Paz en medio de la tormenta, día 1
Annamarie Sauter: Tendremos momentos de gran paz, pero también tendremos que hacerle frente a las dificultades de la vida.
Patricia de Saladín: Todas nosotras –lo que nos incomoda queremos que se termine. Aquello que me causa tristeza yo quiero que pase, «Señor, ya quiero alabarte, quiero darte gracias». Queremos que el viento, que las olas cesen; y queremos llegar rápido a la otra orilla. Pero Dios sabe mejor que nosotras lo que necesitamos, y esa es Su gracia transformadora. Es una gracia incómoda porque nos santifica y nos refina, pero de todas formas es Su gracia.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. La lectura para hoy en el reto Mujer Verdadera 365 es la carta a los Filipenses.
Paz, es algo que todas queremos experimentar, pero ¿cómo? Y ¿dónde la podemos encontrar? Muy a menudo nos sentimos como …
Annamarie Sauter: Tendremos momentos de gran paz, pero también tendremos que hacerle frente a las dificultades de la vida.
Patricia de Saladín: Todas nosotras –lo que nos incomoda queremos que se termine. Aquello que me causa tristeza yo quiero que pase, «Señor, ya quiero alabarte, quiero darte gracias». Queremos que el viento, que las olas cesen; y queremos llegar rápido a la otra orilla. Pero Dios sabe mejor que nosotras lo que necesitamos, y esa es Su gracia transformadora. Es una gracia incómoda porque nos santifica y nos refina, pero de todas formas es Su gracia.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. La lectura para hoy en el reto Mujer Verdadera 365 es la carta a los Filipenses.
Paz, es algo que todas queremos experimentar, pero ¿cómo? Y ¿dónde la podemos encontrar? Muy a menudo nos sentimos como pequeños botecitos en medio de un gran océano agitado, y es en momentos como estos donde reflexionamos acerca de dónde hemos estado poniendo nuestra confianza. Para profundizar en esto, hoy escucharás el mensaje titulado, «Paz en medio de la tormenta». Patricia de Saladín lo enseñó en un taller de una conferencia para mujeres del ministerio Coalición por el Evangelio. Ella inicia en oración.
Patricia: Oh, Dios, Tú eres bueno, Tus misericordias son nuevas cada mañana.Te alabamos Señor, porque desde que sale el sol hasta donde se pone, Tu nombre es grande en todas las naciones. En esta hora, Señor, venimos aquí reunidas como mujeres, a abrir Tu Palabra con reverencia, con temor y temblor, sabiendo que es suelo santo el que pisamos. Pero queremos buscar de Ti, buscar Tu rostro, queremos contemplar a Cristo, Señor.
Mira que las tormentas en nuestras vidas son muchas, pero Tú has prometido esa paz y esa paz es Tu Hijo, Jesucristo. Gracias por Él, Señor. Gracias por esa paz que tenemos en Él contigo; porque por Él nosotros tenemos paz con Dios. Pero además, oh Señor, queremos parecernos más a Él queremos andar como Él anduvo, queremos que Él sea glorificado, y que Tu Palabra en esta tarde llegue a cada corazón de estas mujeres que nos hemos dado cita aquí, Señor.
Cita que Tú orquestas desde antes de la fundación del mundo para que nosotras hoy nos juntáramos en torno a este tema, a estos pasajes y que seas Tú, Señor, a través de Tu Espíritu Santo, que abras nuestros ojos y nos dejes ver las maravillas de Tu ley. Y que a pesar de la tormenta que podamos estar viviendo, salgamos de este taller, de esta hora, con nuestros corazones confortados, sabiendo que Tú, a través de Tu Palabra, en el poder de Tu Espíritu nos has hablado.
Bendícenos, oh Señor, en el nombre de Cristo Jesús, amén.
