Nombre sobre todo nombre, día 10
Annamarie Sauter: Hoy te traemos buenas noticias.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Hay un Redentor, Uno, que pagó el precio para recuperar todo lo que se había perdido por tu pecado.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
En la medida en que estudiamos algunos nombres de Jesús y leemos Su Palabra, vamos creciendo en comprensión de la historia de la redención. Hoy Nancy nos ayuda a profundizar en un nombre más de Jesús, a través del cual nuestro asombro por esta historia—el evangelio—y Su Autor, se verá renovado. Aquí está ella con nosotras.
Nancy: Redención, toda la Biblia es el drama de la redención desde el primer capítulo del Génesis hasta el último capítulo de Apocalipsis. Esa historia redentora se profetiza, se vislumbra en el Antiguo Testamento, y luego en el Nuevo Testamento se cumple, se lleva a cabo en la …
Annamarie Sauter: Hoy te traemos buenas noticias.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Hay un Redentor, Uno, que pagó el precio para recuperar todo lo que se había perdido por tu pecado.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
En la medida en que estudiamos algunos nombres de Jesús y leemos Su Palabra, vamos creciendo en comprensión de la historia de la redención. Hoy Nancy nos ayuda a profundizar en un nombre más de Jesús, a través del cual nuestro asombro por esta historia—el evangelio—y Su Autor, se verá renovado. Aquí está ella con nosotras.
Nancy: Redención, toda la Biblia es el drama de la redención desde el primer capítulo del Génesis hasta el último capítulo de Apocalipsis. Esa historia redentora se profetiza, se vislumbra en el Antiguo Testamento, y luego en el Nuevo Testamento se cumple, se lleva a cabo en la obra redentora de Cristo, nuestro Redentor.
Hoy queremos ver a Cristo como nuestro Redentor. Él nunca fue llamado en realidad Redentor, pero Él es claramente el que redime, y queremos celebrar hoy a Cristo como nuestro Redentor.
Ahora, la palabra redención habla de liberación. Habla de rescate, liberación y recuperación. No es una palabra que utilizamos a menudo en nuestro lenguaje cotidiano, por lo que queremos verla a través de las Escrituras, para tener algunas ideas de lo que se trata todo esto.
La palabra redención es una palabra de esperanza en medio de circunstancias aparentemente sin esperanza. Tal vez hay alguien hoy que esté enfrentando una situación así, una situación como esta, sin esperanza. Necesitas un poco de redención.
Cuando tu situación se ve oscura, y no parece haber ninguna luz al final del túnel, la promesa de la redención es que hay un futuro distinto, más brillante y alentador. Y cuando piensas que lo has echado todo a perder y crees que nunca podrás salir del hoyo que has cavado y que no hay manera de que Dios te use de nuevo, la redención promete que tu fracaso y tus pérdidas, que han sido causadas por tu pecado, serán revocadas y puedes ser redimida y restaurada y ser útil otra vez.
Ahora, si nos fijamos en las Escrituras, hay tres componentes importantes de la redención, y queremos ver un poco de ellos en el día de hoy.
Primero, para que haya redención, tiene que haber primero una necesidad, una situación desesperada. Tenemos que ser redimidas o sacadas de algo. El Salmo 25 dice: «Oh Dios, redime a Israel de todas sus angustias».
Redimida de problemas, de una situación desesperada. Esa situación a lo largo de todas las Escrituras es a veces servidumbre, esclavitud o cautiverio. Dios redimió a Su pueblo de la cautividad.
Podía ser también rescatada de alguna desgracia o dificultad. Ese problema podría ser la pérdida de una propiedad, la pobreza o la prisión por deudas. Dios hizo provisión para que estas personas fueran redimidas, y que esa redención trajera salvación, liberación y restauración.
Una persona que no tiene necesidad, no tiene necesidad de redención; y una persona que no tiene necesidad, no tiene necesidad de un redentor. Tienes que tener una necesidad. Tienes que estar desesperada. Tienes que estar en una situación de la que no puedes librarte a ti misma para experimentar la redención.
Así que primero hay una necesidad. Y luego, en segundo lugar, hay un redentor. Se asume así, porque no podemos redimirnos a nosotras mismas. Somos indefensas, estamos presas, estamos en problemas, atrapadas, y no podemos salir por nosotras mismas. No podemos encontrar la salida. No podemos analizar nuestra salida. Estamos atascadas. Necesitamos a alguien que venga y nos ayude. Necesitamos un redentor. Solo podemos ser redimidas por la acción de un redentor. En unos momentos vamos a ver algunas de las cualidades de un redentor.
