Salúdense los unos a los otros
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth nos habla sobre algo que leemos en 2 Corintios.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Pablo dice: «salúdense los unos a los otros con beso santo». ¿De qué se trata todo esto? ¿Qué significa para nosotras hoy?
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Débora: Este es el segundo día de la serie llamada, Una bendición para fin de año y Año Nuevo. Aquí está Nancy con nosotras.
Nancy: Bueno, siempre me gusta tomar un tiempo durante los últimos días del año y luego en los primeros días del año nuevo para recalibrar, detenerme y pensar dónde estoy, cómo está mi caminar con el Señor, qué está haciendo Él en mi vida. Simplemente mirar hacia atrás y hacia adelante.
Y el pasaje que estamos viendo en estos últimos días de este año es un pasaje que nos ayudará …
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth nos habla sobre algo que leemos en 2 Corintios.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Pablo dice: «salúdense los unos a los otros con beso santo». ¿De qué se trata todo esto? ¿Qué significa para nosotras hoy?
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Débora: Este es el segundo día de la serie llamada, Una bendición para fin de año y Año Nuevo. Aquí está Nancy con nosotras.
Nancy: Bueno, siempre me gusta tomar un tiempo durante los últimos días del año y luego en los primeros días del año nuevo para recalibrar, detenerme y pensar dónde estoy, cómo está mi caminar con el Señor, qué está haciendo Él en mi vida. Simplemente mirar hacia atrás y hacia adelante.
Y el pasaje que estamos viendo en estos últimos días de este año es un pasaje que nos ayudará a hacerlo. Así que estamos en el último párrafo de 2 Corintios, capítulo 13. Si puedes dirigirte allí y buscar en tu Biblia o en tu teléfono, quiero animarte a que lo hagas. Este es el pasaje con el que quiero bendecirte al final de este año, pero también es un pasaje que quiero que lleves contigo al nuevo año.
Ayer vimos las exhortaciones que se encuentran en el versículo 11. Pablo dice: «Por lo demás, hermanos y hermanas, regocíjense». Este es un saludo. Esto es algo que dices cuando conoces a alguien, cuando saludas o cuando te despides de alguien. «Regocíjense», es un «sé un cristiano feliz, sé un canal de alegría, un dador de alegría».
Y luego dice: «maduren, anímense sean de un mismo sentir, vivan en paz».
Si te perdiste nuestro episodio de ayer sobre estas exhortaciones, puedes encontrarlas en avivanuestroscorazones.com o en la aplicación Aviva Nuestros Corazones.
Y luego vimos una bendición que se prometió a aquellos creyentes e iglesias que siguen estas exhortaciones. ¿Cuál fue? «Y el Dios de amor y paz estará con ustedes».
No sé qué va a pasar este año próximo –tú tampoco– pero sabemos que habrá situaciones difíciles en nuestro mundo y en nuestras vidas. Pero la promesa es que si estamos viviendo el mandato que Pablo nos da, «el Dios de amor y paz estará con nosotros». Y eso es suficiente para enfrentar este nuevo año.
Ahora leamos los versículos 12 y 13: «Salúdense los unos a los otros con beso santo. Todos los santos los saludan».
Los cristianos de Corinto, los que estaban recibiendo esta carta, debían saludarse personalmente porque vivían cerca, estaban juntos. Probablemente Pablo estaba escribiendo esta carta desde Filipos, a cientos de kilómetros de distancia, y los creyentes que estaban alrededor de él en Filipos no conocían personalmente a los creyentes de Corinto, pero les enviaron saludos de todas formas porque sabían que eran parte del mismo cuerpo, parte de la familia de Dios.
Ahora, cuando estamos físicamente juntos con otros creyentes, cuando estamos en un mismo lugar –como cuando estás con amigos cristianos, cuando estás en la iglesia– debemos saludar a los demás en persona. Y cuando no sea posible estar físicamente juntos, podemos buscar otros medios de comunicación. Pero Pablo dice que ya sea que estén juntos en la proximidad, o separados por la distancia, o separados por una pandemia –como estuvimos en los últimos dos años– debemos saludarnos unos a otros.
