Un real avivamiento, día 1
Annamarie Sauter: Con nosotras el pastor Israel Sanz.
Pastor Israel Sanz: Dependemos de Dios para respirar, dependemos de Dios para todo. Sí, ¡claro que trabajamos, claro que nos esforzamos, claro que madrugamos! Pero finalmente Dios es el que nos concede vida y aliento y todas las cosas.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Aquí está Patricia con nosotras.
Patricia de Saladín: La lectura para hoy en el Reto Mujer Verdadera 365 es Ester capítulos 1 al 3. Y pronto estaremos transmitiendo unos programas en los que conversaremos acerca del libro de Nehemías, y de los libros de Esdras y Ester; pero antes, queremos reflexionar en una porción de la Escritura que nos ayuda a entender qué es Un real avivamiento.
Estaremos escuchando un mensaje del pastor Israel Sanz basado en el Salmo 80. Él es pastor de la …
Annamarie Sauter: Con nosotras el pastor Israel Sanz.
Pastor Israel Sanz: Dependemos de Dios para respirar, dependemos de Dios para todo. Sí, ¡claro que trabajamos, claro que nos esforzamos, claro que madrugamos! Pero finalmente Dios es el que nos concede vida y aliento y todas las cosas.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Aquí está Patricia con nosotras.
Patricia de Saladín: La lectura para hoy en el Reto Mujer Verdadera 365 es Ester capítulos 1 al 3. Y pronto estaremos transmitiendo unos programas en los que conversaremos acerca del libro de Nehemías, y de los libros de Esdras y Ester; pero antes, queremos reflexionar en una porción de la Escritura que nos ayuda a entender qué es Un real avivamiento.
Estaremos escuchando un mensaje del pastor Israel Sanz basado en el Salmo 80. Él es pastor de la Iglesia Evangélica Bautista de Córdoba, en Andalucía, España, y nos ayudará a reflexionar acerca de cómo puede un corazón que ardía por el Señor estar ahora tibio. Él inició su mensaje leyendo la primera parte del versículo 4 del Salmo 43: «Llegaré entonces al altar de Dios, del Dios de mi alegría y mi deleite» (NVI).
Pastor Sanz: Quiero hablar, de una manera especial, a aquellas personas que poniendo su mano en el corazón dicen con honestidad, «yo no puedo decir que Dios sea la alegría de mi vida. Dios es importante para mí, a eso puedo decir amén. Dios es grande, es una necesidad, es significativo, pero decir que Dios es el gozo de mi gozo, decir que Dios es la alegría de mi vida, tal vez sería decir demasiado». Si hay aquí alguna persona que reconoce que, tal vez no estás frío pero tampoco estás ardiendo para el Señor, reconoces que en medio de la semana te entusiasma más salir de compras que estar en la presencia del Señor, que darte un festín en la Palabra, en las Escrituras.
Esperas con más ansias tu graduación o tu boda que la venida del Señor Jesús… Sí, ya sabemos, en teoría no, todos nos sabemos la doctrina, todos sabemos dar las respuestas correctas, pero si te pones la mano en el corazón dices, «yo no puedo decir, con toda necesidad, que Dios sea la alegría de mi vida. No llego al punto de este salmista. Con toda honestidad, la alegría de mi vida son mis hijos, la alegría de mi vida es mi esposo, la alegría de mi vida es mi equipo, la alegría de mi vida es la comida, la alegría de mi vida mi trabajo, mi sueldo, mi coche. Eso es lo que me hace despertarme y salir a la vida con gozo. Eso es lo que me hace reír y llorar, pero Dios… Dios es importante, vital y significativo, pero yo no puedo decir que Dios sea la alegría de mi vida.
Si tú, honestamente, te encuentras en esa situación, el mensaje de esta tarde va especialmente dirigido a ti. Si tú, de todo corazón, delante del Señor, con toda honestidad, puedes decir, «Dios es el gozo de mi gozo, Él es el Dios de mi alegría y de mi gozo, entonces espero que este mensaje avive el fuego que ya arde en tu corazón. Pero muy especialmente quiero dirigirme al corazón de aquellos, de aquellas, que con toda honestidad no pueden hablar de esta manera.
Quiero decirte dos cosas, la primera, ya la sabes, «necesitas un avivamiento»; y la segunda cosa que quiero hacer es estimularte, más que estimularte, quiero zarandearte, más que zarandearte quiero provocarte de alguna forma, a tomar medidas extraordinarias para buscar ese avivamiento.
