
¿Por qué? La palabra de abandono
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth dice que Jesús fue abandonado por Dios para que nosotras nunca seamos abandonadas.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Podemos sentirnos abandonadas; podemos pensar que lo estamos, pero nunca seremos verdaderamente abandonadas porque Él fue abandonado por nosotros.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Incomparable», en la voz de Patricia Saladín. Hoy 11 de abril de 2025.
Durante el último mes, hemos adquirido un nuevo aprecio por la Persona y la obra de Cristo. Nancy nos ha guiado a través de una serie llamada «Incomparable», que va junto con su nuevo libro con el mismo título. Para escuchar cualquiera de los episodios que te hayas perdido, puedes encontrarlos en AvivaNuestrosCorazones.com.
Este episodio es posible en parte gracias a nuestras colaboradoras mensuales. Ellas creen tanto en difundir el mensaje de libertad, plenitud y abundancia en Cristo que están dispuestas …
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth dice que Jesús fue abandonado por Dios para que nosotras nunca seamos abandonadas.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Podemos sentirnos abandonadas; podemos pensar que lo estamos, pero nunca seremos verdaderamente abandonadas porque Él fue abandonado por nosotros.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Incomparable», en la voz de Patricia Saladín. Hoy 11 de abril de 2025.
Durante el último mes, hemos adquirido un nuevo aprecio por la Persona y la obra de Cristo. Nancy nos ha guiado a través de una serie llamada «Incomparable», que va junto con su nuevo libro con el mismo título. Para escuchar cualquiera de los episodios que te hayas perdido, puedes encontrarlos en AvivaNuestrosCorazones.com.
Este episodio es posible en parte gracias a nuestras colaboradoras mensuales. Ellas creen tanto en difundir el mensaje de libertad, plenitud y abundancia en Cristo que están dispuestas a donar a Aviva Nuestros Corazones cada mes. Si eres colaboradora de Aviva Nuestros Corazones, queremos decirte ¡muchas gracias!
Ahora aquí está Nancy para continuar con la serie «Incomparable».
Nancy: Durante las primeras tres horas que Jesús estuvo colgado en la cruz allí en el Calvario, desde las nueve de la mañana hasta el mediodía, Jesús rompió el silencio al menos tres veces. Sus primeras tres palabras desde la cruz fueron en relación con las almas y las necesidades de los demás.
¿Recuerdas cómo oró pidiendo perdón para sus enemigos? Le aseguró al ladrón arrepentido que estaría con Él en el Paraíso. Y también proveyó tan maravillosamente y con tanta ternura para el cuidado de Su madre.
Ahora era mediodía y el sol estaba en su punto más alto en el cielo. Quiero que continuemos en el relato de Mateo, capítulo 27, mientras llegamos a la siguiente palabra de Cristo desde la cruz.
Mateo 27, comenzando en el versículo 45, dice:«Desde la hora sexta [que para nosotras sería el mediodía] hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena».
Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, esta es la segunda mitad de las seis horas que Jesús estuvo en la cruz. Durante las horas de la mañana, Él dijo esas tres primeras palabras, donde ministraba a las necesidades de los demás.
Ahora tenemos el sol en su apogeo, y ahora la oscuridad cubre toda la tierra durante esas tres horas, desde el mediodía hasta las tres.
Un comentarista dice: «Jesús había terminado con el aspecto humano de Su obra y con la tierra. Y, apropiadamente, la naturaleza parecía ahora despedirse de Él y lamentar la partida de su Señor».1 Así que puedes ver incluso a la naturaleza involucrada en lo que estaba sucediendo allí en la cruz.
Ahora, el texto no nos dice qué tan extendida estaba esta oscuridad, si era solo esa región o si fue una oscuridad universal. Hay varios relatos en escritos extrabíblicos que sugieren que la oscuridad pudo haber sido mundial. Vamos a echar un vistazo más de cerca a este oscurecimiento sobrenatural del sol la próxima semana cuando veamos cuatro milagros del Calvario, pero quiero detenerme aquí para decir que no era solo la tierra la que estaba en oscuridad.
