Un anhelo satisfecho
Nancy DeMoss Wolgemuth: No estamos hechos para este lugar, para este mundo caído. Cristo vino a salvarnos de nuestros pecados y finalmente a liberarnos de la misma presencia del pecado. De manera que creo que en lo profundo de nuestros corazones hay anhelos insatisfechos con los que tendremos que vivir hasta que Jesús regrese. El problema es que muchos de nosotros intentamos satisfacer esos anhelos aquí en la tierra de formas temporales.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth en la voz de Patricia de Saladín.
Débora: Anhelos insatisfechos. Creo que todas nos podemos identificar con eso. Y necesitamos recordar que la historia de la Navidad nos enseña la gran esperanza que nos aguarda, aún en medio de los retos que enfrentamos en el presente. Hoy Nancy nos continúa hablando sobre esto y sobre un personaje del que no escuchamos a menudo, y en el que tenemos …
Nancy DeMoss Wolgemuth: No estamos hechos para este lugar, para este mundo caído. Cristo vino a salvarnos de nuestros pecados y finalmente a liberarnos de la misma presencia del pecado. De manera que creo que en lo profundo de nuestros corazones hay anhelos insatisfechos con los que tendremos que vivir hasta que Jesús regrese. El problema es que muchos de nosotros intentamos satisfacer esos anhelos aquí en la tierra de formas temporales.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth en la voz de Patricia de Saladín.
Débora: Anhelos insatisfechos. Creo que todas nos podemos identificar con eso. Y necesitamos recordar que la historia de la Navidad nos enseña la gran esperanza que nos aguarda, aún en medio de los retos que enfrentamos en el presente. Hoy Nancy nos continúa hablando sobre esto y sobre un personaje del que no escuchamos a menudo, y en el que tenemos un gran ejemplo de espera paciente.
Nancy: Hemos estado viendo en esta serie la parte de la historia de la Navidad en la que no solemos enfocarnos en esta época. Tuvo lugar poco tiempo después del nacimiento de Cristo cuando María y José, de acuerdo a la ley de Dios, llevaron al bebé Jesús al templo cuando tenía 40 días de nacido, donde acudieron para llevar a cabo 2 ritos.
María fue a llevar a cabo una purificación que era requerida por parte de la madre de un recién nacido y ofreció el sacrificio requerido por Dios. Luego ella dedicó a su Hijo Jesús a Dios. Esa escena es simplemente asombrosa, el pensar en Jesús siendo dedicado a Dios (¡Jesús, quien era Dios!), siendo presentado a Dios.
Por supuesto, sabemos que Jesús vino a la tierra y se presentó a Sí mismo para hacer la voluntad del Padre. Nosotras hemos sido retadas a presentarnos a nosotras mismas al Señor y también a presentar y a dedicar a nuestros hijos, a la siguiente generación al Señor, pidiéndole a Dios que cumpla Su propósito en sus vidas.
Luego habíamos dicho también, que justo en el momento de esta escena, mientras tenía lugar esta ceremonia, Dios trajo a dos personas: una que sabemos que era de edad avanzada y otra que creemos que también lo era; quienes vinieron al templo en ese preciso momento y participaron en esta escena.
Durante estos días hemos estado hablando sobre Simeón, sobre la vida de Simeón, en Lucas capítulo 2. No sabemos mucho sobre él. No sabemos más de lo que está registrado aquí en este párrafo en Lucas capítulo 2.
Hemos empezado a ver su vida y su ejemplo, observando qué podemos aprender de él para nuestro propio andar con Cristo.
Entonces, veamos el versículo 25 del capítulo 2 del Evangelio de Lucas: «Y había en Jerusalén un hombre que se llamaba Simeón». Simeón significa «Dios ha escuchado», un nombre muy apropiado para este hombre.
«Y este hombre, justo y piadoso…» Eso significa que él tenía una correcta relación con otros, guardaba la ley, pero que también tenía una relación correcta con Dios. En cuanto a sus deberes religiosos y espirituales, él estaba motivado por su devoción a Dios, tenía un corazón lleno de amor hacia Dios.
«Y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel», (volveremos a eso en un momento) «y el Espíritu Santo estaba sobre él». Estas 3 cosas lo separaban del resto de los de su generación; él era un hombre poco común.
