Recibiendo la Palabra con mansedumbre
Annamarie Sauter: ¿Cómo respondes a las circunstancias inesperadas de la vida –grandes o pequeñas– que no te agradan?
Nancy DeMoss Wolgemuth: Verás, la mansedumbre dice, «yo sé que Dios tiene Sus razones, y no importa si yo puedo entenderlas o no». Pero el corazón orgulloso, el corazón envenenado, dice, «debió haberse hecho de forma diferente. No veo razón para esto; por tanto, Dios no debió hacer esto».
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
La mayoría de nosotras tendemos a hablar más de lo que escuchamos, o escuchamos mientras pensamos en lo próximo que vamos a decir. Bueno, hay una cualidad que podemos cultivar para escuchar con humildad y es la mansedumbre. Y sabes, cuando se trata de Dios, obedecer es tan importante como escuchar. Hoy Nancy nos habla más acerca de esto en la continuación de la serie, La …
Annamarie Sauter: ¿Cómo respondes a las circunstancias inesperadas de la vida –grandes o pequeñas– que no te agradan?
Nancy DeMoss Wolgemuth: Verás, la mansedumbre dice, «yo sé que Dios tiene Sus razones, y no importa si yo puedo entenderlas o no». Pero el corazón orgulloso, el corazón envenenado, dice, «debió haberse hecho de forma diferente. No veo razón para esto; por tanto, Dios no debió hacer esto».
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
La mayoría de nosotras tendemos a hablar más de lo que escuchamos, o escuchamos mientras pensamos en lo próximo que vamos a decir. Bueno, hay una cualidad que podemos cultivar para escuchar con humildad y es la mansedumbre. Y sabes, cuando se trata de Dios, obedecer es tan importante como escuchar. Hoy Nancy nos habla más acerca de esto en la continuación de la serie, La hermosura de la mansedumbre.
Nancy: Crecí en el noreste de los Estados Unidos –y estoy segura que en otras partes también tienen estos árboles– pero una de las cosas que recuerdo de nuestra propiedad eran estos árboles que conocemos como sauces. Sauce llorón, y en nuestra área había unos inmensos.
Y pensé en esos árboles, en esa imagen, cuando me topé con esta frase en internet acerca de la mansedumbre. Esta frase usa el sauce como una analogía. Déjame leerte lo que dijo este autor.
«La mansedumbre es lo opuesto a la debilidad. Así como un sauce bien plantado se flexiona y se dobla en una tormenta sin romperse, así también la mansedumbre es una fuerza resistente y flexible que puede soportar las pruebas y las tempestades».
Esa es una buena analogía sobre este tema de la mansedumbre.
Ahora quiero que regresemos, y lo haré en cada sesión de esta serie, al libro de mi amigo puritano, Matthew Henry. El libro se llama La búsqueda de la mansedumbre y la quietud de espíritu (The Quest for Meekness and Quietness of Spirit, solo está disponible en Inglés)
En este libro Matthew Henry señala que la mansedumbre se hace evidente en nuestra respuesta hacia Dios, en nuestra relación con Él, y en nuestra respuesta hacia otras personas. En esta sesión nos enfocaremos en la mansedumbre hacia Dios. Matthew Henry dice:
«La mansedumbre hacia Dios es la sumisión dócil y callada del alma a toda la voluntad de Dios según Él se complazca en hacerla conocer, ya sea por Su Palabra o por Su providencia».1
Así que, sumisión a Dios, a la voluntad de Dios, es mansedumbre. Nos sometemos a la voluntad de Dios sea que Él nos la muestre directamente a través de Su Palabra o a través de las circunstancias que Él providencialmente trae a nuestras vidas.
Lo primero que vamos a ver es la sumisión, la mansedumbre, en respuesta a la Palabra de Dios. Santiago capítulo 1, nos dice que debemos «recibir con mansedumbre la palabra plantada la cual es capaz de salvar nuestras almas». ¿Ves la Biblia? La Biblia es la Palabra de Dios, y es capaz de darnos salvación eterna. Es capaz de santificarnos. Es capaz de limpiarnos, renovarnos y transformar nuestras vidas.
