Más poderoso que las palabras
Annamarie Sauter: ¿Has vivido esclava de las palabras de otras personas?
Nancy DeMoss Wolgemuth: Durante los próximos días quiero hablar acerca de algunos principios prácticos para vencer la maldición de esas palabras…ya sean de tu pasado o de tu presente.
Annamarie: Pero, ¿es eso posible?
Nancy: Datecuenta que por medio de Cristo, Dios ha hecho provisión para liberarte de cualquier maldición.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Hay cosas que nos han dicho que han marcado nuestras vidas –aún por largos años. Pero, hay una manera en la que podemos ser libres. Nancy nos hablará sobre esto en la serie a la que damos inicio hoy titulada, Bendice a otros a través de tus palabras.
Nancy: Hace ya algunos días recibí un correo electrónico de una amiga que conozco muy bien desde hace muchos años. En ese correo …
Annamarie Sauter: ¿Has vivido esclava de las palabras de otras personas?
Nancy DeMoss Wolgemuth: Durante los próximos días quiero hablar acerca de algunos principios prácticos para vencer la maldición de esas palabras…ya sean de tu pasado o de tu presente.
Annamarie: Pero, ¿es eso posible?
Nancy: Datecuenta que por medio de Cristo, Dios ha hecho provisión para liberarte de cualquier maldición.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Hay cosas que nos han dicho que han marcado nuestras vidas –aún por largos años. Pero, hay una manera en la que podemos ser libres. Nancy nos hablará sobre esto en la serie a la que damos inicio hoy titulada, Bendice a otros a través de tus palabras.
Nancy: Hace ya algunos días recibí un correo electrónico de una amiga que conozco muy bien desde hace muchos años. En ese correo ella compartió conmigo una parte de su vida de la cual no estaba al tanto, y mi espíritu se sintió un tanto aplastado a medida que leía su historia, no la había escuchado anteriormente.
La verdad es que en la mayoría de las historias de nuestras vidas, hay mucho más de lo que la gente conoce, aún si ellos creen que nos conocen bien. Muchas de ustedes son amigas muy queridas, y sé que en nuestra audiencia hay personas –que aunque conozco parte de sus historias, y ustedes parte de la mía– lo cierto es que hay cosas detrás de la fachada de «todo está bien» que no son del todo ciertas.
Esta amiga me contaba: «He pasado toda una vida tratando de vencer las palabras abusivas e insultantes que me lanzaban diariamente mis padres y mi hermana. Me llamaban tonta, estúpida, idiota, y nombres que no quiero ni siquiera repetir. Si preguntaba algo, era una boba y si cometía un error, una estúpida. La lista sigue y sigue y esas palabras han dejado una marca profunda en quien soy hoy».
Ella me dijo: «Al día de hoy, todavía mi madre puede devastarme con una lista de insultos y comentarios crueles. El año pasado cuando visité a mis padres, fue tan horrible que pasé el mes siguiente tratando de luchar con instintos suicidas. Así que aquí estoy, siendo adulta –ya madre y abuela– y aun estoy adolorida por la falta de compasión y de amor que tanto he necesitado de otros».
La maldición de las palabras puede ser realmente poderosa ¿no es así? Palabras de otros dichas a nosotras, aún palabras que nos decimos a nosotras mismas. Palabras que tienen la intención de infligir daño o dolor, que tienen el propósito de minimizar, de desearnos mal. Les voy a pedir por favor que vayan en sus biblias a la historia que se encuentra en 2 Samuel capítulo 16, quiero hablarles sobre una de la historias del rey David que nos ilustra el poder de las palabras, la maldición de las palabras y cómo debemos responder a ellas.
En ese contexto, David es el rey de Israel, y a pesar de ello su propio hijo reclama el trono. Él está tratando de usurpar el trono, se ha rebelado contra su propio padre, el rey, y vemos a David huyendo por su vida. Un hombre, llamado Simei, se acerca cuando David y sus hombres están huyendo.
