Los cuatro miedos
Débora: ¿Por qué es tan difícil ceder el control? Aquí está Nancy DeMoss Wolgemuth.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Tenemos miedo de que si le entregamos todo a Dios –eso incluye nuestra salud, nuestras posesiones materiales, nuestra familia, nuestra reputación, nuestros planes de carrera, todos nuestros derechos, nuestros sueños, nuestro futuro– tenemos miedo de que si le entregamos todo eso a Él, Dios se lo tome en serio.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de Rendición: El corazón en paz con Dios, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 22 de agosto de 2023.
Tal vez has estado en un servicio de la iglesia en donde se te pidió que entregaras todo a Dios. Es fácil responder a ese llamado levantando la mano o cantando una canción; pero cuando lo piensas, la rendición, la verdadera rendición, es algo serio. Aquí está Nancy DeMoss Wolgemuth …
Débora: ¿Por qué es tan difícil ceder el control? Aquí está Nancy DeMoss Wolgemuth.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Tenemos miedo de que si le entregamos todo a Dios –eso incluye nuestra salud, nuestras posesiones materiales, nuestra familia, nuestra reputación, nuestros planes de carrera, todos nuestros derechos, nuestros sueños, nuestro futuro– tenemos miedo de que si le entregamos todo eso a Él, Dios se lo tome en serio.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de Rendición: El corazón en paz con Dios, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 22 de agosto de 2023.
Tal vez has estado en un servicio de la iglesia en donde se te pidió que entregaras todo a Dios. Es fácil responder a ese llamado levantando la mano o cantando una canción; pero cuando lo piensas, la rendición, la verdadera rendición, es algo serio. Aquí está Nancy DeMoss Wolgemuth en la serie llamada «Rendición: Enfrentando nuestros temores».
Nancy: Recuerdo algunas de las canciones que cantábamos en la iglesia cuando era niña y las cantaba con todo mi corazón. Pero mientras crecía y comencé a pensar en algunas de las letras de esas canciones que cantábamos, me di cuenta de que me daba un poco de miedo decir algunas de estas cosas o cantar algunas de estas ideas.
Por ejemplo: Todo a Cristo yo me entrego, con el fin de serle fiel. Y esas palabras salían muy rápido de mi boca, pero cuando comencé a pensar en lo que eso podía significar, bueno, a veces me daba un poco de miedo.
Pienso en esta otra canción; uno de los versos dice: Haré lo que Tú quieras que haga, amado Señor; iré a donde Tú quieras que vaya. Y habla de todos los diferentes lugares donde Dios podría enviarnos. Era muy fácil cantar eso como una niña de seis años; otra cosa era cantarla como una joven de dieciséis años pensando en lo que eso podría significar.
Y pienso en esta otra canción, la escuché cantar en la iglesia como un solo varias veces y siempre me pregunté cómo el solista podía cantar eso. Me daba un poco de miedo cuando decían: Así que lo que sea que haga falta para quebrantar mi voluntad, eso es lo que estaré dispuesto a hacer.
O nos ponemos de pie en la iglesia y cantamos: Haz lo que quieras de mí, Señor; Tú el Alfarero, yo el barro soy; dócil y humilde yo quiero ser. Haz lo que quieras, Señor, Tu voluntad y no la mía, cúmplase siempre en mí Tu querer.
Vaya, da miedo decir esas cosas, decir que acepto la voluntad de Dios para mi vida, sea lo que sea, signifique lo que signifique, cueste lo que cueste. Una cosa es cantar o decir esas cosas en la iglesia, pero otra muy diferente es tomar esas decisiones alineadas con la voluntad de Dios, cuando el resultado nos lleva a cuestionar si realmente eso era lo que queríamos decir, si realmente estamos dispuestas a que Dios acepte esos himnos, esas canciones, esas oraciones.
Porque, como ves, la entrega total a Cristo nos obliga a enfrentar la posibilidad o la realidad de renunciar a algunas de las cosas que consideramos más preciosas y más importantes en la vida.
