Ora con intensidad y humildad
Annamarie Sauter: ¿Te has dado cuenta de que necesitas a Dios desesperadamente?
Nancy DeMoss Wolgemuth: Tenemos un problema porque Dios solo escucha y responde las oraciones de los justos. Y somos pecadoras. Así que, ¿cómo podemos esperar que Dios escuche nuestras oraciones y nuestro ruego por un avivamiento?
Ese justo y santo Hijo de Dios, todavía con heridas en Sus manos, está intercediendo por nosotros en el cielo, sentado a la diestra del trono de Dios, y nos invita a ser revestidas con Su justicia, y a orar y clamar en Su nombre.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Aquí está Nancy con nosotras.
Nancy: Cuando tenía entre doce y catorce años, por algún motivo comencé a encontrarme algunos escritos sobre cómo Dios se había movido en el pasado enviando avivamiento y despertar espiritual a Su iglesia y a …
Annamarie Sauter: ¿Te has dado cuenta de que necesitas a Dios desesperadamente?
Nancy DeMoss Wolgemuth: Tenemos un problema porque Dios solo escucha y responde las oraciones de los justos. Y somos pecadoras. Así que, ¿cómo podemos esperar que Dios escuche nuestras oraciones y nuestro ruego por un avivamiento?
Ese justo y santo Hijo de Dios, todavía con heridas en Sus manos, está intercediendo por nosotros en el cielo, sentado a la diestra del trono de Dios, y nos invita a ser revestidas con Su justicia, y a orar y clamar en Su nombre.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Aquí está Nancy con nosotras.
Nancy: Cuando tenía entre doce y catorce años, por algún motivo comencé a encontrarme algunos escritos sobre cómo Dios se había movido en el pasado enviando avivamiento y despertar espiritual a Su iglesia y a Su pueblo en distintas épocas. Algunos de estos recuentos históricos (no soy muy brillante en historia ni nada por el estilo), pero me encontré con estas historias, y me cautivaron.
Fui criada en una escuela cristiana, una iglesia cristiana y un hogar cristiano. Estaba rodeada de cosas cristianas, por lo que estaba y estoy muy agradecida. Pero lo que veía en los días modernos del cristianismo, no se parecía en nada a lo que yo estaba leyendo en estos libros, esto fue en la década de los 60.
Y después leí y noté en las Escrituras, cómo era cuando Dios se movía de maneras extraordinarias para manifestar Su presencia entre Su pueblo. Esto me cautivó. Mi corazón simplemente comenzó a clamar, «Señor, Tú lo has hecho antes, ¿podrías hacerlo otra vez?»
Comencé a encontrar en las Escrituras algunas oraciones por avivamiento extraordinarias. Hemos compartido algunas en programas pasados. No hace mucho tiempo transmitimos una serie sobre el Salmo 126, y hemos mencionado el Salmo 85 en alguna que otra serie.
Pero una de las oraciones más maravillosas la encontramos en Isaías capítulo 64. Todo el capítulo es una oración por avivamiento. De hecho comienza en el capítulo 63, versículo 15. Vimos esto hace un par de días cuando el profeta dice: «Mira desde el cielo, y ve desde Tu santa y gloriosa morada; ¿dónde está Tu celo y Tu poder? La conmoción de Tus entrañas y Tu compasión para conmigo se han restringido».
Y continúa orando en el capítulo 64, versículo 1: «¡Oh, si rasgaras los cielos y descendieras! Si los montes se estremecieran ante Tu presencia».
Así que hemos estado viendo estos capítulos durante esta semana, y hoy solo quiero enfocarme en el resto del capítulo 64. Pero permítanme comenzar leyendo en el versículo 1, para que puedan ver hacia dónde vamos.
¡Oh, si rasgaras los cielos y descendieras! Si los montes se estremecieran ante Tu presencia, (como el fuego enciende el matorral, como el fuego hace hervir el agua), para dar a conocer Tu nombre a Tus adversarios, para que ante Tu presencia tiemblen las naciones! (vv. 1-2).
A propósito, sabes que el fuego puede llegar a ser algo muy peligroso, pero también puede ser de mucha ayuda. He viajado a diferentes partes del mundo donde dicen, «no bebas de esa agua». Tiene muchas impurezas o cosas a las cuales tu sistema no está acostumbrado. Entonces, ¿qué puedes hacer para que el agua sea purificada? La hierves. Y eso es justo lo que viene a mi mente con este pasaje. La presencia de Dios, hierve y quema las impurezas de todo aquello a lo que se le acerca.