En 2 Samuel capítulo 16 versículo 5 dice:
«Cuando el rey David vino a Bahurim, salió un hombre de la familia de la casa de Saúl».
Hagamos una pausa aquí por un momento. Este hombre era un pariente lejano de Saúl. ¿Quién era el rey Saúl? El fue el rey que precedió al rey David. David esperó por años que Dios destronara al rey Saúl –que de hecho fue lo que sucedió– y entonces David ocupó el trono.
Así que, he aquí un hombre de la familia de Saúl muy molesto porque David ahora está en el trono. Su nombre es Simei hijo de Gera, y «cuando salió, iba maldiciendo». La palabra en el Antiguo Testamento para maldecir no necesariamente se refiere a palabras obscenas, sino que son palabras dichas con el solo propósito de hacer daño –palabras dañinas que son derogatorias y que minimizan.
Él habló palabras ofensivas con toda la intención de destruir a David. Maldijo continuamente y en el versículo 6 dice que «tiraba piedras a David». Ahora, él no solo está maldiciendo, sino que pasó al abuso físico. Es implacable y lo está haciendo de forma continua.
Él tiraba piedras a David y a todos los siervos del rey David, y aunque todo el pueblo y todos los hombres valientes estaban a su derecha y a su izquierda, así decía Simei mientras maldecía: ¡Fuera, fuera, hombre sanguinario e indigno! (v.7)
Algunas de sus traducciones dicen aquí «¡hijo de Belial!» Es una frase que significa, ¡bueno para nada! Es un término muy feo que dice, ¡vete de aquí inútil, bueno para nada!
«El SEÑOR ha hecho volver sobre ti toda la sangre derramada de la casa de Saúl, en cuyo lugar has reinado; el SEÑOR ha entregado el reino en mano de tu hijo Absalón. He aquí, estás prendido en tu propia maldad, porque eres hombre sanguinario» (v.8)
Así es que, aquí está David caído y noqueado, experimentando maldiciones, abuso físico continuo y constante, y todas son falsas acusaciones. Porque no fue David quien destronó a Saúl. Pudo haberlo hecho. Tuvo muchas buenas oportunidades, pero él rehusó hacerlo. En su lugar, fue Dios quien derrocó a Saúl.
Pero Simei está burlándose de David, diciendo que Dios está vengando la muerte del rey Saúl al sacarlo del poder. A medida que lees estas palabras, quizás pienses en algunas palabras que te han dicho a ti –palabras feas, palabras dolorosas que te hirieron o quizás palabras que te han herido y que han sido parcial o totalmente inmerecidas.
«¡Eres una lenta!» «¡Nunca llegarás a nada!» «Tú siempre…» «Tú nunca…» «No puedes…» «Eres como…» «Tú nunca cambiarás» «¡Nunca encontrarás a nadie que te ame!»
Viene a mi mente una amiga que recientemente me dijo que cuando ella cometía errores infantiles siendo una niña, su papá la miraba y le decía, «¡muérete! ¡No vales nada, buena para nada!»
Déjame decirte que ser hija de Dios no te inmuniza a la maldición de otros. Algunas veces otros nos maldicen, en el sentido de decirnos palabras dolorosas que nos hieren y nos minimizan. Algunas veces Dios no les impide que lo hagan, aunque Él pudiera. Dios deja que eso pase. Vivimos en un mundo caído; en un mundo bajo maldición, y muchas veces Dios permite que algunas de nosotras vivamos esa experiencia.
Algunas de ustedes, quizás todas nosotras, hemos experimentado en un punto o en otro el que Dios no les haya impedido a otras personas decirnos cosas que han sido como un cuchillo, que nos han herido y han infligido un enorme daño. No podrás impedir que cosas así sucedan, pero la clave de esto está en cómo nosotras respondemos a esa maldición –qué hacemos con eso.