Aquí vemos esta oscuridad total al mediodía que es una imagen, creo, y un símbolo de la oscuridad que cayó sobre Jesús durante la parte más dolorosa y difícil de Su obra redentora, desde el mediodía hasta las tres.
Ya Él había sufrido cruelmente a manos de los hombres, y ahora durante estas tres horas va a estar sujeto a la mano de Dios. Jesús, la Luz del mundo, estaba sumergido en una oscuridad profunda, intensa e insondable, del cuerpo, el alma y el espíritu. Durante tres largas horas el sol se oculta, y a las tres de la tarde llegamos al punto máximo de la agonía de Jesús y sus sufrimientos.
El profeta Joel habla de este momento cientos de años antes. Joel capítulo 3, versículo 15, dice: «El sol y la luna se oscurecen, y las estrellas pierden su resplandor. El Señor ruge desde Sión». Ahora la pregunta es: ¿Qué rugió? ¿Qué dijo?
La Escritura nos dice en el siguiente versículo aquí en Mateo 27, versículo 46:
«Y alrededor de la hora novena, Jesús exclamó a gran voz, diciendo: “ELÍ, ELÍ, ¿LAMA SABACTANI?” Esto es: DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿Por qué me has abandonado? Algunos de los que estaban allí, al oírlo, decían: “Este llama a Elías”. Al instante, uno de ellos corrió, y tomando una esponja, la empapó en vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber. Pero los otros dijeron: “Deja, veamos si Elías lo viene a salvar”».
Ahora son las tres de la tarde. La tierra ha estado cubierta (al menos esa región de la tierra, pero quizá fue toda la tierra) ha estado cubierta de oscuridad desde el mediodía. Son las 3 de la tarde, la hora en que, en el templo cercano, los sacerdotes hundían los cuchillos en los corderos sacrificados en la Pascua, en el mismo momento en que el Cordero de Dios estaba siendo ejecutado por los pecados del mundo.
Como hemos dicho, durante esas horas previas al mediodía, Jesús había orado tres veces a favor de las almas y las necesidades de quienes lo rodeaban. Ahora, después de haber soportado tres horas de oscuridad desesperante, Cristo clama a Dios por la angustia de su alma.
Seré la primera en decir, después de pasar semanas estudiando, reflexionando y meditando sobre este pasaje, que esto es un misterio. Hay misterio en estas palabras. No hay manera de comprender plenamente la profundidad y el significado de esta cuarta palabra de Jesús desde la cruz.
Esto es lo que sí sabemos: sabemos que estas palabras son una cita del Salmo 22, versículo 1, que dice: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Y luego ese salmo continúa: «¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor? Dios mío, de día clamo, y no respondes, y de noche, pero no hay para mí reposo» (v. 2).
Ahora, parece que Jesús había estado meditando en este salmo durante esas horas de oscuridad mientras estaba colgado en la cruz. Puede ser que haya recitado todo el salmo en su mente. Y si lo ves, es un salmo corto. Jesús conocía las Escrituras.
Hay una tradición que dice que mientras estaba Él en la cruz (no sabemos esto, porque las Escrituras no nos lo dicen), pero que Él pudo haber citado una porción más larga de las Escrituras, comenzando con el Salmo 22 y continuando hasta el Salmo 31, versículo 5, que dice: «En Tu mano encomiendo mi espíritu».
Permítanme animarlas durante la próxima semana, una semana entre ahora y lo que llamamos el Viernes Santo, a leer esos salmos del 22 al 31 durante la próxima semana y meditar en ellos y reflexionar sobre qué fue lo que Jesús pudo haber estado meditando durante aquellas horas en que estuvo colgado en la cruz.
Y quiero asegurarte aquí, entre paréntesis, que Cristo conocía las Escrituras. Las citaba con frecuencia.