Vamos a abrir, ahora sí, la Escritura por nuestro texto. Se encuentra en el Salmo 80, y vamos a leer desde el versículo 8 hasta el final. Y dice la Palabra del Señor:
«Hiciste venir una vid de Egipto; echaste las naciones, y la plantaste.
Limpiaste sitio delante de ella, e hiciste arraigar sus raíces, y llenó la tierra.
Los montes fueron cubiertos de su sombra, y con sus sarmientos los cedros de Dios.
Extendió sus vástagos hasta el mar, y hasta el río sus renuevos.
¿Por qué aportillaste sus vallados, y la vendimian todos los que pasan por el camino?
La destroza el puerco montés, y la bestia del campo la devora.
Oh Dios de los ejércitos, vuelve ahora; mira desde el cielo, y considera, y visita esta viña, la planta que plantó tu diestra, y el renuevo que para ti afirmaste.
Quemada a fuego está, asolada; perezcan por la reprensión de tu rostro.
Sea tu mano sobre el varón de tu diestra, sobre el hijo de hombre que para ti afirmaste.
Así no nos apartaremos de ti; vida nos darás, e invocaremos tu nombre.
¡Oh Jehová, Dios de los ejércitos, restáuranos!
Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos» (RVR1960).
En este canto de Asaf, el pueblo de Dios es comparado con una viña que el Señor mismo plantó con Su mano derecha, y que el Señor mismo cultiva para Su propio deleite, para Su recreo, para Su placer. El pueblo de Dios es comparado con una viña que Dios mismo con Su mano planta para Su propio disfrute. Sin embargo, hemos leído que la planta está arruinada, está reventada, la cerca está derruida y todos los que pasan por allí la pisotean. La pisotean los hombres y la pisotean las alimañas. La pregunta, la primera pregunta es –quiero lanzaros varias preguntas– ¿por qué? ¿Cómo es posible que una planta que Dios mismo planta con Su mano derecha, y la cultiva para sí mismo, venga a estar reventada?
Hermanos, Dios no es un diosito de aldea; Dios no es la deidad predilecta de un pequeño clan en un rincón del mundo; Dios no es un Dios enclenque, Dios es el Dios Todopoderoso. Él se sienta sobre las alturas, Él le da órdenes al rayo y le dice qué curso seguir en el cielo. Con una sola orden fijó en la nada, en el espacio, la luna, los soles, los planetas, las galaxias. Dios es Dios altísimo, Él es soberano, Él manda sobre los vientos, sobre las olas, sobre la tormenta que se levanta en la travesía de Jonás, sobre el pez que se lo traga. Él manda sobre la calabacera que nace en un día, sobre el gusano que hiere la calabacera. Él manda sobre los demonios del infierno, sobre Satanás y todos sus ejércitos. Él manda sobre el cáncer, sobre las bacterias, sobre los virus.
Dios es todopoderoso, Dios es soberano. Cuando Dios golpea no tiene que dar dos veces. Nunca perdió una batalla. Él no se cansa, no se fatiga con cansancio. Su entendimiento no hay quien lo abarque. ¿Cómo es posible, que una planta que Dios siembra para Su propio disfrute, se arruine? ¿Acaso los enemigos son tantos que Dios no da abasto? ¿Pudiera ser que Dios ha defendido con éxito esa planta, pero de repente toda la furia del infierno ha venido contra el pueblo de Dios y lo ha machacado? ¿Es eso posible?
¡No! Porque Dios es el grande. Dios es el fuerte. Nosotros no vivimos en medio de una batalla cósmica entre Dios y el diablo. La batalla ha terminado, en el cielo todo es calma. Dios ha triunfado. Entonces, ¿cómo es posible…? Él abre y nadie cierra, Él cierra y nadie abre, Él pone reyes y la gente los aclama, Él quita reyes y ruedan sus cabezas, Él hace lo que quiere en el cielo, Él hace lo que quiere en la tierra. ¿Estás de acuerdo con eso?
