Por qué la gracia es tan sublime
Annamarie Sauter: Si piensas en un himno que pudieras cantar hoy, 1 de enero, ¿cuál sería? Nancy DeMoss de Wolgemuth nos trae una historia que tuvo lugar un día de Año Nuevo.
Nancy DeMoss de Wolgemuth: El 1 de enero de 1773 fue un viernes, y una pequeña congregación en un pequeño poblado como a 63 km al norte de Londres, Inglaterra, se reunió para el servicio de Año Nuevo.
Durante ese servicio el pastor les presentó un himno que él había escrito especialmente para la ocasión. El título que le dio en ese día no es particularmente memorable, lo llamó, «Revisión de la fe y esperanza»... ¿Habrá alguien que nos escucha, que encuentra ese título familiar? ¿Tal vez lo cantaste en la iglesia el domingo pasado?
La letra se ha mantenido a través de los años y probablemente se ha convertido en uno de los himnos más conocidos en …
Annamarie Sauter: Si piensas en un himno que pudieras cantar hoy, 1 de enero, ¿cuál sería? Nancy DeMoss de Wolgemuth nos trae una historia que tuvo lugar un día de Año Nuevo.
Nancy DeMoss de Wolgemuth: El 1 de enero de 1773 fue un viernes, y una pequeña congregación en un pequeño poblado como a 63 km al norte de Londres, Inglaterra, se reunió para el servicio de Año Nuevo.
Durante ese servicio el pastor les presentó un himno que él había escrito especialmente para la ocasión. El título que le dio en ese día no es particularmente memorable, lo llamó, «Revisión de la fe y esperanza»... ¿Habrá alguien que nos escucha, que encuentra ese título familiar? ¿Tal vez lo cantaste en la iglesia el domingo pasado?
La letra se ha mantenido a través de los años y probablemente se ha convertido en uno de los himnos más conocidos en el mundo. Hoy lo conocemos con un título diferente, que corresponde a su primera línea:
Sublime gracia del Señor
Sublime gracia del Señor,
Que a un infeliz salvó.
Fui ciego mas hoy veo yo,
Perdido y Él me halló.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss de Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Quizás tú has pensado, «todos pecamos un poco, pero la mayoría de personas son buenas por naturaleza», o «los pequeños pecados no merecen condenación». Hoy, en este día de Año Nuevo, Nancy nos ayudará a evaluar esa forma de pensar, y nos recordará que …
Nancy: La gracia de Dios nunca te parecerá verdaderamente sublime si no te has visto a ti misma como una infeliz perdida y ciega.
Annamarie: Este es el primer mensaje en la serie titulada, «Sublime Gracia».
Nancy: El pastor que escribió este himno para su congregación para el servicio de Año Nuevo fue? John Newton; y la letra era una autobiografía. Es el testimonio personal –la travesía espiritual– del hombre que lo escribió… un hombre que había experimentado la sublime gracia de Dios personalmente.
Newton nació en Londres en 1725. Era hijo único. Su madre murió de tuberculosis dos semanas antes de que él cumpliera siete años. Ella era una mujer piadosa y lo llevó a la iglesia, le enseñó las Escrituras y le enseñó acerca del Señor.
Pero después de su muerte, John fue enviado a un internado por dos años, y luego fue a vivir con la nueva esposa de su padre. Su padre era un capitán de barco. Era un hombre severo, y menos religioso que la madre de John.
Cuando John cumplió once años, comenzó a acompañar a su padre en sus travesías por el mar. Pronto comenzó a sentirse a gusto con el vocabulario rudo y el estilo de vida de los marineros. John vivió una vida salvaje, descuidada y libertina y finalmente terminó sirviendo en un barco de esclavos.
Él no se llevaba bien con algunos miembros de la tripulación, por lo que lo abandonaron en el oeste de África con un traficante de esclavos, donde terminó en una situación de abuso cruel, siendo él mismo tratado como un esclavo. Finalmente, el padre de John envió a un amigo a rescatarlo en un barco de carga llamado, El Greyhound.
En el viaje a casa, El Greyhound se encontró en una terrible tormenta lejos de la costa de Irlanda en la que el barco apenas sobrevivió. Cuando se había perdido toda esperanza, en un momento de desesperación, John Newton clamó, «Señor, ¡ten misericordia de nosotros!»