- La citó cuando estaba en el desierto siendo tentado.
- La citó cuando respondía preguntas de sus oponentes.
- La citó cuando estaba enseñando Sus disciplinas.
- La citó cuando estaba sufriendo.
- La citó ahora, cuando enfrentaba la parte más profunda e intensa de Su sufrimiento.
Vemos en la vida de Cristo el valor que tiene memorizar y meditar en las Escrituras porque entonces descubrimos que cuando atravesamos tiempos de crisis, esas Escrituras que tenemos escondidas en nuestros corazones nos sostienen. Nos consuelan. Nos indican la dirección correcta. Nos atan a la verdad cuando nuestras emociones y nuestros sentidos nos digan que todo está fuera de control y que el mundo se ha vuelto loco. Pensamos que no podemos aguantar. Si nuestros corazones están atados a la Palabra de Dios, como lo estaba el corazón de Jesús, entonces descubriremos que las Escrituras nos ministran en nuestro tiempo de crisis.
Ahora, observa a quién está dirigida esta oración. Jesús dice: «Dios mío». Ahora, les recordaré que en su primera oración desde la cruz, Él oró: «Padre, perdónalos». Y veremos la próxima semana que en su oración final, Él oró: «¡Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu!»(Lc. 23:46).
Pero en este momento, cuando Sus sufrimientos eran más intensos, no llamó a Dios «Padre». En cambio, clamó: «Dios mío». Esta es la única vez registrada en las Escrituras en la que Jesús se dirigió a Dios como «Dios» en lugar de «Padre». Esto se debe claramente a que en ese momento Él estaba experimentando un profundo sentimiento de alienación y abandono de parte de Su Padre.
La poetisa Elizabeth Barrett Browning lo expresó de esta manera: «El grito de huérfano de Emmanuel ha estremecido a Su universo». El llanto, el grito de huérfano de Emmanuel, del Dios con nosotros, es huérfano, y Su clamor ha estremecido Su universo.
Cuando hablamos de la cruz, especialmente en esta época del año, a menudo nos concentramos en los aspectos psicológicos o fisiológicos de lo que Jesús sufrió, pero quiero recordarnos que la crucifixión era común en la época romana.
Leí recientemente que aproximadamente 30,000 personas cada año eran ejecutadas por crucifixión en ese tiempo, por lo que hubo otras (30,000 personas solo ese año) que sufrieron un dolor físico igual o mayor, fuera merecido o no. Tan horrendo como fue el sufrimiento físico que Jesús soportó, ese sufrimiento no se compara con el sufrimiento espiritual. Y es ese sufrimiento lo que hace que Jesús sea incomparable.
Otros han sufrido físicamente, quizá no muchos otros a lo largo del tiempo y quizá la mayoría de nosotras nunca sufriremos físicamente hasta ese punto, pero es posible. Sin embargo, nadie jamás ha sufrido de la forma en que Él lo hizo espiritualmente, y en lo que vemos expresado en esta palabra desde la cruz. ¿Cuál fue la naturaleza de este sufrimiento? Fue la separación de Su Padre, de quien Él nunca, desde toda la eternidad pasada, jamás había experimentado un solo segundo de separación.
Lo vimos anteriormente en esta serie cuando estudiamos la preexistencia eterna de Cristo, y leímos en Proverbios capítulo 8 donde Él dice: «Siempre estuve con Él, cada día a Su lado». Él nunca había sido separado de Su Padre. Él siempre había hecho solo la voluntad de Su Padre, y ahora esa comunión se había roto.
Hay una brecha que Él nunca antes había experimentado. Nunca antes su Padre había estado lejos de Él ni se había hecho oídos sordos. Jesús había sido abandonado por otros. Había sido abandonado por Sus propios discípulos, pero nunca, jamás, por Su Padre, hasta este momento.
