Un acto voluntario
Dannah Gresh: Nancy DeMoss Wolgemuth tiene un consejo sabio para aquellas que tienen dificultad para perdonar.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Una de las cosas que más me ha ayudado, es darme cuenta de que el perdón no es un sentimiento, tampoco es una emoción. El perdón es, en última instancia, una decisión. Es un acto de mi voluntad.
Dannah: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de Escoja perdonar, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 25 de octubre de 2023.
Un área que puede ser difícil de entregar a Dios es perdonar a alguien que nos ha herido. Y quiero enfatizar que, en algunos casos, perdonar a alguien que te ha hecho daño puede provocarnos una amplia gama de emociones. Si es tu caso, permíteme preguntarte: ¿Por qué no escuchas esta serie sobre el perdón antes de sacar conclusiones negativas? Nancy nos ayudará a entender lo …
Dannah Gresh: Nancy DeMoss Wolgemuth tiene un consejo sabio para aquellas que tienen dificultad para perdonar.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Una de las cosas que más me ha ayudado, es darme cuenta de que el perdón no es un sentimiento, tampoco es una emoción. El perdón es, en última instancia, una decisión. Es un acto de mi voluntad.
Dannah: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de Escoja perdonar, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 25 de octubre de 2023.
Un área que puede ser difícil de entregar a Dios es perdonar a alguien que nos ha herido. Y quiero enfatizar que, en algunos casos, perdonar a alguien que te ha hecho daño puede provocarnos una amplia gama de emociones. Si es tu caso, permíteme preguntarte: ¿Por qué no escuchas esta serie sobre el perdón antes de sacar conclusiones negativas? Nancy nos ayudará a entender lo que es el perdón desde la perspectiva bíblica. Y muy probablemente te sorprenderás de lo que dice la Palabra de Dios, y lo que no dice, sobre este asunto. ¡Quédate con nosotras! Aquí está Nancy DeMoss Wolgemuth.
Nancy: Nunca olvidaré el día en que estuve hablando en una conferencia para mujeres, hace ya varios años. En un momento dado abrimos el micrófono para que las mujeres que estaban allí compartieran algunos testimonios. Y una señora se acercó, y frente a toda la audiencia, empezó a contar algo que le había sucedido hacía catorce años. Un hombre desconocido había estado espiando a su hija adulta y después la asesinó brutalmente. Luego, ella me miró y frente a todas esas mujeres, con una profunda angustia y tristeza, dijo: «Yo he odiado a este hombre por catorce años. ¿Cómo puedo perdonarlo? ¿Cómo puedo perdonarlo?»
Ahora, aquellas de ustedes que son madres, y aun aquellas que no lo son, pueden imaginar, en cierta medida, la angustia y el profundo dolor que esta madre experimentó. Y quizás tú hayas pasado por algo parecido o tal vez por algo que no se puede comparar. Pero sin importar lo que haya sido, sigue siendo igual de difícil –hay un profundo dolor, una herida del pasado. Incluso puede ser algo que estés experimentando en este preciso momento.
Y recuerdo otra señora que se acercó a mí con circunstancias muy diferentes, pero en su historia también había dolor. Me dijo: «Yo me siento como un robot cristiano. He dejado a Dios fuera de mi vida, y siento que no tengo más opción que seguir adelante a pesar de estas heridas».
Todo este tema del dolor y las heridas es algo que nos concierne a todas, porque todas lo hemos experimentado; tenemos nuestra propia historia. Y si no es nuestro propio dolor y nuestras heridas, tenemos personas cercanas a quienes amamos y queremos ayudar y animar, para que aprendan a lidiar con las heridas y el dolor en sus vidas.
Y creo que debemos empezar recordando esto: «La verdad es que vamos a sufrir. Es algo inevitable. Vamos a ser lastimadas».
Y quizás estés pensando: «Eso no suena muy alentador». Pero necesitamos recordar que el dolor es algo de lo que no podemos escapar. En este mundo tendremos aflicción, porque vivimos en un mundo caído; en un mundo lleno de pecado. No importa si eres joven o anciana, cualesquiera que sean las circunstancias en tu vida, habrá dolor. Hay personas que te van a ofender, personas que te van a tratar de una manera incorrecta.
Y tal vez una amiga en quien tú confiabas te ofendió, te mintió o le mintió a otra persona sobre ti. Tal vez una profesora o un profesor en la universidad te hizo daño, o tal vez cuando eras más joven te avergonzó en frente de toda la clase. Y puede que al hablar ahora sobre el dolor recuerdes esos momentos en los que fuiste lastimada.