Patricia: Hemos venido aquí confiadas en que esta palabra que vamos a hablar tiene poder para sobreedificar, que ella es como una antorcha que alumbra en lugar oscuro, que es como un martillo también, que quebranta. Y ella dice que hace la herida y ella la sana. Esa Palabra es nuestro mismo Señor Jesucristo.
Y el tema de las tormentas es un tema que yo considero que me queda grande. Cuando una cosa le queda a uno grande, uno encuentra que el tema es mucho mayor de lo que uno puede abarcar. Cuando tenemos que hablar de aflicciones, de sufrimiento y de cosas que estamos atravesando, el océano es muy grande. Pero cuando yo pienso en mujeres como Jonny Eaericson Tada o en mujeres como las que mencionó la hermana, Kathleen Nelson o Helen Roseveare, o mujeres como Elizabeth Elliott que falleció hace poco, digo, wow, estas mujeres realmente tienen una vida para hablar del sufrimiento. Y aunque en mi propio caso y en el caso de todas aquí cada una de nosotras tiene su cuota de sufrimiento, me gustaría hacer como dice CS Lewis, hablar de este tema desde el anonimato; que fuera desde alguien que ha vivido en los zapatos de este tipo de personas, de este tipo de mujeres.
Que se le pudiera decir como dice Hebreos 11: «de los cuales el mundo no era digno». Personas que han glorificado a Dios con el sufrimiento. Y como oíamos de Kathleen Nelson, este es un tema trascendental porque como ella decía que dice 1 Pedro, todos en algún momento hemos pasado, estamos pasando o vamos a pasar por alguna tormenta. 1 Pedro dice: «Si es necesario, tenéis que ser afligidos por diversas pruebas». Y ya sea que ya la pasamos o que la estemos pasando, la bendición que hoy tenemos es que vamos a hablar lo que la Palabra de Dios dice.
Vamos a decir lo que Dios dice acerca de las tormentas de la vida y cómo Cristo es nuestra paz en ellas. No sé cuál es exactamente la situación de cada una de ustedes. Quizás la tormenta para ti hoy es un matrimonio difícil, quizás tienes años soportando aflicciones, infidelidades; nunca pensaste casarte para que esa fuera tu realidad…o quizás es un hijo, un hijo por el que oramos, y oramos, y oramos, y no vemos cambios. O un hijo que educamos en los caminos del Señor pero le ha dado la espalda al Señor; lloramos y nos acostamos llorando y orando por ese hijo.
Quizás eres una mujer soltera y piensas, «quiero un compañero, quiero casarme, ya tengo treinta y pico de años y no me he casado, no tengo hijos. O quizás has sufrido las consecuencias de un divorcio y te encuentras como madre soltera y ves a tus hijos sufriendo, con resentimiento, con dolor. O tú misma teniendo que salir a trabajar y proveer para ti. O es un problema financiero que aqueja tu matrimonio.
Puedes llenar tu espacio en blanco para la tormenta con la que estás batallando ahora. Puede ser un asunto de salud, hay problemas de salud que nos debilitan y van con nosotros día tras día. Quizás es un diagnóstico terrible, un diagnóstico de cáncer… El punto es mis amadas, que sea cual sea, cada una de nosotras sabe la tormenta que está enfrentando y las tormentas son una realidad. Nadie que pasa por esta vida sale inmune. Si lo dijéramos como el pronóstico meteorológico, hay ciento por ciento de probabilidades. Ahí no hay un sesenta o cuarenta por ciento, hay un cien por ciento de probabilidades de tormenta.
Y la Palabra de Dios es clara. Lo único que eso nos confirma es que la Palabra de Dios es verdad; y ella dice, «en el mundo tendréis aflicción» (Juan 16:33). «Como las chispas se levantan para volar al aire, así nace el hombre para la aflicción» (Job 5:7). «Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de los cielos» (Hech. 14:22).