Pero no hace nada de eso si no la recibimos, si nos resistimos a lo que dice, si no tenemos un espíritu abierto, enseñable y humilde a la Palabra de Dios. Y tal vez no hayamos dicho intencionalmente, «no haré eso», pero estamos pasándole por encima a esas cosas. Somos negligentes en esas áreas de verdad. No las recibimos.
Algunas veces vemos algo o escuchamos algo predicado de la Palabra de Dios y pensamos, «de ninguna manera, no puedo hacer eso; es muy difícil» o «no quiero hacer eso». Si nos resistimos a la Palabra de Dios, no puede salvar nuestras almas. No nos cambia. No nos santifica.
Tener una respuesta mansa a la Palabra de Dios, recibir la Palabra de Dios con mansedumbre, quiere decir tener un oído que escucha. Me encanta ese versículo en 1 Samuel capítulo 3, donde Elí, el sacerdote, habla con el joven Samuel. Y le dice, «si Él te llama…», hablando acerca de Dios, «le dirás: “Habla Señor que tu siervo escucha”» (v.9).
Recibir la Palabra con mansedumbre significa escuchar. Vemos lo opuesto a esto repetidamente en el Antiguo Testamento, donde Dios mandó profetas para advertir a Su pueblo, pero las Escrituras dicen que ellos no escuchaban, eran tercos.
Y amigas, esto no ocurre solo en el Antiguo Testamento. Hay muchas personas tercas sentadas en nuestras iglesias hoy en día. Cuán frecuentemente nosotras mismas estamos ahí sentadas sin escuchar.
Ahora, puede que estemos escuchando con nuestros oídos físicos, pero no estamos escuchando con nuestros corazones. Es por eso que cuando voy a la iglesia, cuando voy de camino (no puedo decir que lo hago cada semana), trato de preparar mi corazón diciendo, «Señor dame oídos para escuchar».
En ese sentido, realmente no importa si el pastor o el predicador o el maestro es un comunicador espectacular. Si están abriendo la Palabra de Dios y están hablando la verdad, hay algo que yo debo escuchar. No debería haber un orador increíble para que yo pueda absorber algo. Es la Palabra de Dios la que tiene poder.
Escucha. Escucha. Escucha. Eso es recibir la Palabra con mansedumbre.
Recibir la Palabra con mansedumbre no solo significa tener un corazón que escucha; sino también un corazón humilde, un espíritu enseñable. A lo largo de los años, muchas, muchas veces en mi tiempo devocional, he comenzado mi tiempo de quietud orando esa oración del Salmo 25 que dice: «Señor, muéstrame tus caminos, y enséñame tus sendas. Guíame en tu verdad y enséñame» (v. 4-5a).
Ese es un corazón diciendo: «Señor, enséñame. Necesito aprender. Vengo como una estudiante para escuchar, para aprender y para ser enseñada».
Tener un espíritu manso es tener un espíritu receptivo a la Palabra de Dios, haciendo preguntas como:
- ¿Cómo se aplica esto a mí? ¿Estoy dispuesta a hacer los ajustes necesarios en mi vida para obedecer lo que sea que Dios diga en Su Palabra?
- ¿Escuchas las reprensiones que Dios envía en tu dirección?
- ¿Escuchas la Palabra de Dios?
- ¿Cuál es tu respuesta cuando Él manda corrección a través de Su Palabra, cuando Él envía instrucción?
- ¿Endureces tu cerviz con orgullo?
- ¿Lo dejas pasar?
- ¿O respondes intencionalmente en humildad, mansedumbre y arrepentimiento donde sea que se necesite?
Recibir la Palabra de Dios con mansedumbre significa que no debatimos. «Él es Dios». No debatimos con Dios. Puede que discutamos, «¿qué significa esto?» Podemos luchar con entenderlo. Pero una vez lo entendemos, entendemos lo que Él dice, no debatimos con Dios. Él lo dice. Él es Dios. Él es Señor y Su Palabra gobierna nuestras vidas.
