¿Tiene Dios tu atención?
Annamarie Sauter: Dios te ha invitado a encontrarte con Él.
Nancy DeMoss de Wolgemuth: Él conoce tu historia. Él sabe dónde vives. Conoce tu pasado. Conoce tu presente. Conoce tu futuro y quiere hablar contigo al respecto.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss de Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Hoy estaremos profundizando en una porción de la Escritura que nos ayudará a conocer mejor a la persona más grandiosa del universo.
Nancy da inicio a la enseñanza titulada, «El gran YO SOY».
Nancy: Muy bien, si tienes tu Biblia cerca, o si tienes la aplicación en tu teléfono y puedes abrirla –ahora, si estas manejando, por favor no hagas esto– pero si no estás conduciendo, o si puedes detenerte, quiero animarte a abrir tu Biblia, o buscar en tu teléfono el libro de Éxodo, capítulo 3. Génesis, Éxodo, Levítico…
El capítulo 3 de …
Annamarie Sauter: Dios te ha invitado a encontrarte con Él.
Nancy DeMoss de Wolgemuth: Él conoce tu historia. Él sabe dónde vives. Conoce tu pasado. Conoce tu presente. Conoce tu futuro y quiere hablar contigo al respecto.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss de Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Hoy estaremos profundizando en una porción de la Escritura que nos ayudará a conocer mejor a la persona más grandiosa del universo.
Nancy da inicio a la enseñanza titulada, «El gran YO SOY».
Nancy: Muy bien, si tienes tu Biblia cerca, o si tienes la aplicación en tu teléfono y puedes abrirla –ahora, si estas manejando, por favor no hagas esto– pero si no estás conduciendo, o si puedes detenerte, quiero animarte a abrir tu Biblia, o buscar en tu teléfono el libro de Éxodo, capítulo 3. Génesis, Éxodo, Levítico…
El capítulo 3 de Éxodo es un pasaje importantísimo y fundamental en la Palabra de Dios. No quiero que solo me escuches hablar de él. Quiero que lo vayas leyendo, que vayas siguiendo la lectura a lo largo de estos dos días. Vamos a estar estudiando este pasaje, los primeros 14 versículos de Éxodo, capítulo 3.
Así que, Señor, ¿podrías abrir nuestros ojos, abrir nuestros oídos? ¿Podrías abrir nuestros corazones? ¿Y podrías revelarte a nosotros a través de Tu Palabra? Esta es la Palabra del Señor, y te damos gracias por ella. En el nombre de Jesús, amén.
Éxodo capítulo 3, versículo 1: «Y Moisés apacentaba el rebaño de Jetro su suegro, sacerdote de Madián; y condujo el rebaño hacia el lado occidental del desierto».
Ahora, vamos a hablar acerca de este pasaje y a hacer algunas observaciones mientras vamos avanzando por él.
Moisés es el personaje principal. Recuerda que Moisés había nacido en una familia judía, de padres judíos, en Egipto. Los judíos eran prisioneros, esclavos en Egipto. Así es que, Faraón les hacía la vida a los israelitas muy dura, los oprimía. A muy temprana edad, la hija de Faraón adoptó a Moisés y fue criado en el palacio egipcio.
Un día Moisés mató a un egipcio y Faraón se enteró y se enojó con él, y Moisés tuvo que escapar para salvar su vida. En este punto ya Moisés tenía cuarenta años de huido. Había vivido como fugitivo en la tierra de Madián. Ya no era el hijo adoptivo de la hija del Faraón, viviendo en el palacio. Ahora era un pastor cualquiera. Noten en este versículo, que nos dice que ni siquiera era dueño del rebaño. Él pastoreaba las ovejas de su suegro en el desierto.
A este punto, creo que es seguro decir que Moisés sentía que su pasado había quedado atrás, que se sentía seguro en su vida, haciendo su trabajo cotidiano, en un terreno familiar, en un ambiente cómodo y sin riesgos, simplemente haciendo sus labores día tras día.
No sé en qué etapa de la vida te encuentras, pero tal vez es ahí donde estás el día de hoy. Estás en un lugar seguro, siguiendo tu rutina de todos los días, sin novedades, sin nada dramático o emocionante. Pero estás ahí, haciendo tu trabajo día tras día.
