
Sin duda: la palabra de seguridad
Débora: Aquí está Nancy DeMoss Wolgemuth.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Tengo una querida amiga cuyo padre murió recientemente después de una larga enfermedad. Su padre fue un creyente en Cristo durante mucho tiempo. Mi amiga está convencida de que su padre conoció al Señor y que está en el cielo con Él. Pero la mamá de mi amiga ha estado batallando con la duda sobre «¿Dónde está el alma de mi esposo?». Se lo ha dicho a mi amiga una y otra vez: «¿Crees que realmente está en el cielo?».
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Incomparable», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 9 de abril de 2025.
Durante varias semanas, Nancy nos ha guiado en un significativo estudio llamado «Incomparable». Nos hemos enfocado en aspectos de la vida y el ministerio de Jesús durante los días previos al Domingo de …
Débora: Aquí está Nancy DeMoss Wolgemuth.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Tengo una querida amiga cuyo padre murió recientemente después de una larga enfermedad. Su padre fue un creyente en Cristo durante mucho tiempo. Mi amiga está convencida de que su padre conoció al Señor y que está en el cielo con Él. Pero la mamá de mi amiga ha estado batallando con la duda sobre «¿Dónde está el alma de mi esposo?». Se lo ha dicho a mi amiga una y otra vez: «¿Crees que realmente está en el cielo?».
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Incomparable», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 9 de abril de 2025.
Durante varias semanas, Nancy nos ha guiado en un significativo estudio llamado «Incomparable». Nos hemos enfocado en aspectos de la vida y el ministerio de Jesús durante los días previos al Domingo de Resurrección. Hemos estado estudiando acerca de las últimas palabras de Jesús.
Aquí está Nancy para continuar con nuestro estudio.
Nancy: ¿Cuántas de ustedes dirían que alguna vez han luchado con dudas o con el miedo sobre lo que sucede después de la muerte, ya sea tu propia muerte o la muerte de un ser querido? ¿Alguna se identifica con eso? Me imagino que muchas, muchas de las que me escuchan. Bueno, las siete palabras de Jesús desde la cruz que estamos viendo en esta serie comenzaron primero con una oración pidiendo perdón para los enemigos de Jesús, y lo vimos en el día de ayer.
Hoy llegamos a esa segunda declaración desde la cruz, que es una palabra de confianza, de seguridad. Esta es una palabra hermosa y maravillosa que puede aclarar dudas; dudas sobre lo que sucede después de nuestra muerte o de la muerte de un ser querido.
Hoy queremos retomar las Escrituras donde las dejamos ayer en el relato de Lucas 23. Permítanme retroceder un par de versículos hasta el versículo 32, para darnos el contexto de esta declaración, de estas palabras.
«También llevaban a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos con Él. Cuando llegaron al lugar llamado “La Calavera”, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Y los soldados echaron suertes, repartiéndose entre sí Sus vestidos. El pueblo estaba allí mirando; y aun los gobernantes se burlaban de Él, diciendo: “A otros salvó; que se salve Él mismo si Este es el Cristo de Dios, Su Escogido”. Los soldados también se burlaban de Jesús, y se acercaban a Él y le ofrecían vinagre, diciendo: “Si Tú eres el Rey de los judíos, sálvate a Ti mismo”» (vv. 32-37).
Así que, aquí tenemos abusos lanzados contra Cristo por parte de la multitud, de los soldados romanos y de los gobernantes religiosos. Y luego, en el versículo 39, también insultos de parte de los malhechores.«Uno de los malhechores que estaban colgados lo insultó [y la palabra aquí es que blasfemaba contra él], diciendo: “¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!”».
Ahora, en el relato de Lucas, solo se refiere a uno de los criminales burlándose y despreciando a Cristo de esta manera. Pero si comparas los relatos de Mateo y Marcos sobre la misma escena, te das cuenta de que no fue solo un criminal, sino ambos criminales los que se burlaron de Jesús.Mateo capítulo 27 dice: «En la misma forma lo injuriaban también los ladrones que habían sido crucificados con Él»(v. 44).
