Un Padre amoroso y perdonador, día 1
Pastor Eduardo Saladín: ¿Sabes por qué vives así? ¿Por qué estás malgastando tu vida? ¿O por qué malgastábamos nuestra vida, por qué la derrochábamos?
Annamarie Sauter: Con nosotras el pastor Eduardo Saladín.
Eduardo: Porque queremos buscar nuestra felicidad en las cosas de este mundo.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Patricia de Saladín.
Patricia de Saladín: Todas las personas estamos en búsqueda constante de la felicidad –de algo o alguien que nos haga sentir felices. Y muy a menudo buscamos esto en países lejanos. La esperanza de que –al menos por un momento– seremos felices nos impulsa.
Hoy y mañana estaremos compartiendo contigo un mensaje predicado por el pastor Eduardo Saladín, quien nos ayudará a reflexionar sobre esto y a evaluar nuestros corazones para ver si nos hemos apartado del Señor al buscar la felicidad y la satisfacción en las cosas de este mundo.
El pastor Eduardo es …
Pastor Eduardo Saladín: ¿Sabes por qué vives así? ¿Por qué estás malgastando tu vida? ¿O por qué malgastábamos nuestra vida, por qué la derrochábamos?
Annamarie Sauter: Con nosotras el pastor Eduardo Saladín.
Eduardo: Porque queremos buscar nuestra felicidad en las cosas de este mundo.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Patricia de Saladín.
Patricia de Saladín: Todas las personas estamos en búsqueda constante de la felicidad –de algo o alguien que nos haga sentir felices. Y muy a menudo buscamos esto en países lejanos. La esperanza de que –al menos por un momento– seremos felices nos impulsa.
Hoy y mañana estaremos compartiendo contigo un mensaje predicado por el pastor Eduardo Saladín, quien nos ayudará a reflexionar sobre esto y a evaluar nuestros corazones para ver si nos hemos apartado del Señor al buscar la felicidad y la satisfacción en las cosas de este mundo.
El pastor Eduardo es pastor en Santo Domingo, República Dominicana, en la Iglesia Bíblica Sola Gracia, y es conductor del programa llamado, Entendiendo los tiempos, que analiza las situaciones actuales desde una perspectiva bíblica.
Aquí está él con la primera parte de su mensaje titulado, Un padre amoroso y perdonador.
Pastor Eduardo Saladín: Quiero pedirles que abran sus biblias en Lucas capítulo 15, para que estudiemos la Palabra de Dios en este día. En lo que ustedes van abriendo sus biblias en el capítulo 15, a partir del versículo 1 al 10, vemos la parábola de la oveja perdida, de la moneda perdida y ahora vamos a ver la parábola que se conoce como el hijo pródigo.
Hay gozo en los cielos cuando un pecador se arrepiente, pero en esta porción de las Escrituras que vamos a ver, vamos a ver el amor perdonador, la misericordia de nuestro Padre celestial representada en los tres caracteres que tenemos aquí. Primero vamos a leer de los versículos 11 al 16:
«Jesús añadió: “Cierto hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos le dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió sus bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntándolo todo, partió a un país lejano, y allí malgastó su hacienda viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino una gran hambre en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se acercó a uno de los ciudadanos de aquel país, y él lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Y deseaba llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada”».
En esta escena vemos a este hijo que conocemos como el hijo pródigo; y lo primero que vemos son las tristes consecuencias del pecado. Este joven estaba en su casa viviendo con su padre y le pide a su papá que le dé su dinero, que le dé su hacienda, que le de su herencia. Él se cansó de estar en la casa, quería vivir su vida, quería hacer las cosas como a él le parecía, no quería estar bajo el control paterno, quería irse lejos y quería «ser feliz».
El padre le da sus bienes a su hijo. Este era un egoísta, en el sentido que no tomó en cuenta que en ese tiempo la riqueza era una riqueza agraria, porque lo que tenían eran haciendas, fincas, tierras, agricultura. Ahí no había acciones, como en una empresa que se pueden partir las acciones o vender las acciones, sino que para el padre darle la herencia a este hijo, tenía que vender parte de la tierra o parte del ganado o parte de la cosecha que tenía.