Él dice, «para dar a conocer Tu nombre a Tus adversarios, para que ante Tu presencia tiemblen las naciones!» ¡Imagina eso!
«Cuando hiciste cosas terribles que no esperábamos, y descendiste, los montes se estremecieron ante Tu presencia. Desde la antigüedad no habían escuchado ni puesto atención, ni el ojo había visto a un Dios fuera de Ti, que obrara a favor del que esperaba en Él. Sales al encuentro del que se regocija en practicar la justicia, de los que se acuerdan de Ti en Tus caminos. Pero te enojaste porque pecamos; Continuamos en los pecados por mucho tiempo, ¿y seremos salvos? (vv. 3-5)
Ahora, vamos a detenernos aquí. Regresaremos luego al resto del capítulo. Vemos aquí algunas de las condiciones en las que Dios desciende y se mueve entre Su pueblo. Vemos la obra de Dios a favor de aquellos que esperan en Él. Verás, queremos actuar, queremos hacer algo y anhelamos que Dios nos espere. Pero Dios dice, «no, actuaré cuando ustedes esperen por Mí».
¿Qué es más fácil, trabajar o esperar? Es más fácil hacer algo que esperar a que Dios obre. Ahora, cuando usamos la palabra esperar, a menudo la usamos como un término pasivo. Como si estuviéramos esperando a que llegue la siguiente temporada de nuestra vida, o esperando a que mis hijos crezcan y se casen.
Pero el término esperar, en el Antiguo Testamento en hebreo, es un verbo activo. Significa adherirse, esperar por algo. Dios actúa en favor de aquellos que esperan en Él, que se mantienen cerca de Él, aquellos que dicen, «Dios, no te soltaré hasta que vengas, me escuches y respondas».
Y ten en mente que el objetivo de esperar no es obtener alguna bendición de Dios. El fin es Dios mismo.«Dios actúa en favor de quienes esperan en Él».
Y Dios no actúa solo a favor de aquellos que esperan en Él, Dios tiene un encuentro con quienes se regocijan en practicar la justicia, con aquellos que hacen lo correcto con gozo.
Esta es la descripción de obediencia. Estar en una relación correcta con Dios produce gozo. Aquellos que tratan a otros con justicia, de una manera que refleja Su rectitud, son las personas con las que Dios se encuentra.
Así que no podemos pedir o esperar que Dios venga y se presente en nuestra iglesia, en nuestra familia, y envíe avivamiento a nuestros corazones, si estamos atesorando y apegándonos al pecado en nuestros corazones; si nos aferramos a la amargura, al enojo, a la falta de perdón, al egoísmo, al orgullo y a la avaricia. Debemos estar dispuestas a desechar todas estas cosas si queremos que Dios venga y tenga un encuentro con nosotras.
¿Pueden dos caminar juntos sin antes ponerse de acuerdo? Dios se hace presente a aquellos que se regocijan en practicar la justicia.
Y Dios se encuentra con aquellos que buscan Su voluntad en todo lo que hacen, y se acuerdan de Él en todos sus caminos.
Eso es de lo que hemos estado hablando en esta serie. Hemos estado conversando sobre esas ocasiones. Leímos algunos de esos relatos en el programa pasado. Ejemplos donde Dios vino y se movió de un modo extraordinario entre Su pueblo. Me ayuda mucho recordar esas cosas, Sus caminos, lo que Él ha hecho; porque entonces cuando vengo en oración delante de Él, soy alentada. Tengo el valor de decir, «Señor, lo haz hecho antes, ¿podrías hacerlo otra vez?» Aquellos que lo reconocen en todos Sus caminos.
Verás, la diferencia con cualquier otra religión en el mundo es que tenemos a un Dios, Jehová, que tiene una relación personal y un corazón hacia Su pueblo. Él quiere encontrarse con Su pueblo. Quiere actuar a favor de aquellos que esperan en Él. Quiere venir y ayudar a quienes se regocijan en practicar la justicia. Es un Dios que se relaciona con Su pueblo.
Pero Él está diciendo, «no puedes simplemente empujarme a una esquina, despreciarme, tratarme como a alguien con quien no quieres tener nada que ver, y de repente decir, «oh Dios, ¿dónde está tu heredad? ¿Dónde estás? ¿Por qué no estás aquí?»
Él no está aquí porque nosotros le dijimos, «vete».