Así que, en primer lugar, tenemos una necesidad. En segundo lugar, necesitamos un redentor. Y en tercer lugar, hay un precio que hay que pagar. Redimir a alguien o algo significa volver a comprarlo, pagar un precio. Por ejemplo, para liberar a alguien de la esclavitud o de la pobreza o de la prisión, se paga un precio. Se le puede llamar un rescate. Es una palabra que se relaciona con la redención. Tú pagas un precio de rescate para sacar a esa persona de la esclavitud.
Ahora, el concepto de redención en las Escrituras se introdujo por primera vez en el Antiguo Testamento en lo que conocemos como el Éxodo. El Éxodo, la liberación de los hijos de Israel de la cautividad egipcia. Esto se conoce como el Éxodo, el Éxodo viene a ser como la «historia de fondo», si se quiere, que sienta las bases para el concepto de redención en el Nuevo Testamento.
El Éxodo en el Antiguo Testamento apunta a la historia más grande del poder y de la gracia redentora de Dios. Anuncia el evangelio. En el Antiguo Testamento, el Éxodo es un tipo de la redención final que está por venir, que se cumple en Cristo, el Redentor. Así que es una historia importante. Permítanme leer solo una porción de esa historia. En Éxodo capítulo 6, en el versículo 6, Dios le dice a Moisés:
«Por tanto, di a los hijos de Israel: “Yo soy el Señor, y os sacaré de debajo de las cargas de los egipcios, (puedes ver aquí la necesidad) y os libraré de su esclavitud, y os redimiré con brazo extendido y con juicios grandes”».
Así que en ese versículo puedes ver los tres componentes de la redención. Ves la necesidad, por un lado la situación desesperada. Los hijos de Israel eran esclavos. Eran esclavos de Faraón, y lo habían sido durante 400 años…generación tras generación, tras generación. «Mi padre era un esclavo. Mis hijos serán esclavos. Sus hijos serán esclavos». No había esperanza para esta situación.
Y fue así como los hijos de Israel fueron liberados «de Egipto». Esa es una frase frecuente en el Antiguo Testamento: «de Egipto». Las Escrituras siguen regresando a esa frase porque prefigura el concepto del Nuevo Testamento de la salvación y de nuestra liberación de la esclavitud del pecado, la obra redentora de Dios.
Así que los hijos de Israel tenían una necesidad; eran esclavos. Y, por cierto, la redención significa ser rescatados o sacados de algo, una situación, una circunstancia desesperada, a un nuevo lugar, un lugar de libertad, un lugar de bendición.
Y el punto es que no vuelvas a la esclavitud. ¿Por qué querrías hacerlo? Y sin embargo, ¿no nos encontramos a veces con ganas de volver a los mismos hábitos, a los mismos pecados y la esclavitud de los que Jesús nos ha redimido? Bueno, piensa en ello. ¿Por qué quieres volver a Egipto? ¡Es una locura! Hemos sido redimidas de algo y llevadas a un lugar nuevo de libertad y de bendición.
Así que vemos en la historia del Éxodo, que hay una necesidad, y luego vemos en Éxodo 6, que acabamos de leer, que hay un Redentor. «Yo soy el Señor…Yo los sacaré…Yo los libraré…Yo voy a redimirlos».
Ahí está la acción de un Redentor. Estos hijos de Israel no pudieron redimirse a ellos mismos. Y hay recordatorios frecuentes a lo largo de las Escrituras, muchos de ellos en el libro de Isaías, que es una especie de evangelio del Antiguo Testamento en un solo libro, de que Dios es el Redentor de Su pueblo.
Por ejemplo, Isaías capítulo 41, dice:
«No temas, gusano de Jacob, vosotros hombres de Israel; yo te ayudaré —declara el Señor— y tu Redentor es el Santo de Israel» (v. 14).
Israel le pertenecía a Dios legítimamente. Dios llamó a Israel, el pueblo de Israel: «Mi hijo», pero los hijos de Israel habían sido vendidos como esclavos. Dios proveyó un camino para que pudieran ser rescatados para que fueran comprados de nuevo, para que pudieran ser Sus hijos, una vez más. Hizo esto siendo su Redentor.