En lo que sucede a continuación en 2 Samuel, vemos dos maneras diferentes de responder a una maldición cuando nos llega. La primera es como responde Abisai. Él era el guardaespaldas y el sobrino de David. Y él sabía que ese ataque no estaba justificado. Él estaba defendiendo a David su tío, y demostró la manera más natural y espontánea con que se responde a una maldición.
Abisai dice en 2 Samuel capítulo 16 versículo 9:
«¿Por qué ha de maldecir este perro muerto a mi señor el rey? Déjame que vaya ahora y le corte la cabeza».
¿Qué hace él aquí? Él devuelve la maldición con maldición: «¿Tú llamas a mi tío bueno para nada?, bueno, ¡tú eres un perro muerto!» Era lo peor que pudo haber pensado decirle. Su actitud era «no vamos a tolerar esto con los brazos caídos. ¡Déjame ir y aniquilarlo!»
El castigo por maldecir al rey era una ofensa capital. Así que lo que Abisai realmente estaba diciendo era, «dale lo que se merece; él te está maldiciendo, maldícelo tú a él. ¡Destrúyelo! ¡Decapítalo!» Pero David demostró una manera diferente de responder a la ofensa.
De paso, déjame preguntarte, ¿te puedes ver en la respuesta de Abisai? Quizás nunca has dicho esas palabras, «¡decapítenlo!», pero ¿alguna vez las has pensado? «¡Perro muerto!», devolviendo mal por mal…maldición por maldición. «Recibe lo que te mereces, te daré lo que mereces».
Quizás lo hagamos de manera más sutil, pero de todas maneras, lo hacemos. Y esa es la reacción natural. Pero David nos demuestra una manera sobrenatural de responder cuando nos maldicen.
«Pero el rey dijo: ¿Qué tengo yo que ver con vosotros, hijos de Sarvia? Si él maldice, y si el SEÑOR le ha dicho: "Maldice a David", ¿quién, pues, le dirá: "¿Por qué has hecho esto?" … Dejadlo, que siga maldiciendo, porque el SEÑOR se lo ha dicho. Quizás el SEÑOR mire mi aflicción y me devuelva bien por su maldición de hoy» (vv.10-12).
La respuesta de David nace de su teología, y nuestras respuestas en la vida siempre nacen de nuestra teología. ¿Qué es teología? Tú dirás, «yo no soy una teóloga». Oh sí, tú lo eres. Teología es tu visión de Dios –lo que piensas de Dios. Todas tenemos nuestra teología.
- Si ves a Dios como un Dios vengativo, entonces tu teología dictará que te conviertas en una persona vengativa.
- Si tu teología no entiende la gracia y la misericordia de Dios, entonces no extenderás gracia y misericordia a aquellos que han pecado contra ti.
Pero David tiene su teología, una visión de Dios, una manera de pensar sobre Dios que le permite responder a la maldición de una manera totalmente antinatural o mejor dicho de una manera sobrenatural.
¿Qué está diciendo aquí David? «Deja esos asuntos en las manos del Señor. Dios puede manejar eso. Él no me podría maldecir si Dios no le estuviera permitiendo hacerlo. De hecho, quizás Dios ha enviado a este hombre a mi vida porque Dios sabe que hay algo que necesito escuchar».
De paso, diría que algunas de las cosas que me han dicho a través de los años, que me han dolido mucho, a las cuales he reaccionado, que me han herido más, en la medida en que analizo me doy cuenta de que hay algo de verdad en ellas y que Dios quería utilizarlas para santificarme. Pero como reaccioné a la mentira, a la forma exagerada, a la forma negativa o dura en que se me dijo, me perdí de algo que Dios quería decirme.
De ninguna manera estoy justificando a nadie que hable de la manera que Simei lo hizo, ni estoy diciendo que la persona que te ha maldecido lo hizo para complacer al Señor. Pero David deja espacio en su teología para que Dios sea Dios. En efecto, él está diciendo, «no soy yo quien dirige el universo. No puedo hacerlo. Dios es el único que puede hacerlo. Así que dejemos que Dios se encargue de Simei y que Dios se encargue de mí también. Dios me puede devolver bien en lugar de la maldición que he recibido».
