Una advertencia
Debora: ¿Te encuentras llevando la cuenta de todos tus derechos que han sido violados? Nancy DeMoss Wolgemuth dice que debes tener cuidado con la amargura.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Si no renuncias a tus derechos, vivirás como una mujer amargada, enojada, miserable y desdichada. Pero no tienes que vivir de esa manera. La libertad llega cuando rendimos nuestros derechos y cuando reemplazamos la amargura con perdón, con amor y con una actitud de gratitud dando gracias.
Debora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy es 10 de enero de 2023.
La amargura contamina tus relaciones, tus emociones e incluso tu aspecto físico. Nancy nos ha hablado de la vida de Noemí, una mujer de la Biblia que experimentó mucha amargura. Este episodio es parte de la serie titulada Rut: El poder transformador del amor redentor.
Nancy: Hoy continuamos con nuestra …
Debora: ¿Te encuentras llevando la cuenta de todos tus derechos que han sido violados? Nancy DeMoss Wolgemuth dice que debes tener cuidado con la amargura.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Si no renuncias a tus derechos, vivirás como una mujer amargada, enojada, miserable y desdichada. Pero no tienes que vivir de esa manera. La libertad llega cuando rendimos nuestros derechos y cuando reemplazamos la amargura con perdón, con amor y con una actitud de gratitud dando gracias.
Debora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy es 10 de enero de 2023.
La amargura contamina tus relaciones, tus emociones e incluso tu aspecto físico. Nancy nos ha hablado de la vida de Noemí, una mujer de la Biblia que experimentó mucha amargura. Este episodio es parte de la serie titulada Rut: El poder transformador del amor redentor.
Nancy: Hoy continuamos con nuestra serie, y hemos llegado al final del capítulo uno del libro de Rut, pero antes de terminar el capítulo uno, quiero que veamos por un momento todo este tema de la amargura.
Cuando Noemí y Rut llegan a Belén, Noemí se encuentra con las personas que la conocían desde hace años, pero ahora ellos difícilmente la reconocen, se decían entre ellos, «¿no es esta Noemí?»
«Ella les dijo: “No me llamen Noemí”, que significa agradable. “Llámenme Mara”, que significa amarga, “porque el trato del Todopoderoso me ha llenado de amargura”» (Rut 1:20).
¿No es interesante ver cómo la amargura afecta nuestro bienestar físico, nuestro semblante y nuestra apariencia? Puedes ver algunas mujeres hoy en día y percibir que son mujeres amargadas. Hay líneas de dureza, ira y amargura que, por alguna razón, creo que como mujeres se manifiestan en nuestros rostros más que en los hombres.
Noemí era casi irreconocible. Se había ido hacía diez años, y ya era adulta cuando se fue. Se podría pensar que todavía estaría reconocible al llegar a casa. Pero tengo la sensación aquí de que su amargura la había envejecido mucho más de diez años. Ella había pasado por muchas dificultades, había sufrido mucho.
Pero sabes, en última instancia, lo que tenemos que darnos cuenta es que el resultado final de nuestras vidas no está determinado por lo que nos sucede, más bien, está determinado por cómo respondemos a las cosas que nos suceden.
Noemí había sufrido mucho. Había perdido a su marido. Había perdido a sus hijos. Se quedó sola en el mundo con su nuera viuda. Ella había sufrido.
Pero el resultado de su vida y el estado en el que se encontraba, la condición en que se encontraba cuando regresó a Belén, no se debió tanto a la pérdida que había sufrido sino a su visión de Dios y cómo ella había respondido a esas pérdidas.
Así que quiero que veamos hoy todo este tema de la amargura, cómo nos afecta, cómo afecta a los demás y qué podemos hacer al respecto.
Ahora, a menudo nuestra amargura es una reacción a personas o circunstancias que nos lastiman. Cuando estaba reuniendo mis notas por primera vez, escribí: «la amargura es causada por personas o circunstancias», pero luego tuve que retroceder y corregir eso. La amargura no es causada por nada de lo que nos sucede. Es el fruto de nuestra reacción a lo que nos sucede, al dolor y a la pérdida. Y tiene un efecto enorme tanto en nosotras mismas como en los demás.
No solo nuestra apariencia física y nuestra salud se ven afectadas cuando nos amargamos, sino nuestra estabilidad emocional. La amargura nos pone en prisión y hace que levantemos barreras y muros en las relaciones.