Y el final del versículo 1 dice: «Y llegó a Horeb, el monte de Dios»
La palabra «Horeb», dicen los expertos, probablemente significa «desierto» o «desolación». Y creo que estas palabras, desierto o desolación, describen esta etapa en la vida de Moisés. Él ha estado en la soledad del desierto, cuidando ovejas. Ya no tiene los lujos, el glamour y las circunstancias en las que vivía en el palacio. Ahora está en este lugar desierto. Está en este lugar desolado.
Él no es famoso. Nadie sabe quién es, ni les importa. Él solamente está enfocado en sus asuntos, haciendo sus tareas cotidianas en este lugar desierto, o desolado, y viene a Horeb, el monte de Dios. Y es en este lugar, en el monte de Dios, donde su mundo pequeño y seguro está por cambiar para siempre. La soledad, el desierto en el que había vivido por los últimos cuarenta años está a punto de ser transformado al llegar a este lugar.
Moisés es transformado al venir a este lugar. Nunca volverá a ser el mismo. Va a salir de este lugar, Horeb, el monte de Dios, con una nueva misión, un nuevo mensaje, una nueva visión de él mismo, y una nueva visión de Dios. Horeb, el monte de Dios, este lugar de desolación, es transformado en el lugar donde él se encuentra con Dios.
Y por cierto, este es un lugar geográfico que tiene mucha importancia más adelante en el Antiguo Testamento, en el capítulo 4, el siguiente capítulo. Ahí es donde se va a encontrar con su hermano, al que no ha visto en cuarenta años, aquí se va a reunir con él, en Horeb, el monte de Dios.
Y en el capítulo 19, Moisés regresa a este monte, llamado entonces, Monte Sinaí, con dos millones, más o menos, de judíos que ha guiado fuera de Egipto. Aquí es donde la Ley de Dios le sería dada. Así es que, la próxima vez que Moisés esté en este lugar, va a ser en circunstancias muy diferentes.
Leyendo recientemente a lo largo del antiguo testamento, llegué a 1 Reyes capítulo 19, y recordé que Dios se encontró con su siervo, su profeta, Elías, en este mismo monte, justo después del enfrentamiento con el malvado rey Acab y los profetas de Baal, cuando Elías estaba deprimido, escapando de Jezabel, estaba abatido, desanimado, queriendo que Dios le quitara la vida. Dios se encuentra con él, ahí en Horeb, el monte de Dios.
Así es que, este es un lugar importante en la historia de la redención.
Ahora leamos el versículo 2 del capítulo 3: «Y se le apareció el ángel del SEÑOR en una llama de fuego, en medio de una zarza; y Moisés miró, y he aquí, la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía».
Ahora, en el desierto Moisés había pasado muchos años. Conocía el desierto, conocía el terreno y conocía este tipo de arbustos. Sabía que no era nada extraordinario que un arbusto ardiera en este ambiente tan caliente y árido. Esto no fue lo que llamó su atención. Lo que era extraordinario en ese momento era que el arbusto «no se consumía». Estaba en llamas, pero no se estaba consumiendo. Esta no era una experiencia normal, ordinaria.
El fuego en las escrituras es frecuentemente un símbolo de la presencia de Dios. Y lo que Moisés está a punto de darse cuenta es que este no es un arbusto ordinario, que no es un lugar ordinario, y que no es un día común y corriente. Dios está aquí, y esto hará que todo cambie.
Así que Moisés dice en el versículo 3: «Me acercaré ahora para ver esta maravilla: por qué la zarza no se quema».
Normalmente, si vieras un arbusto en llamas en el desierto, se consumiría y eso sería el fin del arbusto. Pero este arbusto no se consumía. Así es que Moisés ve esta extraordinaria escena y se detiene para ver qué es lo que está pasando.
Y solo como recordatorio –para aquellas de nosotras que no estamos constantemente leyendo el libro de Éxodo– Dios quiere encontrarse con nosotras. Quiere encontrarse contigo, en tu día a día, en formas y lugares inesperados. Dios siempre está trabajando. Dios trabajaba en ese entonces y Dios está trabajando ahora. Él está obrando hoy. Él está trabajando en este lugar, en tu vida y en las circunstancias de tu vida.
La pregunta es:
- ¿Estás dispuesta a desviarte y acercarte a ver lo que Dios está haciendo?
- ¿Estás dispuesta a acercarte para escuchar?
- ¿Estás dispuesta a desviarte y acercarte para contestarle a Dios?
- ¿O vas a continuar simplemente con tu día a día, con tu vida cotidiana?
Moisés dijo, «me acercaré ahora para ver esta maravilla».