Entonces no fue solo uno, sino ambos criminales. En sus últimos momentos antes de morir, ellos blasfemaban contra el único que podía salvarlos. Luego, en un momento, de forma inexplicable, y de no haber sido por la intervención de la gracia de Dios, uno de esos criminales cambió de opinión. Eso es lo que leemos en Lucas capítulo 23, versículo 40.
«Pero el otro le contestó, y reprendiéndolo, dijo: “¿Ni siquiera temes tú a Dios a pesar de que estás bajo la misma condena? Nosotros, a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero este nada malo ha hecho”. Y añadió: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en Tu reino”» (vv. 40-42).
Aquí tenemos un cuadro increíble de la obra soberana de Dios en la salvación: cómo penetra la gracia de Dios en el corazón endurecido de este hombre. Dios abre sus ojos, cambia su corazón y le da el don del arrepentimiento y la fe.
Permítanme simplemente recordarnos que ninguna de nosotras habría venido a Cristo en arrepentimiento y fe si la gracia de Dios no hubiera abierto nuestros corazones, abierto nuestros ojos y no nos hubiera dado ese don del arrepentimiento y la fe. Es una obra soberana de Dios. Nosotras no lo elegimos. Él nos eligió. Esto lo vemos aquí en la conversión y en la penitencia de este ladrón moribundo.
Ahora, ¿cuándo se produjo ese cambio? ¿Qué lo provocó? Bueno, las Escrituras no nos lo dicen. En la providencia de Dios, estas cosas generalmente son invisibles y misteriosas. No conocemos el funcionamiento interno del Espíritu en nuestros corazones o en el corazón de otra persona. Pero piensa en lo que podría haber influido en este ladrón.
Quizás el hecho de que había un letrero en la cruz sobre la cabeza de Jesús que decía: «JESÚS DE NAZARET, REY DE LOS JUDÍOS». Esa era una declaración verdadera. Quizás cuando vio esa señal, vio la verdad, la palabra de que Jesús era el Rey de los judíos, y tal vez fue entonces cuando el Espíritu infundió el primer indicio de fe en su corazón.
Pero tal vez fue cuando escuchó a Jesús orar y pedirle a Dios que perdonara a sus enemigos, quizás fue ahí que se dio cuenta de que Jesús realmente era incomparable. No había nadie como Él. Quizás fue entonces cuando su corazón comenzó a enternecerse y a cambiar. O tal vez fue cuando escuchó a la multitud decir: «Él salvó a otros, que se salve a Sí mismo». Tal vez este criminal empedernido comenzó a darse cuenta de que el hombre a su izquierda podía salvarlo. Él sabía que no podía salvarse a sí mismo, y quizás eso fue lo que lo llevó al punto de confiar en Cristo y solamente en Cristo para salvación.
Sabemos que este hombre no era un teólogo, no era un estudiante de la Biblia. No sabía mucha doctrina. Pero sí se dio cuenta de algunas cosas importantes, y llegó a darse cuenta de ellas en muy poco tiempo. Se dio cuenta de que había que temer a Dios. Se lo dijo al otro criminal. Se dio cuenta de que era culpable, y que estaba sufriendo el juicio que merecía por sus pecados.
No sabemos qué había hecho este hombre. No conocemos el alcance total de sus crímenes, y no sabemos si se había declarado culpable o inocente. Pero, ¿con qué frecuencia se oye a criminales convictos decir: «Soy culpable»? Quizás él se había declarado inocente. Quizás había ido hasta la cruz diciendo: «No soy culpable». No lo sabemos. Pero a este punto él llegó a reconocer que en verdad era culpable y que estaba sufriendo justamente por sus pecados.