Si esas cosas fueran verdad sobre nosotros hoy, nos harían inusuales. Nos distinguirían del resto de nuestra cultura, e incluso en muchas ocasiones, del resto de la cultura evangélica. Son cosas que quisiéramos que fueran verdad en nuestras vidas.
Volvamos a la frase, «estaba esperando la consolación de Israel». En la última sesión hablamos sobre el hecho de que «la consolación de Israel», era una frase que hacía referencia al Mesías.
Se desprende de una promesa del Antiguo Testamento, la esperanza de que Dios confortará a Su pueblo, que Él les traerá consolación para su debilidad, su tristeza, y su sufrimiento.
Desde la caída del hombre en Génesis capítulo 3, en el jardín del Edén, ha sido un mundo triste, y si tu vida actual no es triste, puede que tengas personas a tu alrededor que tengan justo ahora vidas realmente tristes. Tú quieres consolarlos, quieres animarlos, quieres confortarlos, pero a veces simplemente no sabes qué decir.
Porque es un mundo triste, destrozado y caído, y aún así Dios ha prometido traer consuelo a aquellos que están en medio del dolor. De manera que Simeón estaba esperando esta consolación para Israel (esperando a que el Mesías viniera).
Quiero que hoy nos tomemos unos momentos para que nos concentremos en esa palabra: Esperar. Cuando Simeón estaba esperando la consolación de Israel, ¿qué estaba haciendo?
La palabra «esperando», viene de una palabra compuesta que tiene que ver con «anticipar con expectación», «estar expectante», «anticipar», «esperar algo».
Ana, quien era una mujer de edad avanzada y que entra en escena más adelante en este texto, estaba esperando. La misma palabra, esperando, anticipando, algunas de sus traducciones dicen, «por la salvación de Israel».
Ella estaba añorando, esperando, expectante, así como Simeón, por el Mesías que habría de venir. Si miran en Marcos 15:43, verán que José de Arimatea, después de la crucifixión de Cristo, estaba esperando, (la misma palabra), la llegada del reino de Dios.
Ellos anticipaban la venida del Mesías, la venida de Cristo, que Él trajera el reino de Dios a la tierra. Entonces, durante años, no sabemos cuántos pero creemos que probablemente fueron muchos, Simeón había vivido con la esperanza de que Dios cumpliera Sus promesas.
Él había visto las promesas, las había escuchado, las conocía, y él esperó…y esperó, a que Dios viniera y visitara a Su pueblo, la consolación de Israel.
Él esperó a través de tiempos en que todo aparentaba lo contrario. No parecía que Dios estuviera haciendo algo. No había evidencia de que Dios estuviera obrando.
Muchos habían olvidado las promesas de Dios, se habían cansado de esperar, y habían dicho, «¿para qué?»
Dios no había hablado a Su pueblo de forma que ellos pudieran entender o recibirlo, desde el final del Antiguo Testamento, en el libro de Malaquías, hasta este periodo. Habían pasado 400 años entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Generaciones habían venido y se habían ido, y no se escuchó nada proveniente del cielo. Ellos no tenían una Biblia de la manera que nosotros la tenemos hoy, la Biblia completa. Ellos no tenían a Jesús. Ellos no tenían al Espíritu Santo como lo tenemos hoy.
Ellos esperaron calladamente, sin oír. Yo pienso que mucha gente había perdido la esperanza. Pero Simeón no. Él siguió esperando. Él siguió añorando. Siguió anticipando. ¿Cuánto habrá estado esperando? Toda su vida.
¿Creen que alguna vez estuvo tentado a dudar? A veces dudamos cuando no podemos ver lo que Dios está haciendo y las emociones sobrepasan la fe, y decimos, «Señor, ¿realmente estás obrando? ¿Realmente harás lo que prometiste?»
Debieron haber sido numerosas las ocasiones donde él estuvo tentado a darse por vencido. Él tuvo que creer cuando pocos estaban realmente esperando la llegada del Mesías. Pero él no perdió la esperanza.
La palabra «esperando», «esperando la consolación de Israel», tiene un segundo significado. Es «mirar, estar expectante, anticipar», pero también implica «planear recibir o aceptar la promesa cuando venga».
Cuando se cumpla lo recibirás favorablemente. Él estaba esperando el cumplimiento de la promesa, no en un sentido de miedo o temor, tampoco en el sentido de que, bueno... espero y cuando vea que suceda entonces decido si quiero recibirlo o no.