Ahora, él no tenía idea de lo que iba a experimentar, y tú tampoco sabes lo que vas a experimentar cuando te desvías y te acercas a ver. Hay algo extraordinario que está sucediendo. Y no solo decir, «oh, esto salió de casualidad, o qué suerte, o esto es interesante, o qué cosa tan extraordinaria. «Sino detenerte y desviarte, acercarte y voltear a ver qué Dios está obrando en este lugar. ¿Te acercarás para verlo?
En los versículos del 4 al 6, Moisés tiene este asombroso encuentro con Dios. Versículo 4: «Cuando el SEÑOR vio que él se acercaba para mirar, Dios lo llamó de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés!»
Anteriormente, en el versículo 2, leímos que «el ángel del Señor» se le apareció en una llama de fuego. Ahora en el versículo 4 dice, «cuando el Señor vio que él se acercaba a mirar, Dios lo llamó de en medio de la zarza». ¿Entonces quién es? ¿Es el ángel del Señor, o es el Señor? ¿Quién está en el arbusto? ¿Quién está llamando?
La respuesta es: El Señor está apareciendo en esta escena como un ángel, un mensajero de Dios. Y cuando lees a través de la Escritura, ¿a quién conoces que es Dios y que también es mensajero de parte de Dios? El significado de la palabra «ángel» es precisamente «mensajero». ¿A quién conoces como ese mensajero? A Jesús. Esta es, creo yo, una aparición preencarnada de Jesús en esta llama de fuego, la presencia de Dios. Este es Dios mismo, es Cristo.
Y Dios, el Cristo preencarnado, llama a Moisés por su nombre. Moisés estaba acostumbrado a vivir una vida solitaria, en el desierto. Y ahora alguien, alguien que él no conoce, alguien que nunca ha experimentado antes, alguien con quien nunca se había encontrado, está llamándolo por su nombre.
Y otra vez, el recordatorio de que Dios conoce tu nombre. Conoce tu historia. Sabe dónde vives. Conoce tu pasado. Conoce tu presente. Conoce tu futuro y quiere hablar contigo al respecto.
Así es que Moisés le contesta a Dios que lo llamó por su nombre, y Moisés le dice, «Heme aquí».
Es como….. ¿qué dices? «¡Nancy, Nancy!»
«Heme aquí»
«O, ¡Rut, Rut!»
«Heme aquí»
Alguien te llama, y tú contestas, «presente». Moisés está levantando la mano. Es como si Dios estuviera pasando lista. «¡Moisés, Moisés!» No hay nadie más en esta clase que se llame Moisés. «Presente, aquí estoy, presente».
Lo que Moisés está diciendo es, «Dios, tienes toda mi atención, estoy escuchando».
Y creo que su respuesta en este punto debió haber sido una mezcla de admiración y asombro. ¿Pero no crees que tal vez tenía también algo de confusión y temor? «¿Qué está pasando aquí? Nunca he experimentado algo así».
Ahora, tal vez sientes que Dios nunca te habla. Que les habla a otras personas, que otras personas tienen encuentros con Dios, pero tú no. Déjame hacerte algunas preguntas:
- ¿Tiene Dios tu atención?
- ¿Le has dicho, «heme aquí, estoy escuchando»?
- ¿Lo estás escuchando?
- ¿Le estás respondiendo?
Cuando Dios tuvo toda la atención de Moisés, en el versículo 5, le habló:
Entonces Él dijo: «No te acerques aquí»
«No te acerques aquí». Ahora, si alguien te llama, y le contestas, «heme aquí», pensarías que te está diciendo, «ven acá». Así es que Moisés dice, «heme aquí», y Dios le dice, «no te acerques». Creo que es algo raro. Es una forma inusual de iniciar una conversación. Dios le dice, «no te acerques»...
«Quita las sandalias de tus pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa».
Dios está diciendo, «no puedes acercarte porque Yo soy santo. Estoy en este lugar y tú no eres santo».
Así es que, este lugar ordinario, este arbusto común en el desierto, se vuelve santo por la sola presencia de Dios. La tierra se vuelve santa por la presencia de Dios.
Y esta conversación anticipa, de alguna manera, la encarnación, la presencia de Cristo aquí en la tierra donde camina, donde está. Ya sea encarnado en esta tierra o presente mediante su Espíritu Santo, Él hace que toda la tierra se vuelva tierra santa.