Quizás tu esposo te fue infiel o alguien te robó o le robó a tu familia. Quizás sentiste rechazo por parte de tu papá porque no supo cómo mostrarte amor. O quizás es uno de tus hijos que está en rebeldía y te avergüenza a ti y a tu familia.
Puede que alguien le haya hecho daño a uno de tus hijos. Y yo sé que como madre es más fácil soportar que alguien te haga daño a ti y no a uno de tus hijos; el dolor que sientes ante esa situación es muy grande y profundo. Y sé que muchas de ustedes están asintiendo ahora mismo.
Tal vez fue un jefe en el trabajo que te hirió a ti o a tu esposo. O puede que haya sido un líder espiritual en quien tú confiabas y esta persona resultó ser un líder falso. Sé del caso de una joven que es hija de un pastor, y se acercó a mí hace un tiempo y me preguntó: «¿Cómo puedes perdonar a toda una iglesia?»
Ella me dijo: «El año pasado la iglesia quitó a mi papá del pastorado. Ellos pecaron contra él, le hicieron daño. Siguen hablando mal de mi papá y eso ha roto muchas relaciones». Esta hija está muy dolida.
Y hay mujeres en nuestra audiencia que han sido heridas por un padre o un familiar que abusaron sexualmente de ellas. Hay mujeres que llegaron al altar profundamente enamoradas, para escuchar de un hombre la promesa de amarlas hasta que la muerte los separe. Pero ese sueño se ha convertido en una pesadilla y ha terminado en desilusión, pérdida y rechazo. Hay dolor y heridas en la vida.
Y yo sé que algunas de estas cosas que acabo de mencionar son asuntos muy difíciles, y probablemente haya otras cosas que no se pueden ni siquiera mencionar. Pero cuando son cosas que te han sucedido y recuerdas esas heridas, el dolor puede ser hoy tan profundo como lo fue hace quizás veinte, treinta años o más.
El hecho es que vamos a ser lastimadas, nos van a ofender. Y hoy somos una generación de personas heridas. Y cuando hablo con las mujeres y las miro a los ojos, puedo ver las cicatrices, las heridas y las secuelas que un profundo dolor ha dejado en sus rostros.
Una de las cosas que escucho a las mujeres decir cada vez más a menudo en los últimos años es: «Yo siento ira, estoy enojada». Y luego dicen el porqué de esa ira: «Estoy enojada con mi esposo; estoy enojada con mis padres; estoy enojada con mis hijos; estoy enojada con mi pastor».
Y la verdad es que yo no recuerdo haber escuchado esto con tanta frecuencia. Pero en este tiempo es muy común para mí escuchar: «Estoy enojada con Dios». En última instancia, si esa herida, esa amargura, no se tratan a la manera de Dios, entonces eso se convertirá en ira contra Dios.
Y la realidad es que cuando somos heridas, somos tentadas a decir: se supone que Dios es todopoderoso, Él podría haber evitado esto pero no lo hizo; ¿por qué? Yo no puedo confiar en ese Diosque permitió que esto sucediera en mi vida.
Hay muchas mujeres con corazones profundamente heridos. Y cuando guardan estas heridas en sus corazones y no tratan con ellas a la manera de Dios, pueden convertirse en amargura, luego en odio y en algunos casos en violencia.
Y eso es lo que hoy en día vemos en las escuelas. Incluso algunas de ustedes que son madres tienen temor de enviar a sus hijos a la escuela por la ola de violencia que estamos viendo.
Y quizás has escuchado la frase: «El animal más peligroso en el bosque es el que está herido».
Y no hay excusas para la violencia, pero la realidad es que muchas de nosotras, de generación en generación, hemos venido respondiendo a las heridas y al dolor hiriendo y lastimando a los demás.
Tal vez te lastimaron cuando eras niña, y ahora como madre les dices cosas a tus propios hijos que nunca pensaste que les dirías, cosas que tú sabes que son hirientes. Y probablemente eso es así porque nunca trataste con las heridas de tu pasado a la manera de Dios.
Bueno, para darle inicio en esta serie al tema del perdón y cómo tratar con las heridas y el dolor del pasado, quiero empezar diciendo que no solamente será inevitable que seamos lastimadas, sino que también tendremos que lidiar con eso. Pero aquí hay otro principio básico que creo que es muy útil: el fruto en nuestras vidas, aquello en lo que nos convertimos y quiénes somos, no está determinado por lo que nos sucede.