O sea que el Señor no nos ha prometido un camino de rosas hasta que lleguemos a Su presencia. Y en ese sentido, a pesar de no saber cuál es la tormenta que estás atravesando, que atravesaste o que atravesaremos, si somos honestas, lo que queremos es que la tormenta termine. Nadie dice, «¡ay, qué bueno! Estoy en medio de esta prueba, a ver si dura un poquito más». No, queremos que la tormenta termine, y si no termina, que podamos experimentar paz en medio de la tormenta.
Y si somos honestas en decir lo que sentimos, a pesar de haber conocido a Cristo, a pesar de ser cristianas, en medio de la tormenta nos sentimos llenas de ansiedad, de temor, de dudas…nos llenamos de mil emociones y sensaciones que nos desagradan –no son cómodas– y nos sentimos doblemente mal porque decimos, «Señor, estoy pasando esta tormenta y mis reacciones ni siquiera son como las de una persona que te conoce. Estoy reaccionando igual que mi vecina que no te conoce, que mi amiga o que mi hermana. ¿Y será que esto solo me sucede a mí?»
Bueno, tengo una buena noticia que darte. Estudiando para este tema, ustedes saben que nuestro Señor Jesucristo es el único ser humano que vivió en esta tierra como hombre y fue totalmente sin pecado. Cuando encontré que el Señor dice en Getsemaní, «Señor, mi alma está muy triste, hasta la muerte» (Mat. 26: 38); que Él se angustió hasta la muerte y no pecó, yo dije,«wow, eso quiere decir que puedo tener angustia, tener temores, y tener algunas emociones –que consideramos negativas– y no estar pecando», si lo manejamos como nuestro Señor lo manejó.
Cuando decían en una de las charlas que podemos tener gozo en medio del sufrimiento, dije, «puedo tener mucha tristeza, mucha angustia –ese tipo de angustia que nuestro Señor experimentó– y aún así llevarlo a Cristo y no pecar». Porque nuestro Señor Jesucristo –siendo Dios y siendo hombre sin pecado– se angustió hasta la muerte. Él supo lo que fue experimentarlo y dice que en nuestra humanidad, Él se compadece de nosotros; porque Él fue tentado en todo según nuestra semejanza pero sin pecado.
Entonces, ahora quiero que busquen en sus biblias el pasaje de Marcos 6, desde el versículo 45. Yo no sé cuál es tu tormenta pero Dios sí la conoce y Él conoce exactamente lo que hay en tu corazón, Él sabe por lo que estás pasando y en este pasaje que vamos a ir desglosando, nos dice:
«Enseguida hizo que sus discípulos subieran a la barca y fueran delante de Él al otro lado, a Betsaida, mientras Él despedía a la multitud. Y después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar. Al anochecer, la barca estaba en medio del mar, y Él estaba solo en tierra. Y al verlos remar fatigados, porque el viento les era contrario, como a la cuarta vigilia de la noche, fue hacia ellos andando sobre el mar, y quería pasarles de largo. Pero cuando ellos le vieron andando sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar; porque todos le vieron y se turbaron. Pero enseguida Él habló con ellos y les dijo: ¡Tened ánimo; soy yo, no temáis! Y subió con ellos a la barca, y el viento se calmó; y ellos estaban asombrados en gran manera».
Aquí tenemos a los discípulos en medio de una tormenta enfrentando vientos contrarios, remando por aproximadamente ocho horas en un mar en tempestad, cansados, extenuados, desalentados y en medio de una situación peligrosa.Y quizás algunas de ustedes han venido cansadas, extenuadas y dijeron, «ay sí, me voy para esa conferencia de Coalición por el Evangelio porque quiero salir de mi casa, quiero descansar unos días».
No viniste ni siquiera pensando en qué te iban a decir aquí, ni si te interesaba mucho el tema, tú querías salir y descansar. Porque te encuentras cansada, extenuada, en medio de una situación difícil. Y en ese sentido, esto te está brindando un respiro. Pero hay veces que las tormentas de nuestra vida, como les describía, no son cosas gigantescas, sino que en el transcurso del diario vivir nos cansamos de las luchas de la vida diaria.