Tu Biblia y la mía nos lo dicen desde el principio hasta el final, «nuestro Dios es soberano; todo lo que quiso ha hecho». Vuelvo a preguntar, entonces, ¿cómo es posible que los hombres y las fieras hagan estragos en la planta del Señor? ¿Por qué? El versículo 14 nos da una clave. Lo leo:
«Oh Dios de los ejércitos, (y la siguiente palabra) vuelve», vuelve… ahí está la clave. Es decir, el salmista pide que Dios vuelva porque Dios se ha ido. Dios se ha ido. Mientras Dios estaba ahí, en medio de Su parcela, no hay enemigos; no hay nada que pueda destrozar Su planta, pero Dios se ha ido. Ahora mi segunda pregunta, ¿cómo es posible que Dios se haya ido? ¿Por qué Dios se ha ido? ¿Por qué se ha alejado el Señor? ¿Será que un día Dios estaba entusiasmadísimo con Su planta y estaba decidido a cuidarla con todo Su esmero, pero de repente Dios se aburrió. Dijo, «¡uf! Me cansé, he estado cuidando esta planta, pero de hoy en adelante tengo otros intereses en mi corazón. Ya mi cariño se ha esfumado, sencillamente el amor se acabó»? ¿Es posible eso? Por supuesto, ¡no! Dios es fiel. Él guarda Su palabra. Él no es un Dios chaquetero. Dios no cambia de opinión. Dios no se cansa, no se muda.
Entonces, ¿por qué Dios se ha alejado? El versículo 18 nos da una nueva clave, y dice, «así no nos apartaremos de ti». Otra versión dice, «ya no nos apartaremos más de ti», o sea que hasta aquí, ¿qué ha hecho el pueblo? Apartarse del Señor. ¿Me siguen? ¿Cómo es posible que la planta del Señor esté hecha polvo? Porque Dios se ha ido. Si Dios estuviera ahí la planta estaría llena de vigor, llena de vida, ¿cómo es posible que Dios se haya ido? Dios se ha ido porque el pueblo se ha estado sistemáticamente alejando de Dios. Dios ha dado la espalda a esa viña porque el pueblo una y otra vez ha estado dando la espalda al Señor. Así que la planta que un día florecía, y florecía de una manera imparable –de hecho, esto es poesía– le daba sombra a la montaña y a los cedros. ¡Espectacular! Pero hoy la viña apenas se mantiene en pie.
Una nueva pregunta. Cómo es posible que un pueblo tan bendecido –te has dado cuenta que los primeros versículos dicen que Dios echó, quitó de en medio algunos pueblos para sembrar a Su viña, a Su pueblo en ese lugar. Dios había favorecido de una manera indescriptible a Su pueblo. La pregunta es, ¿cómo es posible que un pueblo tan bendecido por Dios, le dé la espalda? ¿Qué clase de locura se tiene que apoderar de una persona para morder la mano que le da de comer? ¿Qué clase de locura tiene que apoderarse de alguien para tirar piedras al río del que bebe? ¿Por qué razón el pueblo se aparta sistemáticamente de Dios? Esa es la pregunta. Y en los próximos minutos, quiero hablarte –en primer lugar– de la facilidad con la que nuestro corazón entra en una cuesta abajo, en una decadencia espiritual. Y la segunda –ya te la ha dicho– animarte, estimularte, zarandearte, a buscar recuperar el tono espiritual, a buscar un avivamiento.
Pocas cosas son más importantes en los tiempos que corren. ¿Cómo es posible que un corazón que ardía por el Señor ahora se enfríe, esté tibio? Y mira, hermano, abandono un momento nuestro texto, luego recuperaremos nuestro texto en el Salmo 80. La Biblia nos advierte, una y otra vez, sobre la necesidad de vigilar de cerca nuestro corazón. Debes vigilar tu corazón, especialmente en tiempos de prosperidad. Escucha este texto de cuando Dios por medio de Moisés da las instrucciones finales al pueblo de Israel que está destinado a conquistar la tierra de la promesa. En el libro de Deuteronomio, Dios le dice al pueblo por medio de su siervo Moisés: «Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra que juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob que te daría, en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, y casas llenas de todo bien, que tú no llenaste, y cisternas cavadas que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste, y luego que comas y te sacies, cuídate de no olvidarte de Jehová, que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre».
En otras palabras, cuando estés en la tierra de leche y miel, rebosante de salud, en una casa elegante ubicada en un buen barrio, con una buena orientación, y tus niños crezcan alrededor de ti felices entretenidos en su juego, y luego salgas al fresco del día tu jardín y extiendas la mano al manzano y tomes la fruta llena de rocío, y mientras te la comes con gusto y con placer, mires tus campos que están a reventar de trigo, y luego mires tu cuenta en el banco y digas, «bueno, no soy rico pero tengo lo suficiente».