Mientras vemos a Noemí regresar a Belén, notamos que ella no es una mujer agradable, cariñosa y placentera en ese momento. Ella dice: «No me llamen Noemí. Llámenme Mara, porque el trato del Todopoderoso me ha llenado de amargura». Quiero decir, ella es una mujer llorona y quejumbrosa.
Ahora, a medida que he enseñado de Noemí a lo largo de los años, invariablemente, alguien regresa y dice: «Creo que estás siendo un poco dura con Noemí».
Es cierto que ella era una mujer que había sufrido mucho. Pero también creo que era una mujer que había respondido con amargura, y como resultado, puso barreras y muros en sus relaciones con otras personas.
«No te acerques a mí. He sido lastimada. No estoy dispuesta a arriesgarme a que me lastimen de nuevo». Tal vez has sentido lo mismo al perder a algunos amigos cercanos o quizás algunos de tus amigos que se han mudado lejos. ¿Alguna vez te has encontrado pensando, simplemente no me acercaré a nadie más de nuevo? Porque en cuanto me acerco a alguien, esa persona se va o yo me tengo que mudar.
La amargura hará que levantemos ese tipo de muros. Eventualmente, la amargura se desborda. No podemos esconderla. Con el tiempo, resalta en nuestras palabras, como lo hizo cuando Noemí habló con las personas del pueblo. Cuando verbalizamos nuestra amargura hacia Dios y nuestras circunstancias, otras personas se contaminan y se envenenan con lo que nos ha estado comiendo por dentro.
Es por eso que el escritor de Hebreos dice: «Cuídense de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz de amargura, brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados» (Heb. 12:15).
Noemí regresa a la ciudad y todo lo que puede hacer es hablar sobre lo terrible que Dios ha sido para con ella. Ahora, la mayoría de nosotras no lo diría con esas palabras; pero ¿cómo respondemos cuando las personas nos preguntan: «¿Cómo estás? ¿Qué tal tu día?» ¿Eres de esas personas que dan un «recital de órganos»?, mencionan todos sus órganos, todos sus achaques, sus dolores, sus problemas.
Ahora, las personas no quieren estar cerca de eso todo el tiempo. No queremos estar cerca de eso. Sin embargo, me preguntaba mientras preparaba este estudio, «¿soy una de esas personas que siempre está teniendo un mal día?» Eso hace que las personas no quieran estar cerca de nosotras. Eso contamina a otros.
¿Cómo podemos liberarnos de esa raíz de amargura? Aquí hay tres sugerencias. Primero, dejar de mirar hacia afuera y dejar de culpar a otros. No hay nadie más a quien culpar. Tenemos que dejar de decir: «Estoy así porque tal y tal me hizo tal y tal cosa», o «yo no estaría así si…no me hubiera casado con ese hombre, o no hubiera tenido ese padre, o si mi jefe no me hubiera hecho esto». Deja de culpar a otros.
Número dos, mira hacia adentro. Necesitamos llegar al punto en que reconozcamos que realmente estamos amargadas.
Eso es difícil de decir. No nos importa decir que nos han lastimado porque eso sugiere que alguien más ha hecho algo; por lo tanto, somos una víctima y no somos los responsables.
A menudo me dicen: «Estoy lastimada. Estoy herida». Pero casi nunca escucho a una mujer decir: «Soy una mujer amargada». ¿Por qué? Porque la amargura sugiere que hice algo mal. Sugiere que reaccioné incorrectamente.
Tenemos que llegar al lugar donde asumimos responsabilidad personal. Sabes, es fácil ver esto en otros. A menudo podemos ver, «Fulano de tal es una persona tan amargada», pero es muy difícil vernos a nosotras mismas. ¿No es así?
Es difícil ver cuándo realmente nos hemos vuelto amargadas. De aquí surge la pregunta, ¿cómo puedo saber que estoy amargada? Bueno, creo que nos ayudaría hacernos dos preguntas:
- ¿Hay alguien a quien no haya perdonado completamente?
- ¿Hay alguna persona o circunstancia en mi vida por la que todavía no puedo agradecer a Dios?
Ahora, esta es difícil. ¿Hay alguna persona o circunstancia que, cuando pienso en ello, me resiento en lugar de agradecerle a Dios? No agradecerle a Dios por el pecado, sino agradecerle a Dios que permitió que esto llegara a mi vida, y aparentemente tenía la intención de que fuera para mi bien, para Su gloria y en última instancia para bendecirme.