Nuestra tendencia natural es aferrarnos con fuerza, tratar de proteger y preservar aquellas cosas sin las cuales creemos que no podemos vivir. Así que tenemos miedo de que sientregamos todo, si quiero rendir realmente todo a Cristo, no simplemente decirlo, sino hacerlo de verdad, eso puede incluir nuestra salud, nuestras posesiones materiales, nuestra familia, nuestra reputación, nuestros planes de carrera, todos nuestros sueños, nuestros derechos, nuestro futuro. Tenemos miedo de que si le entregamos todo eso a Él, Dios se lo tome en serio. Puede que nos lo pida.
Y después comenzamos a visualizar a Dios despojándonos de las cosas que más disfrutamos o las cosas que más necesitamos o tal vez enviándonos a servirle en la parte más remota de la tierra. Si realmente me rindo a Dios, Dios me va a pedir que haga algo que es simplemente intolerable o insoportable. Me va a pedir que renuncie a la cosa o a la persona que más amo.
Creo que muchos de nuestros temores sobre ceder el control total de nuestras vidas a Dios se dividen en cuatro categorías. Y de eso es de lo que queremos hablar en los próximos días. Esas cuatro categorías son: provisión, placer, protección y relaciones personales.
Provisión: Si le entrego todo a Dios, y mi provisión, ¿tendré lo que necesito? ¿Qué pasa si mi esposo pierde su trabajo? Tal vez eres la única que provee para tu familia, ¿Qué pasa si pierdo mi trabajo? ¿Podemos permitirnos tener más hijos? ¿Cómo pagaremos por su educación? ¿Qué pasa si la economía se hunde, qué pasará con nuestras inversiones? ¿Qué pasa si mi esposo muere, tendré suficiente para vivir? ¿Qué pasa si Dios nos pide que demos nuestros ahorros a la iglesia o a una familia necesitada? ¿Y si Dios nos llama al servicio cristiano a tiempo completo, cómo seremos sustentados? ¿Cómo se pagarán nuestras facturas?
Provisión: ¿Tendré lo que necesito? Ese es un miedo que tenemos.
Un segundo miedo está en esta categoría de placer. ¿Seré feliz si me entrego completamente a la voluntad de Dios? Si me entrego completamente a Dios, ¿Seré miserable? ¿Podré hacer las cosas que me gustan? ¿Qué pasa si Dios me pide que renuncie a mi carrera, a mi pasatiempo favorito, a mi mejor amiga o a las comidas que realmente me gustan? ¿Podría Dios hacerme permanecer en este matrimonio difícil? ¿Me sentiré realizada si obedezco a Dios, si le entrego mi vida por completo? Esas son preguntas relacionadas al placer. ¿Seré feliz?
Hemos visto:
Provisión: ¿Tendré lo que necesito?
Placer: ¿Seré feliz?
Aquí está la tercera categoría, protección: ¿Estaremos seguros, yo y mis seres queridos? ¿Estaré segura, estarán seguros mis hijos? ¿Estará seguro mi esposo? ¿Qué sucede si mi hijo nace con una discapacidad mental o física? ¿Qué pasa si alguien abusa de mis hijos? ¿Qué pasa si tengo un accidente y quedo incapacitada de por vida? ¿Qué pasa si tengo cáncer? ¿Qué pasa si alguien entra en nuestra casa? ¿Qué pasa si Dios decide llevarse a mi esposo o a mis hijos? ¿Qué sucede si mi hijo es enlistado a las fuerzas armadas o es enviado al campo misionero? ¿Estará seguro?
Protección: ¿Estaré segura? (Y tal vez para una madre, la pregunta más difícil es) ¿Estarán seguros aquellos a quienes amo?
Y luego está el tema de las relaciones personales. Así que tenemos provisión, placer, protección y relaciones personales: ¿Serán satisfechas mis necesidades relacionales si me entrego completamente a Dios? Si me rindo, si renuncio al control de mi vida, ¿Serán satisfechas mis necesidades relacionales? ¿Qué pasa si el Señor quiere que sea soltera toda mi vida? ¿Puedo vivir sin sexo y sin romance?
Aviva Nuestros Corazones tiene muchas oyentes solteras que hacen este tipo de preguntas. Ahora, una cosa es estar soltera a los catorce años y otra cosa es estar soltera a los cuarenta y cuatro.