Esa palabra «saludar» significa literalmente «atraer hacia sí mismo». Significa «envolver en los brazos, acoger, abrazar». Es una palabra que se usa cuando saludas a alguien, como si lo conocieras o hace tiempo que no lo ves. Es una palabra que también se usa cuando se están despidiendo. Han estado juntos, pero ahora van a estar separados. Entonces, cuando se encuentran o cuando se separan, esta es una palabra que usan: se saludan unos a otros.
De hecho, cuando lees en Hechos capítulo 20, acerca de los ancianos de la iglesia en Éfeso que vinieron a encontrarse con el apóstol Pablo a quien sabían que nunca volverían a ver, era una despedida definitiva. Y dice que estos hombres «abrazaron a Pablo y lo besaron». Ese es el sentido de esta palabra, «salúdense unos a otros».
Ahora, quizás te consideras extrovertida, no sé cuántas se consideran extrovertidas… Pero si eres una de esas pocas, entonces esto es fácil para ti. Te encanta entrar a la iglesia o a un lugar lleno de personas y hablar con la gente, saludar, conversar, presentarte a gente nueva, cuanto más personas, mejor ¿cierto?
Si eres más introvertida, quizás no tienes idea de lo que eres…o quizás te encuentras en el medio. Pero si eres más introvertida, todo esto puede sonar trabajoso. Tal vez hasta te asuste o te incomode la idea de tener que saludar a muchas personas.
Cuando vas a la iglesia y tienes a toda esta gente que saluda en la puerta al entrar, quieres encontrar una manera de evitar pasar por ahí. Y cuando el pastor dice: «Date la vuelta y saluda a los que te rodean», quieres desaparecer. Esperas que nadie te note (imagino algunas asintiendo). Cuando entras en una habitación llena de gente, de repente sientes la necesidad de ir al baño o de escapar a algún lado. Al finalizar el culto, quieres salir rápido de allí. Y te cuento: me ha pasado, he hecho eso. Me identifico mucho con esto.
Pero Pablo dice: «Salúdense unos a otros». Y esta instrucción no es solo para extrovertidas. Es para todas nosotras.
Ahora, esto no elimina las diferencias de personalidad que son creadas por Dios, y está bien tenerlas. Pero sí nos llama a todas –sin importar cómo seamos– a salir de nuestro caparazón, de nuestra zona de comodidad e involucrarnos con otros en el cuerpo de Cristo. «Salúdense unos a otros». Eso es para todas nosotras. No es solo el deber de los líderes o de las personas que saludan en la iglesia. Es mi deber. Es tu deber. Es nuestro deber.
¿Podría sugerirte que no esperes a que otros te saluden? Saluda tú primero. Tal vez sientas que tu iglesia no es muy amistosa. Mira alrededor. ¿A quién puedes saludar? Piensa en:
- Niños
- Personas de edad avanzada
- Gente con discapacidades
- Personas que están sentadas en un rincón, sin nadie a su alrededor, sin entablar una conversación, y tienden a sentarse solas, a estar solas
- Una mamá que nunca está sola, que tiene un montón de niños que siempre están encima de ella. Ella necesita ser saludada
- Visitantes
- Líderes de la iglesia y aquellos que dirigen en la adoración
- Personas que pueden sentirse invisibles en la iglesia. La gente casi nunca los saluda: trabajadores de la guardería, encargados del estacionamiento, solteros, padres solteros.
Es nuestro deber acercarnos a ellos.
Ahora, esto no es slo una formalidad. No es solo un ejercicio mecánico de extender la mano y decir: «Hola, ¿cómo estás?» Sugiere que debemos saludarnos unos a otros intencionalmente, con consideración. Y cuando hacemos esto, se abre la puerta a conversaciones y relaciones más profundas.