Después de ver hacia adentro para reconocer la amargura, necesito aceptar la responsabilidad personal por mis acciones y actitudes. Es posible que Noemí no haya podido controlar el hecho de que su esposo llevó a la familia a Moab, donde todas estas catástrofes cayeron sobre ellos.
Pero ella tuvo que llegar al punto en que ya no culpara a su marido, no culpara a Moab, ni al médico que tal vez no supo cómo cuidar a sus hijos, por lo que se enfermaron y murieron.
Creo que tuvo que llegar al punto en que se dio cuenta de que no podía controlar sus circunstancias, pero podía controlar sus respuestas. Tenía que asumir la responsabilidad de su ira y su culpa.
Lo que no queremos entonces es mirar hacia afuera, queremos mirar hacia adentro y, lo más importante, debemos mirar hacia arriba, hacia Dios. Cuando estamos sufriendo y cuando estamos amargadas, ¿no es ese a veces el último lugar al que queremos ir? Pero debe ser el primer lugar al que debemos acudir.
¿Qué hago cuando miro hacia arriba? En primer lugar, confieso a Dios mi amargura como un pecado. Sin excusas, sin culpar. Me arrepiento y digo: «Señor, estoy amargada. He pecado contra Ti con mi amargura. Por favor perdóname».
Es entonces al hacer esto que te das cuenta de cuánto Dios te ama y que Él se deleita en ti. Cuando trajo estas circunstancias a tu vida no estaba enojado contigo. Él estaba obrando a tu favor para mostrar Su misericordia y Su amor.
Y a medida que miramos hacia arriba y llegamos a saber quién es Dios, creo que tenemos que llegar al lugar donde confiamos en que Dios tiene un propósito en todo por lo que hemos pasado, y confiamos en Él para saber cuál es ese propósito incluso cuando no podemos verlo ni entenderlo.
Permíteme leerte algunos versículos del Salmo 119, que realmente han ministrado mi corazón a lo largo de este tiempo. El salmista está hablando de lo preciosa que es la Palabra de Dios. Y es fácil decir que amamos la Palabra de Dios, pero cuando experimentamos aflicción, no siempre estamos tan seguras de querer ir y buscar la Palabra de Dios.
El salmista dice: «Antes que fuera afligido, yo me descarrié, pero ahora guardo Tu palabra» (Salmo 119: 67). Él está diciendo: «Señor, tuviste un propósito con esta aflicción. La estabas usando para enseñarme, para darme un corazón y un hambre por Tu Palabra y para desarrollar en mí una obediencia que nunca habría tenido si no hubiera sido afligido».
Continúa diciendo: «Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda Tus estatutos» (v. 71). Él está diciendo que esta es una oportunidad de aprendizaje. Estas aflicciones son exámenes, exámenes sorpresa o exámenes parciales o finales.
Y es bueno para mí tomar estas pruebas. Una cosa es cuando puedes mirar atrás y ver cuáles eran los propósitos de Dios, pero ¿puedes decir esas palabras cuando estás justo en medio de la prueba? «Es bueno para mí estar afligido, porque así es como aprendo Tus leyes, como aprendo Tus caminos».
Continúa diciendo el salmista: «Yo sé, Señor, que Tus juicios son justos, y que en Tu fidelidad me has afligido» (v. 75). Con fidelidad me has afligido.
He escuchado a tantas mujeres compartir historias preciosas de cómo Dios ha usado la aflicción como una herramienta de enseñanza en sus vidas. Recuerdo a una mujer que me contó hace apenas una semana algunos problemas familiares dolorosos por los que había pasado: problemas en su matrimonio, con sus padres, con sus hijos.
Ella me dijo: «Me sentí tan sola el año pasado. Ha sido muy duro. Pero, ha sido tan bueno. Creo que si no hubiera atravesado estas circunstancias, especialmente en mi matrimonio este año, nunca habría pasado tiempo a solas con Dios, en Su Palabra, con mi corazón humillado delante de Él, para recibir lo que Él quería enseñarme sobre Su corazón y Sus caminos».
La verdad es que si tú y yo estamos siendo afligidas en alguna medida, es por la bondad y la fidelidad de Dios. «Bueno es para mí ser afligida». Y la liberación de la amargura vendrá cuando estemos de acuerdo con esta verdad. «Yo sé, Señor, que Tus juicios son justos, y que en Tu fidelidad me has afligido».