Hasta este momento, cuando otros lo habían malinterpretado o abandonado, Él siempre había dependido de la cercanía y el compañerismo con Su Padre. Allí es donde Él correría. Allí encontraba refugio. Pero ahora ese refugio ya no estaba disponible para Él.
Otros podrían reclamar en sus tiempos de sufrimiento la promesa del Salmo 27, versículo 10: «Porque aunque mi padre y mi madre me hayan abandonado, El Señor me recogerá», pero a Jesús se le negó esa provisión que estaba disponible para todos los demás. En este momento está completamente solo y abandonado.
Permítanme decir, aquí entre paréntesis, que lamentamos tanto sufrimiento y abuso físico y emocional hay en este mundo, y eso debería preocuparnos. Pero quiero que recordemos que, el mayor sufrimiento que cualquier ser humano jamás experimentará aquí o en la eternidad es estar separado de Dios, estar separado de Dios por toda la eternidad. Es mucho mayor que cualquier necesidad física.
Así que mientras nos preocupamos por las necesidades físicas, emocionales y psicológicas de las personas, mientras nos preocupamos por la injusticia en este mundo (como deberíamos estarlo), recordemos que para un alma estar eternamente separada de Dios ese es el mayor tormento que se puede sufrir.
Por eso se nos ha encomendado compartir las buenas nuevas, el evangelio, con personas, para que no tengan que estar separadas de Dios por la eternidad, porque Cristo soportó esa separación por nosotros.
Así que Cristo está soportando esta angustia, este tormento, este sufrimiento indescriptibles y separado de Su Padre y, en este clamor angustiado, también escuchamos resonar una declaración inquebrantable de fe cuando Él dice: «Dios mío, Dios mío», Dios mío. Hay una intensidad allí cuando Él usa ese nombre El, el nombre de Dios que enfatiza el poder y la fuerza de Dios.
En medio de Su agonía, al experimentar la separación de Su Padre, Jesús todavía clama a Dios. El rostro del Padre ha sido eclipsado, sí; pero Jesús sabe que Dios todavía está ahí y que Dios tiene el poder para guiarlo a través de esta experiencia. Él sigue confiado, aunque parece todo lo contrario. Él todavía confía en que Él es «mi Dios».
Entonces es un clamor de angustia, sí, pero no un clamor de desconfianza. O como dijo un comentarista: «Un clamor de dependencia, pero no uno de desilusión».
Como dijo Charles Spurgeon: «Oh, si pudiéramos imitar este apego al Dios que me aflige». Confiar en Dios y aferrarte a Él y aferrarte a Él cuando no puedes ver, cuando no puedes oír, cuando no tienes base para saber en tus emociones que Él está ahí, aférrate a este Dios que aflige.
Entonces, incluso cuando Jesús clama con angustia, pena y dolor: «¿Por qué?». Y al mismo tiempo, no duda ni por un momento de la realidad o la bondad de Dios, incluso cuando Dios está castigando a Su Hijo por pecados que Él no cometió.
Ahora, la respuesta a esta pregunta: «¿Por qué me has abandonado?», se encuentra, nuevamente, en el Salmo 22, que es el pasaje que Jesús estaba citando. Les leí anteriormente los dos primeros versículos: «¿Por qué me has abandonado? ¿Por qué estás tan lejos? ¿Por qué no respondes?». Pero el versículo 3 nos da la respuesta.
Versículo 3, del Salmo 22: «Sin embargo, Tú eres santo». Santo: Dios es santo. Y en la cruz, Cristo llevó nuestro pecado. Eso fue lo que hizo que Él fuera separado del Dios santo.
Isaías 53, en el versículo 6: «Pero el Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros». Él no solo cargó con nuestro pecado, sino que realmente se hizo pecado por nosotros de una manera que no podemos comprender, pero las Escrituras nos dicen que es verdad.
Segunda de Corintios capítulo 5, versículo 21, dice: «Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él». ¡Oh, qué increíble intercambio!