Hay muchas de nosotras que desearíamos tener relaciones más ricas, significativas y vivificantes. Muchas personas que nunca imaginarías, porque parecen ser muy extrovertidas y abiertas, están realmente solas. Se sienten solas.
Sin embargo esas relaciones profundas que deseamos, que anhelamos, que nos conozcan y conocer a otros, ese tipo de relaciones no empiezan así. Comienzan con «salúdense los unos a otros», decir hola, extender la mano, expresar interés en los demás, hacer preguntas, buscar oportunidades para bendecir a quienes nos rodean incluso con simples saludos. «Estoy tan feliz de verte. Estoy tan contenta de que estés aquí hoy. Te he extrañado. ¿Cómo ha sido tu semana?»
No tiene que ser abrumador. No tiene que ser intimidante. No tiene que ser desalentador. (Me dedico a hacer preguntas, por lo que a veces puedo ser un poco intimidante cuando les hago preguntas a las personas). Pero es mostrar interés en esa persona.
Ahora, puedes suponer que esto es fácil para mí o para las personas que tienden a ser maestros en público. Pero te digo honestamente, que mi inclinación natural es estar aislada en una multitud, quedarme atrás. Encuentro realmente difícil iniciar conversaciones, incluso conversaciones triviales con personas que no conozco bien, y a veces, incluso con personas que conozco bien. Tal vez tú puedes identificarte con eso.
Durante los últimos años con la pandemia y el uso de mascarillas, los servicios transmitidos en línea, muchas de nosotras hemos perdido la práctica de esta simple instrucción. «Salúdense unos a otros». Creo que puede ser mucho más importante ahora de lo que ha sido en mucho tiempo. Es algo que necesitamos recuperar en nuestras relaciones y en nuestro compañerismo cristiano.
Y permítanme decir esto, «saludarse unos a otros», comienza en casa. La mayoría de nosotras podemos saludar a las personas fuera de nuestros hogares cuando es necesario. Es cuestión de ser educado, de parecer respetable. Podemos ser cálidas y extrovertidas. Podemos mostrar interés en ellos.
Pero algunas de nosotras nos volvemos retraídas, cerradas, poco comunicativas e incluso francamente groseras con las personas con las que vivimos. Están acostumbrados a nosotras. Estamos acostumbradas a ellos. «No tengo que ser amable con ellos». Y bueno, nunca diríamos eso, pero ¿no es así como actuamos a veces?
Escucha, cuando tu pareja o tus hijos entran en la habitación, ¡salúdalos! Reconoce su presencia. Hazles saber que estás contenta de que estén allí. Hazles saber que son importantes para ti.
Mi dulce esposo Robert es el mejor en esto. Él es tan bueno en eso. Me ha enseñado mucho. Cuando entro en la habitación, los ojos de ese hombre se iluminan. Llevamos casados siete años. Ya no somos recién casados, pero él todavía hace esto. Él dice: «¡Oh! ¡Mi amor!» «¡Mi chica preciosa!» (Lo hizo esta mañana)
Ahora, viví sola durante gran parte de mi vida adulta, hasta que me casé a la edad de cincuenta y siete años, y esto no es tan natural para mí. Bueno, se necesita práctica. Y me he dado cuenta de que, al menos para mí, no se trata solo de ser introvertida. También puede ser un tema de ser simplemente perezosa o egocéntrica.
Entonces, comienzen en casa y «salúdense unos a otros». Ese es el camino del amor. Ese es el camino del sacrificio. Se trata de estar dispuesta a honrar y amar bien a los demás. No es solo un simple «hola». Ahora, no estoy diciendo que nunca digas: «Hola», pero esto tiene un significado. Hay un propósito para esto. Este es un espíritu de calidez y amistad centrado en los demás que debe ser visible en nuestras iglesias y en nuestras relaciones.