A él no le importó que se rompiera la herencia familiar que se había trabajado durante tantos años; y ¿ustedes saben lo que hizo el padre? Les repartió los bienes. Eran dos hermanos como veremos. Él era el menor. Si son dos hermanos, al mayor le tocaban dos terceras partes de la herencia por ser el primogénito y al menor una tercera parte. Y dice aquí la Palabra que ese padre no peleó, no discutió con su hijo, sino que a ambos hijos les repartió los bienes.
Y vemos también cómo ese joven se marcha a un país lejano y allí malgasta su hacienda y su herencia viviendo perdidamente. Él quería irse fuera de la vista de sus padres, quería irse fuera de la vista de su hermano, de las personas del pueblo para vivir su vida. Y dice el texto que se fue a un país lejano.
Y usted dirá, «y ¿eso qué tiene que ver conmigo?» Tiene mucho que ver. ¿Saben por qué? ¿Ustedes saben dónde está un país lejano? No está a 10000 km de distancia; un país lejano está a un paso fuera de la voluntad de Dios. Quizás tú estás aquí hoy en la mañana y anoche estuviste en un país lejano. Tú puedes estar aquí en la iglesia y estar bien lejos de Dios. Tú puedes estar en tu casa y estar lejos de Dios o en la universidad o en el colegio o en tu trabajo, y puedes estar en un país lejano.
Y allí, nos dice la Palabra, que malgastó su hacienda viviendo perdidamente. Ese malgastó, significa que derrochó todo el dinero, lo derramó, lo distribuyó viviendo perdidamente. Se nos dice que ese derroche incluía juntarse con prostitutas –como vemos en el versículo 30– y derrocha su fortuna. No digas, ¡wow, qué bárbaro! Porque ese ejemplo lo hemos visto en muchas personas. No digas, qué egoísta era este hijo menor, porque nosotros somos así como ese hijo pródigo. Somos orgullosos, somos egoístas, somos tercos, no queremos tener comunión con nuestro Padre celestial. Todos nos apartamos como ovejas, cada quien siguió por su propio camino. Todos nosotros, cuando no teníamos a Cristo, hemos perdido nuestra fuerza, nuestro tiempo, nuestras facultades, gastándolos en nuestros propios placeres.
Yo tengo una pregunta para ustedes ahora, ¿saben por qué ese hijo pródigo vivía así? ¿Sabes por qué vives así? ¿Por qué estás malgastando tu vida? ¿O por qué malgastábamos nuestra vida? ¿Por qué la derrochábamos? Porque queremos buscar nuestra felicidad en las cosas de este mundo.
Dios ha puesto eternidad en el corazón de cada uno de nosotros, y nosotros tratamos de llenar ese vacío que tenemos con las cosas y los placeres de este mundo; y no hay nada en este mundo que pueda llenar la eternidad de nuestros corazones, porque eso es algo infinito y eso solamente Dios lo puede llenar. Y los placeres del pecado, esa vida de beber alcohol, de esas malas noches, de esos «placeres», son efímeros.
Y ese tiempo pasó en la vida de él. La fiesta se terminó, el dinero se acabó… Y dice aquí la Palabra, que empezó a pasar necesidad. Hubo una hambruna en la tierra. Cuando tú te alejas de Dios, cuando tratas de buscar tu propia felicidad en las cosas de este mundo, nunca la vas a encontrar. Siempre vas a estar vacío, siempre vas a tener hambre.
Al principio para él debe haber sido un deleite, pensando que estaba en un país donde fluye leche y miel, disfrutando de los placeres del pecado. Pero luego de un tiempo se dio cuenta que el dinero se acabó, la música dejó de sonar, las personas que eran sus amigos ya no están con él derrochando el dinero. Ahora se aburren con él porque ya no tiene nada que ofrecer. ¿Tú sabes lo que hizo este hombre en su desesperación? Lo dice el versículo 15: «Entonces fue y se acercó a uno de los ciudadanos de aquel país, y él lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Y deseaba llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada».