Muchas veces pensamos que simplemente somos así, y hasta ponemos excusas. Educamos a nuestros hijos de cierta manera por algo que nos sucedió, por la manera en que nos educaron a nosotras, o por la forma en que otra persona nos trató. Así que decimos: «Yo soy así por esta situación de mi pasado».
Pero la verdad es que el resultado en nuestras vidas y quiénes somos, no debería estar determinado por lo que nos sucede. Y lo que nos ha ocurrido ciertamente nos afecta; influye en nosotras. Pero no determina en lo que nos convertimos. La realidad es que quiénes somos y el fruto en nuestras vidas está determinado por cómo respondemos a lo que nos sucede.
Y puede que estés pensando: Eso no es muy alentador, esas no son buenas noticias, porque ahora me estás diciendo que yo soy la responsable de mi dolor. Si yo al menos pudiera pensar que alguien más es responsable, tal vez esto no dolería tanto. Pero ahora me estás diciendo que es mi culpa.
Bueno, te diré por qué son buenas noticias: Si el resultado de nuestras vidas está determinado por cosas sobre las que yo no tengo control –la forma en que las personas me han tratado, cómo se han comportado conmigo, o por cosas que me han hecho a mí– entonces, yo soy una pobre víctima. No hay esperanza para mí. Yo tengo que ser como soy si no tengo control sobre el resultado en mi vida.
Pero debemos entender que nosotras, por la gracia de Dios y como hijas de Dios, podemos escoger, por el poder del Espíritu Santo, cómo responder ante lo que nos sucede. Hay esperanza en eso, porque Dios nos dará la gracia para escoger cómo responder de una manera que le agrade a Él, y eso nos hará libres de la esclavitud a nuestro pasado. Cada vez que tú y yo somos lastimadas, escogemos cómo vamos a responder ante esa ofensa.
Y hay dos maneras de responder ante una ofensa. La primera es la manera en que responde la mayoría de la gente, y es convertirte en un «cobrador de deudas». ¿Qué hacen ellos?, mantienen a su deudor como prisionero.
Ellos dicen: «Tú me has ofendido. No te voy a liberar hasta que reconozcas que me has herido profundamente». Y ponen a sus deudores en una prisión. Yo no debería decir «ellos», debería decir «nosotras» porque todas hemos respondido de esta manera ante las ofensas.
Cuando nosotras acumulamos las ofensas, eso nos lleva al resentimiento y a la amargura. Nos lleva a tomar venganza y represalia diciendo: ¡Esto no se quedará así! Y tal vez no lo decimos abiertamente. Pero estamos poniendo el amor a un lado y dándole paso al enojo y a la amargura en nuestro corazón. Cuando acumulamos ofensas, nosotras mismas nos convertimos en prisioneras.
Pero hay un camino que trae libertad y es entregar esas heridas al Señor. Es escoger el perdón liberando de la prisión a aquellos que nos han ofendido.
Y quiero enfatizar que cuando perdonamos no lo hacemos porque esa persona necesariamente lo merezca, ni porque viene a ti y te dice: «Reconozco que te lastimé. ¿Me perdonas?» Tal vez esa persona nunca lo reconozca. Pero nosotras perdonamos, no porque esa persona lo merezca, sino por la maravillosa gracia de Dios.
La gracia de Dios es inmerecida. Y como nosotras hemos recibido esa gracia, extendemos Su misericordia y Su gracia a los demás. Este no es el camino de la venganza, sino el camino de la reconciliación. Nosotras escogemos cuál camino tomar.
Recuerdo un día en que, al terminar una conferencia donde yo había estado hablando, una suegra y su nuera se acercaron a mí. La nuera estaba embarazada. Al parecer estaba cerca de los nueve meses. Así que ella y su suegra vinieron para contarme su historia.
La joven había estado casada con el hijo de esta señora por cuatro años. Durante todo ese tiempo y hasta ese día, ellas dos nunca se habían llevado bien. Se odiaban la una a la otra. Había muros, barreras y distancia entre ellas. Yo no sé si realmente sabían cuáles eran las razones del odio y del enojo entre ellas.
Pero cuando ves a alguien con ojos de amargura, llega un momento en el que todo lo que esa persona hace te molesta.