Quiere decir que somos obedientes. Recibir la Palabra de Dios con mansedumbre significa que doblamos las rodillas; decimos, «sí, Su Majestad».
Hay un pasaje interesante en Ezequiel capítulo 24, que creo que ilustra poderosamente esta respuesta de mansedumbre y humildad y obediencia a la Palabra de Dios. Voy a leer comenzando en el versículo 15: «Y vino a mí la Palabra del Señor diciendo: Hijo de hombre». Ahora, es al profeta Ezequiel que Dios le está hablando. «He aquí, voy a quitarte de golpe el encanto de tus ojos; pero no te lamentarás, ni llorarás, ni correrán tus lágrimas» (v. 15-16).
Dios está diciendo, «estoy a punto de quitarte lo más preciado que tienes. Pero como una lección para el pueblo de Israel, no debes mostrar ninguna evidencia de duelo o dolor».
Dios le dice «gime pero en silencio» (v. 17). Puedes hacerlo en tu corazón pero no puedes expresarlo.
«No hagas duelo por los muertos; átate el turbante, ponte el calzado en los pies y no te cubras los bigotes ni comas pan de duelo» (v.17). Él está hablando de no hacer las cosas que normalmente hacían para mostrar lamento, duelo o luto.
Así que Ezequiel dice: «Y hablé al pueblo por la mañana, y por la tarde murió mi mujer; y a la mañana siguiente hice como me fue mandado» (v. 18).
Ahora, no estoy diciendo aquí que Dios está en el negocio de quitarle la pareja a la gente. Porque ese no es el punto de este pasaje. Aquí había toda una lección para Israel, y Dios estaba haciendo algo muy inusual.
El punto es que Dios le dio instrucciones a Ezequiel en el área más difícil de su vida. Dios le dijo, «vas a perder aquello que es lo más preciado para ti. Y cuando eso pase, no debes mostrar ninguna señal externa de duelo».
Y Ezequiel dijo, «por la tarde murió mi mujer; y a la mañana siguiente hice como me fue mandado». Eso es recibir la Palabra de Dios con mansedumbre. Es decir, «sí, Señor. Lo que tú digas. Sí, Señor». Es la actitud del corazón que leemos en el Salmo 119 en el versículo 60. «Me apresuré y no me tardé en guardar tus mandamientos».
¿Recibes tú la Palabra de Dios con mansedumbre? ¿Tienes tú esa disposición hacia Su Palabra?
Y entonces en segundo lugar, mansedumbre al responder a las decisiones de Dios y las providencias de Dios en nuestras vidas, manifestada en las circunstancias de la vida. Algunas veces esas circunstancias son misteriosas. No podemos entender lo que Dios está haciendo. Somos llamadas a responder en mansedumbre y recibir la elección de Dios para nuestras vidas.
Algunas veces no son solo misteriosas; algunas veces son intensamente dolorosas las circunstancias por las que tenemos que pasar. Una referencia bíblica dice que, «la mansedumbre es la disposición de espíritu donde aceptamos los tratos de Dios con nosotros como buenos sin discutir ni resistirlo».
Déjame leer otra vez porque creo que es una descripción tan poderosa de la mansedumbre. «Mansedumbre es la disposición de espíritu donde aceptamos los tratos de Dios con nosotros como buenos sin discutir ni resistirlo». El hombre o la mujer mansa no peleará con Dios, y menos luchará o contenderá con Él.
La mansedumbre dice, «Señor si te complace a Ti, me complace a mí. No tengo que entender. No tengo que estar de acuerdo. Pero lo acepto; recibo las elecciones que has traído a mi vida».