Óiganme bien, nadie le daba nada. El único trabajo que consiguió fue cuidar cerdos –que para los israelitas este era un trabajo impuro– pero aquí terminó él. El pecado, mis amados, es duro. El pecado es inmisericorde. Y lo triste es que empezamos a probar el pecado, a probar el alcohol, a probar las drogas, a probar cosas ilícitas, y cuando nos damos cuenta ya estamos allí muy atrapados. Allí no vamos a encontrar la felicidad. Él creía que él estaba llevándose el mundo por delante, pero él estaba sembrando para la carne y de la carne solo vamos a cosechar destrucción y muerte. Él pensaba que iba a ser libre viviendo a esa vida pero el pecado solo trae esclavitud, promete éxito pero lo que nos da es fracaso. Promete vida pero la paga del pecado es muerte. Él pensó que se hallaría a sí mismo y lo que consiguió fue perderse. Cuando dejamos a Dios fuera de nuestras vidas, fuera de la ecuación de nuestras vidas, la diversión se convierte en esclavitud.
Y muchas veces Dios deja que toquemos fondo. Muchas veces Dios nos deja en esa pocilga con los cerdos malolientes, comiendo las algarrobas de los cerdos, porque solamente cuando tocamos fondo –óiganme bien– solamente cuando tocamos fondo es que pensamos en volver a la casa de nuestro padre nuevamente.
Si tú estás en esa situación, hay una sola solución para ti, y es hacer lo que hizo este joven. Versículo 17, él se arrepintió. Dice la Palabra: «Entonces, volviendo en sí, dijo: “¡Cuántos de los trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, pero yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus trabajadores’”» (vv.17-19).
La primera etapa, el primer paso es el arrepentimiento, él volvió en sí, recobró su sentido, se da cuenta que aún los jornaleros –los trabajadores a los cuales se les pagaba diariamente en casa de su padre– cobraban su dinero diariamente pero no solamente eso, sino que allí había abundancia de pan. Él recobró el sentido, se dio cuenta que la vida que estaba viviendo, esa vida de pecado, es una vida de locura espiritual temporal.
Cuando te apartas de Dios estás cometiendo una locura porque te estás apartando de aquellas cosas que son buenas, para seguir las cosas que van acabar con tu vida. Te estás alejando del agua pura, viva y cristalina que Él nos da, para beber el agua sucia de la alcantarilla. Aquí no nos dice el tiempo que a él le tomó llegar a esa conclusión, no sabemos el tiempo que estuvo alimentando los cerdos.
Pero llegó un momento en que él dijo, «espérate, ¿qué estoy haciendo aquí? ¿Qué es la vida que estoy llevando? ¿Hacia dónde voy? Por lo tanto, cuando volvió en sí decidió volver a la casa de su padre. «Me levantaré e iré a la casa de mi padre». Hubo un arrepentimiento, él iba caminando por una ruta, se da cuenta que eso lo va a llevar camino a una perdición y que él no puede hacer nada, y da la media vuelta. Eso es el arrepentimiento: volverse de una vida llena de ídolos para volverse hacia Dios.
Mientras creas que te vas a llevar el mundo por delante, mientras creas que vas a vivir una vida de pecado y de placer de espaldas a Dios, y que vas estar bien, no vas a volver en sí. Dios muchas veces tiene que humillarse. Fíjense que el texto dice que él volvió en sí. Él no dijo, «pero yo me metí en este hoyo, en este problema, yo voy a salir de aquí con mi propio esfuerzo. No voy a ir a la casa de mi padre para que no me vean en esta condición», porque era una situación vergonzosa. Maloliente con la ropa toda raída. «Voy a esperar conseguir un buen trabajo. Cuando pueda bañarme y tenga nueva ropa –porque tengo demasiada dignidad para que me vean en esta situación y no voy a ir hasta que no esté bien».