Se nos recuerda que porque Dios es santo, y nosotras no lo somos, no podemos acercarnos a Él. No nos atrevemos a acercarnos a Dios si no es a través de haber recibido la santidad de Dios mediante la obra salvadora y redentora de su santo Hijo, Jesucristo.
Así es que, en el versículo 6, Dios le dice a Moisés,
«Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob».
Ahora, ¡wow! Hay varios nombres que Moisés no había escuchado por algún tiempo. Recuerden que él estaba en el exilio. Había estado separado de su familia por décadas, de hecho, desde que era un niño pequeño, cuando dejó su casa judía para ser criado en el palacio. Y vemos aquí, el Dios de la historia, hablándole a Moisés.
«Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». Este es el Dios de la historia de Moisés, el Dios de su padre, regresándolo a su pasado, el pasado que tal vez había tratado de olvidar, que había tratado de dejar atrás, los años que no quería recordar. Dios le está diciendo: «No, Yo soy el Dios de tu historia. Soy el Dios de tu familia. Soy el Dios de tu historia». Dios lo está volviendo a unir a relaciones que pensaba que habían quedado atrás, para no ser resucitadas jamás.
«Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tenía temor de mirar a Dios» (v. 6).
Moisés es forzado a enfrentar cosas en las que no había pensado por mucho tiempo, su herencia, su padre, el Dios de su padre.
Esta respuesta me hace recordar a otro hombre y su esposa en los primeros capítulos de la Biblia, en el jardín del Edén. Después de que pecaron estaban avergonzados. Y Adán le dijo a Dios, «tuve miedo, y me escondí». Ves, el pecado nos separa de Dios.
Moisés tiene temor en la presencia de Dios, en la presencia de Su santidad, y de este Dios que conoce su pasado, que conoce a su padre y al padre de su padre y a su padre –conoce desde el principio– conoce su historia completa, conoce toda su historia. Moisés tiene temor, así que esconde su rostro. Tiene temor de ver a Dios.
Bueno, por eso es que me encanta el párrafo que sigue, empezando en el versículo 7, al ver la compasión y el propósito de Dios.
«Y el SEÑOR dijo: “Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he escuchado su clamor a causa de sus capataces, pues estoy consciente de sus sufrimientos».
Mira el versículo 9: «Y ahora, he aquí, el clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí, y además he visto la opresión con que los egipcios los oprimen».
Ahora, primero quiero que notes que Dios habla acerca de los israelitas y los llama, «Mi pueblo». Ellos son «Mi pueblo». El interés de Dios está basado en una relación de pacto que Él tiene con su pueblo.
Ahora, a este punto su pueblo seguramente siente que Dios lo ha olvidado, que los ha abandonado, que los ha dejado. Si no fuera así, ¿por qué estarían viviendo en esa condición en Egipto? Y Moisés, ha estado separado de este pueblo por cuarenta años.
Pero Dios regresa a este grupo, a este grupo de personas y los llama, «Mi pueblo». No los ha descuidado. No los ha abandonado. No los ha olvidado. Él está aquí para atender a sus necesidades. Dios conoce a su pueblo. Él conoce sus circunstancias. Él conoce lo que están pasando y los conoce íntimamente.
Dios dice, «he visto su aflicción. No he tenido mis ojos cerrados. No he estado durmiendo. NO he muerto. He escuchado su lamento. He visto su opresión. Sé por lo que están pasando, y me importa, y voy a hacer algo al respecto». Eso es lo que Dios dice.
Primero le dice, «Yo soy santo; tú no lo eres. Quita las sandalias de tus pies».
Moisés esconde su rostro. Tiene temor.
Y después Dios le dice, «pero aquí estoy, para reunirme contigo. Estoy aquí para ayudarte. Estoy aquí porque he visto; sé lo que estás pasando. Cosas que has olvidado o que te gustaría haber olvidado, lo sé todo, y me importa».
Así que regresa al versículo 8. Dios habla de Sus propósitos y Su intención para revelarse en este punto de la historia de su pueblo. Él dice: «he descendido para librarlos».
Dios ha descendido. Es lo que celebramos en Navidad que Dios ha descendido.
Dios dice, «he descendido por una razón. He visto, conozco, he escuchado. Sé lo que están viviendo, pero he descendido para liberarlos. He descendido para salvarlos. He descendido para rescatarlos».
Estas son las buenas nuevas de toda la Escritura: Dios ha descendido para liberarnos, para rescatarnos, para salvar a su pueblo de la opresión.