Otra vez podemos ver esto ilustrado en las Escrituras. En Job capítulo 2, hay una poderosa ilustración de cómo responder a la providencia de Dios con mansedumbre. La esposa de Job le dijo –luego de que había perdido gran parte de sus posesiones, sus hijos, su salud, había perdido casi todo lo que tenía en este mundo– y su esposa le dijo: «¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete». Pero Job le dijo a su esposa: «Como habla cualquier mujer necia, has hablado. ¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal? En todo esto Job no pecó con sus labios...» (v. 10).
¿Dónde vemos aquí la mansedumbre? La mansedumbre es decir, «no solo voy a recibir de Dios cuando Él derrama buenas cosas sobre mí –dinero, hijos, bienestar, fama y prosperidad, salud y todas estas cosas– sino que voy a recibir la Leucemia. Recibiré la pobreza. Recibiré la dificultad en mi matrimonio. Recibiré ese desafío físico con uno de mis hijos. También recibiré eso de la mano de Dios». Ese es un espíritu manso.
Y Job le dijo a su esposa, «las mujeres necias dicen, “maldice a Dios y muérete”».
Ahora, puede que nosotras no digamos, «maldice a Dios y muérete», pero, ¿no es una tendencia natural que tenemos de resistir las elecciones de Dios?
Y Job dice, «eso es necio. Debemos recibir el bien y el mal de parte de Dios».
Matthew Henry dice:
«Cuando los acontecimientos de la providencia son gravosos y aflictivos, la mansedumbre no solo nos tranquiliza en medio de ellos, sino que nos reconcilia con ellos; y nos permite no solo soportarlos sino que nos ayuda a recibir el mal, así como el bien de la mano, del Señor. Es besar la vara de la corrección de Dios, la disciplina de Dios».2
Es bendecir a Dios aún cuando Su providencia sea dolorosa en nuestras vidas.
Yo sé que aquí estamos hablando de estas cosas y decirlo es mucho más fácil que vivirlo. Pero este es el corazón de la mansedumbre.
Matthew Henry dice:
«Es besar la vara sin atreverse a luchar con nuestro Hacedor, no; ni desear reclamarle a Él». No nos atrevemos a contender con Dios, ni nos tomamos la atribución de decirle a Dios lo que Él debe hacer porque Él es Dios y no nosotras. Debemos permanecer calladas y no abrir la boca porque Dios lo hace.
Y con esa mansedumbre viene la paz. Con esa mansedumbre viene el gozo. Con esa mansedumbre viene el descanso, recibiendo la providencia de Dios como que viene de Su mano.
Permíteme darte una ilustración de esto del libro de Levítico. ¿Recuerdas cuando Aarón que era el sumo sacerdote, cuando sus dos hijos, que también eran sacerdotes, Nadab y Abiú, ofrecieron fuego extraño ante el Señor y Dios los hirió y los mató? Esto fue cuando la nación de Israel recién estaba comenzando. Dios necesitaba que Su pueblo supiera que Él era un Dios Santo.
Ahora, si tú fueras el padre de estos dos muchachos ¿te sentirías tentada a contender con Dios y decir, «eso no es justo, eso no está bien»? ¿Te sentirías tentada a resistir la voluntad de Dios?
En Levítico capítulo 10 dice: «Entonces Moisés dijo a Aarón: Esto es lo que el Señor habló, diciendo: “Como santo seré tratado por los que se acercan a mí, y en presencia de todo el pueblo seré honrado”. Y Aarón guardó silencio» (v. 3). Eso es recibir con mansedumbre la disciplina de la mano de Dios.
No quiere decir que Dios siempre hace las cosas de esa manera. Pudiéramos profundizar sobre las razones por las que Dios trató con este asunto de esa manera. Pero el punto es que Aarón dijo, «si Dios lo hizo, no puedo argumentar. No puedo resistirme».
