Pensando en los demás como superiores a ti
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth nos trae un dato histórico interesante que nos ayuda a considerar lo que es el verdadero servicio.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Durante la Revolución Americana, la historia cuenta de un hombre vestido de civil que viajaba junto a un grupo de soldados que estaban fuera reparando una pequeña barrera de defensa. El líder de este grupo de soldados estaba gritando instrucciones, pero él no hacía ningún esfuerzo para ayudar a los soldados.
Así que cuando el hombre sobre el caballo le preguntó al líder por qué no estaba ayudando, él respondió con gran dignidad: «Soy un cabo».
Bueno, el desconocido se disculpó. Se bajó de su caballo, y él procedió a ayudar a los soldados exhaustos. Luego, cuando el trabajo estaba hecho, se volvió hacia el cabo y le dijo: «Cabo, la próxima vez que usted tenga un trabajo como este y no haya suficientes hombres para …
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth nos trae un dato histórico interesante que nos ayuda a considerar lo que es el verdadero servicio.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Durante la Revolución Americana, la historia cuenta de un hombre vestido de civil que viajaba junto a un grupo de soldados que estaban fuera reparando una pequeña barrera de defensa. El líder de este grupo de soldados estaba gritando instrucciones, pero él no hacía ningún esfuerzo para ayudar a los soldados.
Así que cuando el hombre sobre el caballo le preguntó al líder por qué no estaba ayudando, él respondió con gran dignidad: «Soy un cabo».
Bueno, el desconocido se disculpó. Se bajó de su caballo, y él procedió a ayudar a los soldados exhaustos. Luego, cuando el trabajo estaba hecho, se volvió hacia el cabo y le dijo: «Cabo, la próxima vez que usted tenga un trabajo como este y no haya suficientes hombres para hacerlo, vaya a su comandante en jefe, y yo le ayudaré de nuevo».
Con eso, George Washington regresó a su caballo y se marchó.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy 17 de junio de 2024.
Nancy continúa con la serie, «¿Cómo alcanzar la grandeza?». Hoy veremos que George Washington estaba aplicando principios bíblicos en la historia que acabamos de escuchar.
Nancy: Esa historia me recuerda de lo que hemos estado hablando en los últimos días. Cómo hemos visto en este tema recurrente, lo que los discípulos tenían con la cuestión de la posición, rango, y la grandeza.
Hemos visto dos incidentes. El primero en Marcos capítulo 9, y luego otro en Marcos capítulo 10. Ahora, esta tercera ocasión tiene lugar en el aposento alto, durante la última cena que Jesús está teniendo con sus discípulos antes de ir a la cruz. Hay dos escenas en este incidente. Una se nos presenta en Juan capítulo 13, y la segunda, en la que nos vamos a enfocar, se nos presenta en Lucas capítulo 22.
No está claro cuál de estas escenas va primero, pero ambas tienen lugar en el contexto de la última cena. Está claro que las dos escenas están relacionadas.
La primera escena que voy a mencionar, aunque pudo ser que no se presentara en este orden, es la de Juan, capítulo 13, y es una historia con la que estás familiarizada.
Dice comenzando en el versículo 4:
«Se levantó de la cena y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida» (vv. 4–5).
Ahora, si has estudiado este pasaje, debes saber que esta tarea de lavar los pies era necesaria. Era un asunto de hospitalidad básica, pero era una tarea que normalmente se asignaba al más humilde de los siervos. Así que, que Jesús cumpliera esta tarea era impensable. Tuvo que ser impactante para los discípulos.
Y ahora vayamos al versículo 12:
«Entonces, cuando acabó de lavarles los pies, tomó su manto, y sentándose a la mesa otra vez, les dijo...» (versículo 14) «¿Sabéis lo que os he hecho... Pues si yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. En verdad, en verdad os digo: un siervo (un esclavo, un doulos) no es mayor que su señor, ni un enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis esto, seréis felices si lo practicáis» (vv. 12, 14–16).
Ahora, con este trasfondo, déjame pedirte que vayamos al Evangelio de Lucas, capítulo 22, y aquí está la escena en la que nos queremos enfocar. Lucas 22, comenzando en el versículo 19, estamos en el mismo escenario de la última cena, y el versículo 19 nos dice:
«Y habiendo tomado pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De la misma manera tomó la copa después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por vosotros. Mas he aquí, la mano del que me entrega está conmigo en la mesa... Entonces ellos comenzaron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer esto» (vv. 19-21, 23).