Ahora, él era un marinero malhablado y malo a quien no le importaba nada acerca de Dios, pero años antes, él había oído acerca del Señor en el regazo de su madre. «Señor, ¡ten misericordia de nosotros!» Cuando él clamó, aparentemente algo de la carga se movió y tapó el agujero del barco por donde se había estado metiendo el agua.
La tormenta finalmente disminuyó, y todos los que iban a bordo sobrevivieron. Ese día de marzo de 1748, fue un momento crucial en la vida de John Newton. No fue el día en que él se convirtió, pero fue el principio de un proceso, de una progresión que lo llevó a ese punto.
En ese tiempo él tenía veintidós años y comenzó una travesía que lo llevaría a convertirse a Cristo y en una transformación gradual de su vida durante la próxima década.
Ahora bien, nos gustan los testimonios y las historias que son prolijas y ordenadas. Dios te salva y todo se arregla y tú renuncias a todo aquello en lo cual nunca debiste involucrarte. Pero no fue así con John Newton, y en ocasiones, tampoco es así con nosotras.
Él no renunció inmediatamente al tráfico de esclavos, por varias razones –creo que una de ellas es que la esclavitud era una práctica ampliamente aceptada en el siglo XVIII. Todo el mundo pensaba que estaba bien. La conciencia pública no se había dado cuenta aún de la maldad, de la perversidad de la esclavitud.
Después de este punto, John, de hecho, se convirtió en el capitán de un barco de esclavos. La manera en que yo siempre había oído esta historia es que, él era capitán de un barco de esclavos, y luego fue salvo, y luego escribió «Sublime Gracia»…y punto, fin de la historia. Sin embargo, no sucedió en ese orden.
John conoció a Jesús como su Salvador, y mientras estaba en el proceso de transformar su mente, se convirtió en el capitán del barco. Bueno, y comenzó a insistir por un trato más humano para los esclavos.
Finalmente, debido a una enfermedad (digamos que fue la mano de Dios obrando) tuvo que dejar ese negocio, el tráfico de esclavos. Con el tiempo, la gracia de Dios comenzó a abrir sus ojos a la maldad de la esclavitud, y comenzó a hablar y a exponer la verdad y las perversidades del tráfico de esclavos.
Como creyente relativamente joven, Newton fue influenciado por gente como John Wesley y George Whitefield. Ellos lo influenciaron, le enseñaron. Aprendió doctrina. Y finalmente se convirtió en el pastor de una pequeña iglesia en la población de Olney, donde sirvió por quince años antes de irse a Londres a pastorear una iglesia por veintiocho años, hasta su muerte en 1807.
En el mismo año en que murió, William Wilberforce logró pasar un proyecto de ley en el Parlamento que abolía la esclavitud a través de todo el Imperio Británico. Años antes, Newton había convencido a Wilberforce a quedarse en la política cuando Wilberforce quería tirar la toalla y salir de ese ambiente.
Newton había alentado a Wilberforce en su lucha contra el tráfico de esclavos –lo había apoyado en eso. Así es que Newton tuvo parte –el que había sido antes traficante de esclavos y capitán de un barco de esclavos– de hecho terminó influenciando a Wilberforce, que fue uno de los que tenazmente perseveró hasta que fue aprobada la ley que prohibía la esclavitud en el Imperio Británico.
Más adelante en su vida, John Newton escribió: «Esto siempre será objeto de una humillante reflexión para mí, que yo era un activo instrumento en un negocio en el cual ahora mi corazón se estremece».
¿Habrá algo en tu vida que puedas describir de manera parecida, «un tema de reflexión humillante», por el cual ahora tu corazón se estremece con solo pensar en lo que hiciste? Tal vez fue en el área de inmoralidad, perversión, pornografía, un aborto, tal vez promoviste el aborto para los demás. Quiero decir, solo considera lo que pueda ser.
Luego conoces a Jesús, has dejado esa vida atrás, pero tu corazón ahora se estremece con solo hacer esta «reflexión humillante» de lo que hiciste antes de conocer a Cristo.