Él no está aquí en nuestra nación porque nosotros le dijimos, «vete. No queremos tener nada que ver contigo». Hemos sacado a Dios con nuestras leyes fuera de nuestras escuelas, fuera de la vida pública, fuera de la esfera pública, y Dios ha dicho, «de acuerdo».
Pero entonces, ¿queremos que Él vuelva? Si es así, debemos hacer los ajustes para que Dios pueda ver que es bienvenido aquí para que tengamos una relación con Él.
Se nos ha dicho que Dios se acerca. Que Él actúa. Que Él se encuentra con aquellos que cumplen con estas condiciones. Pero, hay un problema. Hay un obstáculo para que Dios obre poderosamente y revele Su gloria, Su poder y Su presencia, y podemos verlo en la pequeña frase, «sales al encuentro del que se regocija en practicar la justicia».
Dios se encuentra con aquellos que practican la justicia, el problema es que no somos justas. Somos pecadoras. Y este es el tema que vamos a tratar en los siguientes versículos a continuación.
En el versículo 5 dice: «Pero te enojaste porque pecamos…» Si tienes el hábito de subrayar en tu Biblia, en los próximos versículos, subraya o haz un círculo cada vez que veas algo sobre la palabra pecado o alguna palabra relacionada a esta. «Continuamos en los pecados por mucho tiempo, ¿y seremos salvos?»
¿Acaso vas a liberarnos? ¿Vas a venir y rescatarnos? ¿Vas a venir y derramar Tu presencia y visitarnos? ¿Vas a entrar en nuestros hogares a pesar de que estamos aferrados a pecados que nunca hemos confesado? ¿Si nunca hemos llegado ponernos de acuerdo contigo, si nunca hemos lidiado con ello?»
Continúa describiendo el pecado, en el versículo 6: «Todos nosotros somos como el inmundo, y como trapo de inmundicia todas nuestras obras justas».
Ahora, en el Antiguo Testamento los judíos sabían perfectamente bien lo que era ser impuros ceremonialmente, era estar separados de Dios (y había una larga lista de cosas que te impedian estar limpio). Aquellos que no eran ceremonialmente limpios no podían entrar al templo a adorar, y el templo era donde estaba la presencia de Dios.
Estar impuro era lo mismo que ser excluido. Era estar separado de Dios y apartado de la comunidad de fe. Esta es la razón por la cual habrás escuchado que los leprosos, que tenían esta enfermedad contagiosa, eran puestos en cuarentena. Si caminaban por algún sitio donde hubiera personas, ellos debían decir en voz alta «¡inmundo! ¡inmundo!» Y debían cubrirse.
Era una imagen de lo que el pecado hace en nuestra relación con Dios y en nuestra relación los unos con los otros. El pecado separa. Inclusive las cosas buenas que hacemos, las «actividades espirituales» que nos hacen quedar bien con los demás están manchadas de pecado. Están contaminadas. Son inmundas. Están sucias. No podemos alegar ninguna justicia propia.
Así que esto nos explica porqué Dios no viene a visitarnos. Él dice que somos como un trapo de inmundicia.
No quiero sonar muy explícita aquí, pero la frase de hecho tiene que ver con la tela del periodo menstrual. Y lo que quiere decir es que estamos contaminadas. Esta secreción corporal resultaba ser ceremonialmente inmunda porque la gente reconocía que esa secreción venía de una naturaleza humana pecadora. Entonces Dios dice que, «inclusive nuestras mejores obras, que fluyen de corazones pecaminosos, están contaminadas ante un Dios santo».
Esta es la manera como Charles Spurgeon lo explica:
«Hermanos, si nuestra justicia está tan mal, ¿cómo será nuestra injusticia? Hay pecado en nuestras oraciones; necesitan ser hechas de nuevo. Hay inmundicia en las lágrimas que derramamos en penitencia; hay pecado en nuestra santidad; hay incredulidad en nuestra fe; hay odio en nuestro propio amor; hay veneno de serpiente en la flor más bella de nuestro jardín».
«Todos nos marchitamos como una hoja y nuestras iniquidades, como el viento, nos arrastran» (v.6).
El pecado nos vuelve inestables. Nos debilita. Nos hace indefensas para enfrentar los fuertes vientos de los problemas y las tentaciones.
Y en el versículo 7, que creo que es uno de los versículos más tristes de la Biblia, dice:
«Y no hay quien invoque Tu nombre, quien se despierte para agarrarse de Ti. Porque has escondido Tu rostro de nosotros y nos has entregado al poder de nuestras iniquidades».