Ahora, tienes la escena. Se ha pintado muy clara para nosotras. Jesús ha simbolizado el derramamiento de su sangre y la ruptura de su cuerpo en el partimiento del pan y al pasar el vino. Él les ha dicho que uno de ellos lo traicionaría. Y en ese contexto, este versículo que sigue es impresionante. Es difícil de imaginar.
«Se suscitó también entre ellos un altercado, sobre cuál de ellos debería ser considerado como el mayor» (v. 24).
Se me va el aliento al pensar en esto. En el contexto de la comunión, de la cena del Señor, de la mesa del Señor, del partimiento de Su cuerpo, el derramamiento de Su sangre, y en ese contexto surge una disputa entre los discípulos. Y recuerda que no era la primera vez que había pasado. Habían pasado por esta historia anteriormente. Habían tenido esta escena. Jesús había abordado este asunto ya, y aquí viene de nuevo otra vez en medio de la comunión, una disputa sobre quién de ellos debía ser considerado como el más grande.
Y por cierto, los comentaristas piensan que pudo haber sido esta diferencia lo que realmente provocó el episodio del lavamiento de los pies. No sabemos qué fue primero, así que no podemos decir a ciencia cierta, pero sin importar cuál fuera, en el peor momento en el sentido de la palabra, la especulación sobre quién sería o no sería quien traicionaría a Jesús. En ese contexto, tuvieron este desacuerdo, este argumento, este cruce de palabras y espíritus sobre quién era el más grande entre ellos.
No sé lo que provocó esto. ¿Eran celos por la forma en que estaban sentados a la mesa, sobre quién estaría sentado más cerca de Jesús? No lo sé. El hecho es que estaban en la presencia de Aquel que era la figura más grande de toda la historia humana, el que los había creado, y ellos estaban discutiendo sobre cuál de ellos era el mayor.
Quiero decir, es ridículo. Es como un grupo de niños de nueve años de edad en una habitación con el hombre más fuerte del mundo, discutiendo sobre cuál de estos niños puede cargar la banca de más peso. Es cómico. ¿A quién le importa? ¿A quién le importa quién es el más grande entre los discípulos cuando Jesús está sentado a la mesa?
Bueno, lo triste es que nos importa. No somos más sabias o más inteligentes o más espirituales que aquellos de nueve años o aquellos discípulos necios hablando sobre quién es el más grande, mientras Jesús está hablando de dar Su vida por sus pecados.
Ahora, la autopromoción no siempre es tan evidente como lo es en este pasaje. Esta conversación es de igual manera, casi insondable para mí. Mientras he estado meditando en estos pasajes, no dejo de pensar, bueno, no decimos estas cosas: «¿Quién va a ser la más grande, quién es la más grande?». Por lo general, es más sutil que esto en nuestra mente y en nuestras conversaciones.
A veces me sorprendo tratando de arreglar mis palabras de manera que pueda ponerme en una mejor luz o imaginándome a mí misma como la héroe en una situación de crisis. Estoy segura de que nadie más lo hace, pero yo lo hago. Y esa forma de orgullo no es realmente diferente de lo que estamos leyendo aquí, en el Evangelio de Lucas. Todo viene de la misma fuente, el deseo de nuestra carne de ser apreciada y valorada y estimada por los demás.
Así que puede ser esta adolescente que está luchando por encajar en «el grupo». Puede ser la ejecutiva corporativa que esquiva los números para aparentar tener más éxito. El buscar todo esto viene de esa misma visión equivocada de lo que significa ser grande, de lo que significa ser el primero.
Y ya sabes, no es solo en el mundo secular, toda esta autopromoción. Hay mucho de esto aun en el mundo evangélico, por desgracia. Recibo un montón de noticias del mundo evangélico. He leído mucho acerca de lo que está sucediendo en este mundo. Quiero saber cuáles son las tendencias, lo que está sucediendo, cuáles son las cosas que tenemos que estar abordando en nuestra enseñanza bíblica y hablar de lo que les interesa a las mujeres.
Pero estamos tan preocupadas por la imagen, por la postura, por el posicionamiento de nosotras mismas. Es como la Iglesia Bíblica de Muhammad Alí, ¿sabes? Él decía: «¿Quién es el mayor? ¿Quién tiene más? ¿Quién es el primero?». Esta preocupación por el rango, el estatus, los privilegios, es un espíritu competitivo que se manifiesta en el deseo de ser exaltado por encima de los demás.
La cuestión de la comparación es enorme entre todas las mujeres, incluyendo las mujeres cristianas. Se manifiesta en el matrimonio. ¿Quién se está sacrificando más? ¿Quién está trabajando más duro? ¿Quién es más sensible? ¿Quién es más espiritual? ¿No es solo el deseo de tener la sartén por el mango, para tener el control de la relación, para demostrar que tengo razón?