Así que en lugar de defenderse y en lugar de actuar violentamente, David se contiene en su reacción. Y él es capaz de hacerlo porque reconoce la soberanía de Dios.
Es esa visión de Dios la que lo capacita para responder humildemente y recibir la maldición de Simei como si proviniera del Señor. A medida que piensas en las personas que te han maldecido, quizás hay una frase, o una oración, o una persona cuyas palabras aún (años después) están alojadas en tu corazón, en tu mente. En un sentido ellas aún te están maldiciendo porque aún estás pensando en ello, aún las recuerdas y te están afectando al día de hoy.
Hazte esta pregunta: «¿Reacciono yo como lo hizo Abisai –¡Perro muerto, te cortaré la cabeza!?» Quizás nunca has dicho estas palabras, pero ¿hay ira y amargura en tu corazón hacia aquellos que te han maldecido? O tienes la visión de Dios que te capacita para responder humilde y calladamente. Una visión que te permite contenerte y decir, «Dios puede manejar esto. Dios tratará con esa persona y Dios puede bendecirme a pesar de cualquier cosa que hayan hecho para maldecirme».
Tengo una amiga que es esposa, y madre de varios niños, y ella ha compartido conmigo algunas cosas de cómo la educaron. Ella fue adoptada cuando pequeña. Su padre adoptivo estaba involucrado en el liderazgo espiritual en su iglesia. Pero mientras crecía en medio de esta familia que la adoptó, ella experimentó mucho abuso verbal y físico.
Finalmente, cuando ya estaba en su último año de bachillerato, tuvo la valentía, el coraje de ir a hablar con su pastor. Ella esperó una noche hasta que finalizaron las actividades de su grupo de jóvenes para hablar con su pastor, temiendo que, ya que su padre era uno de los líderes de la iglesia, al pastor le preocupara esto.
Ella habló con el pastor quien básicamente le dijo, «vas a tener que esperar con eso. Estás a punto de graduarte, espera». Esto no la animó mucho. Pero peor aún, cuando llegó a casa tarde esa noche, alguien que estuvo al tanto de la conversación de ella con el ministro le contó a sus padres quienes la esperaron despiertos.
Esto es lo que ella me relata que sucedió al llegar a casa. Ella dijo, «ellos no me pusieron la mano, pero durante la próxima hora –más o menos– me repitieron constantemente como los había avergonzado, que era tan fea como el sucio, que se arrepentían de haberme adoptado y que nunca llegaría a ser nada en esta vida.
Lo único que recuerdo fue el haberme sentado a llorar. Finalmente luego de decirme esas cosas una y otra vez, me permitieron subir a mi habitación. Caí sobre mi rostro y clamé a Dios, diciéndole que ya no podía más, que me quería morir».
Y quizás ¿cuántas de ustedes recuerdan algo similar –o quizás fue un poco diferente– qué te decían cuando eras niña? Quizás algo que fue dicho por tus padres, o quizás un amigo (o alguien quien pensabas que era tu amigo), una compañera de colegio, un profesor o uno de tus hermanos…algo que te dijeron que te hirió profundamente y miras atrás y ves la maldición de esas palabras. Aún las recuerdas y todavía hoy te afectan. ¿Cuántas de ustedes tienen algo similar en su historia? Pienso que la mayoría.
He hablado con algunas mujeres, en particular en las últimas semanas mientras estaba trabajando en esta serie, y me sorprende ver la cantidad de cosas que les sucedieron hace años, en su pasado, y que aún pueden recordar como si hubiera sido ayer. Fue tan doloroso, tan dañino, tan perjudicial. Cosas que aún permanecen con ellas, y en algunos casos, cosas que están siendo altamente destructivas en sus vidas como adultas.