Y antes que aquellas de nosotras que conocimos a Jesús en una edad temprana y fuimos criadas en una familia o en un estilo de vida que no nos permitieron esas cosas, antes de que nos sintamos muy santas, ¡recordemos que cualquiera de nosotras pudo haber cometido esos pecados si no hubiera sido por la mano preservadora y el cuidado de Dios que nos lo impidió!
Quizás te preguntes: «¿Por qué Dios no me guardó? ¿Por qué Dios no guardó a John Newton de aquellas cosas?» Había una historia que Dios estaba escribiendo, y en la sabiduría y la soberanía de Dios, Él escribió esa historia a partir de esas «reflexiones humillantes» que Newton tenía cuando pensaba sobre su pasado.
Newton nunca olvidó las maneras horribles en que él pecó contra Dios, y contra otros, antes de que su vida fuera transformada por el evangelio; pero pudo experimentar libertad de la culpa y de la vergüenza de su pasado, ¡gracias a la sublime gracia de Dios!
Él nunca olvidó la maravilla de esa sublime gracia. Siempre tuvo un profundo remordimiento por lo grande de su pecado, ¡pero también tuvo un gozo profundo por la grandeza de la gracia de Dios!
Pienso en mi papá así como pienso de John Newton. Sus tipos de pecados fueron diferentes, pero antes de venir a Cristo por la fe, mi papá fue un hombre pródigo, salvaje, libertino, despilfarrador, irresponsable, rebelde, y cosechó mucho fruto salvaje.
No lo conocí en esos años. Él no se casó con mi mamá y empezó una familia sino hasta después de que se convirtió, pero cuando nos hablaba de esos años se ponía sensible.
Era triste para él reflexionar acerca de dónde había estado en su vida, el daño que había causado y las relaciones que había roto antes de que la gracia sublime de Dios lo encontrara. Él se lamentaba por todo eso, pero no vivía esclavizado a la vergüenza o a la culpa por su vida pasada. Él recibió agradecido la sublime gracia de Dios ¡y nunca dejó de maravillarse por el hecho de que Dios lo hubiera salvado!
De hecho, uno de sus versículos favoritos era el Salmo 34 en el versículo 6, donde dice: «Este pobre clamó, y el Señor le oyó, y lo salvó de todas sus angustias». Él se veía a sí mismo como un hombre sin esperanza y desamparado fuera de la gracia de Dios… ¡pero que había sido rescatado por esa misma gracia de Dios!
Mi padre no era un hombre muy emotivo, pero una de las veces en que sabías que verías lágrimas en sus ojos era cuando hablaba y volvía a contar esa historia de cómo Cristo lo había encontrado, de cómo Cristo lo había salvado años antes.
Era algo tan tierno y sensible para él. ¡No podía dejar de asombrarse de que Dios lo hubiese salvado!
Ahora, algunas de nosotras no hemos conocido otra cosa que la sublime gracia de Dios. Nunca escuché ninguna otra cosa que el evangelio desde que estaba, pues, en el vientre de mi mama. ¡De verdad! ¡He asistido a la iglesia desde los nueve meses antes de nacer! Así que es fácil para nosotras olvidar o no tener una comprensión consciente de cuánto nos ha librado Dios.
Aunque de dónde Dios nos ha librado no es de actos o pecados tan horribles que pudiéramos haber cometido, o como los que otros han cometido. No, es de ese corazón que estaba en contra de Dios, y que era rebelde en contra de Dios y que quería hacer las cosas a su manera, y eso ya de por sí, merecía la ira y el juicio de Dios.
De eso Dios me salvó a los cuatro años de edad. Y es de eso que Él te salvó a la edad que haya sido. Y no quiero nunca olvidarme de ello. No quiero nunca perder ese sentido de asombro ante el hecho de que Dios me haya salvado –¡la grandeza de mi pecado y la grandeza de la gracia de Dios!
Así que, en esa primera estrofa él habla de la gracia de Dios, ese dulce sonido de la gracia que «a un infeliz salvó...salvó a un pecador como yo». Newton entendía que era un vil pecador, un infeliz, separado de Dios, completamente incapaz de cambiar su vida o de ser salvo a no ser por la intervención divina. Él no podía salvarse a sí mismo.