Matthew Henry dice:
«Tal es la ley de la mansedumbre que todo lo que complazca a Dios no debe desagradarnos a nosotros. Déjalo hacer lo que Él quiera, porque Él hará lo que es mejor (ahí es donde vuelves a confiar en que el Señor es bueno) y por tanto —esto es algo que debemos considerar— si Dios fuera a referirme el asunto a mí –si Dios pidiera mi opinión acerca de lo que debería suceder en esta situación, dice el alma mansa y tranquila, estando segura de que Él sabe lo que es bueno para mí aún mejor de lo que yo sé– yo se lo referiría a Él de vuelta».4
Si Dios me dijera, «¿qué crees que debe ser hecho en esta situación?», yo le diría, «Señor, Tú sabes lo que es mejor».
La esencia de la mansedumbre en lo que se refiere a las circunstancias de la vida es una aceptación confiada y tranquila, no resistiendo ni resintiendo. Es saber que nada puede tocar mi vida sin el permiso de un Dios amoroso y sabio.
Es por eso que no tenemos que pasarnos la vida airadas o frustradas, irritadas o resintiéndonos. La mansedumbre es un «sí Señor, en paz y en quietud. Recibo esto de tu mano», callada y tranquila.
Vemos lo opuesto a esto en un incidente de la vida de David en el Antiguo Testamento. David tiene muchas ilustraciones de ser manso de espíritu. Pero al menos en una ocasión, no tuvo un espíritu manso. ¿Recuerdas la vez en que el Arca del pacto estaba siendo transportada en un carro tirado por bueyes, donde no debió estar en primer lugar?
Un hombre llamado Uza extendió su mano para sostener el Arca que se iba a caer cuando el carro se tambaleó y Dios mató a Uza. De nuevo, podría parecer en esta sesión que Dios tiene el hábito de matar a la gente. Misericordiosamente, Él no hace eso. Pero en este caso, eso fue lo que pasó. Las Escrituras dicen que entonces «David se enojó porque el Señor había estallado en ira contra Uza, y llamó aquel lugar Pérez-uza hasta el día de hoy. David tuvo temor del Señor aquel día, y dijo: ¿Cómo podrá venir a mí el arca del Señor? Y David no quiso trasladar con él el arca del Señor a la ciudad de David» (2 Samuel 6:8-10).
David se enojó. Él tenía miedo, pero se resistía. Él pensó, «si así es que Dios se va a comportar cuando el Arca esté cerca, no quiero que esté por estos alrededores. Llévensela a otro lugar».
Tal vez había un temor saludable en él. Pero creo que ese temor en ese caso nació de una resistencia. Él estaba furioso. Su enojo reflejaba una falta de mansedumbre, contrario a Aarón que no dijo nada y mantuvo su paz. Si Dios hizo esto, es lo que Él entiende correcto.
Déjame leerte unas cuantas citas que realmente me hablan en relación a este tema. Thomas Watson, otro buen Puritano, dijo: «La queja es levantarse contra Dios. Porque te estableces a ti mismo por encima de Dios como si fueras más sabio que Él».
¿Quieres ser Dios? Pues no puedes serlo, y no lo eres, y no lo serás. Así que reconoce que Él es Dios y suéltalo. Deja que Él sea Dios.
Calvino dijo:
«¿Por qué los hombres se molestan cuando Dios les envía cosas totalmente contrarias a sus deseos si no es porque no reconocen que Dios hace todo por una razón (Dios tiene un propósito para todo lo que hace)? Tan pronto como Dios no envía lo que hemos deseado, peleamos con Él, le demandamos, no parecería que estamos haciendo esto, pero nuestras actitudes muestran que este es sin embargo nuestro intento. ¿Pero, desde qué espíritu se pronuncia esto? La resistencia a Dios desde un corazón envenenado como si dijéramos, “no veo razón para esto”».
Verás, la mansedumbre dice, «sé que Dios tiene Sus razones, y no importa que yo pueda ver o no la razón». Pero el corazón orgulloso, el corazón envenenado dice, «debió hacerse diferente. No veo razón para esto; por lo tanto, Dios no debió hacerlo».
Es como si acusaran a Dios de ser un tirano o alguien sin cerebro. Una blasfemia tan horrible sale de la boca de los hombres.