Cuando estés en esa situación y el sol haya salido detrás de las montañas… ¡Cuidado! Y tú dices, «¿cuidado de qué?» ¿Por qué cuidado? ¿Acaso es mala la ciudad grande y buena? ¿Acaso es mala la manzana, es malo que mis hijos rebosen de salud, es malo eso? ¿Tengo que deshacerme de todo eso para ser verdaderamente una persona de Dios? ¿Tengo que tirar la manzana y dejar que se la coman las gallinas? ¿Hay algo malo en todo eso? Por supuesto que no. No hay nada malo en las ciudades grandes, en las casas elegantes, en el trabajo bueno, en la salud. No hay nada malo en esas cosas. Al contrario la Biblia dice –cuando Pablo le escribe a Timoteo su primera carta, le dice que «todas estas cosas son bendiciones del Dios vivo que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos».
Dios nos da estas cosas en abundancia para que las disfrutemos. Dios no es un Dios cortarrollos. Dios no es un Dios aguafiestas, Dios no es un Dios miserable que se deleita en que tú vayas a medio gas, arrastrando los pies, con cara larga; que tú seas un amargado. Hay personas que piensan que Dios es así, y cuando la vida les da algo y lo están disfrutando de veras, miran a Dios de reojo como si fuese alguien que de repente va aparecer y a quitarte lo que te gusta.
Dios no es así. Dios no es un ser mezquino, ni gris. Dios nos da estas cosas y nos las da en abundancia para que las disfrutemos. Así que ciudades, casas, pozos, viñas, olivares, hijos sanos, la manzana, el jardín, el sol detrás de la montaña, la música, la belleza, el orden, el trabajo, el buen sueldo, el coche que te acabas de comprar, no son malos en sí mismos. El móvil se me olvidaba. El móvil no es el problema. El problema es la tendencia de tu corazón a colocar tus afectos en el móvil y amarlo más de la cuenta. El problema no es la manzana, ni siquiera el placer que sientes al comértela. Dios siente placer cuando tú sientes placer al comerte la manzana. ¿O crees que fue el diablo el que te puso las papilas gustativas? Fue Dios. Así que cuando tú comes una comida sana –eso sí cuando te atiborras, no– pero cuando comes una comida sana y la disfrutas, Dios disfruta más que tú.
Que mis campos produzcan, que mi hacienda se ensanche, que mi trabajo prospere, que me suban el sueldo, nada de eso es malo en sí mismo; pero mientras eso ocurre, debo montar guardia en la puerta de mi corazón para no dejarme seducir por esas cosas. Un nuevo texto en Deuteronomio, «la parte del Señor es Su pueblo», Deuteronomio 32, «la parte del Señor es Su pueblo… Lo halló en una tierra desolada, lo envolvió con sus brazos y lo protegió y lo cuidó como a la niña de sus ojos. Ningún Dios extraño tuvo que ir con él. Le hizo cabalgar sobre los montes, lo alimentó (está hablando de Dios con su pueblo, mira ahora, no te lo pierdas) lo alimentó con los frutos del campo, lo crió con miel de la peña y aceite de la dura roca, con cuajada de vaca, leche de ovejas, corderos cebados y cabritos, carneros oriundos de Basán, los mejores granos de trigo y la sangre fermentada de la uva… (y ahora mira) pero engordó Jesurún (Jesurún es otra forma de llamar al pueblo de Dios) y se sacudió la carga». La Reina Valera del 60, que es la que yo suelo usar, dice, «y tiró coces», como las bestias. Sí, engordaste, te pusiste rollizo, te hiciste corpulento. «Abandonó al Dios que lo creó y despreció a la Roca salvadora, provocaron sus celos con dioses extraños y lo han enojado con abominaciones». Una pregunta más, ¿quién le dio a Jesurún los frutos del campo? Dios. ¿De qué mano recibía el pueblo de Dios la miel de las rocas, quién le proporcionaba trigo y lo hartaba con cuajadas, leche y buen vino? Dios. Era Dios. Era Su mano generosa. Así que Israel debería haber hecho un culto, tenía motivos en ese momento para cantar al Señor con las palabras del Salmo 147:
«Alaba a Jehová, Jerusalén; alaba a tu Dios, oh Sion.
Porque fortificó los cerrojos de tus puertas; bendijo a tus hijos dentro de ti.
Él da en tu territorio la paz; te hará saciar con lo mejor del trigo» (RVR1960).
Pero Israel no hizo un culto, siguió comiendo a dos carrillos y muy muy pronto dejó de mirar a Dios y comenzó a concentrar su mirada en lo que Dios traía en la mano. Y esa es la tragedia. El alma que cantaba al Señor ahora empieza a apreciar más la leche, la manteca, el vino, el lechazo, las ciudades grandes, las casas bien orientadas, las casas grandes, la tierra de leche y miel, y su corazón se aparta del Señor.
