—cuando vayas a ese Jericó, a ese territorio pagano—entras en y con y rodeada de la presencia de Dios, y eso lo hace santo.
Dios le dijo, «Quítate las sandalias. El lugar donde estás parado es santo,» y el versículo 15 nos dice, «Y así lo hizo Josué.»
Simple. Dios dice, «Hazlo.» Aquí vemos a Josué, una vez más, haciendo exactamente lo que Dios le dice. Esa pequeña frase muestra su corazón por la obediencia, y expresa fe.
Ahora, ¿Cuáles son los puntos claves que te llevas de este pasaje que hemos estado analizando en estas últimas dos sesiones? Primero que todo, adorar antes de la guerra. Nos dirigimos a la batalla de Jericó aquí, pero ¿por qué Dios hace esta pausa para dar a Josué este encuentro? Porque él necesita adorar antes de ir a la batalla.
Antes de entrar en batalla, tenemos que buscar y obtener la dirección de Dios. Necesitamos adorarlo. Tenemos que encontrarle. Necesitamos encontrarnos con el Señor antes de salir a la batalla.
Esta es al parecer una reunión privada que Josué tuvo con el Señor, y me recuerda que todos los días cuando dejamos nuestras casas, vamos a la batalla. Y antes de hacerlo, necesitamos haber tenido una reunión privada con el comandante del ejército del Señor, y por medio de Su Palabra puedes tener ese encuentro cada día de tu vida, antes de salir a enfrentar al enemigo.
Quizás tú me preguntes: «¿Quién es el enemigo?» El mundo es el enemigo. Tu carne es el enemigo. Satanás es el enemigo, y todas las cosas que ellos inspiran.
Todos ellos son el enemigo, y estás en una batalla con ellos cada día, todos los días. Antes de salir a la batalla, abre tu Biblia y busca con ansias que el capitán del Señor de los ejércitos te hable. Encuéntralo.
Este pasaje nos dice que somos dependientes de Cristo, el comandante, el capitán del ejército del Señor. Somos dependientes de Él. Sólo por medio de Él podemos ganar las victorias que necesitan ser ganadas.
Sus huestes celestiales están con Él. Él dirige ese gran ejército angelical, y por lo tanto, si Él está con nosotras, y esas huestes angelicales están con Él, tenemos esos ejércitos angelicales con nosotras.
Madres, cuando entras en esa casa, cuando hay nietos quizás creciendo en un hogar no-cristiano; cuando entras a ese trabajo secular; cuando sales a este mundo secular, vas con Cristo. Cristo va contigo, y con Él están las huestes celestiales, ese ejército de ángeles que Él comanda y que Él tiene a Su entera disposición. Dependemos de Él.
Hay una autoridad satánica detrás de las fuerzas del mal en este mundo actual. ¿Reconoces eso? Algunas veces queremos gritar a las personas que hacen cosas malvadas, pero le estamos gritando a la persona equivocada. Detrás de toda esa maldad en la política, en la educación, en los medios de comunicación, en el entretenimiento, y en nuestros propios pequeños hogares y comunidades, detrás de todo está Satanás que es el autor del pecado y la rebelión.
Pablo dice en 2 Corintios 10:3-4:
«Pues aunque andamos en la carne, no luchamos según la carne; porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas.»
No se puede luchar contra los enemigos espirituales por medio de armas carnales. No se puede utilizar el razonamiento humano, el lloriqueo, la persuasión, escribir cartas, marchar en las calles.
No hay nada malo, en el momento adecuado, en hacer estas cosas, pero no es así como ganamos las batallas espirituales. Afanadas, planificando, haciendo estrategias, manipulando –no podemos derribar las fuerzas de la maldad en este mundo. Ellas son mucho mayores que nosotras.
Jesús dijo, «Separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:5). Lo que está implícito es, «Conmigo puedes hacer cualquier cosa que sea Mi voluntad.»