Es como que Dios nos ha entregado a que seamos consumidas por nuestro pecado. Nuestros pecados nos han separado de Él y ha ocultado Su rostro de nosotras.
No estamos viviendo bajo Su poder. Nos hemos entregado al pecado, la comunión ha sido rota. Y en este escenario de desesperación, en esta condición, nadie busca a Dios. Nadie despierta para aferrarse a Dios.
Pienso que esta es una imagen de falta de oración. Se siente como que Dios es inalcanzable. No pueden verlo. Están vencidos por su pecado. Por lo tanto, no tienen la energía ni la motivación para orar. La falta de oración es una señal de pecado. No solo es pecado, es una señal de que nuestros pecados nos mantienen sin deseos de orar y sin la capacidad de orar.
Se dan cuenta de que no merecen que Dios intervenga. Así que, estas personas, mientras confiesan, no se justifican a sí mismas. No defienden su pecado. No lo racionalizan. No lo cubren. No culpan a otros. No culpan a la cultura en decadencia que los rodea. Ellos confiesan.
Y eso es lo que vemos en este pasaje, honestidad, confesión sincera del pecado. Dicen, «somos culpables. Sabemos que merecemos Tu ira». Y se lamentan por la falta de relación con su Padre celestial. Reconocen la seriedad de su pecado. Reconocen que su pecado no es un asunto pequeño.
Creo que hemos perdido ese sentido en nuestra cultura, en nuestra época. No pensamos mucho en el pecado. No pensamos mucho en nuestro pecado. Y cuando sí pensamos en ello, no pensamos que sea algo tan grande. No pensamos que sea un asunto importante.
Estas personas, por medio del Espíritu de Dios, se dieron cuenta de que este era un gran problema, un problema importante. «Esto nos ha separado de Dios».
Es el corazón que lees en el Salmo 25:11, que dice: «Oh Señor, por amor de Tu nombre, perdona mi iniquidad, porque es grande».
El que viene delante del Señor y dice: «Oh, Señor, perdona todos nuestros pecados. Amén». Eso no es confesar. Ese no es un corazón arrepentido, contrito. No es un corazón quebrantado por su pecado.
Ahora, no podemos fabricar esa convicción. No podemos inventarla. No podemos manipularla para que suceda. Pero mientras nos acercamos a la luz de la presencia de Dios, mientras nos adentramos en Su palabra, mientras vemos quién es Él, y después vemos nuestras vidas a la luz de Su presencia, nos comenzamos a dar cuenta de qué tan serio es pecar. Y nos damos cuenta de que…no es mi hermano, no es mi vecino, no es el pastor, no son los paganos, no son los gobernantes, los oficiales…soy yo, oh Dios, que tengo la necesidad de orar.
«Señor, ten piedad de mí». No es compararnos con otros: «Oh, no actuamos como las personas fuera de la iglesia que hacen esto…y hacen aquello… y ¿puedes creerlo…? Yo nunca pensé vivir para ver esto…» Todas esas cosas que somos propensas a decir en estos días. Pero el corazón que experimenta la presencia de Dios descender desde el cielo trayendo avivamiento, es un corazón que reconoce, «soy un desastre. Soy pecadora. Me he rebelado contra Dios y Su palabra». Y nombra las formas específicas en las que ha pecado.
Y nota en este pasaje, que este es un problema colectivo. Sigue diciendo: «Todos nos marchitamos como una hoja». Versículo 6: «Todos estamos llenos de impureza» (parafraseado). Así estamos todas nosotras. Estamos en esto juntas.
El profeta está orando esto. Los hombres de Dios, algunas de las oraciones más fervientes por avivamiento en la Biblia, algunas de las oraciones más humildes, son oraciones hechas por algunos de los líderes espirituales que pensaríamos que son los hombres más piadosos. Pero cuando están en la presencia de Dios, se dan cuenta, «estamos todos juntos en esto. Nadie queda excluido. No es que haya solo algunos malos en la iglesia. Es que todos hemos pecado».
Y continuamos en el versículo 8 con una plegaria por misericordia, una confesión humilde, honesta y seria por nuestros pecados. Versículo 8: «Pero ahora, oh Señor, Tú eres nuestro Padre, nosotros el barro, y Tú nuestro alfarero; obra de Tus manos somos todos nosotros».