Esa es la tragedia. El corazón se pervierte al punto de empezar a conceder más valor a los dones que al Dador de los dones. Empieza a conceder más valor a los regalos de Dios, a las bendiciones de Dios, que al Dador de regalos. Así que lo que quiero es vino del bueno, leche y manteca, pan y carne, salud y dinero y amor, claro vacaciones, un pisito en un buen barrio, hijos que me quieran, una siesta, un vestido nuevo para la boda, un trabajo remunerado, un amigo que me escuche, un paseo, un besito de mi esposa, un día libre perdido en el campo entre las ranas y los lagartos. Eso es lo que quiero.
Y cuando eso es lo que me da vidilla, y cuando eso es lo que a mí me entusiasma, y cuando eso es lo que ocupa el centro de mi corazón, eso es lo que quiero y eso es lo que pienso. Quiero hacerte una pregunta un poco incómoda, ¿en qué piensas tú cuándo puedes pensar en cualquier cosa? Hay momentos donde no estás libre para pensar en cualquier cosa. Si estás enhebrando una aguja, si estás haciendo un examen, si estás cambiando el pañal de tu hijo, no puedes estar pensando en cualquier cosa, eso requiere cierta concentración –sobre todo lo del pañal. Pero hay momentos donde no necesitamos estar concentrados en algo y podemos dar rienda suelta a nuestros pensamientos. ¿En qué piensas cuando puedes pensar en cualquier cosa? Porque si eres capaz de calibrar eso, si eres capaz de evaluar bien para dónde tira tu mente cuando es libre de escoger el camino que quiera, posiblemente hallarás qué es lo que ocupa el centro de tus afectos. ¿De qué hablas cuando puedes hablar de cualquier cosa libremente? ¿Cuál es tu tema de conversación? Nuestros pensamientos y nuestras conversaciones nos delatan muchas veces y manifiestan que nuestro corazón se ha engrosado, se ha endurecido, hay una especie de colesterol espiritual que está bloqueando el fluido, el fluir de la vida, que atasca la vida del alma. Y aquí en esta condición de colesterol espiritual, de empacho espiritual, hay dos peligros.
En primer lugar, mi alma está a un paso de cometer una de las peores tonterías, necedades, estupideces, que puede cometer el corazón humano; y es esta: pensar que yo mismo soy el artífice de todo lo que tengo. Toda la prosperidad de la que disfruto me la he currado yo. Mi trabajo me ha costado. Hay personas que piensan así, espero que no haya aquí en este salón, pero tal vez hay personas aquí que están diciendo, «hey, yo me lo he currado, esto lo he hecho yo, esto lo he ganado yo.
Mira este texto también en Deuteronomio 8:
«Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios… no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto…y digas en tu corazón (tal vez no con tu boca): Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas» (vv.11-18, RVR1960).
Esto es una necedad, no solo es una necedad decir esto, es una rebelión. Mira hermano, si nosotros vamos a estar vivos cuando termine esta reunión, es porque el Señor va a sostener el aliento en tu nariz. Si Él mirase para otro lado y me dejase, yo no terminaría esta frase. Él sostiene el pulso en tu vena ahora mismo, y si tu corazón late una vez más, es por la generosa providencia de Dios. Si tú no pierdes la cordura y te vuelves loco antes de que caiga el sol, es porque Dios te sostiene y te está cuidando. Cómo podemos ser tan necios de levantarnos y decir, «yo, yo mismo». Dependemos de Dios para respirar, dependemos de Dios para todo. Sí, claro que trabajamos, claro que nos esforzamos, claro que madrugamos, pero finalmente Dios es el que nos concede vida y aliento y todas las cosas.
Patricia: Has estado escuchando al pastor Israel Sanz, de la Iglesia Evangélica Bautista de Córdoba, con su mensaje titulado, Un real avivamiento.
Y tú, ¿eres consciente de tu dependencia de Dios, es Él el gozo de tu corazón? ¿O te has alejado de Él al encontrar aparente satisfacción en cosas de este mundo?
Espero que no dejes pasar este día sin reflexionar de todo corazón en estas cosas. Y mañana, asegúrate de acompañarnos para la segunda parte de este mensaje.
Annamarie: Buscando a Dios juntas, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
*Ofertas disponibles solo durante la emisión de la temporada de podcast.
Disponible ahora por una donación
Recursos del Episodio
Programa, «Conozcan las naciones que no son sino hombres»
Únete a la conversación