«Y he descendido para librarlos de la mano de los egipcios, y para sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, al lugar de los cananeos, de los heteos, de los amorreos, de los ferezeos, de los heveos y de los jebuseos» (v.8).
Así es que Dios se revela a Moisés, «tengo un propósito, un plan para mi pueblo. He descendido para librarlos de Egipto, rescatarlos de sus cadenas, rescatarlos de su esclavitud y he descendido para traerlos a una buena tierra».
Dios no solamente nos salva de nuestro pecado. No solo nos rescata del dominio de la oscuridad. Él quiere llevarnos a una buena tierra, una tierra de luz, la tierra de Su gracia, la tierra de Su misericordia.
Dios le deja saber a Moisés algo que tendrá que recordar próximamente: Va a haber peligros y enemigos en esta tierra –son todos los «eos»– cananeos, heteos, amorreos. Va a haber enemigos en esta tierra buena, pero Dios va a ir con su pueblo. Él va a ir con ellos y no va a abandonarlos.
Ahora, en este punto el pueblo de Dios ha estado en Egipto, por 400 años. Esta liberación ha tenido una larga espera. Creo que es posible que para este momento la mayoría de los judíos que ha nacido sean esclavos de padres que han nacido esclavos, y de padres que han nacido esclavos. No conocían nada más. Y muchos de ellos probablemente se habían rendido pensando que sus circunstancias nunca cambiarían. Tal vez sentían que Dios no los había visto, que a Dios no le importa, e inclusive que Dios ni siquiera existía.
Pero el hecho es que Dios escuchó. Dios vio. Dios sabía por lo que estaban pasando, todo el tiempo, desde el principio. Y descendió para liberarlos en el tiempo preciso. ¿Y cuando fue eso? El tiempo preciso fue el momento cuando Dios recibiría la mayor gloria, para que Su gracia fuera magnificada.
Ahora, Dios pudo haber descendido directamente a Egipto y exterminar a Faraón y a los egipcios y liberar a su pueblo. Pudo simplemente haberlos transportado a esta tierra buena, la tierra prometida. No tenía que haber pasado por todo esto de las plagas, y la gente muriendo, y las langostas y todo lo demás. No tenía que haber puesto al pueblo frente al Mar Rojo como atrapados. Dios no tenía que hacerlos pasar por todo ese drama. Pudo, de una manera sobrenatural haber liberado a su pueblo en un instante.
Pero Dios vino a este desierto en Madián, y se acercó a Moisés, buscando a alguien para llevar a cabo sus propósitos y su plan. Dios, normalmente trabaja a través de personas. Sí, Dios puede rescatar ese matrimonio. Dios puede rescatar ese hijo pródigo. Sí, Dios puede, en un instante, hablar paz en esa circunstancia en tu vida. Pero, tal vez quiere usarte como parte de ese proceso.
Así es que tenemos en el versículo 10, el llamado, la comisión para Moisés. Dios le dice en el versículo 10: «Ahora pues, ven y te enviaré a Faraón, para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto».
Dios le dice, «estoy buscando a una persona y quiero usarte a ti. Pero, Moisés, vas a tener que tener la disposición de salir de tu zona de seguridad y anonimato, y vas a tener que regresar al lugar de donde saliste corriendo hace cuarenta años.
Al leer esto recuerdo que aproximadamente 1500 años después, hace 2000 años aproximadamente, Dios enviaría a otro hombre –a Su Hijo Jesús– a liberar a su pueblo de su pecado. Así que la comisión, el mandato a Moisés, anuncia y presagia a Dios mandando a Su propio Hijo a este mundo caído para rescatar y redimir a su pueblo.
Bueno, y podemos decir que Moisés estaba asombrado. Y a medida que leemos los versículos del 11 al 13, vemos que él tuvo tremendas objeciones. (Digamos que él todavía no había entendido).
«Pero Moisés le dijo a Dios…» Dios le dice, «te estoy enviando», pero Moisés argumenta con Dios y esta es su primera objeción.
«¿Quién soy yo para ir a Faraón, y sacar a los hijos de Israel de Egipto?» (v. 11).
Moisés le está diciendo, «¿quien soy yo para hacer ese trabajo?»
Dios le da la respuesta en el versículo 12:
«Ciertamente yo estaré contigo, y la señal para ti de que soy yo el que te ha enviado será esta: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto adoraréis a Dios en este monte».