Entonces, como portador del pecado, como Aquel que se hizo pecado por nosotros, Él fue separado de Su Padre, mientras experimentaba las consecuencias que merecíamos por nuestro pecado, y mientras Él bebía la copa llena de la ira de Dios.
Robert Murray M’Cheyne dice: «Del pan partido y del vino derramado parece surgir el grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” [¿La respuesta?] ¡Por mí, por mí!».2
Quiero hacer una pausa aquí y sé que hay mujeres que me escuchan, que han escuchado y que conocen estas cosas desde que tienen uso de razón, al igual que yo. Pero el peligro es que perdamos la maravilla de lo que significa todo esto: por qué lo hizo; qué hizo.
Así vivimos una Semana Santa (una Semana de la Pasión) tras otra, como lo haremos la próxima semana. Sí, intentamos sentirlo un poco, pero no entendemos el peso de lo que significa que Él hizo esto por mí. Por eso fue separado de Su Padre. Por eso fue abandonado por Su Padre, por mí. ¡Oh Señor, restaura nuestro sentido de asombro!
Hay quienes dirían que en ese momento Jesús no fue realmente abandonado, que simplemente se sintió abandonado en esos momentos. A lo que digo: «¡No, no, no!». Jesús no solo se sintió abandonado: fue abandonado por su Padre. Él tuvo que ser abandonado para poder redimirnos de nuestros pecados. La comunión y la intimidad con Dios tenía que romperse porque Dios lo estaba juzgando y rechazando como nosotros merecíamos ser juzgados y rechazados por nuestro pecado.
De hecho, a veces oímos decir, y yo misma lo he dicho, que el Padre apartó Su rostro del Hijo. Déjame darte una pequeña advertencia sobre esa frase. Decir esa frase podría sugerir que Dios participó de forma pasiva en el juicio de nuestro pecado sobre Cristo, pero nada podría estar más lejos de la verdad.
Sabemos, por ejemplo, que las Escrituras nos dicen que agradó al Padre quebrantar a Su Hijo y darle muerte (ver Isaías 53:10). Eso no suena como una participación pasiva. 2.ª Corintios, capítulo 5, dice que el Padre imputó nuestro pecado sobre Su Hijo (ver v. 21). Gálatas 3 dice que el Padre ejecutó sobre Su Hijo la maldición que merecíamos nosotros (véanse los versículos 10-13).
Nada de eso tiene el tono pasivo que podría sugerir el hecho de que el Padre apartó Su rostro del Hijo. Más bien, la imagen que tenemos en las Escrituras es una imagen activa del Padre, intencional, directa y atentamente involucrado en la imputación de nuestro pecado sobre Su Hijo y en la ejecución del juicio que nosotros merecíamos sobre Su Hijo.
Entonces, cuando el Hijo clama: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», Él realmente siente el peso de este pecado imputado y de este juicio divino. En última instancia, no fueron los romanos ni los judíos quienes mataron a Jesús. Al final, fue Dios quien hizo morir a su propio Hijo.
Y ese abandono por el que clamó en esta palabra no fue simplemente un alejamiento del Hijo, sino todo lo contrario: fue un volverse hacia el Hijo y contra el Hijo en un derramamiento hostil de condenación sobre nuestro pecado en Su Hijo.
Y, sin embargo, al mismo tiempo, irónicamente, el Padre nunca habría estado tan complacido con Su Hijo como lo estuvo en este momento de Su abandono. ¿No es así? Aquí estaba la prueba suprema de fe, el acto máximo de obediencia. El Hijo había cumplido exactamente lo que el Padre le envió a hacer. De modo que el abandono que Jesús sintió también debe haber estado acompañado de un profundo sentimiento de satisfacción de saber que estaba haciendo la voluntad del Padre y que el Padre estaría complacido con el sacrificio.«Quien por el gozo puesto delante de Él, soportó la cruz».