Puede que la persona que lo dijo ya no esté viva, pero estas mujeres…y hombres también, aun llevan consigo esta maldición de las palabras que le fueron dichas, aun al día de hoy.
Y a medida que escucho el lamento de sus corazones y al estudiar este tema en la Palabra de Dios, me he sentido muy cargada porque siento el peso y la tristeza con la que estas personas han vivido durante años en sus vidas. Sin embargo, por otro lado, también he sido muy animada al ir a las Escrituras y encontrar que en la Palabra de Dios están los recursos para ayudarnos a liberarnos de la maldición de esas palabras.
Cualquiera que haya sido esa maldición, lo que sea que se haya puesto sobre nosotras, como quiera que se nos haya colocado, y quien quiera que lo haya hecho, hay esperanza para nosotras como hijas de Dios. No estamos atadas a esas maldiciones que nos han sido impuestas desde nuestra infancia. Para algunas de ustedes no fue en la infancia. Para algunas es en su matrimonio. Otras aún viven en sus hogares…
Recibo correos electrónicos y cartas de mujeres que aún viven con esposos maldicientes. De nuevo, permítanme decirles que no estoy aquí hablando solamente de obscenidades. Estoy hablando de palabras que se dicen intencionalmente para rebajar, para controlar y para herir a la persona que las escucha. Si estás viviendo ahora con algo así o si las recuerdas aun y tienes una marca en tu corazón que no puedes olvidar, creo, basada en la autoridad de la Palabra de Dios, que es posible vencer el poder de esas palabras de maldición en tu vida.
Y durante los próximos días, quiero hablar acerca de algunos principios prácticos para vencer la maldición de esas palabras, ya sean de tu pasado o de tu presente. Y quizás quieras anotarlos. Si no los apuntas todos, puedes ir a la página web donde tendremos la lista conjuntamente con los versículos de la Escritura, y así los puedes obtener todos.
Número uno, si quieres vencer la maldición de esas palabras en tu vida, hay algo de lo que necesitas darte cuenta, (hay varias cosas de las que necesitas darte cuenta). Es aquí precisamente donde debemos sentar el fundamento para nuestro proceso de pensamiento, para nuestro pensamiento. Por ejemplo, necesitasdarte cuenta de que nadie puede maldecirte sin el permiso de Dios.
Vimos esto en la primera parte del programa. Cuando Simei maldijo al rey David, y David le dijo, «déjalo. No le cortes la cabeza. Dios le ha permitido hacer esto». No me pidas que te explique cómo puede Dios permitir una cosa semejante, por qué Dios lo permite o si Dios lo ordena. Dios no ordena el pecado, de ninguna manera. Pero de alguna manera en la providencia de Dios y en Su trato con los hijos de los hombres, Él lo permite y ordena las cosas que llegan a nuestras vidas. Debes empezar por ahí, y debes darte cuenta de que nadie te puede maldecir si Dios no lo permite.
De hecho, en el libro de Números, en el capítulo 22, está toda la historia de Balaam, quien fue sobornado por el rey de Moab para que maldijera a los israelitas. Él trató en varias ocasiones de maldecir a los israelitas, pero Dios no permitió que Balaán lo hiciera. Así que leemos que Balaam le dice a Balac: «¿Hay acaso algo que pueda decir? La palabra que Dios ponga en mi boca, esa diré» (v.38)
Y Balac viene a Balaam y le dice, «¡Yo quiero que tú los maldigas, pero aun así tú los bendices! ¿Por qué razón haces esto?» Él le había pagado a Balaam para que maldijera a los israelitas. Y Balaam le responde: «¿Cómo puedo yo maldecir aquellos a quienes Dios no ha maldecido? He aquí, yo he recibido órdenes de bendecir; Él ha bendecido y eso no lo puedo revocar… No hay agüero contra Jacob, ni hay adivinación (o maldición que pueda ser dada) en contra de Israel» (Núm. 23:11-20,23 parafraseado). Esa es la ilustración.