Pero el evangelio son las buenas nuevas de salvación. El evangelio nos lleva al final de nosotros mismos, de nuestros recursos, de nuestros esquemas, de nuestros estilos de vida, al final de todo en lo que confiamos, para que veamos nuestra podredumbre; para que veamos nuestra situación, nuestra condición y de allí solamente podemos mirar a Dios y Su gracia y acudir a Él clamando misericordia. No podemos querer venir ante Dios para mostrarle nuestras buenas obras porque no están allí. No podemos venir a Dios para decirle lo bien que lo hemos hecho sin Él, porque eso es imposible. No podemos, sobre el hedor de los cerdos, ponernos el perfume de las buenas obras y esperar que Dios no se dé cuenta de lo mal que olemos.
No podemos enviar un amigo, no podemos enviar un regalo para agradar a Dios. Y este hombre vuelve en sí en medio de esta situación y decide ir a la casa de su padre. Pero fíjense lo que dice la Palabra. Y decirle a su padre qué, mis hermanos: «he pecado contra el cielo y ante ti». Él no va a ir al padre poniéndole excusas, diciéndole, «mira papá, yo me fui de la casa porque mi hermano me hostigaba». «Mira papá, yo me fui de la casa porque tú tenías preferencia con mi hermano mayor, es más papá, cuando yo te pedí la herencia yo era demasiado joven y tú no debiste haberme dado todo ese dinero porque yo no sabía cómo lo iba administrar».
Él no dijo absolutamente nada. «Padre he pecado contra el cielo y contra ti», y fue humilde. Él pensaba decirle, «y no soy digno de ser llamado tu hijo. Hazme como uno de tus trabajadores». Él no estaba pensando en negociar sino en ir y confesar su pecado porque estaba arrepentido. Quizás tú estás aquí en esa situación en este día. Sabes que lo has hecho mal y sabes que tu vida quizás la ves como destruida y no ves esperanza o que vas camino a destruir tu vida, tu matrimonio, tu familia, tu trabajo, todo lo que has valorado durante tantos años.
Todo eso lo sintió este joven, pero no se quedó sentado. Él tuvo todos esos pensamientos que nosotros podemos tener pero dice la Palabra de Dios que «levantándose fue a la casa de su padre». Cuando él tuvo que resolver, el resolvió. Y tú quizás estás aquí con muchas cosas que resolver, y sabes que las tienes que resolver con tu esposa, con tus hijos, con tu esposo, en el trabajo, en diferentes esferas, y no las has resuelto. «Pero él levantándose fue a la casa de su padre».
Él no dejó que la hierba, que el pasto creciera bajo sus pies. Muchas personas ven su situación, ven su condición y dicen, «me voy a levantar y voy a ir a la casa de mi padre…pero voy a ir mañana, voy a ir la próxima semana, voy a ir el próximo mes…y nunca van. ¿Y saben por qué? Porque su orgullo les impide enfrentar su pecado. Su orgullo les impide decir, «he pecado contra ti, perdóname. Yo he hecho lo malo». Su orgullo les impide hacerlo, temen también a las consecuencias.
Pero él se levantó y fue a la casa de su padre. Él estaba en un país lejano, y un país lejano es un paso, un solo paso fuera de la voluntad de Dios. Yo te pregunto a ti hoy, ¿qué tan difícil es regresar de un país lejano? Tienes que hacer lo que él hizo. Él dio el primer paso para volver a casa y ese es el paso más difícil. Un viaje de diez mil kilómetros empieza con un solo paso. Si tú estás en un país lejano, mi amado, mi amada, si tú estás lejos de Dios, no digas, «he ido muy lejos», no digas, «he hecho lo malo», no pienses que no tienes perdón de Dios.
Debes dar el primer paso para volver a la casa de tu padre. Esa era la naturaleza del hijo pródigo, el hijo menor. Esa es nuestra naturaleza. Ese fue el primer paso que él dio. Ese es nuestro primer personaje.