Puede ser en cosas grandes o en cosas pequeñas. No veo razón para esto. De hecho, frecuentemente son las cosas pequeñas las que realmente exponen nuestra falta de mansedumbre, nuestra resistencia.
Recientemente salí por un par de semanas y cuando regresé me enteré que estaban volviendo a colocar el techo en el condominio donde vivo. Mientras estaba fuera ellos habían colocado el techo de la mayoría de los demás condominios. Pero la noche que regresé, el día siguiente (yo estaba exhausta de mi viaje; era un fin de semana y atesoro mis siestas de fin de semana)... sábado y domingo hubo contratistas golpeando el techo, golpeando, golpeando y golpeando.
Yo pensé, «no veo razón para esto. No veo razón para esto».
Pero sabes, la mansedumbre dice, «esto es algo que no puedo controlar. Es algo que no pedí. Si me hubieran preguntado lo hubiera puesto en agenda y lo hubiera hecho diferente. Pero no vale la pena que pierda la paz de Dios en mi corazón por contender con Dios sobre Sus decisiones».
He estado luchando por varias semanas con un problema en mi garganta y tratando de chequearme. Me ha distraído, me ha dificultado enseñar y hablar. Mi pensamiento en ocasiones ha sido, no veo razón para esto.
Pero ¿sabes qué? Realmente no importa si puedo ver la razón o no. El punto es que aparentemente Dios si ve una razón para esto. Así que la mansedumbre dice, «Señor, si te complace a Tí, me complace a mí».
Ahora, si tienes un problema en la garganta, puedes ir al doctor y tratarte. Yo hice una llamada telefónica a la compañía que estaba trabajando con los techos y les dije, «tengo algunas entrevistas mañana. ¿Sería posible que nos pongamos de acuerdo con las horas de trabajo?» Así que donde haya algo que se pueda cambiar, está bien.
El problema es cuando desarrollamos un espíritu demandante. «Tengo derecho a tener cierta paz y tranquilidad. Tengo derecho a tomar mis siestas los sábados y los domingos sin que haya gente golpeando mi techo». ¿Qué haces? ¿Pierdes tu paz? ¿Pierdes tu gozo? Pierdes tu comunión con Dios. Pierdes tu testimonio ante el mundo.
¿Cómo respondes a las circunstancias de la vida cuando eres interrumpida o incluso cuando te pasan asuntos más grandes? Tal vez no están cambiando el techo de tu casa. Tal vez perdiste tu casa en un tornado o en un incendio, o ha habido una gran recesión económica, o estás cuidando a uno de tus padres con Alzheimer o Dios no te ha dado el esposo que tanto deseas, o deseas un hijo y Dios no te lo ha dado.
¿Y es la actitud de tu corazón, «no veo razón para esto»? ¿O es la actitud de tu corazón, «Señor, si te complace a Ti, me complace a mí; lo recibo? Ese es el espíritu de la mansedumbre.
Annamarie: Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha estado ayudando a ver las actitudes que revelan un corazón manso o un corazón orgulloso. Y tú, ¿qué actitudes has estado escogiendo? ¿Eres enseñable y humilde ante la Palabra de Dios?
No dejes pasar este día sin decir, «sí, Señor. Si te complace a Ti, me complace a mí. No tengo que entender. No tengo que estar de acuerdo. Me rindo a tus elecciones para mi vida».
Cuando te irritas con otras personas o quieres decir algo de lo que estás convencida, fácilmente puedes actuar sin mansedumbre. La falta de esta, o ejercitarla, afectará tus relaciones. En el próximo programa estaremos profundizando en esto, así que asegúrate de acompañarnos.
Invitándote a tener una vida fructífera en Cristo, Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth es un ministerio de alcance de Life Action Ministries.
La lectura para hoy en el Reto Mujer Verdadera 365 es Josué capítulos 5 al 7.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
Me Rindo a Ti, Jonathan & Sarah Jerez ℗ 2016 Aviva Nuestros Corazones.
*Ofertas disponibles solo durante la emisión de la temporada de podcast.
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