Ese día el Señor obró en sus corazones. Ellas vinieron a la conferencia cada una por su lado. De hecho, la suegra estaba en el comité que organizó la conferencia, pero no había invitado a su nuera. Y ella me dijo: «Yo sabía que si la invitaba, ella no vendría».
Pero ambas vinieron y el Señor tuvo un encuentro con ellas en ese lugar. Las dos estaban sentadas en diferentes sitios. Y durante el transcurso de la tarde, mientras hablábamos sobre este tema del perdón, no sé cuál de las dos tomó la iniciativa. Solo sé que estas dos mujeres terminaron juntas en el cuarto de oración, abrazadas y pidiéndose perdón por las ofensas, las heridas, las faltas y luego perdonándose la una a la otra en el nombre de Jesús.
Más tarde hablé con la suegra. Luego recibí una carta de la nuera y me enteré de que durante las semanas siguientes comenzaron el proceso de reparar el daño que habían hecho esos años de enojo y amargura. Incluso empezaron a reunirse regularmente para orar la una por la otra y estudiar juntas la Palabra.
Ahora, sus problemas no desaparecieron. Habían acumulado mucha amargura y enojo; pero ese proceso de sanidad empezó en el momento en que ellas decidieron perdonar.
Y creo que necesitamos entender varias cosas sobre el perdón, y una de las cosas que más me ha ayudado a mí es darme cuenta de que el perdón no es un sentimiento, tampoco es una emoción. El perdón es, en última instancia, una decisión. Es un acto de mi voluntad.
No es que yo no pueda perdonar, porque la realidad es que escogemos no perdonar. Pero sabemos que la Palabra de Dios nos ordena claramente que debemos perdonar. Y cuando Dios nos da ese mandato, si somos Sus hijas y tenemos Su Espíritu Santo viviendo en nosotras, Dios nos dará el poder y la capacidad de hacer todo lo que Él nos pida.
Filipenses 2:13 dice: «Porque Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer (esto es el deseo) para Su buena intención». Ahora, yo sé que estos versículos son muy familiares para todas nosotras. Pero creo que es importante, que repasemos algunas de estas verdades para que recordemos, en estos puntos básicos del perdón, lo que dice la Palabra de Dios.
Por ejemplo, en Marcos capítulo 11, Jesús nos dice: «Y cuando estén orando…» (Cuando vayan a la iglesia, cuando estén en una reunión de oración, cuando estén haciendo su devocional), «si tienen algo contra alguien…» Pero antes de terminar el versículo, déjame preguntarte algo, ¿no te parece que eso prácticamente cubre todas las bases? «Si alguien tiene algo contra alguien». Jesús está haciendo una declaración que lo incluye todo. Esto cubre todas las ofensas posibles que yo pueda estar guardando en mi corazón.
Él está diciendo: «Cuando vengas a hablar con tu Padre celestial, si tienes algo contra alguien, antes de seguir orando, perdona a esa persona. Perdónala, para que también tu Padre que está en los cielos perdone tus transgresiones». Ya hablaremos sobre eso en otro episodio, sobre cómo nuestra capacidad para experimentar el amor de Dios y Su misericordia está directamente relacionada con nuestra decisión para perdonar a otros.
Y quiero leer otros dos versículos que enfatizan este mismo punto. Ustedes conocen ese pasaje en Efesios capítulo 4 que dice: «Sea quitada de ustedes toda amargura». Toda amargura. Ahora, muchas de nosotras a lo largo de nuestras vidas tendremos que lidiar con la amargura. Y muchas veces dejamos que esa pequeña raíz de esa semilla se arraigue en nuestros corazones. Pero quiero que sepas que esa pequeña raíz de amargura que arraigaste en tu corazón puede causar un gran daño.
Y es por eso que el apóstol Pablo dice: «Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo» (Ef. 4:32).
Hay un pasaje similar en Colosenses capítulo 3, donde Pablo dice: «Entonces, ustedes como escogidos de Dios, santos y amados…» Déjame decirte que si tú no eres una hija de Dios, no tendrás la capacidad para perdonar genuinamente.
Pablo les está hablando aquí a aquellos que son escogidos de Dios, aquellos que son santos delante de Él. ¿Y qué nos dice Dios a través de Pablo? «Revístanse de tierna compasión». Ahora, yo sé que todasnos vestimos esta mañana. Pero ¿te revestiste de compasión? ¿Pensante en vestirte de amor? Dios dice: «Revístanse de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia» (Col. 3:12). Es toda una lista, ¿cierto?