Como algunas de nuestras oyentes han escrito y compartido, y tienen un corazón para Dios y un anhelo por Dios, existe este temor: si realmente me rindo a Dios, tal vez Él no me permita tener un esposo. ¿Qué pasa si mi pareja nunca me ama de verdad? ¿Qué pasa si pierdo a mi pareja? ¿Qué pasa si mi esposo me deja? ¿Qué pasa si mi esposo tiene una aventura? ¿Y si Dios no nos da hijos?
Si renuncio y digo: «Señor, me rindo a Ti, ¿qué pasa si Dios no nos da hijos, no nos bendice con el deseo de nuestro corazón? ¿Qué pasa si mi esposo es transferido y tenemos que mudarnos a miles de kilómetros al otro lado del país, a un lugar en el que nunca hemos estado? ¿Tenemos que dejar a toda nuestra familia y dejar a todos nuestros amigos?» Y existe esta especie de aferrarnos como si realmente pudiéramos controlar nuestras vidas de todos modos.
Pero existe este miedo, y tenemos que enfrentarnos a esos miedos cuando se trata de este tema de la rendición. Los miedos son naturales. Miedos sobre la provisión: ¿Tendré lo que necesito? Miedos sobre placer: ¿Seré feliz? Miedos sobre la protección: ¿Estaremos seguros mis seres queridos y yo? Y miedos sobre las relaciones personales: Si dejo que Dios tenga todo, si le doy el control total, ¿serán satisfechas mis necesidades emocionales y relacionales?
Algunos de estos temores son comprensibles porque este tipo de cosas suceden. Y estar rendida al Señor no quiere decir que no vayan a suceder. Y por eso queremos aferrarnos con fuerza, tenemos miedo de entregar todo a Dios ¿cómo enfrentamos esos miedos?
Bueno, hablaremos de eso en los próximos días, pero solo quiero decir que en el centro del asunto está este desafío: que conozcas a Dios. El que te está pidiendo que le dejes controlar tu vida. Conócelo.
Durante años me ha encantado el versículo 10 del Salmo 9 que dice: «En ti confiarán, oh Señor, los que conocen Tu nombre, porque nunca has desamparado a los que te temen» (parafraseado). ¿Sabes lo que eso significa? Conocer a Dios. Conocer el nombre de Dios es conocer el carácter de Dios, es saber cómo es Él y poder confiar en Él.
La capacidad de ceder el control de tu vida a Dios se basa en la seguridad, la fe, la confianza de que Él es un Dios digno de confianza, que puede manejar el control no solo de tu vida, sino de todo Su universo. Se puede confiar en Él. Él lo ve todo, Él lo sabe todo, Él nunca comete errores, Él nunca falla. Confiar en que no solo sabe lo que es mejor para este universo, y no solo tiene el control de los asuntos de este planeta, sino que te ama y sabe lo que es mejor para tu vida.
Y a medida que desarrollas esa confianza, que es lo que sucede a medida que conoces más a Dios, te das cuenta de que Dios nunca traerá nada a tu vida que no sea bueno para ti y que no sea para tu mayor bien. Y será para el avance de Su reino, que es lo que realmente importa.
Y todo esto no lo veremos claramente hasta que lleguemos al final y podamos mirar atrás en esta vida. Así sabremos y veremos lo que tenemos que aceptar por fe ahora: que Dios es bueno y que Él está obrando todas las cosas conforme al consejo de Su voluntad.
Hace poco estuve meditando en el versículo 11 de Efesios capítulo 1. El plan de Dios, el propósito de Dios, Él obra todas las cosas. Eso incluye cada circunstancia que llega a mi vida: las cosas que me molestan, las personas que me molestan, las situaciones que me molestan o me causan inquietud. Dios está obrando todas esas cosas «conforme al consejo de Su voluntad».
Y sabemos por Romanos capítulo 12, versículo 2, que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta.
Alguien dijo, y muchas de ustedes me han escuchado citarlo antes, que la voluntad de Dios es exactamente lo que ustedes y yo elegiríamos si supiéramos lo que Dios sabe. La voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta.
Así que, conoce a Dios, conoce Su carácter, Su corazón, Sus caminos, Su Palabra, porque por cada temor que tengas de rendir tu vida a Dios, para cada uno de esos temores, Dios tiene una promesa, una promesa que te sostendrá cuando no puedas ver el resultado final y cuando tus temores amenacen con abrumarte.