También se dio cuenta de que el hombre que moría a su lado no era culpable, que era inocente de todo pecado, que estaba muriendo una muerte que no merecía. Él se dio cuenta de que Jesús tenía un Reino. «Acuérdate de mí cuando vengas en Tu reino». Jesús era el Rey de ese Reino. Su única esperanza era apelar a este Rey para obtener el perdón y la misericordia real.
Amigas, ese es el evangelio. Este ladrón se dio cuenta de que Dios hizo resplandecer en su corazón la luz del evangelio en el rostro de Jesucristo y le dio fe para creer. Estos son los elementos esenciales que se relacionan con toda la historia de la salvación.
Así que él se dio cuenta de su propia culpa y de la inocencia de Cristo, de que Él estaba muriendo por pecados que no cometió. Se dio cuenta de que Cristo era un Rey con un reino y que Cristo era su única esperanza. Y así confesó sus pecados y su indignidad.
En el versículo 43, Jesús respondió con la segunda declaración desde la cruz, palabras que no solo cambiaron para siempre el futuro y la vida de ese criminal, sino que también cambiaron para siempre la forma en que vemos la muerte, ya sea la nuestra o la de otros que conocemos y que amamos. Versículo 43:
«Entonces Jesús le dijo: “En verdad [de verdad, seguro, sin duda, esta es una palabra para dar seguridad] te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”».
Esa palabra «paraíso» es en realidad la palabra griega paradeisos, tomada del idioma persa. Se usaba para hablar de «jardines amurallados, parques y jardines de placer para los reyes persas»; paraíso. La palabra se usó en griego en el Antiguo Testamento para el Jardín del Edén, un lugar donde había árboles frutales, ríos, y donde Dios caminó con Adán y Eva: el paraíso. Esa palabra vino a referirse a un mundo de paz y felicidad al que van los justos después de su muerte.
Como resultado de su pecado, Adán y Eva habían sido desterrados del Paraíso. Y ahora, con Su muerte en la cruz, Cristo estaba abriendo la puerta al Paraíso.
Esta es una palabra increíble de misericordia, gracia, amor y seguridad dirigida al corazón de este criminal moribundo. ¿No es algo asombroso? Jesús dijo: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Jesús le dio a ese ladrón la misma promesa que le había dado a sus discípulos más cercanos la noche anterior. En Juan 14, versículo 3, cuando Jesús les dijo: «Y si me voy y les preparo un lugar, vendré otra vez y los tomaré a donde Yo voy; para que donde Yo esté, allí estén ustedes también» (Jn. 14:3).
Él les dijo a Sus discípulos: «Estarán conmigo». Bueno, y eso es entendible, porque ellos eran sus amigos. Pero le dio la misma promesa al ladrón moribundo: «Tú estarás conmigo». Puedes ver en Su palabra en la cruz cuán rápido Dios responde al corazón quebrantado y contrito. Este hombre merece juicio, pero, en cambio, recibe misericordia y gracia.
Su fe es recompensada. «Todo lo que el Padre me da, vendrá a Mí; y al que viene a Mí, de ningún modo lo echaré fuera» (Jn. 6:37). Cuando Dios planta en el corazón la fe para creer, el don del arrepentimiento, y clamamos por misericordia, Dios no dice: «Déjame ver si lo dices en serio. Déjame ver si puedes hacer estas seis cosas, o pasar por estos obstáculos, saltar estas vallas». No, Él viene pronto a salvar a los que tienen un corazón contrito y quebrantado.
Una vez más he estado citando, a lo largo de esta serie, uno de mis libros antiguos favoritos, El Salvador Sufriente, de Krummacher, escrito en una serie de meditaciones devocionales sobre la cruz, que fueron escritas en los años 1800. Déjame leerte lo que Krummacher tiene que decir sobre cómo termina esta historia:
«Tres crucificados inclinan la cabeza, y se cumple la gran separación. ¡Qué lástima! El que está a la izquierda de Jesús desciende también a la izquierda; y los poderes de las tinieblas habrán recibido a aquel que, incluso en la muerte, insultó al Señor de la Gloria.