Por ejemplo, cuando una mamá tiene niños pequeños, se levanta y su día pasa de un pañal sucio a otro pañal sucio, la cocina , la ropa…y cuando vienes a ver te extenúas de remar y remar con vientos contrarios, y son simplemente esas cosas pequeñas de la vida que te parece que no te están llevando a ningún lado. Y quizás diríamos, «en ese pasaje pudiera ser que los discípulos vieron que estaba nublado y como quiera se subieron en la barca y se metieron en medio del mar».
Pero, para mí es de mucho consuelo ver, que ellos venían en el pasaje anterior se ve cómo el Señor había estado con ellos en la multiplicación de los panes y los peces. Ellos estaban contentos de que estaban teniendo una situación de ministerio fructífera. Y llegan ahí y es –si miran el versículo 45, se puede ver que dice que el Señor los metió en la barca. El Señor les dice, «súbanse en la barca y vayan al otro lado». No es como en el caso de Jonás que por desobediente se subió en un barco y quería ir en dirección contraria a donde Dios lo estaba enviando, porque ese es un tipo de tormenta.
Pero en esta tormenta específica, los discípulos se encontraban exactamente en la voluntad de Dios. Dios los sube y ellos se van en la barca, y el Señor dice que se quedó en tierra. Él los colocó exactamente donde Él quería y eso me da paz. Si me encuentro en medio de una tormenta y sé que es la voluntad de Dios, yo digo: «Señor, es necesario que yo pase por esto. Tú me tienes en esto porque me pusiste aquí porque es para mi bien y para Tu gloria».
Y esos discípulos estando ahí en la voluntad de Dios, se encontraron con dificultades enormes, porque el plan de Dios para ellos era mucho mayor que la misma tormenta en sí. Muchas veces en la iglesia, en consejería, nos encontramos con muchachas jóvenes casadas, o con mujeres jóvenes que se casaron en la voluntad de Dios, la persona con que se casaron es cristiana (o se suponía que era cristiana), con la aprobación de sus padres, con la aprobación de la iglesia, de los pastores. Fue una boda buena, y de repente se encuentran en un matrimonio muy difícil y se preguntan, «¿qué pasó que sucedió esto? Yo hice todas las cosas como Dios dice».
Estás en esa tormenta, en ese matrimonio, en la voluntad de Dios. Dios te puso en esa tormenta en la que te encuentras. Y ustedes me dirán, «pero hermana, entonces usted está diciendo que en este desastre en que me encuentro…¿esto lo orquestó Dios para mí? ¿Por qué? ¿Por qué un Dios tan bueno, tierno, amoroso, quiere que sus hijos pasen por dificultades? ¿Por qué tengo estos hijos que se portan tan mal? ¿Por qué mi esposo no me entiende? ¿Por qué tengo todos estos problemas de salud?»
Miles de cristianos se han hecho esas preguntas. ¿Saben por qué? Porque Cristo nos conoce de manera personal e individual y nos ama; y Él va tras algo mayor que esta tormenta. Él conocía a los discípulos y nos conoce a nosotras, a cada una de nosotras de manera íntima, y sabe cuál es el propósito en la tormenta. Por eso, hermana, descansa. Él está a cargo, Él tiene el timón, Él te colocó ahí.
Y Él está más interesado en hacernos bien, en formar en nosotras la imagen de Cristo, que en calmar esa tormenta. Por duro que suene, Él es el Dios eterno y está a cargo. Él sabe cuán llenas de nosotras estamos muchas veces, cuán satisfechas con todo lo que nos rodea. Tenemos un poco de Biblia, un poco de amor a Dios, un poco de piedad, un poco de compartir con los hermanos.