Y luego, al aceptar los propósitos de Dios, también podemos darnos cuenta de que Él tiene una provisión de gracia para cada necesidad.
Una mujer me detuvo el otro día y me contó sobre una serie de circunstancias desesperantes en su vida. Luego dijo entre lágrimas: «Dios ha sido tan fiel conmigo. Dios ha sido fiel con mi familia durante todo este tiempo. Dios tiene una provisión de gracia para cada necesidad».
Es muy importante que rindamos nuestros derechos, que renunciemos al derecho a estar enojadas, amargadas, a ser amadas, a tener una vida fácil, a esperar que las cosas siempre salgan a nuestro modo, justo como nosotras queremos.
Si no renuncias a tus derechos, vivirás como una mujer amargada, enojada, miserable y desdichada. Pero no tienes que vivir de esa manera. La libertad llega cuando rendimos nuestros derechos y cuando reemplazamos la amargura con perdón, con amor y con una actitud de gratitud dando gracias.
Eso es lo que dice Pablo en el capítulo 4 de Efesios: «Sea quitada de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritos, insultos, así como toda malicia, sean más bien, amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo» (Ef. 4:31).
Ahora regresemos a Rut, al capítulo 2 versículo 1; dice: «Noemí tenía un pariente de su marido, un hombre de mucha riqueza, de la familia de Elimelec, el cual se llamaba Booz» (Rut 2: 1).
Solo para recapitular: Noemi es la esposa y Elimelec era su marido. Ambos llevaron a sus dos hijos a la tierra de Moab durante una época de hambruna en Belén. Ahora Elimelec ha muerto. Sus dos hijos se casaron con mujeres moabitas y murieron. Noemí queda viuda y ha perdido a sus dos hijos. Es difícil para mí siquiera imaginar el dolor, la agonía, la angustia por la que esta mujer debió haber pasado.
Pero Dios la llevó de regreso a Belén. En esta ocasión la acompaña su nuera Rut, quien dijo: «Quiero seguirte. Quiero seguir a tu Dios y a tu pueblo». Su nuera se ha convertido al Señor. Las dos mujeres regresan a Belén, y es el tiempo de la cosecha de la cebada. La Escritura inserta solo esta pequeña nota que nos dice algo como observadores y lectores, que Noemí aún no sabe. Nos da una pequeña pista de lo que está sucediendo detrás de escena.
A veces, si vas a una obra de teatro, solo sabes lo que sucede en el escenario, pero no sabes lo que sucede detrás de escena, detrás del telón. Tenemos un Dios que sabe todo lo que está sucediendo, no solo en el escenario, no solo lo que podemos ver, sino que Él conoce todas las partes y las piezas que están detrás de escena.
Dios nos da una pista, dice en el versículo 1: «Noemí tenía un pariente de su marido, un hombre de mucha riqueza (era un hombre rico, un terrateniente), de la familia de Elimelec (su difunto marido), el cual se llamaba Booz» (2: 1).
De hecho, el resto del capítulo 2 continúa pero no dice nada más –por el momento– sobre la vida Booz.
Simplemente pone este pequeño versículo aquí para decirnos que Dios tiene un plan en mente. Ahora, debemos volver atrás antes de pasar al resto del capítulo y aprender un poco sobre la cultura y las leyes judías para ayudarnos a entender por qué es importante que hubiera un pariente rico de Noemí y su esposo, que estaba en Belén.
Esto nos lleva a una ley del Antiguo Testamento que es muy importante que entendamos, aún para nuestra propia fe. Es la ley del pariente-redentor.
Esa frase, pariente-redentor, es la traducción de una palabra hebrea, la pequeña palabra goel. Es una palabra que esencialmente significa protector. Esta es una provisión de protección.
Ahora, como hemos dicho en estas dos últimas semanas, había dos cosas vitales que necesitaban ser protegidas en la cultura judía, dos cosas que Dios le dijo a Su pueblo que eran muy importantes. Una era el apellido, la segunda era la tierra familiar, la herencia o posesiones familiares.
Un goel era un hombre que podía redimir a su pariente de problemas o pérdidas; proporcionaría protección y restauración al apellido o a las tierras de la familia.
Déjenme mostrarles cómo funcionaba esto. Según la ley de Moisés, los familiares tenían tanto la responsabilidad como el derecho de ayudar a un pariente necesitado o empobrecido.