El criminal de la derecha, por el contrario, se eleva hacia el cielo, al lado del Príncipe de la Paz, y recibido en su carro triunfal, pasa entre las aclamaciones de los ángeles por las puertas del paraíso. [y sigue diciendo]: Fue el primer heraldo que, al aparecer allí, llevó a los espíritus glorificados la noticia de que Cristo había ganado la gran batalla de nuestra liberación».
Él fue el primero en decirles a esos espíritus glorificados en el cielo: «¡Consumado es! Se ha abierto el paraíso. Él ha ganado nuestra liberación a través de Su obra en la cruz». Entonces, incluso en su muerte, ese ladrón moribundo cumplió un ministerio para con el otro ladrón y para con aquellos a quienes iba a anunciar en el cielo de esta buena nueva de nuestra salvación.
Entonces tenemos esta palabra que Jesús le habló al ladrón que estaba muriendo junto a Él en la cruz. Y qué maravillosa palabra de esperanza es esta, y no solo para el ladrón moribundo, sino también para nosotras mientras contemplamos nuestra propia muerte, o para esa amiga cuyo ser querido que se está muriendo de cáncer, o para aquellos que están sanos, pero que algún día morirán, como le pasó a mi padre, sin previo aviso.
Quiero que consideremos en los pocos momentos que nos quedan dos preguntas que me vienen a la mente al pensar en este relato del ladrón moribundo y en la promesa que Cristo le hizo.
La primera pregunta es: «¿Qué nos sucede cuando morimos?». Y la segunda pregunta es: «¿Qué pasa con nuestros seres queridos?».
Primero, ¿qué nos pasa? Bueno, para abordar eso, debemos recordarnos que el ladrón en la cruz nos representa a cada una de nosotras, porque:
- Todos hemos pecado.
- Todos merecemos estar en el infierno eternamente separados de Dios.
- Todos somos incapaces de salvarnos a nosotros mismos.
- Todos necesitamos un Salvador.
Todo lo que el ladrón dijo de sí mismo es cierto para nosotras, porque todas merecemos morir. Estamos sufriendo una justa condena por nuestros pecados. Si Dios nos enviara al infierno, separados de Cristo, eso sería justo. Pero Él no hizo nada malo. Ese ladrón reconoció, como debemos reconocer nosotras, nuestra impotencia y nuestra necesidad de un salvador.
Y también vemos en esta historia que la muerte física no es el final de la historia. Nuestras almas siguen vivas después de tomar nuestro último aliento y de que nuestro cuerpo sea enterrado en la tierra. En el momento en que un creyente muere, su alma está con el Señor, segura y bendecida. Jesús le dijo: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».
En el mismo momento en que el ladrón murió, estaba en la presencia de Dios. Ahora, ese lugar al que va nuestro espíritu cuando morimos no es nuestro hogar final. De eso hablamos en una serie completamente diferente. Sabemos que un día, Dios hará un cielo nuevo y una tierra nueva. Pero también sabemos que, contrariamente a lo que otras corrientes de teología han enseñado a lo largo de los años, no hay un período de espera entre la muerte y estar con el Señor. Como dijo el Apóstol Pablo en 2 Corintios 5, estar «ausente del cuerpo [es estar] y habitar con el Señor» (v. 8). Ese día, a esa hora, en ese momento.
Al reflexionar en la historia, recordamos que, o estaremos con Cristo, o estaremos separados de Él eternamente. El autor, A.W. Pink, quien ha escrito un libro maravilloso sobre las siete palabras de Cristo en la cruz, señala que hubo dos criminales que fueron crucificados con Cristo ese día. Eran igualmente culpables. Ambos estaban cerca de Cristo cuando murieron.
Ambos lo escucharon pedirle a Su Padre que perdonara a Sus enemigos. Ambos merecían morir y pasar la eternidad separados de Cristo. Ninguno de los dos merecía estar con Jesús en el paraíso. Pero el corazón de uno se enterneció con arrepentimiento, mientras que el corazón del otro permaneció duro y sin quebrantamiento.