Madres, ustedes saben mejor que yo cómo esto tiene lugar entre las madres y los hijos. ¿Quién se está desarrollando más rápido? Quién es 10 meses o mayor está más cerca de brincar a través del aro, o lo que sea. ¿Quién está aprendiendo más rápido? ¿Quién va a la escuela primero? ¿Quién aprende a leer primero?
Tenemos maneras espirituales en la que podemos hablar de todo esto, pero Dios conoce el corazón. ¿Quién está involucrado en la mayoría de las actividades? ¿Qué joven es aceptado en las universidades? ¿Quién recibe las mejores becas? ¿Quién tiene el mejor trabajo y la entrada, dependiendo de la posición de nivel o lo que están haciendo? Es la madre de Santiago y Juan la que hemos visto en la última sesión que quería exaltar y promover a sus hijos.
También sucede en la iglesia. ¿A quién se le pide que enseñe? ¿Quién consiguió que se le pidiera que cantara un solo o que estuviera en el grupo de alabanza o que dirigiera algún otro aspecto del ministerio de mujeres? ¿Quién se lleva el crédito? ¿A quién se le agradeció y se le reconoció por su duro trabajo? ¿Quién tiene la clase más grande?
Sucede en el lugar de trabajo. Estamos muy preocupadas por los títulos, las posiciones, dónde encajamos en el organigrama de la organización. ¿Quién obtiene qué ventajas? ¿Quién consigue un aumento de sueldo? ¿Quién recibe qué oficina? ¿Quiénes obtienen una oficina en comparación con un cubículo? Eso es una gran cosa que causa mucha angustia en algunas personas hoy en día. ¿Quién llega a sentarse en qué reuniones? ¿Quién recibe las mejores asignaciones? ¿A quién se le asignan las tareas menos deseables? Esta comparación de salarios y beneficios y aumentos y promociones, es lo que abunda en toda nuestra cultura.
Y es triste decirlo, pero también ocurre en los ministerios, ese espíritu competitivo. Eso es lo que los discípulos estaban experimentando. En los tres incidentes que hemos visto, la preocupación de los discípulos es acerca de la posición, de la autopromoción.
En Marcos 9, discutían entre sí sobre quién era el más grande.
En Marcos 10, Santiago, Juan, y su mamá dijeron: «Concédenos sentarnos a Tu mano izquierda y a Tu mano derecha en Tu reino». Es la posición.
En Lucas 22, que hemos estado viendo, hay una controversia que surgió entre ellos, sobre quién de ellos debía ser considerado como el más grande.
Creo que el Señor no hubiera inspirado la escritura de estos relatos si no fuera por el hecho de que Dios sabe que esto es un problema en todas nosotras. Todas estamos naturalmente orientadas de esta manera. Podemos no usar este lenguaje: «¿Quién es la mayor?», pero está en nuestros corazones preocuparnos sobre quién es la más grande y tratar de ser la más grande.
El foco está en el poder, en el control, en estar a cargo, en ser elevada, y esto resulta en un espíritu competitivo, en un espíritu argumentativo, en darse importancia, la ambición egoísta, mi camino es el correcto. Quiero ser la primera. Y luego tenemos las disputas, los conflictos y las discusiones. Quiero decirte, quiero decir esto con todo el amor en mi corazón, pero es algo muy triste para mí, de aquí es de donde viene el divorcio. De aquí es de donde provienen los conflictos entre hermanos, padres e hijos que no se han hablado durante años. De aquí es de donde viene la división en las iglesias. Está por todas partes.
Mientras he estado trabajando en esta serie, he estado también ocupada en un par de situaciones diferentes, una está relacionada con una familia y la otra está relacionada con una iglesia, donde actualmente están sucediendo este tipo de cosas. Ni siquiera tengo que mencionar quién es o lo que es porque está en todas partes. Está en todas las familias en mayor o menor grado. Está en todas las iglesias en mayor o menor grado. Está en nuestros ministerios; está en nuestros lugares de trabajo, porque está en nuestros corazones. No es alguien más por ahí que está esforzándose por ser la primera. Somos nosotras.
Ahora, puede que no estés envuelta en el centro del debate en tu iglesia o tu familia; pero de aquí es de donde vienen las guerras mundiales, las personas que quieren ser las primeras; que quieren ser grandes; que quieren estar en la cima.