No era algo como, «cuando venga la consolación de Israel lo recibiré», sino más bien el concepto de Lucas 12:35-36 cuando Jesús dijo: «Estad siempre preparados y mantened las lámparas encendidas, y sed semejantes a hombres que esperan a su señor que regresa de las bodas, para abrirle tan pronto como llegue y llame».
Esa era la actitud de corazón que tenía Simeón. «Estoy esperando, y cuando Él venga, abriré las puertas para recibirle». Y veremos que Simeón le dio la bienvenida al Señor Jesús.
De hecho, esta palabra que es traducida aquí como «esperando», a veces en el Nuevo Testamento se traduce como bienvenida. Veremos que Simeón no solo estaba esperando, sino que cuando Jesús vino, él le dio la bienvenida y recibió al Señor Jesús.
De manera que él había estado esperando con anticipación, con anhelo. Él estaba listo para recibir el cumplimiento de la promesa cuando esta llegara.
Simeón tenía el espíritu de Charles Wesley, quien escribió en aquel himno de Navidad grandioso y de añoranza:
De los cánticos celestes
Te quisiéramos cantar;
Entonados por las huestes,
Que lograste rescatar.
Almas que a buscar viniste,
Porque les tuviste amor,
De ellas te compadeciste,
Con tiernísimo favor.
Toma nuestros corazones,
Llénalos de Tu verdad;
De Tu Espíritu los dones,
Y de toda santidad.
Guíanos en obediencia,
Humildad, amor y fe;
Nos ampare Tu clemencia;
Salvador, propicio sé.
Vemos ahí el sentido de anhelo y expectación, pero también de rendición cuando dice: «Toma nuestros corazones y llénanos de Tu verdad…guíanos en obediencia». Este es nuestro deseo. Cristo es nuestro gozo. Él es el cumplimiento de nuestros corazones anhelantes.
Hoy esperamos de una manera un poco diferente a como lo hizo Simeón. Cristo ya vino. Celebramos la Navidad como el primer advenimiento de Cristo. El anhelo de Simeón fue satisfecho.
Pero ahora esperamos a que Cristo regrese. Estamos esperando que Él vuelva, tal cual Él prometió que haría.
En esta ocasión no como un bebé. Esta vez, no en humildad e infamia como cuando vino como hombre aquí a la tierra, en la carne, sino como el Rey conquistador que ha de gobernar y reinar, para cumplir toda la historia y vencer a todos Sus enemigos; el Cristo victorioso regresando a Su pueblo.
Entonces esperamos a que esa segunda venida acontezca. El Antiguo Testamento da esperanza a los creyentes, da esperanza a la iglesia, y ha sido la esperanza y el anhelo de cada generación de creyentes desde que Cristo vino por primera vez a la tierra.
Pablo dijo en 2 de Timoteo 4: 6 y 8 mientras se enfrentaba a la muerte, así como Simeón la estaba esperando, Pablo dijo «es tiempo para mí de morir», y «en el futuro me está reservada la corona de justicia que el Señor, el Juez justo, me entregará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman Su venida».
Aquellos que han anhelado Su aparición recibirán una corona, una recompensa. La recompensa será Cristo. El fruto de nuestro anhelo será el llegar a ver a Jesús.
Hebreos 9:28 dice: «así también Cristo, habiendo sido ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos, aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvación de los que ansiosamente le esperan».
¿A quién va a salvar y a librar? A aquellos que lo esperan con ansias. Es esa esperanza lo que causó que la escritora ciega, de himnos, Fanny Crosby, dijera:
«Sé que veré en Su belleza al Rey en cuya ley me deleito».
Ella sabía que sus ojos ciegos un día serían abiertos, y que podría ver al Rey que ella tanto amaba. Ella tenía esa esperanza, esa anticipación.
Esa esperanza bendita, como ha sido llamada por los cristianos por los siglos, es lo que nos capacita para decir, «no» al pecado, y vivir vidas piadosas mientras esperamos.
Leemos eso en Tito 2:11-13: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús».
Así que mientras estamos esperando el regreso de Cristo, Dios nos da gracia en este mundo caído y desordenado, para vivir una vida santa y pura, sin reproche, vidas que reflejen a Cristo Jesús a nuestro mundo.
Y mientras esperamos, nuestros corazones anhelan el regreso de Cristo, pero junto con todo lo demás, creo yo, hay algo más que esperamos, y encontramos indicios de esto en Romanos 8:21-22.