A veces vivimos en nuestro pequeño mundo, en nuestro pequeño reino, y no para Su reino. A veces queremos controlar todo lo que nos rodea como si fuéramos Dios, y nos sale Eva por todas partes. Creemos que como Dios, conocemos el bien y el mal y sabemos cómo vamos a resolver cada una de las cosas, y en medio de la tormenta queremos dirigir a todos los que están en el barco con nosotras, y encima queremos usurpar el rol del capitán del barco.
Le dices, «déjame coger este asunto en mis manos». Entonces vemos cómo se levantan tensiones dentro de los que estamos en el mismo barco. Lo que queremos es controlar y dirigir. Nos enfocamos en eso y pensamos, «wow, el mundo va a dejar de girar con todo esto que nos está sucediendo». Y es por eso que Dios nos pone en esa barca, en la tormenta, para que nos demos cuenta de esas cosas.
Pero dice Paul David Trip, en un mensaje sobre este pasaje, «por eso Dios nos lleva a lugares donde nunca escogeríamos ir». Nunca escogeríamos eso para producir en nosotras lo que no habríamos podido lograr por nosotras mismas y eso se llama gracia. La Biblia llama a eso gracia. Lo que sucede es, como decíamos anteriormente, queremos que la prueba se termine, que llegue alivio, que llegue liberación, porque lo que nos incomoda queremos que se termine. Aquello que me causa tristeza, «Señor, ya quiero alabarte, quiero darte gracias». Queremos que el viento y las olas cesen y llegar rápido a la otra orilla, pero Dios sabe mejor que nosotras lo que necesitamos.
Esa es Su gracia transformadora, es una gracia incómoda porque nos santifica y nos refina, pero de todas formas es Su gracia. Entonces vemos que estos discípulos están puestos ahí en la voluntad de Dios, Él los subió en la barca. Pero miren otra cosa que es fascinante, dice que Él se quedó en tierra, subió al monte a orar y los veía. Ellos estaban como a cinco o seis kilómetros, en medio del mar de Galilea y el Señor los veía.
O sea que no solo los sube en la barca, sino que los ve remar con el viento en contra con gran esfuerzo. Toda la tormenta estaba perfectamente diseñada para ellos. El momento de la prueba, la intensidad, la duración. Él sabía exactamente dónde se encontraban en el momento preciso porque como es Dios, sobrenaturalmente Él veía lo que nosotros no podemos ver ni de aquí a la puerta. Dice el pasaje, «los veía remar».
Dice la Palabra de Dios, que Él no nos pone ninguna prueba que no podamos soportar, sino que juntamente con la prueba nos da la salida, porque Él sabe, sus ojos están pendientes, Él mira y ve todo lo que sucede. Y si piensas que Dios no te está mirando, Él sabe, Él conoce exactamente dónde estás. Y así como los veía a ellos, te ve a ti batallando, luchando en medio de ese matrimonio, en medio de ese hijo difícil, en medio de la situación de trabajo, en medio de la situación de salud, en tu soltería, en tu ancianidad, con todos los problemas.
En tu lucha con un esposo inconverso, además de que te ve –dice el pasaje– miren el pasaje, dice que Él se fue al monte a orar. El Señor los coloca en la barca pero los ve y ora. Me llama la atención que Él se quedara en tierra y fuera a orar porque Él era Dios, Jesucristo es cien por ciento Dios y cien por ciento hombre. Él sabía todo lo que iba a suceder, sabía de la tormenta, sabía cómo eran los discípulos, y sin embargo esa dependencia del Padre me conmueve y yo digo, «nosotras siendo tan finitas, tan limitadas, tan pecadoras; Él siendo Dios se fue a orar y nosotras muchas veces en medio de la tormenta damos vuelta como una gallina sin cabeza, dando vueltas antes de morirse, y no oramos».