Está diciendo a Dios, «recuerda quién eres Tú, y recuerda quiénes somos nosotros. Somos tus hijos. Nada puede cambiar eso. Te pertenecemos a Tí. Somos Tu creación. Tú nos hiciste y nos diste forma. Eres soberano sobre todos nosotros».
Escucha, la paternidad de Dios es un concepto precioso para nosotros; o debería serlo. Pero no era común para los judíos en el Antiguo Testamento. De hecho, en todo el Antiguo Testamento, solo hay 15 referencias a Dios como Padre, y tres de ellas las encontramos en Isaías 63 y 64.
Pero llegas al Nuevo Testamento, y con la venida de Cristo, eso cambia dramáticamente. Quince veces en el Antiguo Testamento se hace referencia a Dios como Padre; mientras que tan solo en los evangelios, 165 veces se hace referencia a Dios como nuestro Padre.
El Sermón del monte es un contraste drástico con el Antiguo Testamento. Jesús repetidas veces dice, «pide a Tu Padre esto, pregúntale a Tu Padre aquello, habla con el Padre sobre eso». Y lo que nos está diciendo es, «vine a traerte de vuelta a una relación con tu Padre».
Él enseñó a Sus discípulos a dirigirse a Dios como Padre, Padre nuestro, y a través de Cristo. Juntos podemos llamarle en oración Padre nuestro. Es un término precioso porque es la base sobre la que podemos apelar a Él para que tenga misericordia de nosotros.
Así que continúa diciendo en el versículo 9: «No te enojes en exceso, oh Señor, ni para siempre te acuerdes de la iniquidad. Mira, te rogamos, todos nosotros somos Tu pueblo».
Él le está diciendo, «merecemos Tu juicio, pero te pedimos que tengas misericordia de nosotros».
Y conforme se va desarrollando la oración, percibes que hay un cambio en el corazón que había sido dominado por el pecado. No siguen siendo rebeldes. Ahora son moldeables. «Somos barro en manos del alfarero». Se arrepienten. Están dispuestos a aceptar la autoridad de Dios su Padre y a someterse, así como el barro se somete al alfarero.
Y después oran en el versículo 10: «Tus ciudades santas se han vuelto un desierto; Sión se ha convertido en un desierto, Jerusalén en una desolación».
Recuerda, esta es una oración que Isaías profetizó a los exiliados cien años antes de que fueran cautivos a Babilonia; y ellos recordarían con tristeza cómo era antes en Jerusalén y cómo era ver el templo hecho un desierto y destruido y Jerusalén en desolación.
«Nuestra casa santa y hermosa, donde te alababan nuestros padres, ha sido quemada por el fuego y todas nuestras cosas preciosas se han convertido en ruinas» (v.11).
Ahora, es interesante que si regresamos al inicio de esta oración en el capítulo 63, en el versículo 15, él dice: «Mira desde el cielo, y ve desde Tu santa y gloriosa morada».
El lugar de Dios en el cielo es sagrado, santo, glorioso. Es hermoso porque Dios está allí y la santidad es hermosa y Dios es hermoso. Así que, donde Dios vive es santo y hermoso.
Y los hijos de Israel se dieron cuenta de que su lugar sagrado donde alababan aquí en la tierra también había sido santo y hermoso. ¿Por qué? Porque Dios estaba ahí. Las anteriores generaciones habían alabado a Dios ahí. La santa y gloriosa, Shekinah, la presencia y la gloria de Dios estaban ahí. Era una casa santa y hermosa en la tierra que reflejaba la santa y hermosa casa de Dios en el cielo.
Y eso es lo que se supone que deben ser las iglesias, las familias y nuestras vidas, un reflejo aquí en la tierra de cómo Dios habita en los cielos hermosos y santos.
El cielo en la tierra. Eso es lo que nuestros matrimonios deberían ser. Eso es lo que nuestras familias deberían ser. Eso es lo que nosotros deberíamos ser. Así es como deben verse nuestras iglesias para que cuando la gente entre, diga: «¡Wow! Este es un lugar santo y hermoso». No por los vitrales, no por su bella arquitectura, puede ser hermoso, pero que lo que ellos vean sea la belleza de lo sagrado, la belleza de la presencia de Dios.
Así que ellos están recordando el templo donde habían alabado y adorado a Dios, pero en este momento no era así, ellos lo habían ignorado. Lo habían reemplazado por dioses falsos. Su presencia se había ido. Y sus enemigos llegaron y tomaron y profanaron el lugar sagrado. Y ahora dicen, «nuestra casa santa y hermosa, donde te alababan nuestros padres, ha sido quemada por el fuego».