Y en estas tres ocasiones que hemos estado viendo en los evangelios, la respuesta de Jesús revela un orden completamente nuevo, una nueva forma de pensar. Él contrasta la perspectiva terrenal sobre el liderazgo y la autoridad, con la perspectiva de Dios sobre el liderazgo y la autoridad.
Él contrasta la manera del mundo de alcanzar grandeza con el modo de Dios de ser grande, el reino del hombre contra el reino de Dios. Hay un gran contraste en las Escrituras entre estas dos formas de pensar.
Uno es el camino que viene naturalmente. Es la forma en que los discípulos pensaban. Es la forma en que nosotras pensamos. Es la forma en que estamos orientadas naturalmente a pensar. Pero Jesús nos llama a reorientar nuestras mentes y nuestros valores de manera que pensemos de una manera totalmente opuesta sobre el liderazgo, la grandeza, el éxito y ser la primera, y lo que todo eso significa.;
Pero no pensamos naturalmente en la forma del reino de Dios. Es por eso que tenemos que nacer de nuevo. Es por eso que nuestra mente tiene que ser renovada por la Palabra de Dios, de manera que empecemos a pensar a la manera de Dios, que es al revés de la forma en que tendemos a pensar de forma natural.
Y por lo que Jesús dice en el versículo 25 de Lucas 22 (y en realidad tú has oído esto antes en otras instancias, pero Él lo dice de nuevo), «Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que tienen autoridad sobre ellos son llamados bienhechores».
De vuelta en Lucas 22, en contraste con esto, en el versículo 26, dice: «Pero no será así entre vosotros». Esa es la forma en que el mundo lo hace. Esa es la forma en que los paganos lo hacen. Esa es la forma en que los gentiles lo hacen, pero no será así entre vosotros. Esto es un imperativo fuerte, negativo. Él está diciendo en esencia: «Pero tú, no. Tú eres diferente. Tú no eres del reino de las tinieblas. Tú estás en el reino de la luz. No son hijas de este siglo. Ustedes son hijas de Dios, y no debe ser ese el modo en que tú piensas; la forma en la que el mundo perdido piensa de estas cosas».
«Pero no es así con vosotros; antes, el mayor entre vosotros hágase como el menor, y el que dirige como el que sirve» (v. 26).
¿Quieres ser la primera? Todas queremos ser las primeras. No te sientes allí y me mires como si no supieras de lo que estoy hablando. Nosotras queremos ser las primeras, y Jesús dice: «Si quieres ser la primera, escucha, tienes que ser la última. Tienes que ser la servidora de todos».
Ahora, esto fue una forma revolucionaria de pensar para las mentes orientales, y es una forma revolucionaria de pensar en nuestras mentes occidentales. Desde Génesis capítulo 3 y la caída del hombre, esta es una forma revolucionaria de pensar.
En la manera de pensar de los orientales, el mayor era siempre más importante que el más joven. Al que se le servía siempre se le consideraba más importante que el que estaba sirviendo. Y es cierto en nuestra manera de pensar. Uno piensa en la persona que come en un restaurante caro. Esa persona es importante. El camarero, es el que está a la espera de esa persona, él es el que está trabajando por una propina. Él es de una categoría más baja.
Ahora, uno puede estar haciendo más dinero que el otro, pero Jesús estaba diciendo: «Eso no tiene nada que ver con quién es el más grande, con lo que más importa». Jesús viró el sistema de este mundo al revés y a la inversa.
El versículo 27 de Lucas 22 dice: «Porque ¿quién es el mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa?» Esa es nuestra forma de pensar. El hombre rico va al gran restaurante, al importante. Pero aquí está el contraste: «Yo, el Hijo de Dios, estoy entre vosotros como el que sirve».
¿Qué es lo que Él está diciendo? «He tomado mi lugar, no como el que se reclina a la mesa, sino como el que está sirviendo». Y esa es la verdadera grandeza. Y vimos al principio de esta sesión cómo Jesús lo ilustra al lavar los pies de los discípulos. Algo impensable. Escucha, los discípulos probablemente hubieran lavado con mucho gusto los pies de Jesús, pero ¿pensar en lavarse los pies unos a otros? No lo creo. Y Jesús dice: «Tú sirves al menor. Le sirves a todos».
Jesús dice: «Yo he tomado el lugar del menor de los sirvientes, y en mi reino, esa es la definición de la verdadera grandeza. Ese es el camino a la verdadera grandeza».
Ahora vamos a hacerlo un poco más personal. ¿Cómo tratamos a la «gente pequeña» en nuestras vidas, los que otros considerarían gente pequeña, los que a veces nosotros consideramos gente pequeña, gente que nos atiende o nos sirve, la cajera en el supermercado, los camareros en los restaurantes, los conductores de taxi, la recepcionista en el consultorio del médico?