Ahora, algunas en nuestra era sofisticada se oponen a ese tipo de vocabulario. «Esta es la era de la autoestima, y ¿tú estás llamando infelices a las personas? ¿Qué es lo que le estás haciendo a su autoestima? Vas a destruirlas, ¡pobres criaturas!»
Suena como a odio hacia uno mismo. En nuestros días no resulta popular hablar de la pecaminosidad del hombre, llamarnos ciegas a nosotras mismas, infelices, perdidas, porque hacemos demasiado hincapié en nuestra propia autoestima y la «bondad innata del ser humano».
Puedes oír de esto entre políticos, líderes mundiales, celebridades famosas y personas muy conocidas que hablan de la bondad innata del hombre. «Si las personas supieran más, se conducirían mejor, harían las cosas mejor. Tenemos que educarlas, tenemos que darles más oportunidades. Su problema no es el pecado, su problema es la pobreza. Su problema no es el pecado, su problema es lo que otros les han hecho».
Y con esa forma de pensar, creemos que podemos salir adelante sin la ayuda de nadie. Si tan solo tenemos la determinación y la voluntad suficientes para hacer el esfuerzo, podemos vencer todo obstáculo para salvarnos a nosotras mismas.
Es por eso que algunas versiones modernas de este himno han reescrito la segunda línea. En lugar de decir, «que a un infeliz salvó, en algunos himnarios puede leerse, «que me salvó y me fortaleció» o «que salvó un alma como la mía» o «que me salvó y me liberó».
Ahora bien, todos estos también son sentimientos nobles, pero hay algo realmente precioso en el pensamiento de que Él salvó a una infeliz como yo. Y nuevamente, para aquellas de nosotras que conocimos a Jesús a una edad temprana, es importante que consideremos este asunto, porque fácilmente no tenemos un sentido de nuestra depravación total, fuera de la gracia salvadora de Cristo.
Mi padre tenía una percepción de eso. John Newton tenía una percepción de eso, porque había sido capitán de un barco traficante de esclavos…¡por favor!, y mi padre había estado en relaciones rotas, era un apostador y estaba involucrado en un montón de actividades pecaminosas de todo tipo.
Pero para aquellas de nosotras que nunca hicimos ese tipo de cosas, que nunca tuvimos una aventura amorosa, nunca miramos pornografía, nunca nos hemos practicado un aborto, nunca nos involucramos en el tráfico de esclavos…¿qué es lo que tenemos para que la gracia sea tan sublime?
Quiero que me escuches con cuidado, si no estás consciente de la grandeza de tu pecado delante de un Dios santo, nunca te sentirás maravillada por la grandeza de Su gracia. El Nuevo Testamento no será una «buena noticia» si no has leído el Antiguo Testamento, y si no has experimentado la maldición, la justa ira de Dios y Su juicio contra el pecado y los pecadores.
Cuando lo has experimentado así, llegas al final del libro de Malaquías, al último versículo del Antiguo Testamento, y habla de una maldición que viene sobre la tierra y la pecaminosidad del hombre. Entonces llegas al Evangelio de Mateo, el evangelio de Jesucristo, el Hijo de David, y dices, «¡guau! ¡Esta sí que es una buena noticia!» ¿Por qué? ¡Porque entendemos que tenemos algo por lo que necesitamos ser salvadas!
Si piensas que eres una buena persona, de bondad innata, que haces todo bien…si tienes todo tipo de autoestima y una gran imagen de ti misma, ¿para qué necesitarías a Jesús? ¿Para qué necesitarías de la gracia?
Por eso es importante que estudiemos la doctrina bíblica del pecado, la pecaminosidad del hombre y lo que significa; que desde el vientre estamos inclinadas a ir en contra de Dios. Hoy en día muchos no pueden o no quieren reconocer la profundidad o el alcance de nuestra pecaminosidad, de nuestra depravación.
La gracia de Dios nunca te parecerá verdaderamente sublime si no te has visto a ti misma como una infeliz perdida y ciega. De hecho, el apóstol Juan en el libro de Apocalipsis habla sobre aquellos que creen que hacen todo bien, comparándose con todos esos otros pecadores allá afuera.