Dios le está diciendo: Moisés, «realmente no importa quién eres. Lo que importa es quién soy Yo». (Veremos esto más de cerca el día de mañana). «Yo estaré contigo».
Y después Dios le da a Moisés una señal, una promesa que confirmaría que él estaba siendo enviado por Dios. Dios le estaba diciendo: «Mi poder te permitirá cumplir tu llamado».
Y quizás tu llamado, a veces parece: «Pero Dios, ¿quién soy yo?»
Me he sentido de esa manera desde el primer día que iniciamos Aviva Nuestros Corazones. «Señor, ¿quién soy yo? Me siento tan deficiente, tan incapaz, tan insuficiente para hacer esto». Y una y otra vez Dios me afirma, «no es quién tú eres. Es quien soy Yo».
Dios ha sido fiel en guardar sus promesas. Él ha ido conmigo y Él va contigo. Su presencia, Su poder, Sus promesas son las que nos sustentan, nos fortalecen y nos capacitan para hacer cualquier cosa que Él nos haya llamado a hacer, sin importar lo difícil o imposible que parezca.
Bueno, pero Moisés no ha terminado de objetar. En el versículo 13 dice: «Entonces dijo Moisés a Dios», Moisés vuelve a argumentar:
«He aquí, si voy a los hijos de Israel, y les digo: "El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros", tal vez me digan: "¿Cuál es su nombre?", ¿qué les responderé?»
Así que, primero Moisés dice, «¿quién soy yo para hacer este trabajo?» Y ahora Moisés dice, «pero y tú ¿quién eres? Cuando la gente quiera saber quién eres, ¿qué se supone que les debo decir? Mi nombre no los va a convencer. No me van a creer. Ellos necesitan saber quién eres Tú. ¿Cuál es Tu nombre?»
El Señor mandó a Su Hijo para rescatarnos, para liberarnos, a ti y a mí de nuestros pecados. Él nos trajo a una buena tierra. Y Él quiere usarte para que ayudes a otros a encontrar libertad y salvación en Cristo. Y sí, así es, nos sentimos incapaces. Nos sentimos deficientes. Sentimos que este es un trabajo más grande de lo que podemos manejar.
Y ese trabajo para ti ahora tal vez sea criar dos niños pequeños, o dos adolescentes, y algunas veces pareciera que son lo mismo. Puede ser el estar tratando de mantener tu trabajo como madre soltera y estar atenta a tus hijos como madre y estar presente en sus vidas mientras atraviesan retos difíciles.
Tal vez sea alguna situación en el trabajo, donde nadas contra la corriente, y quieres representar a Cristo ahí, pero dices, «¿Señor, quién soy yo?»
Dios dice, «no es quien tú eres, sino quién soy Yo». Y el Gran Yo Soy es el que vamos a estudiar mañana. Él estará contigo.
Así que mañana encontraremos la respuesta a la pregunta que le hace Moisés a Dios: «¿Cuál es Tu nombre?» Y la respuesta a esa pregunta marca la diferencia para ti y para mí cada día de nuestras vidas, en cualquier trabajo al que Dios nos haya llamado.
Annamarie: ¿Te sientes inadecuada e insuficiente? Nancy DeMoss de Wolgemuth te ha mostrado por qué necesitas acercarte a Dios. Y al descubrir quién Él es, entenderás quién eres tú. Esta enseñanza es parte de una breve serie titulada, «El gran YO SOY».
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Ahora Nancy regresa con nosotras para concluir en oración.
Nancy: Así que, Padre, gracias que has venido y te has encontrado con nosotras en lugares desiertos y desolados, cuando pensamos que es simplemente un día ordinario, con circunstancias ordinarias. No esperamos gran cosa, y ahí apareces Tú. Gracias por hacerlo.
Gracias que te revelas a nosotras a través de Tu Palabra, a través de circunstancias, a través de personas. Ayúdanos a verlo, a reconocerlo, y a voltear a escuchar lo que estás diciendo, a ver lo que estás haciendo en nuestro mundo hoy.
Que podamos ver Tu mano. Que confiemos en Ti, y que seamos sensibles y respondamos a Tu llamado. Cuando llames nuestro nombre, ayúdanos a decir, «aquí, aquí estoy Señor», y a confiar en Tus promesas. Tú estás con nosotras y harás esta obra en y a través de nosotras para Tu gloria. Oro en el nombre de Jesús, amén.
Annamarie: Buscando a Dios juntas, Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss de Wolgemuth es un ministerio de alcance de Life Action Ministries.
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