Por otra parte, en el caso de David, Dios permitió que Simei lo maldijera. En el caso de Balac y Balaam, Dios no permitió a Balaam maldecir a Israel. Así que date cuenta de que nadie nos puede maldecir si Dios no se lo permite. La palabra más dolorosa o dañina que te hayan podido haber dicho, no escapa la atención de Dios.
Entonces recuerda, date cuenta de que si eres una hija de Dios, eres bendecida, sin importar lo que los demás te hagan o te digan. Otra vez, necesitas darte cuenta de que aunque otros te hayan maldecido, tú tienes la bendición de Dios en tu vida si eres Su hija.
También, date cuenta de que la bendición de Dios en tu vida es más poderosa que cualquier maldición humana –sin importar lo que cualquiera pueda decirte, sin importar cómo te maldicen. Nosotros tenemos personas que nos escuchan quienes han recibido maldiciones y aun hechizos satánicos a través de rituales satánicos abusivos…cosas horribles que les hacen a los niños pequeños.
Hay mujeres que nos escuchan que han pasado por ese tipo de maldición, pero aun así les quiero recordar que la bendición de Dios en sus vidas es más poderosa que cualquier maldición que cualquiera les haya podido imponer.
Una cosa más que necesitas darte cuenta es que por medio de Cristo, Dios ha hecho provisión para liberarte de cualquier maldición. No hay palabras que te maldigan, ni ningún otro tipo de maldición que tenga poder para controlar tu vida después de que estás en Cristo.
El poder de lo que Jesús hizo en la cruz, rompió, quebró el poder de cada maldición en tu vida. Eso no quiere decir que no te vayan a maldecir, lo que quiere decir es que el poder de la bendición de Dios es mucho mayor que esa maldición. Esa maldición que viene a ti no tiene poder para vencerte. No te puede dominar, no puede controlar tu vida a menos que tú lo permitas.
Porque por medio de Cristo hay poder, la provisión para ser libre de cualquier maldición que alguien te haya podido hacer, o que pudiera imponer en tu vida. Así que date cuenta de estas cosas:
- Nadie te puede maldecir sin el permiso de Dios.
- Si eres una hija de Dios eres bendecida a pesar de cualquier maldición que hayan puesto en tu vida.
- La bendición de Dios es más poderosa que cualquier maldición humana.
- Por medio de Cristo hay provisión para ser liberada de cualquier maldición.
Tú dirás, «pero ¿qué hago con estas maldiciones?» Piensa en la maldición que se te ha dicho, y luego de haberte dado cuenta de estos principios fundamentales que hemos mencionado anteriormente, revisa el origen de esas palabras que fueron dichas en tu contra. Revisael origen de las palabras. Las palabras que otros te han dicho, revísalas a la luz de la Palabra de Dios. Pregúntate de las cosas que se te han dicho, que han tenido el deseo de dañarte, de maldecirte o de rebajarte, ¿es eso cierto? ¿Está eso que se te dijo de acuerdocon lo que dice la Palabra de Dios? Pregúntate a ti misma y revisa las cosas que te han dicho.
Entonces, rechazacualquier cosa que se te haya dicho que no sea cierta. Revisa lo que se te ha dicho a la luz de la Palabra de Dios, y pregúntate, ¿es esto cierto? Y si no es cierto, rechaza cualquier palabra que no sea verdad. Debes saber que las maldiciones que se han dicho en tu contra, si eres hija de Dios, solamente tendrán un efecto sobre ti, si tú las recibes…si tú las crees.
Si las cosas dichas no son ciertas, si no son consistentes con la Palabra de Dios, no tienen ningún poder sobre ti. Lo que las hace tener algún poder es cuando tú las crees, y las recibes, cuando nosotras las recibimos. Cuando creemos las cosas que son dichas acerca de nosotras como, «nunca llegarás a ser nada»; «tú no vales nada»; «no eres nadie». Cuando creemos estas cosas que son contrarias a la Palabra de Dios (porque no son ciertas), entonces estás dándoles poder a esas palabras.