Así que hay una necesidad, hay un Redentor, y luego hay un precio, hay un rescate que pagar. Dios les dice, «Yo voy a redimirlos con… grandes actos de juicio».
En el tiempo del Éxodo en el Antiguo Testamento, debía ser derramada sangre. Eso es lo que los judíos celebran en la Pascua. Los israelitas que le creyeron a Dios tenían que sacrificar un cordero; la sangre tenía que ser derramada, y después de que la sangre se hubiera derramado, ese cordero inmolado debía ser aceptado como un sustituto. Dios pasó por alto, Él redimió a Sus hijos. Pero los hijos de los egipcios que no creyeron, que no ofrecieron esos corderos expiatorios, murieron. Había un precio que pagar por la redención.
Así que en el Éxodo –y puedes ir y ver esto y puedes ver mucho más– hay una gran historia de redención. Se sientan las bases para la historia redentora del evangelio.
Pero hay otra historia en el Antiguo Testamento que se encuentra en el libro de Rut que nos da otra hermosa visión de nuestra redención del pecado y de Cristo, que es nuestro Redentor.
Recuerda la historia de cómo Noemí experimentó una pérdida devastadora tras otra:
- Hubo una hambruna
- Ella fue sacada de su tierra natal
- Se convirtió en una mujer extranjera en Moab
- Luego enviudó
- Luego perdió a sus dos hijos
Y entonces encontramos a Noemí, junto con su nuera viuda, Ruth, que se queda sin un proveedor, sin un futuro, sin una esperanza. Nos habla de una situación desesperada, de una circunstancia desesperada. Su situación es totalmente sombría. Parecería sin esperanza.
Y en el transcurso de estos acontecimientos, Noemí llega a ver a Dios como si Dios estuviera en contra de ella. Ella lo ve como su adversario, el que ha hecho su vida amarga. Ella dice: «…la mano del Señor se ha levantado contra mí» (Rut 1:13). El Señor me ha afligido.
¿Alguna vez te has sentido así? ¿Alguna vez has sentido que la mano del Señor te ha afligido?
Bueno, Noemí no se da cuenta de que cuando ella está bajo la presión de estas circunstancias, es que el mismo Dios que ella piensa que está en contra suya, está en realidad en el proceso de redimir su situación y la de Ruth. Él está usando sus circunstancias. Y a través de esas circunstancias Él va a obrar para llevar a cabo su rescate, restauración y liberación. Recuerda eso cuando sientas que tus circunstancias no tienen remedio.
Noemí y la pobreza de Ruth, sus necesidades, su situación desesperada, las hace candidatas perfectas para la redención. Porque recuerda que para tener un Redentor tienes que tener una necesidad, una circunstancia desesperada de la que no puedes librarte por ti misma.
Y su redención se produce a través de las acciones de un pariente redentor. Esa es una frase del Antiguo Testamento, la palabra hebrea goel. Goel era un pariente, un familiar que redimía a otro familiar de sus problemas y sus pérdidas.
En Levítico capítulo 25 leemos, por ejemplo, la ley de la redención, en la que una persona en una dificultad grave o en un peligro o que había caído en una especie de situación desesperada, «venía el pariente más cercano» de esa persona, su goel y actuaba como un redentor para rescatar a su pariente de sus problemas.
Ahora, esto se puede aplicar de maneras diferentes. Había dos cosas en la cultura judía que eran vitales que debían ser protegidas. Primero, el nombre de la familia, y en segundo lugar, la tierra de la familia y sus posesiones. De acuerdo con la ley de Moisés, los familiares tenían un derecho y una responsabilidad con respecto a un pariente cuyo apellido o cuyas tierras estaban en peligro de perderse. Y escucha cómo esto funcionaba.
Cuando tenía que ver con las tierras de la familia, si un hombre tenía que vender la propiedad de la familia debido a la pobreza, el pariente más cercano, su goel, su pariente redentor, que sería el pariente masculino vivo más cercano, tenía el derecho de redimir esa propiedad, de comprarla de nuevo y de restaurar la tierra al pariente empobrecido.
Levítico 25 dice: «Si uno de tus hermanos llega a ser tan pobre que tiene que vender parte de su posesión, entonces su pariente más cercano (su goel, su pariente redentor) vendrá y redimirá lo que su hermano haya vendido» (v. 25).