Realmente he sido confrontada mientras estudiaba este tema: primero, por lo difícil que es para mí, pero también por lo importante que es para todas nosotras «saludarnos unos a otros».
Me encanta ese pasaje en Rut capítulo 2, cuando dice: «En ese momento vino Booz de Belén (el que tenía el gran campo en el que Rut estaba espigando), y dijo a los segadores: “El Señor sea con ustedes”. “Que el Señor te bendiga”, le respondieron ellos».
Esto era parte de su cultura. Esto era parte de su diálogo. Él era el jefe; ellos los empleados, pero los saludó. Él los honró. «El Señor sea con ustedes». Y ellos respondieron: «El Señor te bendiga». Es una hermosa imagen de este mandamiento: «Salúdense unos a otros».
Nuestros saludos y nuestras palabras de despedida a los demás importan. Son importantes. Lo que decimos cuando vemos a una persona, lo que decimos cuando la persona se va es importante. Quiero animarlas a pensar en cómo saludar y cómo despedirse de una manera que les infunda gracia y bendición.
«El Señor sea contigo. El Señor te bendiga». Esto habla de una expresión externa, palabras expresadas verbalmente, que reflejan una actitud subyacente del corazón, de unidad, aceptación y honra mutua. Es una imagen de una expresión de amor sincero por nuestros hermanos y hermanas en Cristo que se expresa en nuestras interacciones diarias.
Entonces, en el cuerpo de Cristo, estamos llamadas a deponer las armas, a deponer nuestro orgullo, nuestras preferencias personales, a dejar de lado nuestras agendas egoístas. Y estamos llamados a abrazarnos unos a otros. Eso está detrás de esta palabra «salúdense» –abrazar, estrechar.
Cualquiera que sea nuestra cultura, cualquiera que sea nuestro nivel socioeconómico, cualquiera que sean nuestras diferencias políticas, somos beneficiarios del favor y la gracia de Dios. Así que debemos buscar estimar y exaltar con nuestras palabras a los que nos rodean.
No estoy hablando de algo superficial aquí. No estamos hablando de fingir, de actuar de forma agradable, sino de palabras que fluyen de amor genuino y humildad. Entonces, cuando entramos en una habitación, no es «¡aquí estoy!» Sino, «¡ahí estás! ¡Saludos! Estoy tan feliz de verte».
Y no solo debemos evidenciar este sentido de aceptación y comunidad en nuestras iglesias locales y en nuestras reuniones con personas de las que estamos cerca físicamente, sino que Pablo también señala la unidad que existe entre las iglesias locales que están separadas geográficamente.
Él dice al final de este versículo: «Todos los santos (probablemente los santos en Filipos) los saludan (a los santos en Corinto)». No podían abrazarse. No podían estrecharse, pero podían enviarse saludos unos a otros.
Nos recuerda que todos los creyentes en todos los lugares, que abarcan todas las culturas y todas las épocas, son uno en Cristo. Enviamos saludos a aquellos que tal vez ni siquiera conozcamos personalmente.
La iglesia en Corinto tenía bastantes problemas, preocupaciones y conflictos, pero cuando todo estuvo dicho y hecho, Pablo y los que estaban con él extendieron sus manos, sus corazones, su amor a estos creyentes que vivían a cientos de kilómetros de distancia, que para ese tiempo se hubiera sentido mucho más grande la distancia para poder llegar a ellos.
La mayoría de estos santos no se conocían entre sí, pero sabían que compartían el sentido de pertenencia, la comunión y la misión mutua con todos los demás que habían sido elegidos por Dios como ellos lo habían sido. Y creo que debemos ser más conscientes y estar atentas a esta profunda conexión entre todos los creyentes. A veces nos enfocamos tanto en nuestro pequeño mundo y en las personas que son como nosotras y las que nos caen bien y las personas cercanas a nosotras, que nos olvidamos y hasta nos volvemos descuidadas, indiferentes y hasta mal educadas con otras personas que también están en Cristo.