Ahora, ¿cómo creen ustedes que él estaba pensando cuando empezó ese paso para ir a la casa de su padre? «¿Cómo me va a recibir papá? ¿Se va a disgustar conmigo? ¿Me cerrará la puerta de la casa en mis narices? ¿Me ignorará? ¿Me pondrá a esperar afuera?» Seguro iba caminando con todas esas dudas, pero veamos lo que dice la Palabra en Lucas 15:20: «Levantándose, fue a su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó».
Su padre lo vio… ¿Cómo lo vio su padre si él estaba en su hacienda, en su finca? Porque seguro ese padre salía todos los días a ver el camino para ver cuando su muchacho iba a llegar. Así está Dios esperándonos a nosotros. El padre pudo haber dicho, «ahí viene por fin, lo estaba esperando, que me espere fuera de la casa». Dice el texto que cuando estaba lejos su padre lo vio y sintió compasión por él. Sus entrañas se conmovieron, porque cuando los hebreos hablan de compasión nosotros hablamos del corazón.
«Me duele el corazón», y ellos dicen, «mis entrañas se conmovieron». Y dice el texto que él corrió –y ese era un hombre mayor, y ustedes saben que usaban una batola. Él tuvo que amarrarse la bata para empezar a correr para ir donde su hijo. Y eso no era algo digno de un anciano en esa época. Pero seguro lo ve por allá y va a pasar por la aldea y quizás pensó, «se van a burlar de mi muchacho, me lo van a satirizar, se van a reír de él». Y él sale corriendo a ver a su hijo y se echa sobre su cuello –dice el texto– lo abraza, no le importó que estaba maloliente, que la ropa estaba raída. Y dice que lo besa tiernamente, fervientemente lo sofoca con sus besos. Mis amados ese es el amor, la aceptación, la misericordia, la gracia y la bondad de Dios para con nosotros cuando nos volvemos a Él. no importa lo que hayamos hecho. En Cristo siempre hay perdón. Nuestro Padre celestial nos está esperando en los cielos. Que demos ese paso para arrepentirnos, para estar en Su presencia.
Patricia: Has estado escuchando al pastor Eduardo Saladín. Esta es la primera parte de su mensaje titulado, Un padre amoroso y perdonador. Mañana escucharás la continuación.
Si nos escuchas hoy y no has conocido verdaderamente a Dios, quiero tomar un momento para animarte a dar el paso hoy. Ven a Él, allí donde estás, así como estás. Mira a Él y cree en el sacrificio de Jesucristo en tu lugar. Solo a través de Él encontrarás perdón para tus pecados y disfrutarás de la verdadera felicidad.
Y si eres de las que ha venido ante su Padre celestial con excusas y explicaciones, búscalo hoy –deja tu orgullo a un lado y ven a Él en rendición, porque Él es un Padre amoroso y perdonador. Sí, Él disciplina a Sus hijos, pero en busca de una relación que es la que nos hace vivir en verdadera plenitud.
Oh Padre bueno, gracias por Tu amor y Tu perdón. Gracias por ser un Padre amoroso y perdonador. Te alabamos por Tu bondad. Te damos gracias por recibirnos con los brazos abiertos, aún cuando nos vamos a países lejanos; porque entregaste a Tu Hijo Jesús en nuestro lugar. Él pagó el precio de nuestros pecados para que nosotras pudiéramos ser adoptadas en Tu familia. Abre nuestros ojos y nuestros oídos a las maravillas de Tu Ley, para que podamos conocer Tu gran amor en Cristo. Bendice a cada oyente en este día, y aplica Tu Palabra con poder a nuestros corazones. Oramos en el nombre de Jesús, amén.
Annamarie: Asegúrate de acompañarnos mañana para escuchar la segunda parte del mensaje del pastor Eduardo Saladín.
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Fue Tu Gracia, Sovereign Grace Music, Eres Dios, ℗ 2012 Sovereign Grace Music.
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