Y conoce la gracia de Dios, la gracia de Dios que siempre es suficiente para cada necesidad. Su gracia es suficiente para ti, para ese compañero, ese hijo, ese trabajo, esa situación, esa lucha, esa tensión, eso que está pasando en tu iglesia, esa situación insoportable, la gracia de Dios es suficiente para ti, para cada circunstancia y cada situación de la vida. Y porque tenemos a Dios, porque tenemos Sus promesas y porque a que tenemos Su gracia, podemos arrojarnos sobre Él.
Podemos abrir nuestros puños cerrados, los puños que solían agarrar y sujetar con tanta fuerza las cosas sin las cuales pensábamos que no podíamos vivir; podemos entregarlo todo. Podemos abrir nuestros corazones a la voluntad de Dios, y soltar esos temores y renunciar al control porque conocemos al que está controlando, y porque sabemos que Su gracia es suficiente.
Cuando era niña me encantaba visitar los museos de cera. ¿Has estado alguna vez en un museo de cera? Son muy divertidos. Tienen figuras históricas, celebridades, o lo que sea, pero son figuras de cera que parecen increíblemente reales.
Lo que quiero decir es que desde la distancia, das un paso atrás y dices: «Parecen tan reales». Pero, por supuesto, no son reales. Y en realidad, debe ser algo agradable estar en un museo de cera. No hay problemas, pero es porque no son personas reales.
A veces, cuando leemos las Escrituras, creo que pensamos en los personajes de la Biblia como si fueran esas figuras falsas en un museo de cera. Admiramos su fe y sus hazañas espirituales, pero olvidamos que eran personas reales que tuvieron que enfrentarse a cuestiones de la vida real y a problemas reales.
Por ejemplo, Abraham y Sara. Pensamos en ellos como superhéroes, personas de gran fe y lo eran. Pero tuvieron que enfrentarse a muchos de los mismos problemas y temores con los que luchamos nosotras.
Y una y otra vez, para poder avanzar en su relación con Dios, Abraham y Sara fueron llamados a rendirse una y otra vez a Dios. Justo después de haber rendido una cosa, parecía que Dios venía y les pedía otra cosa. Y para hacer esas rendiciones se requería que renunciaran al control de sus propias vidas, que se arriesgaran y que confiaran en un Dios que no podían ver.
Ahora, piensa en el trasfondo de Abraham y Sara. Crecieron en un ambiente pagano e idólatra donde no había absolutamente nada para inspirar o nutrir su fe. Es decir, sin biblias de estudio, sin de alabanza, sin adoración, sin iglesias, sin compañerismo cristiano, nada.
Y cuando un Dios invisible y desconocido le habló y le dijo a Abram, como se le conocía en ese momento, que saliera y dejara atrás todo lo que era familiar y cómodo, él y su esposa se enfrentaron a una elección: quedarse o irse.
Y al tomar esa decisión tuvieron que considerar el costo de la rendición. Tuvieron que enfrentar, estoy segura, algunos temores muy reales, los mismos temores que enfrentaríamos nosotras. ¿Cómo se satisfarán las necesidades de nuestra familia? Dios no les había dado la respuesta a esa pregunta. Es el miedo a la provisión.
Tuvieron que enfrentarse al miedo de perder la felicidad. ¿Seremos felices en esta nueva situación desconocida e invisible que Dios nos está llamando a buscar? ¿Nos gustará esto o seremos miserables?
Y luego, ¿estaremos seguros? No tenían nada, ni mapas, ni GPS, que les indicaran cómo llegar y qué habría allí cuando llegaran. No lo sabían. ¿A qué nos enfrentaremos? ¿Cuáles serán los enemigos, a qué adversarios nos enfrentaremos? Es el miedo de la protección.
Y tenemos también el temor de las relaciones personales: ¿Quieres que dejemos a todos nuestros amigos y todos nuestros parientes y nos vayamos a dónde? El miedo a perder las relaciones personales.