A veces somos groseras…no podemos tirar granadas verbales a nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Puede que digas: «Bueno, yo no haría eso con mi boca». ¿Lo haces en las redes sociales? Veo mucho de esto y a veces, solo quiero decir: «¡DETÉNGANSE! ¡Eso está muy mal!» Quiero tener cuidado en la forma en que lo digo porque no quiero pecar, pero tenemos que tener cuidado con esto.
Te encuentras con que no conoces a esa persona, y simplemente estás haciendo clic en un teclado allí, y arrojas veneno, y dices cosas horribles y feas porque no estás de acuerdo con esa persona. Está bien estar en desacuerdo. Pero, ¿cómo podemos hacer eso de una manera que diga: «Te honro. Te respeto. Te amo como a un hermano o hermana en Cristo»?
Aunque podamos tener diferencias con ellos porque aunque ellos y nosotras somos personas pecadoras y quebrantadas, es cierto dentro de nuestras propias familias. Muchas de las disputas y debates de los últimos años han separado familias. Es trágico. Es horrible.
¿Qué pasaría si los viéramos como algo importante, como lo somos nosotros, creados a imagen de Dios, amados y aceptados en Cristo, nuestros hermanos, nuestras hermanas en Cristo, y los saludáramos en el nombre y el amor de Cristo?
Así que Pablo dice: «Salúdense los unos a los otros…todos los santos los saludan» Ahora, salté una frase justo en el medio de ese versículo. Volvamos allí.
Pablo dice: «Salúdense los unos a los otros con beso santo». Pablo da esta misma instrucción al final de otras tres epístolas. «Salúdense unos a otros con un beso santo». Y el apóstol Pedro cierra su primera epístola diciendo: «Salúdense unos a otros con un beso de amor».
Entonces, ¿de qué se trata todo esto? ¿Y qué significa para nosotras hoy?
Bueno, era algo común en el mundo antiguo, y todavía lo es en algunas partes del mundo hoy en día, que las personas se saluden, cuando llegan o cuando se van, con un beso, a veces en la mejilla, a menudo en los labios –generalmente hombres con hombres y mujeres con mujeres.
He estado en iglesias en algunas partes del mundo donde, cuando llegas y cuando te vas, las mujeres, y me refiero a todas las mujeres, no solo algunas mujeres realmente expresivas, te agarran la cara, te miran y te besan, no solo en una mejilla, sino en ambas mejillas y a veces, en los labios. Quiero decir, son besucones. (Y lo admito, a mí me costó un poco acostumbrarme. Eso no es algo que hacemos en mi iglesia ni aquí en mi país).
Asi que, la idea de saludarse con un beso, incluso en los labios, no era algo extraño en los días de Pablo. ¡Hubiera sido el equivalente en nuestros días, en nuestra cultura a saludar a las personas con un apretón de manos, lo cual es común para nosotros hasta que llegó la pandemia! Y ahora es como, «no toques a nadie. No te acerques a nadie».
Pero Pablo habla de saludarse unos a otros no solo con un beso, lo que comúnmente se habría entendido, una forma educada de saludarse, sino saludarse unos a otros con un «beso santo».
Había algo distintivo y diferente en la forma en que los creyentes se saludaban en la época del Nuevo Testamento. No era como el apretón de manos común, «todo el mundo lo hace». Esto era un «beso santo». Era diferente.
Verás, en la cultura grecorromana del primer siglo, la iglesia era el único lugar donde todos estaban en igualdad de condiciones. Dentro de una iglesia muchas veces había judíos y gentiles, ricos y pobres, esclavos y amos.
Y estas eran personas que fuera de la iglesia habrían sido de mundos muy diferentes. Nunca se habrían conectado entre sí. Nunca habrían salido socialmente. Se habrían ignorado el uno al otro. No habrían hablado entre ellos. Estarían en diferentes partes de la habitación o ni siquiera en la misma habitación.