Cuando tú te vistes en la mañana, ¿piensas en vestirte con esas cualidades? Y debo mencionar que en nuestros hogares y en nuestros lugares de trabajo, y en nuestras relaciones, sería bueno que constantemente nos preguntemos a nosotras mismas: «¿Cómo estoy en estas áreas? ¿Me he revestido de compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia?» ¿Te imaginas cómo eso cambiaría el ambiente en nuestros hogares, en nuestras iglesias, en nuestros lugares de trabajo, si nosotras como mujeres nos vistiéramos con esas cualidades?
Bueno, continuando en Colosenses capítulo 3:13: «Soportándose unos a otros y perdonándose unos a otros, si alguien tiene queja contra otro». Aquí está el ejemplo a imitar: «Perdona como el Señor te ha perdonado». Eso está a otro nivel, ¿no es cierto?
Pero entonces surge la pregunta: «¿Cómo me ha perdonado Dios? ¿Cómo nos perdonó Dios por matar a Su único Hijo? Bueno, el Salmo 103 nos da una idea. Y a lo largo de todas las Escrituras se nos dice que el Señor no nos ha tratado según nuestros pecados, ni nos ha pagado conforme a nuestras iniquidades. «Porque como están de altos los cielos sobre la tierra, así es de grande Su misericordia para los que le temen. Como está de lejos el oriente del occidente, así alejó de nosotros nuestras transgresiones» (Sal. 103:11-12).
Entonces, ¿cómo nos ha perdonado el Señor? Bueno, vemos que Su perdón es completo, incondicional y permanente. Y esto es algo que me encanta. Es algo inmerecido. Es absolutamente inmerecido. No podemos ganarlo, no podemos trabajar para obtenerlo, no podemos alcanzarlo por nuestros esfuerzos. Su misericordia es por gracia. Entonces, ¿cómo debemos amar a los demás? ¿Cómo debemos perdonar a los demás cuando pecan contra nosotras? Nuestro perdón debe ser completo, incondicional y permanente. Debemos perdonar aunque esa persona no lo merezca.
Y aquí hay algo maravilloso sobre la gracia de Dios, y es el hecho de poder perdonar a otros con la misma gracia que nosotras hemos recibido de Dios. Me encanta esto de Su gracia: Él la derrama en nuestras vidas, Él nos la da de manera abundante conforme a las riquezas de Su gracia. Él derrama todo eso en nosotras. Y entonces cuando Él nos pide que extendamos esa gracia y perdón a los demás, ¿de dónde obtenemos ambas cosas? De Dios mismo. Nosotras no lo tenemos. Pero el Señor nos ha dado Su gracia, para que podamos extender a otros esa misma gracia y misericordia que hemos recibido de Él.
Perdonar es una decisión, es un acto de mi voluntad. Es una respuesta al mandato de Dios diciendo: «Sí, Señor, aunque he sido lastimada profundamente, por Tu gracia, yo escojo el camino del perdón».
Dannah: Ella es nuestra anfitriona Nancy DeMoss Wolgemuth, animándonos para que tomemos la decisión de perdonar no porque aquellos que nos han ofendido lo merezcan, sino por la gracia que Dios nos ha dado.
Nancy, este es solo el primer episodio de la serie, pero tú ya nos diste algunos puntos importantes para considerar. ¡Gracias!
Nancy: Gracias, Dannah. Yo no sé si haya otro tema más importante para nosotras que este asunto del perdón de Dios y cómo extender ese perdón hacia los demás. Sobre todo en estos días cuando hay tanto dolor, tanto enojo y tantas heridas. Es un tema muy importante y difícil. Se que va a tocar algunas fibras sensibles y tal vez dolorosas en nuestros corazones mientras hablamos de esto.
Pero yo sé que vale la pena cuando veo a tantas personas, y aun a mí misma, caminar en libertad. Así que quédate con nosotras. Pídele al Señor que te ayude a hacer de este tema algo personal.
Dannah: Yo estoy tratando con algunos asuntos de perdón en mi propia vida en este momento. Y pienso que este tema del perdón es muy oportuno para muchas de nosotras. Siempre hay alguien a quien necesitamos perdonar o de quien tenemos que recibir el perdón.
Pero Nancy, quiero que volvamos a hablar sobre lo que tú dijiste al principio, porque ese realmente es un tema difícil, sobre aquella señora que dijo: «Yo odio al hombre que mató a mi hija. ¿Cómo puedo perdonarlo?» ¿Cómo contestar a una pregunta como esa?