Es un recordatorio de que la gente puede escuchar el mismo mensaje, estar expuesta a la misma verdad, incluso mientras están escuchando esta serie sobre la cruz de Cristo y lo que Él hizo por nosotros, una persona responde a la verdad y recibe por fe la obra de Cristo en la cruz a su favor, y la otra persona no. Ambas expuestas a la misma verdad.
Lo mismo con dos personas creciendo en el mismo hogar, sentados en la misma iglesia, escuchando el mismo mensaje o escuchando hoy mi voz. Una vez que exhalaron su último aliento, estos dos criminales se separaron. Fueron a dos destinos muy diferentes y quedaron separados por toda la eternidad.
Lo que me lleva a recordarles esto: nuestro destino eterno no depende ni está determinado por la vida que hemos vivido, los pecados que hemos cometido o las buenas obras que hemos hecho. Nada de eso determina dónde pasaremos la eternidad. El ladrón en la cruz era un criminal empedernido. No había manera en ese momento, ninguna manera, de que pudiera enmendar su pecado.
Si hubiera tenido muy poco tiempo de vida o si tuviera otros 100,000 años de vida, nunca habría podido enmendar su pecado. Ya era demasiado tarde para hacer buenas obras. No había tiempo para ser bautizado o pedir la extrema unción. Se estaba preparando para morir. Su destino eterno, el paraíso con Cristo, no estaba determinado por cómo había vivido, o los pecados que había cometido, o las buenas obras que podía haber hecho.
Nuestro destino eterno no se basa en cuánta teología conocemos. Ese ladrón probablemente no sabía nada más acerca de Cristo que lo que presenció y experimentó en esas pocas horas colgado en la cruz. Al final del día, nuestro destino eterno se basa en la simple confianza: «Jesús, acuérdate de mí». Y por la misericordia de Cristo, escucharlo diciendo:«Estarás conmigo en el Paraíso».
Ese ladrón moribundo merecía ser condenado eternamente en el infierno por sus pecados. Pero, en cambio, Jesús le prometió el Paraíso. Esa promesa no se basó en nada que el ladrón hubiera hecho o pudiera hacer, sino que se basó únicamente en la muerte expiatoria de Jesús. Cristo tomó en esa cruz, el castigo y el infierno que el hombre merecía por sus pecados, y a cambio, le dio justicia, la justicia de Cristo, y el Paraíso por intercambio. ¡Qué intercambio tan asombroso! Ese es el evangelio, las buenas nuevas de Jesucristo.
Como dijo Andrew Bonar hace muchos años:
«Es para mostrar las “excelentes riquezas de Su gracia” que el Señor concede toda una eternidad de bienaventuranzas al hombre que, como el ladrón moribundo, solo lleva unas horas apoyado en Él».
¡Gloria a Dios por eso!
Entonces la pregunta no es qué has hecho, sino si has creído y recibido. Así que, cuando enfrentes tu propia muerte y te preguntas qué sucederá después de eso, la pregunta no es qué has hecho, la pregunta es: «¿Has creído y recibido lo que Él ha hecho por ti?».
Mientras escuchas el sonido de mi voz hoy, tal vez hayas sintonizado este programa por accidente. Permíteme decirte simplemente que en la economía de Dios no hay accidentes. Providencialmente, has sido conducida hasta aquí hoy. Es posible que hayas estado injuriando a Cristo.
Es posible que hayas estado viviendo como una pecadora endurecida, rebelde y obstinada. ¿Puedo simplemente recordarte que no es demasiado tarde para que cambies? No importa cuán grande hayas pecado, tú o alguien a quien amas, por Su gracia ambos pueden arrepentirse. Dios puede cambiar el corazón del pecador más endurecido; Él puede cambiar tu corazón.
Como lo dijo ese compositor hace años:
«Hay un precioso manantial
de sangre de Emanuel,
Que purifica a cada cual
Que se sumerge en Él.