Escucha, ningún lugar puede ser realmente hermoso si no es santo, y cualquier lugar que sea realmente santo será hermoso.
Y así mientras reconocían: «Nuestra casa santa y hermosa, donde te alababan nuestros padres, ha sido quemada por el fuego». «Es un desierto. No es lo que un día fue», aceptaron la verdad sobre su condición espiritual.
Esto nos lleva a darnos cuenta de la verdadera condición espiritual de nuestras vidas, de nuestras familias, iglesias y de nuestro mundo. ¿Cuál es la verdad? ¿Es tu matrimonio, tu familia, tu iglesia, un lugar santo, hermoso, placentero, donde el nombre de Dios es glorificado? ¿O está desolado, en ruinas?
Y la oración termina con un tono quejumbroso, versículo 12, Isaías 64: «¿Te detendrás ante estas cosas, oh Señor?» (¿Cuáles cosas? Nuestro pecado. Todas las cosas que honestamente le confesamos). «¿Guardarás silencio y nos afligirás sin medida?»
Estas personas necesitaban desesperadamente la intervención de Dios, pero tenemos un problema porque Dios solo escucha y responde las oraciones de los justos. Y somos pecadoras. Así que, ¿cómo podemos esperar que Dios escuche nuestras oraciones y nuestro ruego por un avivamiento?
Bueno, años después de que Isaías hizo esta profecía, un hombre justo vendría a esta tierra. Viviría una vida sin pecado que nadie había vivido nunca antes en este planeta. Moriría por nuestros pecados, en nuestro lugar.
Y ahora, ese justo y santo Hijo de Dios, todavía con heridas en Sus manos, está intercediendo por nosotros en el cielo, sentado a la diestra del trono de Dios, y nos invita a ser revestidas con Su justicia, a orar y a clamar en Su nombre.
Y mientras oramos, nos damos cuenta de que no tenemos justicia propia. Nunca podríamos acercarnos a Dios. Nunca podríamos pedirle que deje los cielos y descienda. ¿Por qué vendría a un lugar como este? Vino una vez porque amó tanto al mundo que Dios envió a Su único Hijo.
Él vendrá de nuevo algún día a apropiarse de este mundo y a deshacer toda corrupción y maldad, y a traer nuevos cielos y nueva tierra. Pero mientras llega ese momento, Dios quiere rasgar los cielos, descender y visitar a Su pueblo, visitar tu vida, visitar tu familia, tu iglesia, tu nación, las naciones de esta tierra, con su maravillosa y magnífica presencia. Así que oremos por esto.
«Señor, no merecemos esto. No hay motivo alguno para que nos visites. Nuestras vidas son un desastre. Estamos en desolación. Somos un desierto. Estamos en ruinas. Señor, no queremos seguir jugando a la iglesia, y seguir como si nada. Oh Dios, por favor escucha. Por favor ven y perdónanos. Por favor ten piedad y misericordia de nosotros. Vuelve nuestros corazones hacia Tí. Te rogamos, vuélvete a nosotros y mira desde el cielo y ve. Desde Tu casa santa y hermosa, desciende y visita esta casa en ruinas que tenemos, y hazla de nuevo santa y hermosa para la gloria de Tu nombre».
Y todo el pueblo de Dios dice, «amén. Ven, Señor Jesús».
Annamarie Sauter: Amén.
Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha estado animando a orar y a clamar a Dios allí en medio de nuestra necesidad, y con fe en que Él puede visitar a Su pueblo una vez más. ¿Anhelas Tú una manifestación de Su presencia que despierte a Su iglesia, continúe en salvación de muchos perdidos y resulte en gloria para Su gran nombre?
Esta serie titulada, Un clamor por avivamiento concluye hoy, pero nuestro clamor continúa.
Y uno de los eventos que podemos recordar con gran alegría y que renueva nuestra esperanza de la manifestación del poder de Dios es la Conferencia True Woman del 2008. Ese fue un momento crucial que dio a luz a Aviva Nuestros Corazones y al Movimiento Mujer Verdadera. En la próxima serie estaremos escuchando el mensaje con el que el pastor John Piper abrió ese evento, así que asegúrate de acompañarnos.
Llamándote a clamar por un avivamiento, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
*Ofertas disponibles solo durante la emisión de la temporada de podcast.
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