Ahora, para tener un pariente redentor, un goel, tenías que tener una necesidad. Tenías que estar asolado por la pobreza. Si todo en tu vida iba bien, tenías a tu pareja, tus hijos y tus tierras, no necesitabas un redentor.
Dios dio la provisión de un redentor, en caso de perder algunas de estas cosas tan importantes y dignas de proteger. En lo que respecta a las tierras familiares, si un hombre tuviera que vender las tierras de su familia debido a la pobreza, el pariente más cercano, un pariente varón vivo más cercano, tenía derecho a rescatar esas tierras, comprarlas de nuevo y devolverlas a aquel que había perdido las tierras.
Él era el goel, el pariente redentor. En lo que respecta al apellido, y lo vimos en el capítulo uno, un hombre tenía el deber, cuando su hermano moría sin hijos, de tomar a la viuda como esposa y de criar una simiente o hijos para su hermano, que luego llevarían el nombre e iban a heredar las tierras de este hermano fallecido.
Entonces era un sacrificio ser un goel. Tenías que estar dispuesto a pagar por esa tierra. Tenías que ser capaz de pagar por esa tierra. Tenías que estar dispuesto a aceptar a esta viuda como esposa y que los hijos no fueran tus hijos, pues se convertirían en los hijos de tu hermano.
Este fue el medio de Dios, una provisión de gracia, para ayudar a los judíos empobrecidos o necesitados a conservar las tierras de su familia y conservar su apellido. Ahora, Dios hizo esto no solo para el bien de ellos, sino que recuerda, Dios tenía en mente algo más grande aquí.
Dios tenía un plan más grande, un panorama más amplio. Se acercaba un Mesías. Se acercaba un Redentor, el Salvador del mundo. Este redentor de Noemí, redentor de las tierras y del apellido de esta familia, hizo posible que continuara esa herencia judía piadosa hasta el tiempo de Cristo.
Este goel se convirtió en una imagen increíble de Cristo, quien vino a la tierra para redimirnos de nuestras pérdidas. A medida que se desarrolla la historia, veremos cómo lo hizo.
Pero cuando vemos este primer versículo en el capítulo 2, todo lo que se nos dice es que «Noemí tenía un pariente de su marido, un hombre de mucha riqueza (un rico, terrateniente), de la familia de Elimelec (su difunto marido), el cual se llamaba Booz».
Aquí tenemos a Noemí, quien es extremadamente pobre y ha perdido a su familia, sin esperanzas de que continúe el linaje familiar. Está a punto de perder sus tierras. Ella regresa, y debido a su pobreza va a tener que vender sus tierras para poder sobrevivir.
Y sin embargo, tiene un pariente que es uno de los hombres más ricos del país. Aunque en este punto ni siquiera sabe que tiene ese pariente, y no ve ninguna conexión entre este pariente rico y su gran necesidad.
¿No sucede esto muy a menudo? Dios tiene una provisión. Dios nos ha provisto a través de Cristo. Dios hace provisión a través de Su gracia para nuestras vidas todos los días para encontrarnos en nuestro punto de necesidad. Él tiene la provisión que necesitamos, pero muy a menudo no podemos verla. No sabemos si está ahí. ¿Así que qué hacemos? Tenemos que confiar. Ese es el punto al que Dios estaba tratando de llevar a Noemí, donde ella confiaría en que Dios tenía una provisión y un plan.
Mientras leo la historia de Rut, veo que realmente tiene una trama increíble. Es una gran historia y lo que me encanta de ella es el recordatorio de que Dios ve todas las piezas. Que Dios sabe dónde están todas esas piezas del rompecabezas.
Me encanta hacer rompecabezas, y cuando trato de ensamblarlos, al llegar a la mitad del camino pienso: Tiene que haber algunas piezas faltantes en este rompecabezas. E invariablemente, están todas ahí.
Pero cuando están esparcidas sobre la mesa, desorganizadas, no veo cómo ni dónde encajan. Pero tenemos un Dios que ya ha armado el rompecabezas. De hecho, nunca estuvo desarmado en Su mente. Él sabe cómo encaja todo. Ve todas las piezas. No hay misterios en el cielo. Ahora, de este lado del cielo, hay demasiados misterios.
Creo que tenemos que llegar al punto en el que estemos dispuestas a vivir con el misterio, a vivir con algunas cosas que no se pueden explicar.