El malhechor se convirtió
pendiente de una cruz;
Él vio la fuente y se lavó creyendo en Jesús».
(Hay un precioso manantial de William Cowper)
O como dijo Fanny Crosby:
«Inmensa la obra de Cristo en la cruz,
Enorme la culpa se ve por Su luz.
Al mundo Él vino, nos iluminó,
Y por nuestras culpas Él Justo murió».
(Alabad al gran Rey, de Fanny Crosby)
Entonces, tanto si tu muerte es inminente, como si pueden faltarte muchos años, el hecho es que no lo sabemos con certeza.
- Clama a Él hoy.
- Reconoce tu pecado.
- Arrepiéntete.
- Reconoce la perfección de Cristo y Su muerte por los pecadores.
- Ruega por misericordia, gracia y salvación, recibe Su perdón y muere en paz. No esperes hasta tu lecho de muerte.
Hablando de lechos de muerte, ¿qué pasa con nuestros seres queridos? Solo una palabra de aliento aquí. En primer lugar, cuando sabes que aquel que amas está muriendo o ha muerto recientemente, cuando sabes que ha confiado en Cristo, recuerda que Jesús le aseguró confiadamente a ese hombre moribundo: «Hoy estarás conmigo».
Algunas de las últimas palabras de Jesús fueron para ofrecer esa seguridad y ese consuelo a este hombre. Tú también puedes asegurar a otros que han venido a Cristo en busca de misericordia. Puedes asegurar también a tu propio corazón que hoy, y que en el momento de la muerte, estará con Cristo en el Paraíso.
Pero ¿qué pasa si no conoces la condición espiritual de ese amigo o de ese ser querido? Déjame compartirte un correo electrónico que recibimos recientemente de una de nuestras fieles oyentes y animadoras de toda la vida. Ella dijo:
«Anoche mi papá falleció después de una larga batalla contra el cáncer y de insuficiencia renal. No puedo decir con seguridad si fue salvo; nunca hizo una profesión de fe en Cristo, como me hubiera gustado. Sin embargo, es posible que haya pensado la verdad que se le había enseñado y haya hecho “un inventario” de su vida, en silencio, mientras aún era capaz de pensar.
Tengo la seguridad de que la Palabra le fue compartida, y que se elevaron muchas oraciones por él, y se le mostró amor y perdón cristiano. Entonces, ¿qué más puedo hacer ahora, sino confiar en Aquel que sabe más, que conoce todas las cosas, y que es perfectamente justo y misericordioso? Jesús es fiel».
Así que, permítanme animarles a no desanimarse por sus seres queridos que, hasta donde sabes, están perdidos y rechazan a Cristo. Si has sido fiel en proclamarles el evangelio, permíteme animarte a continuar haciéndolo, hasta el último momento posible, porque no sabes si en esos momentos finales es que realmente pueden responder a la Palabra que se le ha dado.
Esa palabra no solo debe dar esperanza a todo aquel que está en su lecho de muerte rechazando a Cristo, debería ser para todo aquel a quien todavía tiene aliento de vida. Arrepiéntete y cree en el evangelio. Cristo murió por ti para que pudieras estar con Él en el paraíso.
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth ha estado ofreciendo seguridad a cualquiera que haya puesto su fe en Jesús. Si pudo perdonar a un ladrón en la cruz, te perdonará a ti.
El mensaje de hoy fue parte de la serie de Nancy llamada «Incomparable». Si te perdiste los episodios anteriores o quieres volver a escucharlos, puedes encontrar todos los episodios en la aplicación Aviva Nuestros Corazones o en AvivaNuestrosCorazones.com.
Mientras Cristo sufría en la cruz, se tomó tiempo para un asunto muy práctico. Hizo provisión para una viuda que estaba a punto de perder a su hijo primogénito. Descubre por qué este hecho tan práctico es tan significativo, en el próximo episodio de Aviva Nuestros Corazones.
Llamando a las mujeres a libertad, plenitud y abundancia en Cristo, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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