Él dice, «¡estás ciego! Piensas que puedes ver, crees que estás bien vestido, crees que eres rico. ¡No te das cuenta que eres ciego, pobre, infeliz, desnudo y miserable! ¡No ves tu verdadera condición!» (Ver Apoc. 3:17).
No es sino hasta que vemos nuestra verdadera condición, y continuamos pidiendo a Dios que nos la muestre, que veremos las sublimes riquezas de Su misericordia y Su gracia.
Bueno, como vemos en la vida de John Newton, ¡podemos ver que la gracia de Dios puede salvar a cualquiera! La gracia de Dios me salvó; la gracia de Dios te salvó a ti.
Nunca hubiésemos sido salvadas, nunca hubiésemos querido conocer a Dios, nunca hubiésemos venido a Él, nunca hubiésemos clamado a Él por misericordia, nunca nos hubiésemos arrepentido de nuestros pecados. Nunca habríamos puesto nuestra fe en Cristo si Dios no nos hubiera alcanzado para acercarnos a Él, si Él no nos hubiera llamado a salir del reino de las tinieblas al reino de luz.
Si Él no hubiese tomado la iniciativa y nos hubiera otorgado Su gracia, nunca hubiéramos creído. ¡Esa es la sublime gracia! La gracia de Dios puede salvarme. Puede salvarte a ti. Y la gracia de Dios puede salvar a ese hijo o hija, a esa pareja, ese padre, ese compañero de trabajo, ese vecino, ese amigo, que parece tan perdido.
No sé porqué decimos cosas como, «esa persona está verdaderamente perdida». Escucha, si no tienes a Jesús, estás verdaderamente perdida, sea que te sientes en la primera fila de la iglesia cada domingo, o que estés emborrachándote en algún bar del vecindario. ¡Estás verdaderamente perdida si no tienes a Jesús! ¡La gracia de Dios puede salvar a cualquiera!
Hay otro himno de Newton; no es tan conocido, pero es uno muy hermoso. También está publicado en ese himnario, el himnario de Olney donde «Sublime Gracia» se publicó por primera vez. Permíteme leerlo.
Las palabras son un poco antiguas, arcaicas, y tienes que escucharlas con mucho cuidado. Si no entiendes algo o si estás escuchando esta emisión por primera vez, te animo a que vayas a AvivaNuestrosCorazones.com y leas las palabras en la transcripción de hoy, para que puedas meditar en ellas. Es un testimonio hermoso de John Newton que habla del poder de Dios para salvar a cualquiera. Él dice:
Por mucho tiempo, me deleité en la maldad
Imperturbable ante la vergüenza o el temor;
Hasta que un nuevo objeto impactó mi vista,
Y detuvo mi feroz carrera.
¿Cuál era esta carrera feroz? ¡El tráfico de esclavos! Él nunca hubiera podido detenerse –y se deleitaba en la maldad– hasta que «algo impactó su vista y lo detuvo de su feroz carrera». ¿Qué era esa nueva vista, ese «nuevo objeto que impactó su vista»?
Él dijo:
Vi a alguien colgado en un madero,
En agonía y ensangrentado;
Que fijó su mirada lánguida sobre mí,
Mientras me paraba cerca de Su cruz.
Hasta mi último respiro
Jamás olvidaré esa mirada:
Parecía acusarme de su muerte,
Aunque no habló ni una palabra.
Mi conciencia sintió y cayó bajo la culpa
Y me sumió en la desesperación;
Vi que mis pecados habían sido salpicados por Su sangre
Y habían ayudado a clavarlo ahí.
Y yo no sabía lo que había hecho,
Pero ahora mis lágrimas son en vano:
¿Hacia dónde correrá a esconderse mi alma estremecida?
Pues yo he asesinado al Señor.
Me miró nuevamente, y sus ojos dijeron:
«Te perdono libremente.
esta sangre tu rescate pagó.
Moriré así tú puedes vivir».
Así, aunque su muerte exhibió mi pecado,
en sus tonos más oscuros,
Tan grande es el misterio de la gracia
que sella también mi perdón.
Ves, su muerte despliega, expone la maldad de mi pecado, pero también muestra la grandeza de Su gracia, ¡y sella mi perdón! Y luego en la última estrofa, escribió:
Con grato dolor y lúgubre alegría,
mi espíritu está ahora lleno.