- ¿Los ignoramos?
- ¿Les degradamos en nuestro pensamiento o en nuestra actitud o en nuestra forma de hablar?
- ¿Miramos por encima de ellos para llegar a la gran persona?
Tú sabes, ignoras a la recepcionista en el consultorio del médico. Quieres ver al médico. Ahora, claro, la recepcionista probablemente no es la que va a curar tu malestar, por lo que en un sentido no es malo el deseo de ver al médico, pero en el proceso, ¿ignoras a esa personita, la persona que está ahí sirviendo? ¿O te das cuenta de que esa persona puede ser el mayor en el reino de Dios?
¿Eres impaciente con ellos? ¿Y cuántas veces en nuestra cultura se considera aceptable ser impaciente o áspero o rudo con la gente que está en esas posiciones de servicio que no consideramos grandes? Tenemos que ser reorientadas en nuestro pensamiento.
¿Qué pasa con los niños? ¿Cómo tratas a los niños? Ahora, disfruto los niños, y me encantan, pero me encontré a mi misma comenzándolos a ver de una manera totalmente diferente, cuando comencé a meditar en estos pasajes donde Jesús dijo: «Si eres grande, tú recibirás el menor de ellos, los niños pequeños, y tú vas a querer ser como ellos».
Y me encontré sola. . . nuestra iglesia solo parece tener miles de niños. No lo sé. Hay muchos, muchos, muchos de ellos, y me encontré no solo caminando y pasando de largo sin posar mi vista sobre ellos, sino que me detuve realmente para verlos y hablar con ellos y desarrollar más del corazón de Jesús por los más pequeños.
Ellos no pueden hacer nada por mí. Yo no los necesito. No son grandes, no son gente importante, pero en la economía de Dios, pueden ser los más grandes en la iglesia el domingo.
¿Tenemos una mentalidad clasista? Decimos que no la tenemos. Hablamos de las partes del mundo que decimos que la tienen, pero, ya sabes, tenemos esa mentalidad de este tipo en esta cultura. Nos fijamos en ciertas personas y cierto estatus socioeconómico, y pensamos menos de ellos, o de personas que tal vez no tienen el tipo de educación o formación académica y no hablan tan bien o no son tan atractivos, o. . . hay tantas maneras diferentes de medir y de juzgar a la gente. ¿Tenemos una mentalidad que estime todo esto como mejor que nosotras mismas? ¿Valoramos a otros?
¿Y qué de los miembros de nuestra familia? ¿Estamos tan ansiosas de servirles a ellos de igual manera que cuando le servimos a un cliente o a alguien, «importante» que llega a nuestra casa? Escucha, voy a las casas de las personas, y son tan amables, y me agradan, y son amables. Y me sirven excelentes comidas solo por ser atentos y me brindan amor y bondad. Estoy muy agradecida con ellos, y me encanta la hospitalidad del pueblo de Dios. Pero es tan fácil en nuestros propios hogares simplemente ignorar a las personas con las que realmente vivimos y no tratarlos y valorarlos como es digno de nuestro respeto y nuestra atención y nuestro enfoque.
Déjame ahora lavarte mientras cerramos esta sesión con un poco de las Escrituras.
«Servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley se concentra en esta frase: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”» (Gál. 5:13-14).
«Sed afectuosos unos con otros con amor fraternal; con honra, daos preferencia unos a otros» (Rom. 12:10).
«Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres» (Fil. 2:3-7).
Mientras estamos ocupadas ladrando órdenes como ese cabo de la Revolución, nuestro Comandante en Jefe se presentó vestido de civil. No lo reconocimos al principio. Él bajó de su posición real en el cielo y se convirtió en uno de nosotros. Se remangó. Se bajó a las trincheras con nosotros, y entonces se puso de rodillas y sacó una toalla y dijo: «¿Cómo puedo servirte»? Esa es la verdadera grandeza.
Débora: ¡Wow! Necesito recordar la verdadera definición de «grandeza» constantemente. Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha estado apuntando a Jesús, el hombre más grande de la historia, el Hijo de Dios, quien se hizo siervo de todos. Este mensaje es parte de una serie titulada, «¿Cómo alcanzar la grandeza?».
Y bueno, en términos prácticos, ¿cómo luce todo esto de la grandeza según la Biblia en el día a día? ¡Te esperamos mañana para una conversación sobre este tema que no te querrás perder!
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Todas las Escrituras son tomadas de La Biblia de las Américas a menos que se indique lo contrario.
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