Se lo queremos decir al vecino, a la mejor amiga, pero nuestro primer recurso no es derramarme delante de Dios con esta tormenta. Pero además de eso, el Señor lo que estaba haciendo era –¿recuerdan ese pasaje en donde Jesús le dice a Pedro: «Pedro, yo he rogado por ti que tu fe no falte»? Él intercede por nosotros. ¿Dónde está nuestro Señor Jesucristo hoy? Él está a la diestra del Padre intercediendo por nosotros. Sus ojos están en todo lugar y Él estaba orando. Parecería, a los ojos humanos, que los discípulos estaban solos y que el Señor no sabía; «wow, el Señor nos puso en la barca en medio de la tormenta y no sabe lo que está sucediendo con nosotros».
Nada estaba más lejos de ser verdad. Él los subió en la barca, los veía en medio de la dificultad y oraba por ellos. Pero más aún, Él no se mantuvo distante. Hay dos cosas en el versículo 48; dice: «fue hacia ellos andando sobre el mar». El Señor del universo, Dios, el Rey de la creación, probó que Él era Dios. Él caminó sobre el mar, cosa que ningún ser humano puede hacer.
Los egipcios, cuando querían escribir en su alfabeto algo que era imposible, lo escribían con dos pies caminando sobre el mar. Porque eso es algo que es imposible, humanamente, pero el Señor fue a ellos caminando sobre las aguas con la intención de mostrar que nada le impide, nada le hace imposible, llegar a nosotros en medio de nuestra tormenta, de nuestra dificultad. Si Su intención hubiera sido calmar la tormenta hubiera sido –como dice otro pasaje de la Escritura– «quién es este que aún el viento y el mar le obedecen».
Él pudo haber dicho la palabra, que se calmara todo, y ahí cesó…pero Él no iba tras la tormenta, Él iba tras esas personas en el barco, así como hoy Él va tras nosotras. Nosotras, sus hijas, somos su proyecto de transformación. Y es verdad que no nos gusta sentir la presión de que nos están moldeando, no nos gusta que nos aprisionen, que nos saquen de nuestra zona de confort, donde haya algo que no podamos resolver por nosotras mismas. Porque aquellas de ustedes que se parezcan a mí, nos gusta tener todo controlado y resolver.
Hay personas que dicen, «a mí me gusta darle las cosas a Fulana porque ella resuelve». Así mismo queremos resolver, pero ¿saben qué? Dios nos lleva a callejones sin salida donde llegamos a desesperarnos para que veamos cuánto lo necesitamos. O sea que el Señor se acerca a ellos, y miren lo que dice el versículo 49 sobre qué hicieron ellos cuando lo vieron. Ellos lo vieron pero no supieron lo que vieron. El Señor se acerca a ellos, pasa de ellos para que todos lo puedan ver, y ellos no saben lo que ven sino que gritan, «¡un fantasma!»
Escuchen esta cita de Charles Spurgeon: Jesús estaba más cerca de ellos que nunca y en ese momento sus temores eran los peores. La falta de discernimiento ciega el alma a las más dulces consolaciones. Que no digamos como Jacob, Dios está en este lugar y yo no lo sabía.
Annamarie: Has estado escuchando a Patricia de Saladín con la enseñanza titulada, «Paz en medio de la tormenta». Esta fue impartida en un taller de una conferencia para mujeres del ministerio Coalición por el Evangelio.
Y tú, ¿has experimentado la paz con Dios por medio de Jesucristo? ¿Es Él el objeto de tu confianza en todo momento? Espero que este programa te haya animado a reflexionar acerca de esto—a descansar en Cristo y a continuar corriendo la carrera de la fe arraigada en Él.
Hoy escuchamos la primera parte del mensaje y mañana veremos la continuación…
Patricia: Entonces Él hace algo maravilloso, les habla. Les dice las palabras más hermosas que nosotras pudiéramos escuchar y que puedan ser dichas palabras de paz para que no nos volvamos a la locura: «soy yo, no teman».
Annamarie: Te esperamos aquí en Aviva Nuestros Corazones.
Llamándote a libertad, plenitud y abundancia en Cristo, Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth es un ministerio de alcance de Life Action Ministries.
Todas las Escrituras son tomadas de la Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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