Nancy: Bueno, yo creo que nunca olvidaré ese momento, aunque sucedió hace algunos años. Estábamos en esta conferencia llena de mujeres y esta señora se paró allí en frente de toda la audiencia. Y por supuesto, ese no era el momento para hablar con ella de la manera en que me hubiera gustado. Me habría encantado poder sentarme con ella, abrazarla, mostrarle mi amor, llorar con ella, y expresarle que el Señor entiende su terrible pérdida, y que Él siente una compasión genuina hacia ella.
Y creo que sentirse escuchada y comprendida ayuda mucho a que una mujer abra su corazón y abrace la verdad. En el momento adecuado y cuando hayas establecido una buena relación, trata de guiar a esa persona a la Palabra de Dios, porque ahí es donde el dolor se convierte en esperanza. Y cuando digo: «Deja la amargura. No albergues amargura en tu corazón», no estoy justificando lo que la otra persona ha hecho. No estoy diciendo que eso no importa.
Estas son algunas de las cosas de las que estaremos hablando en los próximos días en esta serie sobre el perdón. Definitivamente, vamos a ver que la meta es abandonar ese derecho que queremos tener para castigar a la persona que nos ha herido. Le cederemos ese derecho al Dios del sistema judicial que ha ordenado cómo tratar con los malhechores.
Ya sea esa señora o alguien que nos esté escuchando en este momento, que tienen una profunda herida y un dolor real en su corazón, tal vez han pasado años, pero todavía está allí, quiero decirte que tú necesitas consejo sabio, quizás una mujer mayor que te oriente, que ore por ti, estudie la Palabra contigo y te ayude a caminar a través de ese proceso.
No es como chasquear tus dedos y ya, esa persona «está perdonada» y pasó. El dolor no se va de esa manera. Pero podemos cambiar el dolor por esperanza. Aun las heridas más grandes pueden convertirse en esperanza, a través del evangelio de Cristo Jesús.
Dannah: ¡Amén, así es! Estaremos hablando más sobre el perdón en esta serie que continuará esta semana y la próxima.
Nancy: Mañana veremos por qué la falta de perdón es como una prisión. Y veremos quiénes permanecen en esa prisión, porque es más de una persona. Espero que nos acompañes.
Dannah: Yo definitivamente estaré aquí, Nancy.
¿Podrías terminar el mensaje de hoy en oración?
Nancy: Claro que sí.
Padre, todas nosotras reconocemos que cargamos con heridas y resentimientos de nuestro pasado. Algunas de nosotras estamos experimentando circunstancias difíciles en este momento. Hay personas que nos han ofendido, que han pecado contra nosotras. Yo te pido que nos enseñes a perdonar y nos hagas libres. Señor, así como nosotras liberamos a nuestros deudores, ayúdanos a no depender de nuestras emociones, ni esperar hasta que sintamos perdonar, sino que estemos dispuestas a decir: «Sí, Señor, yo tomo la decisión, por Tu gracia, de perdonar a aquellos que me han ofendido, aquellos que han pecado contra mí». Gracias, Señor, por derramar Tu abundante gracia en nuestras vidas. Que podamos perdonar a los demás como Tú nos has perdonado. Te lo pedimos en el nombre de Jesús, amén.
Dannah: ¿Hay alguna mujer dentro de tu círculo cercano que está teniendo luchas con el pecado? ¿Esa persona está luchando con tentaciones en su mente y corazón con formas equivocadas de pensar que han sido moldeadas por la sociedad en que vivimos? Tanto ellas como nosotras necesitamos una infusión del evangelio día con día.
En Aviva Nuestros Corazones queremos ser una infusión diaria de gracia, de esperanza y de pensamiento bíblico centrado en el evangelio, que ayude a las mujeres a filtrar lo que el mundo ofrece a través de la Palabra de Dios. Cuando hablamos de impartir esa infusión diaria, pensamos en los colaboradores mensuales que hacen esto posible. Mes a mes ellos son de apoyo a través de sus oraciones y ofrendas, ayudando a que este ministerio siga adelante.
¡Estamos muy agradecidos por nuestro equipo de colaboradores y es nuestro deseo que Dios siga añadiendo a muchos más!
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Llamándote a escoger el perdón para que encuentres libertad, plenitud y abundancia en Cristo, Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas a menos que se indique lo contrario.
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