Ahora, cuando se trataba del nombre de la familia, un hombre, cuando su hermano moría sin hijos, tenía el deber de tomar a la viuda como esposa. Esto es obviamente una cosa muy extraña en nuestra cultura, pero se llama la ley del matrimonio levirato, la ley del pariente redentor. Él tomaría a la viuda como su esposa, y le levantaría descendencia o hijos a su hermano, y los hijos llevarían el nombre de su hermano y heredarían las tierras de su hermano. Todo esto era parte de la gran historia redentora de Dios que conduciría a la línea de Cristo.
Así que para ser un goel, un pariente redentor, había tres requisitos, y todos esos requisitos los vemos cumplidos a cabalidad por Jesús.
En primer lugar, ese pariente tenía que tener el derecho de redimir. Tenía que ser un pariente cercano. Él tenía que estar relacionado. Nadie más, ningún vecino, ningún amigo, ningún compañero de trabajo, nadie más tenía derecho a insistir en que el comprador devolviera la tierra.
Booz era el pariente cercano de Noemí y de Ruth. Él tenía el derecho de redimir a Noemí y a Ruth de la pobreza. Y sabemos en el Nuevo Testamento que Jesús es nuestro Goel. Él es nuestro pariente cercano.
Pero te preguntarás, ¿cómo podría el Hijo de Dios estar emparentado con nosotras? Él es santo, y nosotras somos pecadoras. Él es Espíritu, y nosotras somos carne. ¿Cómo podía Él ser nuestro pariente? Bueno la Escritura dice: «La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros» (Juan 1:14).
Hebreos 2 nos dice: «Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre (esas somos nosotras), Él también participó de lo mismo» (v. 14). Es lo que llamamos la encarnación. Él vino a esta tierra. Él se vistió de carne humana para poder ser nuestro pariente. Pero la encarnación sola no hizo a Jesús lo suficientemente cercano como para redimirnos de todos nuestros problemas y de las pérdidas causadas por nuestro pecado. ¿Por qué? Bueno, porque Él es santo y nosotras somos pecadoras.
En el pesebre vemos lo que dice Filipenses 2; que Jesús fue «hecho semejante a los hombres» (v 7.) Pero en Romanos 8 se nos dice que en la cruz Él fue «hecho en semejanza de carne de pecado» (v. 3). En la cruz, Jesús se convirtió en el pariente más cercano del pecador, cuando Él se hizo pecado por nosotros, y por lo tanto adquirió el derecho a redimirnos. Él se convirtió en nuestro Goel, en nuestro Pariente más cercano. Él tenía el derecho de redimir.
En segundo lugar, un goel tenía que tener el podero lacapacidad de redimir. Es decir los medios financieros para hacerlo. Si tú estuvieras en extrema pobreza, no podrías darte el lujo de rescatar a ningún familiar de sus pérdidas. La redención era costosa. Se requería el pago de un rescate, se requería un precio. Se requería un sacrificio personal.
Bueno, Booz era un hombre rico. Él tenía la capacidad de redimir a Rut y a Noemí de su pobreza. Y en 1 Pedro 1 se nos dice:
«Sabiendo que no fuisteis redimidos de vuestra vana manera de vivir heredada de vuestros padres con cosas perecederas, como oro o plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha, la sangre de Cristo» (vv. 18-19).
Hebreos 9 nos dice que:
(Jesús) entró una vez para siempre en el santuario, «y no por medio de la sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por medio de su propia sangre, entró al Lugar Santísimo una vez y para siempre, habiendo obtenido una redención eterna» (v. 12).
Él no solo tenía el derecho para redimirnos, Él tenía el poder, los recursos para redimirnos, y Él pagó ese precio de Su propia sangre como rescate por los pecadores.
Luego, en tercer lugar, el goel tenía que tener la voluntad de redimir –la voluntad de redimir. Y en la historia de Rut, Booz no tenía ninguna obligación de intervenir a favor de Rut. De hecho, en el capítulo 4 de Rut se nos dice que había en realidad un pariente más cercano, un pariente más cercano que quería la tierra, pero cuando se enteró de que Rut venía con la tierra, dijo: «No, gracias». Él quería la tierra, pero no quería a Rut.
Bueno, no te alegras de que Jesús nos quiso a nosotras? Él no solo tenía el derecho de redimir, el poder de redimir y los recursos para redimir, sino que tuvo la voluntad de redimirnos.