Ahora, las Escrituras no nos dicen hasta qué punto, si es que lo hicieron, Abram y Sara lucharon con su decisión. Pero sé esto: no eran figuras en un museo de cera. Tenían emociones, sentimientos, miedos. La fe no es realmente fe a menos que se sobreponga a los temores y se enfrente a esos miedos. Lo que sí sabemos es que se fueron. Decidieron seguir la voluntad de Dios
Génesis 12 versículo 1, nos habla del llamado de Dios a Abram: «Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre…» Cuatro versículos más adelante leemos: «Entonces Abram se fue tal como el Señor le había dicho».
Y por cierto, aunque Abram es el único nombrado en ese versículo, no olvidemos que Sarai se fue con él. Ni siquiera había escuchado lo que había escuchado Abram. Nuestro Dios le habló directamente a Abram y Sara tuvo que confiar en que su esposo estaba siguiendo a un Dios que ella nunca había visto ni conocido. Qué fe tan increíble, no solo de parte de Abram, sino también de parte de su esposa.
Así que, sin más explicaciones, sin saber cómo, dónde iban ni qué iban a hacer cuando llegaran allí, lo arriesgaron todo. Se arrojaron en los brazos de la Providencia y salieron. Dios dijo: «Ve» y ellos fueron. ¿Sabes lo que estabanhaciendo? Estaban eligiendo la amistad con Dios sobre todas las relaciones humanas, sobre todos los apegos terrenales y sobre toda seguridad visible.
Dios les había dado a Abraham y a Sara grandes promesas. Les había dicho que los llevaría a una tierra fructífera, que tendrían más descendencia de la que podían contar. Pero ten en cuenta al leer el libro de Génesis, que durante más de veinticinco años no tuvieron ni una pizca de evidencia visible de que las promesas de Dios se cumplirían. Así que tuvieron las promesas y luego este largo, largo período de espera.
El capítulo 7 de Hechos habla de este período de la vida de Abraham y Sara, nos dice que la realidad pudo haber sacudido su fe. Y el versículo 5 dice: «No tuvieron herencia ni hijos». Ahora, Dios había prometido una tierra y Dios había prometido un hijo, pero por veinticinco años, no hubo ni herencia ni hijo. Pero salieron de todos modos.
Y a pesar de las fallas ocasionales en su fe, y estoy muy contenta de que las Escrituras las compartan porque eso realmente me anima, ver cómo Dios los levantó de nuevo, siguieron adelante, caminando en fe. Así que Abraham y Sara se rindieron a los propósitos y los planes de Dios sin ninguna garantía tangible de que su obediencia daría resultado.
Eso es lo que implica la rendición a Dios. Es ir cuando Dios dice: «Ve». Dar cuando Dios dice: «Da». Renunciar cuando Dios dice: «Renuncia». No poder ver el resultado de esa rendición, a veces sin evidencia visible.
Dios dice: «Sigue amando a tu esposo».
Y dices: «Pero, Señor, han pasado veinticinco años».
Dios dice: «Sigue amando. Aférrate a Mí, aférrate a Mis promesas, ríndete cuando no puedas ver el resultado, cuando no sepas si tu obediencia dará resultado. Sigue haciéndolo de todos modos».
Aun cuando no podían ver el resultado de su fe e incluso cuando parecía que iba a ser eterno, ¿qué hicieron Abraham y Sara? Creyeron a Dios.Creyeron en Dios. Arriesgaron sus vidas, su seguridad, su futuro, todo al hecho de que Dios era real y que cumpliría Sus promesas.
Ese era el fundamento sobre el que descansaba su fe. Eso fue lo que motivó sus repetidos actos de rendición. Fue la fe en el carácter de Dios y en las promesas de Dios, lo que permitió a Abraham y Sara adoptar un estilo de vida itinerante, viviendo en tiendas de campaña durante más de veinticinco años. Y pensabas que tu casa estaba mal. Pensaste que necesitabas algo más nuevo, más agradable o más estable. Quizás piensas que te has mudado mucho. Por veinticinco años, no solo Abraham, sino también su esposa Sara, era una mujer de fe tanto como él era un hombre de fe.
Vivieron en tiendas de campaña, viajaron todo el tiempo, nunca echaron raíces. Pero fue porque vieron las promesas de Dios, aceptaron esas promesas y estaban dispuestos a hacer los sacrificios necesarios para ver cumplidas esas promesas.