Tengo una amiga, Jenny, que perdió a su esposo y se quedó con cuatro niños pequeños. Pero aunque no entendamos las razones, ella ha abrazado la voluntad de Dios y su corazón ha confiado en Dios. Me atrevo a decir que no tiene todas las respuestas para eso. Y no las tendrá, de este lado del cielo.
Pero también he visto en Jenny a una mujer que confía en un Dios que ha provisto. Eso no lo hace fácil. Eso no significa que no haya lágrimas. Eso no significa que no haya mucha soledad y sensación de pérdida. Pero he visto desde la distancia a una mujer que recurre a los recursos de Dios para encontrarse con Él en su momento de necesidad.
Creo que se nos habla de Booz en este primer versículo del capítulo 2, de modo que más adelante en el capítulo cuando Rut realmente conoce a Booz, veremos que ella piensa que es una reunión por pura coincidencia. Pero el lector sabrá que no hay coincidencia aquí. Ella no llegó al campo de Booz por casualidad. Dios la dirigió hacia allí. Dios puso a ese hombre allí, y Dios la envió a ese campo.
Es de ánimo para mí saber que detrás de lo que parece ser casualidad en nuestros encuentros cotidianos, nuestras experiencias y vidas diarias, no existe el azar. Todo está bajo la providencia.
El conocimiento, el decreto, el amor y el cuidado providencial de Dios, todo está bajo Su control. A menudo digo, y cuanto más envejezco, más lo digo, en serio, «me encanta vivir bajo la providencia. ¡Me encanta!»
Ahora, no siempre me gusta todo lo que esto implica para mí. No siempre me encanta desconocer lo que Dios está haciendo, pero cuando doy un paso atrás y lo adoro y reflexiono sobre quién es Él y veo lo que ha hecho, tengo fe para creer que los misterios que estoy viviendo ahora, las cosas que ahora no puedo entender o comprender, están dentro de Su providencia.
Él es soberano. Él es bondadoso. Él está gobernando y está orquestando y tejiendo las piezas de mi vida para hacer una gran historia redentora.
No podemos ver el final de la historia. No sabemos cómo encaja todo. ¡Pero Él lo hará! Dios nos da solo unos pequeños destellos.
«Noemí tenía un pariente de su marido, un hombre de mucha riqueza, de la familia de Elimelec, el cual se llamaba Booz» (2:1). Aún no sabemos más que eso, pero a medida que se desarrolla la historia, veremos que este comentario aparentemente casual, está realmente lleno de significado, lleno de providencia y es parte del plan de Dios.
Así que, si hoy estás necesitada, o estás viviendo en medio de un misterio, estás viviendo en el dolor o la incertidumbre de las circunstancias que están sucediendo en tu vida, cobra ánimo, sé fuerte y valiente.
Hay un Redentor cerca, un Hombre de prestigio, un Hombre de riqueza, un Hombre de influencia, un Hombre que tiene el derecho, el poder y la voluntad de redimirte a ti y tus pérdidas. Él conoce tú necesidad. Él te ama. Él está comprometido contigo y tiene la intención de restaurarte.
Debora: Noemí y Rut se encontraron en necesidad, y Dios proveyó a través de un pariente-redentor. Acabamos de escuchar a Nancy DeMoss Wolgemuth explicar cómo esta imagen refleja la provisión de Dios para nosotras a través de Cristo, nuestro Redentor. Incluso cuando estás en un lugar desesperado o tu vida parece estar fuera de control, Dios está orquestando las piezas para escribir tu historia.
Continuaremos profundizando en el amor redentor de Dios mañana, así que asegúrate de acompañarnos. Ahora Nancy regresa para cerrar en oración.
Nancy: Gracias, Padre, por darnos pequeños destellos dentro de las complejidades de Tu plan. Vemos tan poco. Entendemos muy poco, pero confiamos en que Tú tienes el control y eres soberano.
Estás tejiendo una increíble historia redentora. No se trata de nosotras. Se trata de Ti y de Tu plan para redimir este mundo. Gracias por ese plan. Y cuando no podamos ver, ayúdanos a confiar. Gracias por la promesa de que cuando un día te veamos cara a cara, veremos hacia atrás y diremos: «Has hecho todas las cosas bien». En el nombre de Jesús, amén.
Debora: Conociendo el poder del amor redentor juntas, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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