Y así, cuando se llega al final de la historia de Rut, que se ve la restauración de las tierras de la familia a Noemí, quien lo había perdido todo, ves también a este niño nacido de Rut que continuaría con el nombre de la familia y con la línea del marido de Noemí y de la familia. Y por esa razón las mujeres le dicen a Noemí en Rut 4: «Bendito sea el Señor, que no te ha dejado hoy sin redentor, y que su nombre sea célebre en Israel» (v 14).
Oh, no es esa la canción que los redimidos pecadores pueden cantar? «Bendito sea el Señor, que no nos ha dejado hoy sin un redentor y que Su nombre sea reconocido en el corazón de su pueblo». Hay un Redentor, que pagó el precio para recuperar todas las pérdidas ocasionadas por tu pecado. Él es tu pariente más cercano.
Y esa es la historia básica de toda la Biblia.
- Dios nos creó, le pertenecemos a Él
- Pero como resultado del pecado y de la rebelión contra Dios, toda la raza humana fue hecha esclava de Satanás
- Como resultado de esto, todas estamos bajo la maldición de la ley, y nos enfrentamos a la amenaza del juicio divino y de la muerte
- Pero por Su inmenso amor y misericordia, Dios proveyó un medio por el cual podemos ser redimidas, y Él lo hizo a un gran precio a un gran costo personal.
- Él envió a su Hijo para dar Su vida, derramando Su sangre, muriendo como nuestro sustituto, y siendo nuestro Goel, nuestro pariente Redentor.
Y así, cuando Juan el Bautista, el precursor de Jesús, el Mesías, nació, su padre Zacarías dijo en el nacimiento de ese hijo, «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a Su pueblo» (Lucas 1:68) .
Y cuando Ana, esa viuda de edad avanzada, vio al niño Jesús que había sido llevado al templo para ser dedicado por José y María, exclamó:
«Y, llegando ella en ese preciso momento, daba gracias a Dios, y hablaba de Él (de ese niño) a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (Lucas 2:38).
La redención prometida por Dios, de la que los profetas habían predicho desde hacía cientos de años, esa redención prometida se cumplió en Jesucristo.
«Quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad (redimirnos de nuestra situación desesperada, de nuestra cautividad) y purificar para sí un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras» (Tito 2:14).
Gálatas 3:
«Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros –porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero» (v.13).
Y en 1 Corintios 1 dice:
«Mas por obra suya estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, y santificación y redención» (v.30).
(Redentor) «…en Él tenemos redención mediante Su sangre (que es el precio del rescate), el perdón de nuestros pecados según las riquezas de Su gracia» (Ef 1: 7).
La redención que tenemos en Cristo Jesús ofrece la liberación del castigo y del poder del pecado, y un día, de la misma presencia del pecado, y hasta del último vestigio y efecto y consecuencia del pecado en este mundo.
Redención, en última instancia, de la muerte y del poder de Satanás y la redención de la ira de un Dios santo y del juicio venidero. Por Cristo nuestro redentor, 1 Pedro 1 nos dice que se nos ha redimido de la «religión vacía» (v.18).
Luego, Romanos 8 nos da esa increíble promesa de que un día toda la creación será redimida. Vamos a experimentar la «redención final, la redención última de nuestro cuerpo» (v.23). Nuevos cuerpos, un cielo nuevo y una tierra nueva. Tenemos un gran Dios redentor que envió a Su Hijo para ser nuestro Redentor.
No es de extrañar que el salmista dijera: «Díganlo los redimidos del Señor, a quienes ha redimido de la angustia» (Salmo 107: 2).
Y a medida que celebras y que te regocijas en Cristo nuestro Redentor, ¿sabes qué? puedes convertirte también en un instrumento de redención en la vida de otras que todavía están en cautiverio.
Te adoramos, Señor Jesús, nuestro bendito Redentor. Cantamos. Nos regocijamos. Decimos esto, y te damos gracias por habernos rescatado de la destrucción. En el nombre de Jesús. Amén.
Annamarie: Nombre sobre todo nombre. Así se titula esta serie de programas que concluye hoy. Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha estado ayudando a conocer más a Jesús y Su obra redentora a nuestro favor. Si te perdiste alguno de los programas anteriores en esta serie, encuéntralo en AvivaNuestrosCorazones.com.
Recuerda que la lectura para hoy en el Reto Mujer Verdadera 365 es Isaías capítulos 53 al 56, y asegúrate de acompañarnos el lunes para un nuevo programa de Aviva Nuestros Corazones.
Viviendo juntas la belleza del evangelio, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
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