Hebreos 11 nos dice que por fe fueron a vivir a la tierra prometida, en una tierra ajena, viviendo en tiendas con Isaac y Jacob, herederos con ellos de la misma promesa, y he aquí por qué, «…porque esperaban la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (v.10).
Dios les había prometido algo permanente, algo perdurable, algo eterno, duradero y estuvieron dispuestos a soportar ese estilo de vida itinerante y gitano durante todos esos años, porque tenían los ojos puestos en lo que estaba por venir, basados en las promesas de Dios.
Fue la fe en las promesas de Dios lo que les ayudó a soportar décadas de infertilidad y anhelos insatisfechos, porque Dios les había prometido: «Tendréis una simiente». Y la Escritura nos dice en Hebreos 11 versículo 11, que Sara consideraba fiel a Aquel que lo había prometido». Ahora bien, hubo momentos en que ella cayó en la incredulidad e hizo algunas cosas muy necias cuando dejó de confiar en Dios. Pero durante la mayor parte de esos años, ella consideró a Dios como fiel, «Él ha prometido, por lo tanto, sé que en Su tiempo y a Su manera cumplirá sus promesas».
Fue la fe en las promesas de Dios lo que permitió que Abraham y Sara dejaran ir a ese hijo largamente prometido y esperado cuando Dios le pidió a Abraham que sacrificara a Isaac. Dijeron: «Dios ha prometido, Él es fiel, Él debe saber lo que hace».
Sabían mucho menos de Dios de lo que nosotras podemos saber porque tenemos Su historia y muchas otras historias en Su Libro. Tenemos un Dios que ha sido probado y comprobado, cuyo corazón, carácter y fidelidad han sido demostrados durante miles de años. Ellos no tenían nada de eso, pero aún confiaron, una y otra vez; Dios se reveló a Sí mismo y Sus promesas a esta pareja.
Génesis 15 versículo 1 dice: «No temas, Abram, yo soy un escudo para ti; tu recompensa será muy grande». ¿Qué estaba diciendo Dios? Y el contexto aquí, por cierto, fue cuando Abraham se enfrentaba a la amenaza de un rey enemigo. Dios estaba diciendo: «Soy tu protección. Soy tu provisión. Si me tienes a Mí, tienes todo lo que necesitas, así que confía en Mí».
«En ti pondrán su confianza los que conocen tu nombre, porque tú, oh Señor, no abandonas a los que te buscan» (Sal. 9:10).
Así que, a veces el llamado de Dios en nuestras vidas puede requerir que renunciemos a cosas o personas sin las cuales no podemos imaginar vivir: posesiones materiales, un trabajo, un ascenso, la salud, una pareja, un hijo, el respeto y la comprensión de un querido amigo. En medio de todo eso, es el carácter de Dios, las promesas de Dios, «Yo soy tu recompensa, Yo Soy tu escudo, Yo Soy tu provisión, Yo Soy tu protección», eso es lo que nos liberará de nuestros temores y nos ayudará a dar un paso de fe y rendición de todo corazón.
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha estado dando una imagen de una vida libre de los temores que nos impiden cumplir la voluntad de Dios. Mañana en Aviva Nuestros Corazones, veremos la importancia de tener un altar en nuestras vidas. Espero que puedas estar de vuelta con nosotras. Ahora, aquí está Nancy para cerrar en oración.
Nancy: Gracias, Señor, por darnos el relato de Abraham y Sara. Y gracias por esta increíble pareja que contra toda esperanza creyó en Ti. Cuando todas las circunstancias a su alrededor apuntaban a que lo que Tú decías no podía ser verdad, ellos eligieron creerte a Ti en vez de a sus circunstancias.
Gracias, porque gracias a su fe podemos tener fe hoy. Somos, según las Escrituras, hijas de Abraham si creemos en Cristo. Ruego que nos ayudes a conocerte, a confiar en Ti y a estar dispuestas a dar un paso de fe en obediencia a Tu guía y dirección. Oro en el nombre de Jesús, Amén.
Débora: Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth quiere que encuentres libertad, plenitud y abundancia en Cristo.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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