¿Sabes lo que finalmente estás haciendo? Estas maldiciéndote a ti misma. Y eso es lo que le da poder a esas palabras. Proverbios capítulo 26 versículo 2 dice: «Como el gorrión sin rumbo o la golondrina sin nido…» Miras las aves y ves que revolotean de aquí para allá. ¿No se cansan? Parece ser que nunca se van a posar. Proverbios dice como esas aves sin reposo «que nunca se van a posar…la maldición sin motivo jamás llega a su destino» (NIV).
No puede llegar a menos que tú digas, «lo acepto, lo creo, lo recibo». Así es que, piensa en las palabras que se han dicho. Recuerdo lo que una amiga me dijo la semana pasada cuando estábamos comentando sobre todo este tema de la bendición y la maldición.
Ella me comentó: «Inmediatamente viene a mi mente una ocasión. Cuando estaba en intermedia yo era pequeña y no estaba muy bien desarrollada. Luego de la clase de gimnasia me estaba cambiando para bañarnos. Una de mis amigas me dijo, ¿estás segura de que eres mujer? ¡No te puedes imaginar cuánto me dolió ese comentario!»
Y mi amiga continuó diciéndome, «empecé a pensar sobre eso. ¿Era yo la primera cosa extraña que Dios había creado en la tierra, quizás no era mujer?»
Y entonces le pregunté: «¿Cuándo descubriste que eras mujer?» Ella se rió –es una mujer muy bella– y me dijo, «no sé cuándo, pero eso me dolió». Ahora, cuarenta años después, ella aún recuerda esa conversación. Esa maldición tuvo poder en su vida durante todo el tiempo en que ella la creyó.
¿Sabes cuándo perdió su poder? Cuando ella se dio cuenta de que eso no era cierto y empezó a rechazarlo porque no era verdad.
- Date cuenta que esas maldiciones no tienen que tener poder sobre tu vida.
- Revisa de dónde vinieron esas palabras. ¿Son ciertas? Compáralas con la Palabra de Dios y evalúalas a la luz de la Palabra de Dios.
- Rechaza cualquier palabra que no sea cierta.
Solo si tú estás de acuerdo con ellas, esas palabras tendrán poder para vencerte.
Annamarie: Has estado escuchando la primera enseñanza de Nancy en la serie, Bendice a otros a través de tus palabras. Entender que nada se escapa de las manos de Dios, y que Su bendición es más poderosa que la maldición o que las heridas que nos han causado las palabras de otros, nos trae libertad. Mañana Nancy regresará para hablarnos más sobre esta libertad.
Ahora oremos juntas…
Nancy: Señor, solo quiero darte las gracias a Ti, porque Tu Palabra enseña que si somos tus hijas las maldiciones no tienen ningún poder sobre nosotras. Ahora, en este mismo instante queremos afirmar esa verdad, y reconocer por fe que nada que haya sido dicho contra nosotras, que sea contrario a Tu Palabra, tiene poder para vencernos, para dominarnos o para destruir nuestras vidas, si rehusamos aceptarlas porque no son ciertas.
Por el contrario, ayúdanos a creer lo que Tú has dicho y escoger dejar de invertir en esas palabras maldicientes sin ningún poder. Por el contrario, ayúdanos a creer y a recibir la bendición que Tú nos has dado. Oh, Señor, yo solamente te pido que Tú liberes a esas mujeres de la esclavitud de esas palabras; que Tú rompas el poder de esas palabras en sus vidas; que Tú rompas la esclavitud bajo la cual están al haber recibido esas palabras y haberlas creído.
Aquí y ahora, en este día, en este lugar, complácete en dar libertad a esos cautivos, para que puedan experimentar Tu bendición. Te lo pido en el nombre de Jesús, amén.
Annamarie: Trayéndote enseñanza práctica de la Palabra de Dios, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de La Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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