William Gurnall es uno de mis escritores de devocionales favoritos de la era puritana, y en su libro The Christian in Complete Armour, (El cristiano en la armadura completa) él dice,
«La fuerza de un general terrenal yace en sus tropas—él vuela sobre sus alas. (Si se recortan sus plumas o se rompen sus cuellos, él no puede hacer nada) Pero en el ejército de los santos, la fuerza de todo el ejército se encuentra en el Señor de los ejércitos. Dios puede vencer a sus enemigos sin la ayuda de nadie, pero Sus santos no pueden ni si quiera defender el más pequeño puesto (de avanzada) sin Su brazo fuerte.»
Es verdad. Dios puede vencer a Sus enemigos sin nuestra ayuda cualquier día. Él no nos necesita en esta batalla.
Él escoge que estemos en la batalla con Él, pero Él no nos necesita. Él tiene el mundo entero en Sus manos. Él está a cargo. Pero nosotros, como Sus santos, no podemos defender el puesto de avanzada más pequeño sin Su brazo fuerte.
Eso nos recuerda que nuestro comandante no puede perder. El capitán del ejército del Señor no puede ser derrotado. Eso significa que, si Lo estamos siguiendo, si estamos en Su ejército, nuestra victoria es segura.
El comandante del ejército del Señor siempre va delante de su ejército. Incluso cuando no Lo podemos ver y no podemos ver los ejércitos celestiales, en ese ejército, ellos están presentes.
Charles Wesley escribió ese himno que solemos cantar en la Pascua. Una de las estrofas dice:
El que al polvo se humilló, Aleluya
vencedor se levantó, Aleluya
Cante hoy la cristiandad, Aleluya
Su gloriosa majestad, Aleluya
(«El Señor Resucitó»)
Eso es lo que estamos haciendo con el poder de la resurrección de Cristo, en el poder de la ascensión de Cristo. Nos remontamos hacia donde Él nos ha guiado, siguiendo a nuestro Amo. Entonces nuestra victoria es segura.
Independientemente de tus circunstancias, independientemente de la batalla que puedas estar librando, por fe puedes unirte a la omnipotencia de los ejércitos celestiales y al comandante, el capitán que está a su cabeza.
Me encantan estas palabras de Martín Lutero:
Nuestro valor es nada aquí,
Con él todo es perdido;
Mas por nosotros luchará
De Dios el escogido.
¿Sabéis quién es?
Es nuestro Rey Jesús,
El que venció en la cruz,
Señor y Salvador,
Y siendo Él solo Dios,
Él triunfa en la batalla.
(«Castillo Fuerte es Nuestro Dios»)
Cuando llegamos al último libro de la Biblia, se nos da una visión más del capitán, del comandante del ejército del Señor. Permítanme leérselo, de Apocalipsis 19:11-16.
«Y vi el cielo abierto, y he aquí, un caballo blanco; el que lo montaba se llama Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y hace la guerra…Y está vestido de un manto empapado en sangre, y su nombre es El Verbo de Dios. Y los ejércitos que están en los cielos, vestidos de lino fino, blanco y limpio, le seguían sobre caballos blancos. De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones, y las regirá con vara de hierro…Y en su manto y en su muslo tiene un nombre escrito, Rey de reyes y Señor de señores.»
Él es el Salvador de Su pueblo. Él es el Señor soberano del universo. Él es el que ha de venir a juzgar a las naciones, a gobernar sobre toda la tierra. Aquel día se acerca cuando toda rodilla se doblará, toda lengua confesará, que Jesucristo es en verdad el Señor, el comandante del ejército del Señor, y Él reinará por los siglos de los siglos. Amén.
Carmen: Nancy DeMoss de Wolgemuth nos ha estado mostrando el valor y la importancia de pasar tiempo a solas en adoración al Señor. Las tareas que tienes en tu lista de cosas por hacer pueden esperar, y serás más eficiente al hacerlas después de buscar la dirección y el poder de Dios. Este mensaje es parte de la serie, «Lecciones de la vida de Josué (Parte 9): Derrotando tu Jericó».
¿Es justo que Dios juzgue a una ciudad completa en un instante? Mañana vamos a explorar la justicia y la misericordia de Dios al observar las murallas de Jericó, caer.
Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss de Wolgemuth es un ministerio de alcance de Life Action Ministries.
Todas las Escrituras son tomadas de La Biblia de las Américas a menos que se indique lo contrario.
Himno 400 - Castillo Fuerte es Nuestro Dios, Himnario Adventista Instrumental
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