Es por esa escena que toda la creación espera, que espera anhelante. Espera a que sea liberada del cautiverio y la corrupción de la vida en esta carne y de la vida en este mundo caído.
Verán, no estamos en casa aún. Hasta que Cristo regrese y nos lleve al cielo como ciudadanos del reino de Dios, somos extranjeros; no somos ciudadanos aquí; este mundo no es nuestro hogar.
Podríamos decir que somos unos inadaptados en este mundo. No estamos hechos para este lugar, para este mundo caído. Cristo vino a salvarnos de nuestros pecados y finalmente a liberarnos de la misma presencia del pecado.
De manera que creo que en lo profundo de nuestros corazones hay anhelos insatisfechos con los que tendremos que vivir hasta que Jesús regrese. El problema es que muchos de nosotros intentamos satisfacer esos anhelos aquí en la tierra de formas temporales.
Buscamos que las cosas, las personas, nos provean satisfacción temporal; la buscamos en los juegos y en los trabajos y en los amigos, tratando de que ellos llenen esos espacios vacíos de nuestro corazón, pero que no pueden ser llenados por nada más mientras estemos en estos cuerpos caídos.
Creo que necesitamos reconocer que hay algo en nosotros que es similar a Simeón. Estamos anhelando y esperando una consolación que aún no ha llegado.
Estamos esperando y anhelando ser libres del pecado, no estar plagados de tentación, de debilidad y de fragilidad humana. Estamos esperando y anhelando ser liberadas de este mundo caído y desordenado, ser liberadas de nuestra carne, del sufrimiento que ha sido producido en este mundo a causa del pecado.
Dios nos librará de todo eso en Su tiempo, y mientras llega ese tiempo, esperamos y anhelamos.
Pablo lo dice de esta forma en Romanos capítulo 8. Este párrafo es un poquito extenso, pero escuchémoslo; pienso que podemos oír el anhelo y la anticipación que el apóstol Pablo experimentó, y pienso que se identificarán con esto en sus propias vivencias.
Pablo dijo en Romanos 8, comenzando el versículo 18: «Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada». Hay un anhelo. Hay una esperanza. Hay una expectación, aunque no esté aquí aún para nosotros.
El sufrimiento del tiempo presente es una realidad en este momento, pero Pablo dice: «Hay algo en lo que estoy poniendo mi mirada y mi esperanza, es en la gloria que ha de venir».
Él dijo: «Porque el anhelo profundo de la creación es aguardar ansiosamente la revelación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sometida a vanidad, no de su propia voluntad, sino por causa de aquel que la sometió…» (vv. 19-20).
Esa caída, cuando Adán y Eva escogieron pecar, significa que toda la tierra fue sujeta a la futilidad, al vacío, a la bancarrota, a la desesperanza y a la desesperación.
Pero Dios sujetó la tierra a la maldición, «en la esperanza de que la creación misma será también liberada de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera a una gime y sufre dolores de parto hasta ahora» (vv. 21,22).
Pero es con una esperanza. Es con anticipación y anhelo que será satisfecho cuando el dolor y el sufrimiento del parto terminen.
Él dijo: «Y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, aun nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo» (v. 23).
¿Qué es lo que está diciendo? Tenemos los primeros frutos del espíritu. Si eres una hija de Dios, el Espíritu Santo vive en ti. Él es la garantía del cumplimiento de las promesas de Dios, pero no tienes todo el cumplimiento por completo.
Aún tienes que aferrarte a esa promesa; tienes que esperar la consolación de Israel. Él dice que esperamos ansiosamente. Que anhelamos. Que esperamos con la mente abierta, con los corazones de par en par, con las manos abiertas…anhelando recibir a Cristo en toda Su plenitud, cuando Él regrese a la tierra y nos libre de todo cautiverio y redima nuestros cuerpos de este mundo caído y quebrantado.
Déjenme solo decir que mientras esperamos la segunda venida de Cristo, el regreso de Cristo a esta tierra, y Él vendrá, estamos anhelantes. Anhelamos ser libres de estos cuerpos terrenales, del dolor y del sufrimiento y del cáncer, y de la muerte y de los dolores de parto, y de los dolores que provoca el tener hijos que no caminan con el Señor…de todas esas cosas que son parte de la vida en este mundo caído. En lo que esperamos para ser redimidas de todo esto, también hay algo más que yo espero y anhelo…
Esto es, desde ahora y hasta que Cristo regrese, espero y anhelo la visitación del Espíritu de Dios en un avivamiento, anhelando que Dios vuelva otra vez, como lo ha hecho a veces en el pasado, para derramar Su Espíritu Santo y manifestar Su gloria aquí en nuestro mundo caído, a través de Su iglesia.