Pero en la iglesia, estos diferentes grupos no solo se reunían y adoraban juntos, sino que también se saludaban con un beso. Ahora, una cosa es que dos hombres de negocios en el mundo se besen, pero ¿que un esclavo y un amo se besen?
Así que el resto del mundo estaba mirando a la iglesia en ese tiempo, y se preguntaban: «¿Quiénes son estas personas? Hay algo tan diferente en ellos». Esto fue revolucionario.
Al saludarse unos a otros con un beso, los cristianos rompían las barreras de clase, las barreras étnicas y las barreras sociales. Ese beso era un nivelador. En la cruz, por gracia, todos tenían el mismo valor y dignidad. Este beso era una demostración santa y visible de amor, aceptación, afecto y amistad entre personas que de otro modo no tendrían nada en común excepto por su amor por Jesús.
Eran personas que en las iglesias no se aferraban a sus propios círculos, o a sus propios grupos o a personas que se parecían a ellos o hablaban como ellos o eran como ellos. Esto era una expresión de la comunión y la unidad que compartimos en Cristo. Y este beso en la iglesia entre estos diferentes tipos de grupos era radical. Era «santo».
Ahora, algo más que quiero señalar sobre este «beso santo», del que Pablo habla entre creyentes, es que no era un beso sexual. Y esto habla, creo, de la importancia del contacto puro y apropiado en el cuerpo de Cristo.
Hay algunos tipos de besos y algunos tipos de contacto entre diferentes personas que no son «santos». Son «impíos». Mientras he estado reflexionando sobre esto, he pensado en cómo el pecado y Satanás tienen una manera de torcer y pervertir lo que es bueno y lo que es santo y hacerlo feo y profano. Satanás hace esto, por un lado, al promover en nuestra cultura la expresión sexual desenfrenada y al herir a las personas con abuso físico y sexual.
Así que, o quieren tocar a todo el mundo y no tienen límites ni restricciones y solo una sexualidad desenfrenada, o tienen miedo, están aterrorizados de que les toquen porque han sido heridos. Se ha pecado contra ellos con el contacto físico o sexual. Sin duda eso es cierto para algunas de ustedes que nos escuchan. Por otro lado, el enemigo trabaja para crear circunstancias en nuestra cultura que impidan que las personas puedan tocarse de manera apropiada.
En ambos casos, ya sea que las personas se toquen de manera inapropiada y tengan contacto sexual desenfrenado y sin restricciones; o que no puedan tocar a las personas, o tengan miedo de ser tocados, todo es profano. Creo que en los últimos años hemos perdido en nuestro mundo mucha de la belleza del simple y puro toque «sagrado».
De todos los lugares, es entre el pueblo de Dios y la iglesia donde debe haber expresiones de afecto puras, vivificantes y tiernas. Hay personas en nuestras iglesias, en nuestras vidas, que están hambrientas de contacto físico. No de manera sexual, sino de una manera que dice: «Tú me importas. Eres preciosa. Tienes valor». El contacto físico puede ayudar a comunicar eso de una manera más sagrada.
Hay muchas maneras diferentes de expresar amor el uno al otro: servir con sacrificio, dar palabras de aliento, hablar bien la una del otra, satisfacer necesidades prácticas. Pero una forma importante de comunicar el amor de Cristo es a través del contacto puro y sincero. Eso significa que tenemos que estar bien la una con la otra porque es hipócrita abrazar o besar o poner un brazo alrededor de alguien si tenemos ira o falta de perdón o amargura en nuestros corazones. Esa expresión de afecto afirma que mi corazón está bien contigo, que te quiero, y deseo extenderte la gracia, el toque de Cristo.
Entonces Pablo dice: «Salúdense los unos a los otros con beso santo». Eso me dice que la Escritura nos llama a un amor demostrativo, generoso y expresivo en el cuerpo de Cristo.