Ahora sabemos que Jesús no fue abandonado para siempre, ¡gracias a Dios! Poco después de decir estas palabras, entregó Su espíritu en las manos de Dios y tomo Su último aliento. La comunión con Dios se había roto. Él había soportado la ira del Padre.
El precio del pecado ya estaba pagado. Ahora se podría restablecer la comunión, y pronto Él resucitaría de entre los muertos, ascendería al cielo y estaría a la diestra del Padre. Esa comunión iba a ser restaurada.
J.C. Ryle dice:
«No podemos tener prueba más fuerte de la pecaminosidad del pecado o de la naturaleza vicaria de los sufrimientos de Cristo, que Su clamor: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Es un clamor que debería incitarnos a odiar el pecado y animarnos a confiar en Cristo, a huir en busca de misericordia hacia aquel que soportó la ira de Dios, el juicio de Dios contra nuestro pecado».3
El fue abandonado por Dios a causa de nuestros pecados, y si hemos confiado en Él como nuestro sustituto, quien llevó nuestros pecados, la verdad es que tú y yo nunca seremos verdaderamente abandonadas. Podemos sentir que lo somos; podemos pensar que lo somos, pero nunca seremos verdaderamente abandonadas porque Él fue abandonado por nosotros.
Entonces, «Aunque pase por el valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo» (Sal. 23:4). Ahí no hay abandono.
Él dijo: «Nunca te dejaré ni te desampararé», de manera que decimos confiadamente: «El Señor es el que me ayuda; no temeré», es decir, nunca, jamás, jamás estaré desamparada (Heb. 13:5-6).
Así que cantamos:
«Profundo es el amor de Dios
Tan vasto y sin medida
Pues a su Hijo entregó
A cambio de un perdido». 4
Gracias, gracias, gracias, Señor. Amén.
Débora: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Nancy DeMoss Wolgemuth ha profundizado en esta frase pronunciada por Jesús en la cruz. El mensaje de hoy es parte de la serie «Incomparable», que es el título de su libro más reciente.
Si te perdiste alguno de los episodios de esta serie, puedes encontrarlos en AvivaNuestrosCorazones.com o a través de la aplicación de Aviva Nuestros Corazones, desde la app puedes escuchar el audio o descargar el episodio y escucharlo cuando quieras. Ha sido una serie rica, que podría impactar grandemente tu adoración y agradecimiento en esta Pascua.
Mujer: «Realmente no sé qué sería mi vida hoy sin las enseñanzas de la Palabra que he aprendido a través de Aviva Nuestros Corazones. Cada serie, cada episodio tiene algo para mi alma. Este ministerio es una gran bendición para mi vida espiritual».
Débora: Este comentario de una mujer representa tantos que escuchamos día tras día. Es por eso que nos apasiona nuestra misión de brindar una rica enseñanza bíblica a mujeres de todo el mundo en todas las edades y etapas de la vida. Pero no podemos hacerlo sin tu apoyo. Queremos animarte a que te unas al equipo de colaboradoras mensuales de Aviva Nuestros Corazones. Ellas son amigas que invierten 20 dólares o más por mes para ayudar a las mujeres a prosperar en Cristo: sus amigos, sus vecinos, sus hijas, hermanas y madres.
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«Tengo sed». Parece una petición sencilla, pero cuando Jesús pronunció estas palabras en la cruz, fue una declaración profunda. Nancy DeMoss Wolgemuth te mostrará por qué la sed de Cristo es tan significativa en el próximo episodio de Aviva Nuestros Corazones. ¡Te esperamos!
Llamando a las mujeres a libertad, plenitud y abundancia en Cristo, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
1 The Life and Times of Jesus the Messiah, Alfred Edersheim. (Hendrickson Publishers, 1993).
2 Sermón titulado, «Dios mío, Dios mío», Robert Murray M'Cheyne.
3 Comentario de Mateo, J.C. Ryle
4 Profundo es el amor de Dios, Stuart Towned
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