Esa es la visión y la carga que dio a luz «Aviva Nuestros Corazones». De eso se trata este ministerio. Es un anhelo que he tenido en mi corazón desde que tengo 12 o 13 años de edad, cuando leí sobre cómo Dios se había movido en el pasado para purificar a Su iglesia, para traer de vuelta el sentido de amor por Cristo, el primer amor, para renovar y avivar la iglesia.
He visto cómo Dios ha hecho esto en el pasado, y mi corazón ha clamado durante décadas, «Señor, ¿lo harías otra vez?» Así que espero expectante.
Clamo con el salmista en el Salmo 80: «Oh Señor, Dios de los ejércitos, ¿hasta cuándo vendrás? Restáuranos, oh Dios de los ejércitos. Haz resplandecer Tu rostro, que podamos ser salvos. Vuélvete otra vez, oh Dios de los ejércitos. Mira desde el cielo y ten misericordia. Ten consideración por esta viña. Ten consideración por Tu iglesia, por Tu pueblo» (parafraseado).
Y así Simeón estaba esperando y esperando y esperando y esperando, esperando la consolación de Israel. Y mientras este hombre envejecía, él comprendió que las cosas en esta tierra realmente no importaban. Cuanto más te acercas al final de tu vida, entonces más te das cuenta de que las cosas de la tierra realmente no importan.
Él supo que no solo Cristo era su única esperanza, sino que Cristo era la única esperanza para la consolación del mundo.
¿Y tú? ¿Estás esperando? ¿Estás buscando? ¿Estás expectante? ¿Estás en la punta de tus pies vislumbrando el horizonte, anticipando Su llegada?
No sé si fue así, pero no creo que Simeón (las Escrituras no lo aseguran) fuera un hombre que se aferrara a la vida hasta ver sus días llegar al final, simplemente transitando por la vida como si nada.
Creo que era un hombre que estaba como parado de puntillas, esperando, anhelando la consolación de Israel. Su fe era una fe activa.
¿Estás anhelando el regreso de Cristo? ¿Estás anhelando la redención de tu cuerpo? ¿Estás anhelando un avivamiento en Su iglesia, y estás anhelando recibirle cuando Él venga?
La Palabra de Dios promete que aquellos que esperan por Él, que aquellos que creen en Él aun cuando parece que Dios se ha olvidado, que aquellos que esperan en medio de la desesperación, que ellos no serán defraudados.
Dios vendrá. Mateo 5:6 dice: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados». Y luego, la promesa en Isaías 49: «no se avergonzarán los que esperan en mí» (v.23).
Puedes contar con ello, Dios cumplirá Sus promesas. Él vendrá. Él cumplirá el anhelo y el deseo de tu corazón, así que no pares de esperar.
Espera hasta que Él regrese. Entonces la fe será vista, y la oración será una alabanza, y nosotros estaremos con el Señor para siempre. Amén.
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha hecho buenas preguntas en las que podemos reflexionar hoy. Quizá has estado esperando en Dios con respecto a algo en tu vida por mucho tiempo. Espero que esta enseñanza de Nancy te haya animado y recordado que solo Jesús satisface los anhelos más profundos de tu corazón, y al mismo tiempo Él te da la gracia para enfrentar el presente.
Cuando piensas en un pesebre, ¿qué otros personajes de la historia de la Navidad vienen a tu mente? En el próximo episodio Nancy nos hablará de uno muy importante y que nunca vemos en nuestros nacimientos.
Nancy: Él no tenía Lucas capítulo 2 para leer. Él no conocía su propia historia. Él estaba viviendo esa historia. Pero él estaba experimentando la realidad de la revelación de Cristo por medio del Espíritu Santo, quien le reveló los caminos de Dios.
Débora: Te animamos a participar activamente en tu iglesia local este fin de semana y a regresar el lunes, para el próximo episodio de Aviva Nuestros Corazones.
Annamarie: Viviendo juntas la belleza del evangelio, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de La Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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