Ahora, sé que algunas culturas son muy afectivas. Llego a América Latina y todos me abrazan, me besan y me saludan. Es muy fácil para ellos. Llegas a otras partes del mundo y la gente dice: «No me toques». No digo que no pueda haber diferencias, pero hay algo precioso aquí para ser experimentado en el cuerpo de Cristo, este amor demostrativo y expresivo.
Simplemente no hay una sola forma de hacerlo. Y entiendo las precauciones que pueden ser necesarias con respecto a contagiar a otras personas que son vulnerables o tienen sistemas inmunológicos comprometidos. No digo que debamos amenazar físicamente el bienestar de los demás, pero sí necesitamos un toque puro y apropiado. Y al hacer eso, esto se convierte en una parte revolucionaria de nuestro testimonio como familia de Dios en un mundo sexualizado, aislado y dañado.
Así que, Señor, enséñanos cómo amar bien, cómo saludarnos unos a otros, en nuestros hogares, en nuestras iglesias, en nuestras comunidades, entre el pueblo de Dios, con los amigos, con los compañeros de trabajo, especialmente con aquellos con quienes compartimos una relación con Jesús. Haznos afectuosas, extrovertidas, sensibles, receptivas. Ayúdanos a saludarnos unas a otras, a expresar afecto unas a otras de manera significativa, pura y vivificante como Tú lo has hecho con nosotras. Oro en el nombre de Jesús, amén y amén.
Débora: Esa es Nancy DeMoss Wolgemuth dándonos una perspectiva divina de la última parte de 2 Corintios, capítulo 13. Ella ha estado compartiendo la importancia de saludarse unos a otros y cómo puedes mostrar el amor de Cristo en tus acciones diarias.
Su mensaje es parte de la serie titulada Una bendición para fin de año y Año Nuevo. Si te perdiste el episodio de ayer, puedes encontrarlo en la aplicación Aviva Nuestros Corazones o en avivanuestroscorazones.com. En el mismo sitio web puedes ver la transcripción de este programa.
Esperamos que esta serie te anime con la verdad de la Palabra de Dios mientras te preparas para cambiar tu calendario y entrar en el nuevo año. Nancy, ¿puedes creer que el año está llegando a su fin?
Nancy: Sí. No sé si decir que ha sido un año largo o rápido, tal vez algo de ambos. Ha habido sorpresas, sucesos inesperados en cada una de nuestras vidas, y lo mismo ocurrirá el próximo año. Podemos estar seguras de eso.
No sabemos lo que está por venir, ya sea este próximo año o incluso en los próximos meses, semanas o días, pero siempre podemos confiar en que Dios está obrando y siempre podemos depositar nuestra confianza en Él.
Y aquí en Aviva Nuestros Corazones, queremos recordarte continuamente esa verdad, no solo a medida que hacemos la transición y comenzamos un nuevo año en el calendario, sino en cada etapa de la vida. Nuestro compromiso es seguir llevándoles el mensaje inmutable de libertad, plenitud y abundancia que solo se puede encontrar en Cristo.
Hemos podido compartir esa verdad contigo gracias al apoyo de oyentes como tú, que creen en lo que Dios está haciendo a través de este ministerio. Entonces, si has orado por nosotras o has donado económicamente a Aviva Nuestros Corazones, quiero decirte lo profundamente agradecida que estoy por tu colaboración con nosotras para llevar el evangelio a las mujeres de todo el mundo.
Débora: Y bien, mañana es el penúltimo día del año y Nancy regresará para recordarnos que podemos enfrentar el futuro con esperanza y alegría mientras concluye esta serie titulada Una bendición para fin de año y Año Nuevo.
Annamarie: Llamándote a libertad, plenitud y abundancia en Cristo, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
*Ofertas disponibles solo durante la emisión de la temporada de podcast.
Únete a la conversación