Piensa en eso: «grato dolor», estoy triste por mis pecados, pero estoy agradecida por Su gracia. En esta «lúgubre alegría», estoy gozosa por Su gracia, pero afligida por cuánto le costó a Él.
Tal vida destruí,
y ahora vivimos por Aquel que asesinamos.
(En la maldad por un tiempo me deleité - John Newton)
¿Puedes ver el testimonio allí? En realidad ese testimonio pudiera ser el de cualquiera de nosotras. Quizás no hayamos hecho exactamente lo que hizo John Newton, pero esa es la transacción que se llevó a cabo en la cruz, al darme cuenta que ¡fue mi pecado el que lo puso ahí!
Eso podría llevarnos a la desesperación, si Él no nos mirara y dijera, «esto es por ti. Mi sangre es derramada por muchos –por ti– para remisión, para el perdón de pecados. Y nos afligimos de haber «destruido tal vida» y sin embargo tenemos este gozo, de que «vivimos por Aquel que asesinamos».
Cuando John Newton tenía ochenta y dos años de edad, tan solo unos meses antes de morir, le dijo a un amigo estas palabras famosas:
Casi nada queda de mi memoria, pero recuerdo dos cosas, ¡que soy un gran pecador y que Cristo es un gran Salvador!
Esas son dos cosas que vas a querer recordar cuando llegues al final de tu vida. Nunca querrás olvidar, yo nunca quisiera olvidar, que soy una gran pecadora… ¡pero tampoco quisiera olvidar que Cristo es un gran Salvador!
Si pierdes la cordura y pierdes la memoria y te olvidas de todo lo demás, pídele a Dios que te ayude a recordar esas dos cosas.
Hace algunos años tuve la oportunidad de visitar la población de Olney en Inglaterra, casi a 63 km al sur de Londres, donde John Newton escribió «Sublime Gracia». Fue una experiencia conmovedora visitar la tumba de Newton en el cementerio detrás de la iglesia, en un rincón, cerca de una pared de piedra.
Hay un epitafio tallado atrás de esa piedra. Newton mismo escribió esas palabras, y esto es lo que dice:
«John Newton, clérigo, alguna vez un impío y libertino, un siervo de esclavos en África, que por la abundante gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, fue preservado, restaurado, perdonado, y escogido para predicar la fe que él tanto había trabajado para destruir».
¡Sublime Gracia!
Quizás tengas algo, o algunas cosas en tu pasado que te llenan de vergüenza con solo pensar acerca de ellas. Piensa en John Newton y en cómo la gracia de Dios escogió a ese hombre cuando él no estaba buscando a Jesús, ni estaba consciente de su necesidad de Cristo.
Pero Dios le mostró su necesidad, le preservó, le restauró, le perdonó y le escogió para predicar la fe que él tanto había buscado destruir.
¡Oh Padre! cuánto ruego que nos hagas conscientes de nuestro gran pecado y de tu abundante gracia, ¡gracia que es más abundante que todo nuestro pecado! Te lo ruego en el nombre de Cristo, amén.
Annamarie: Nancy DeMoss de Wolgemuth nos ha dado el contexto de uno de nuestros himnos más conocidos, y nos ha recordado que todas somos pecadoras en necesidad de esa «sublime gracia». Si conoces a alguien que se beneficiará de este programa, puedes compartirle en enlace tanto del audio como de la transcripción, a través de nuestro sitio web, AvivaNuestrosCorazones.com.
Este sitio web, este programa y muchos otros recursos son posibles gracias a todos aquellos que nos apoyaron con sus ofrendas y donaciones mensuales el año pasado. Así que gracias, ¡gracias por ayudarnos a llevar la verdadera esperanza a miles de mujeres alrededor del mundo!
Mañana, Nancy estará de regreso para revelarnos más del trasfondo del himno «Sublime Gracia», pero más importante aún, te ayudará a ver si tú estás experimentando esa gracia por ti misma. No te pierdas ese próximo programa, aquí en Aviva Nuestros Corazones.
Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss de Wolgemuth, un ministerio que tú has hecho posible con tu apoyo, es un ministerio de alcance de Life Action Ministries.
Todas las Escrituras son tomadas de La Biblia de las Américas a menos que se indique lo contrario.
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